MODELOS DE
MUJER
Tengo delante de mí el suplemento del
sábado del diario “El País”, hoy no me he saltado las últimas páginas sobre
moda como hago habitualmente, he observado con detenimiento las fotos de esas
mujeres que representan el paradigma estético impuesto.
He leído muchas críticas a estos
modelos de mujeres desnutridas, a ese canon de belleza perverso que roba los
atributos sexuales femeninos y presenta a las féminas como seres híbridos,
ambiguos y equívocos, como no-mujeres. Pero hoy no me he fijado en eso sino que
observado atentamente sus rostros, su mirada perdida, su postura decadente,
extenuada, el gesto que ya no recuerda lo humano. Es una manifestación plástica
del vacío, de la nada como lugar que habitan las mujeres.
No hay una chispa de vida, de deseo,
tampoco hay conflicto, pero sobre todo no hay un mínimo destello de
inteligencia en esos rostros. Son cuerpos vacíos de espíritu, vacíos de
lucidez y pensamiento, realizaciones del
arquetipo femenino del neopatriarcado.
Que “El País”, el adalid de la nueva
religión política del feminismo sexista, el campeón de la ortodoxia de género, no tenga ningún prejuicio frente a estas imágenes demuestra, mejor que nada, la
naturaleza auténtica del nuevo patriarcado.
Como contrapunto a esta reflexión os
dejo el estudio de las figuras femeninas del Quijote que hacemos en “Feminicidio
o auto-construcción de la mujer”
FIGURAS
FEMENINAS DEL QUIJOTE, UNA REFLEXIÓN SOBRE LA VISIÓN DE LA MUJER POPULAR EN LA
SOCIEDAD PRELIBERAL
La estela magnífica de la respetuosa y
amorosa concordia entre los sexos de nuestra Edad Media pervivió de formas
diversas hasta la revolución liberal. La consideración y prestigio social de la
mujer, basada en la participación social en igualdad con los hombres, es un
hecho que puede ser rastreado en la literatura tanto como en la historia.
La figura femenina en el Quijote
merece una reflexión aparte. Nadie pone en duda que la ficción cervantina es
una meditación profunda y personal sobre su época, y, por ello, los personajes
femeninos muestran tanto la singular visión del autor, como la verdadera
existencia material de las féminas en el contexto social y cultural que la novela
recrea.
La lectura desprejuiciada de esta obra
señera de la literatura universal nos permite muchas reflexiones profundas
sobre la condición humana y derriba numerosos tópicos acuñados por la teoría
del progreso. Cervantes presenta dos perspectivas divergentes y complementarias
sobre la mujer; por un lado, la mujer idealizada por el amor cortés, que no es
una mujer real sino un símbolo de la rendición del varón ante la feminidad
poetizada o imaginada y por otro, discurren por sus páginas muchas
individualidades femeninas, más reales, con personalidad propia y singular en
cuyas formas se recrea el autor.
En la novela cervantina las mujeres,
tanto las letradas como las iletradas,
las del pueblo llano como las de las clases acomodadas, tienen discurso propio,
hablan por sí, con naturalidad, ingenio y talento y, sobre todo, ocupan un lugar social respetado y concreto
no segregado del masculino.
Tal es el caso de Dorotea, de la que
Américo Castro dice que “muestra la mayor
independencia y libertad de pensamiento”. Así es, se presenta como mujer
enérgica pero templada y reflexiva que piensa y razona antes de actuar.
Comienza expresando el profundo amor que la tenían sus padres y cómo siempre
supo “que ellos me casarían con quien yo
más gustase”[i].
Es ella quien decide tener relaciones sexuales con don Fernando a quien espeta,
según la costumbre castellana: “en tanto
me estimo yo, villana y labradora, como tu señor y caballero. Conmigo no ha de
ser de ningún efecto tus fuerzas, ni han de tener valor tus riquezas, ni tus
palabras han de poder engañarme, ni tus suspiros y lágrimas enternecerme”.
A esta mujer, a la que Cervantes presenta como una autoridad en conocimientos
de libros de caballería, tan segura de sí misma, tan rotunda en su discurso,
tan soberana en todos los aspectos de la vida, también en el sexual, Salvador
de Madariaga le dedica un capítulo de su “Guía para el lector del Quijote” que
titula “Dorotea o la listeza”. En él destaca “su facilidad de palabra, tan sugestiva por su rapidez como por su
propiedad, de una viveza excepcional de observación y comprensión; así como una
inteligencia muy hecha a manejar ideas”. Sería muy difícil que un personaje
así se construyera sobre la base de la nada en una sociedad en la que las mujeres
fueran sometidas de forma tan rígida como pretende hacernos creer la ortodoxia
académica dispuesta a rehacer la historia y la literatura según su deformado
credo.
Las virtudes de Dorotea no son
excepcionales, pues tan resuelta y decidida como ella se presenta Marcela que,
aunque “su tío y todos los del pueblo se
lo desaconsejaban, dio en irse al campo con las demás zagalas del lugar y dio
en guardar su mesmo ganado”. Marcela hace un discurso sobre la libertad y
el amor de contenido y envergadura filosófica: “el verdadero amor no se divide y ha de ser voluntario y no forzoso (…)
tengo libre condición y no gusto de sujetarme a nadie”. Tal discurso lo
hace ante un grupo de hombres que escuchan con un respeto, no fingido ni de
cortesía, sino auténtico.
Las mujeres reales en Cervantes,
todas, Dorotea, Marcela, Zoraida la mora, Altisidora, etc., son mujeres
soberanas, enérgicas y hasta soberbias en la defensa de sus libertades, no
buscan protección, no demandan privilegios, no las veremos cobardes ni apocadas,
incluso las más rústicas, Aldonza Lorenzo, Maritornes, Torralba, Teresa Panza,
son mujeres fuertes, espontáneas, despiertas y avispadas en la brega de la
vida; Luscinda, mujer volcada en la pasión amorosa, entregada al amor por
Cardenio, no es con todo, una personalidad ñoña, su romanticismo es dolorido y
auténtico, también tiene fuerza interior. Cervantes se recrea en las figuras
femeninas dándoles una forma tan singular
y original que resulta evidente que están recogidas del estudio de la
realidad social, pero ante todo refuerza tres elementos de la personalidad
femenina: la inteligencia, la fuerza y
el sentimiento de libertad.
No hay contradicción entre la
exaltación que hace el Quijote de la mujer idealizada, tomada del canon de la
novela de caballería, que expresa la reverencia masculina hacia la feminidad
como elemento esencial de nuestra cultura (como manifiesta Denis de Rougemont
en “El amor y Occidente”) y la representación de figuras de mujer tan realistas
y originales. La existencia de un ideal poético del amor es un parapeto al
imaginario patriarcal contra el que se yergue el cristianismo. La divinización
de la mujer es un freno, un límite, a la reaparición de un patrón de lo
masculino agresivo y dominador, vinculada al ascenso del Estado y sus
estructuras, al que, con buen criterio, no se considera vencido para siempre.
Cervantes, recogiendo la complejidad
de lo real, asocia la sublimación de la mujer con el dibujo de esas personalidades
femeninas, singulares y lejos de cualquier estereotipo, que no precisan del
amparo de nadie, que se mueven con libertad, hablan con aplomo y con firmeza,
argumentan con penetración e inteligencia, manejan el lenguaje con maestría,
son audaces y resueltas, y, sobre todo, son escuchadas con reverencia y consideración
magnífica por los hombres. Nada más lejos de esa imagen exaltada del pasado que
se ha fabricado en las cátedras al abrigo del poder.
No podemos aceptar que estas mujeres
sean personajes excepcionales ajenos por completo al contexto social en que se
presentan, pues la novela, toda ella, recrea la visión cervantina de su tiempo.
Es además posible reconocer la existencia de otras mujeres reales, no
noveladas, que viven y actúan con la misma liberalidad que las dibujadas por
Miguel de Cervantes, por ejemplo, María de Zayas cuyas “Novelas amorosas y
ejemplares” no sólo son una joya literaria, que suman al rico lenguaje el arte de
presentar escenas de fuerte contenido sexual sin grosería ni pacatería, en las
que las mujeres se desenvuelven con completa naturalidad. María hace profesión
de fe anti sexista con una frase magnífica: “las almas no son hombres ni mujeres”. Su obra tuvo un éxito notable
en su época, conociendo un gran número de reediciones durante el siglo XVII, lo
que demuestra que no había censura especial para la escritura femenina.
Las libertades mujeriles llamaron la
atención de numerosos viajeros que visitaron Castilla en la época. En 1595 un
sacerdote italiano escribe sobre las españolas: “son muy animadas por la gran libertad de que disfrutan (…) hablan bien
y son prontas a la réplica; tienen, sin embargo, tanta libertad que a veces
parece exceden el signo de la modestia y el término de la honestidad”[ii].
Da la sensación de que la tradicional
libertad femenina fue uno de los escollos que la iglesia encontró para imponer
los acuerdos de Trento, hacia los que hubo una resistencia social formidable.
La igualdad entre mujeres y hombres estaba tan arraigada en la península que
todavía en el siglo XVI se encuentra un monasterio dúplice, el de Santa María
de Piasca, en Cantabria, que en el momento de su disolución por mandato de las
autoridades eclesiásticas tenía una abadesa elegida que dirigía la comunidad.
Si rastreamos a la mujer real anterior
a la revolución liberal, encontramos un ser con entidad y voz propia, con un
lugar social distintivo no subordinado, con capacidad de manifestar su
personalidad y sus anhelos en todas las regiones de la existencia humana. En lo
referente a las relaciones afectivas y sexuales con los varones tiene
iniciativa personal; ello es evidente en las Canciones de Amigo, comunes en los
Cancioneros hispanos desde el siglo XIII al XV, en las que vemos que es la voz
de la mujer la que se expresa, la llamada al amado al que se insta al encuentro
amoroso, también carnal: “Amigo el que yo más quería/venid al alba del día”. Es
una voz femenina con sentimientos sensuales propios. De la larga pervivencia de
esta concepción da idea que en “Olivar de los Pedroches (Tradiciones y
folklore)” de Manuel Moreno Valero, texto que recoge costumbres, recuerdos y
canciones de esa comarca, se cite un cancioncilla popular con la misma
estructura que las Canciones de Amigo, que dice: “Esta noche y la
pasada/¿porqué no viniste, amor/si estaba la luna clara/eres buen andador/y
sabías que te esperaba?”
También es posible evidenciar la
importancia de la actividad de la mujer en la vida económica del pueblo, su
participación libre y particular en las labores y trabajos que procuran la
satisfacción de las necesidades básicas de la comunidad. Aunque, en general,
hubo una cierta división sexual de las tareas, no era ésta rígida ni hermética
pues las féminas podían desarrollar oficios que han sido considerados
tradicionalmente masculinos. Está documentado por el Catastro de Ensenada en
1752, en la villa de Atienza, la existencia de siete mujeres que ejercen de
tratantes de ganado, y seis de ellas comercian con ganado mayor, con mulas[iii],
lo que demuestra que las féminas no tenían vedada su participación en ninguna
actividad y que las que lo deseaban accedían a esas profesiones. Incluso para
los varones la trata de ganado era considerado un oficio “golfo”, implicaba
moverse en un territorio relativamente amplio, a menudo solas, valerse y
defenderse por sí mismas, conocer el negocio, lo que entrañaba entender de ganado
tanto como del comercio, tener facilidad de palabra, percepción de la
psicología del comprador, manejar dinero y tener talante negociador, entre
otras facultades muy necesitadas de inteligencia práctica y conocimientos
concretos. Estas ocupaciones, en realidad casi todas las tareas que se
desarrollaban en un ámbito no salarial ni ultraespecializado, proporcionaban a
las mujeres la posibilidad de desplegar todo su potencial y su ingenio, por lo
que es lógico que fueran vistas, como lo hace Cervantes, como modelo de seres
inteligentes, dotados de juicio vivo y penetrante y gran capacidad expresiva.
La comparación de esta feminidad
preliberal, popular, con la actual en construcción según el paradigma
feminista, ilustra la gran pérdida de autonomía e identidad diferenciada y
singular que conoce en la sociedad moderna la mujer. La mujer que construye el
feminismo no goza de una conciencia, digna de tal nombre, ni de sí misma ni del
mundo que le rodea, pues es sujeto construido desde fuera por los aparatos de
adoctrinamiento, la universidad en primer lugar, también el mundo de la
información-propaganda, la industria del entretenimiento y el aparato
funcionarial del bienestar, por lo que está en vías de perder la propia
inteligencia como instrumento para interpretar el mundo y poder actuar sobre
él.
La personalidad moderna y “emancipada”
es uniformizada según los dogmas de la nueva vulgata que marca un patrón de
vida y de comportamiento obligatorio. El trabajo asalariado hace que la mayor
parte de la existencia femenina no sea autónoma, sino que esté dirigida por la
jerarquía empresarial. Se imponen jornadas cada vez más largas y quehaceres
repetitivos, parciales y especializados que impiden comprender la totalidad de
los asuntos en los que se implica, con lo que decrecen igualmente su
pensamiento creativo y sus habilidades prácticas; además, no permite la toma de
decisiones en cuestiones decisivas (ni siquiera las mujeres que ocupan puestos
medios en la jerarquía laboral lo hacen). La empresa aspira a acaparar todo el
tiempo de la mujer de manera que apenas le queda espacio de vida en la que elegir
con albedrío. A la mujer del siglo XXI se le prohíbe o se le impide la
maternidad, el amor y la familia, experiencias que son demonizadas por el
discurso enloquecedoramente repetido de la propaganda del sistema.
El victimismo y el narcisismo acosan
la capacidad de raciocinio y reflexión de la mujer de este siglo, pues quienes
se dejan llevar por esas emociones no pueden tener conciencia libre e
independiente de las cosas, porque la furia y el rencor nublan la inteligencia.
Al haber sido convencidas de que son la víctima de los hombres y que no podrán
sacudirse el yugo del patriarcado si no es bajo la tutela del Estado, se tornan
flojas, débiles y pusilánimes buscando permanentemente la protección
institucional, esperándolo todo del nuevo pater familias estatal.
¿Qué queda de la inteligencia femenina
cuando la mujer se deja arrastrar por la dogmática del sexismo político? Muy
poco, pues deja de usar su propio entendimiento para resolver los problemas de
la vida, los conflictos interpersonales y su propia auto-construcción; para
tomar decisiones, elegir su forma de estar en el mundo y de pensar. La
inteligencia también es imprescindible para conseguir la fortaleza necesaria y
conquistar la libertad básica, por eso la destrucción del pensamiento libre en
la mujer es feminicidio, porque supone
la muerte de lo más radical de su naturaleza humana, aniquila la libertad en su
forma más esencial, convirtiéndola en un títere, un cadáver humano sin voz ni
existencia propias.
Cervantes destaca de la mujer su valía
como ser pensante, su capacidad para comprender, comunicar y actuar con
albedrío, mientras el feminismo moderno convierte al sujeto femenino en un
fantoche, un cuerpo sin alma, un despojo humano. Tal es la mujer ideal
elaborada en las alturas por el moderno ser supremo, el Estado; la mujer real
del presente se halla en algún punto intermedio entre sus semejantes en la
historia pasada y ese prototipo que se impone desde las alturas del poder, más
alejada cuanto mayor es la resistencia a los planes estatales. Por ello
recuperar la libertad de pensar, de entender el mundo circundante sin tutelas
ni supervisión de las instituciones es, por sí, un agente de emancipación,
probablemente el más importante de todos, pues supone recuperar la conciencia
libre.
Otro elemento que llama la atención es
el hecho de que en la novela cervantina las mujeres y los hombres pertenecen al
mismo mundo, el diálogo entre la masculinidad y la feminidad es un diálogo
entre pares cuya originalidad manifiesta, entre otras particularidades, su
personalidad sexuada. La rotunda presencia de la mujer no actúa como factor de
conflicto ni antagonismo, no hay resistencia de los varones y la afirmación
femenina es socialmente reconocida como un fundamento positivo de la vida
comunitaria. Es el respeto, más que la uniformidad igualitarista, lo que prima
en las relaciones entre los sexos. Eso permite que la mujer tenga un lugar
propio, que su forma diferente y original de expresarse tenga un espacio con el
mismo prestigio social que el masculino. Gracias a ello la mujer no ha de negar
su feminidad para tener influencia social.
En el presente los sexos han sido
separados de forma fundamental; esta segregación impone el desconocimiento
mutuo y el mutuo miedo a lo desconocido,
impide el intercambio desde lo característico de cada sexo, es decir,
empobrece a los hombres y a las mujeres por igual, aislándoles en un universo
sin diversidad ni complejidad, de modo que no entienden al otro sexo, no
entienden la realidad exterior ni pueden entenderse y construirse a sí mismos.
Respecto a las mujeres del Quijote, la figura femenina del siglo XXI se
desdibuja como un ente sin un lugar y discurso propio, ello es la concreción del
feminicidio en curso.
[i] Esta frase rotunda refleja
la forma real como se produce el matrimonio en las clases populares a lo largo
de nuestra historia, un modelo que se inscribe en el ideario cristiano que
exige que sean el amor y la libre elección las condiciones del matrimonio. Es
ello una peculiaridad de la cultura occidental muy alejada de las grandes
culturas patriarcales islámicas y asiáticas. Hoy sigue habiendo miles de
mujeres muertas, y algunos hombres
también, en la India, Pakistán y muchos otros países por no respetar el mandato
de las familias en cuanto al matrimonio. En la India, por ejemplo, se considera
que “una mujer que escoge a su pareja es
una puta” (La Vanguardia, 2-10-2011). Es un hecho cierto que la misoginia
más fanática deplora siempre la impronta cristiana de la cultura
occidental; una figura señera de la
fobia a lo femenino es Schopenhauer quien lamenta “la galantería y la estúpida veneración germano cristiana hacia la mujer”.
[ii] Citado por García
Mercadal en “España vista por los extranjeros”, Madrid (1917-1920?).
[iii] Así aparece recogido en
el Catastro de Ensenada y, si bien no hemos hecho un estudio exhaustivo de este
fundamental documento, es evidente que no es un caso excepcional. Sabemos
también por las respuestas generales que en el pueblo de Carreño, en Asturias,
se cita a cuatro mujeres tratantes de lino que acarrean, como trajinantes, sus
cargas a Castilla. Un estudio riguroso y
desprejuiciado de este excepcional documento arrojaría mucha luz sobre
la auténtica posición social de la mujer en el pasado.