Yo me voy a morir confiando en que “la chispa divina e indestructible que cada ser humano lleva dentro, acabe por manifestarse, por no dejarse sofocar. Espero que al paso de los años, o de siglos, como ocurrió con otras cosas que, a veces, costaron la vida a sus propulsores, el saber se imponga. Y el parto llegue a ser el acontecimiento fisiológico y milagroso que abre las puertas a un nuevo ser y a la vez, impulse a cada mujer a abrirse a la conciencia y al gozo de serlo. Es posible que las gentes futuras no renuncien a la sabiduría, no se dejen engañar, no consientan que las silencien “-
Saludo a Jaca 2011
Consuelo Ruiz Vélez Frías (comadrona)
Saludo a Jaca 2011
La maternidad y la paternidad como experiencias sustantivas de la vida humana están siendo hostigadas hoy desde múltiples frentes, manipuladas y alteradas de forma fundamental por los aparatos de poder. La recuperación de su autenticidad básica, de su verdadera aportación a la construcción de lo humano debe hacerse en la horizontalidad, a través de las relaciones simétricas y la reflexión mancomunada de quienes deseamos ejercer ese compromiso vital desde la conciencia y la libertad.
Por eso considero este encuentro en Jaca una iniciativa de gran trascendencia (ver blog del foro) y deseo compartir con vosotros, como madre y como mujer comprometida en la defensa de la maternidad, mi propia meditación sobre la realidad de la maternidad y la paternidad en el tiempo presente.
Lo que sigue son extractos del libro en el que trabajo, de próxima publicación.
La maternidad-paternidad como factor de regeneración social
La perturbación planificada del acto genésico humano es una de las señas de identidad de nuestra época. El feminismo productivista, como integrante de las estructuras del Estado y colaborador de la gran empresa capitalista ha sido el principal instrumento de la desvalorización y acoso a la maternidad, un asalto a la conciencia y la existencia femenina que impone la desnatalidad como negación de la libertad de la mujer y el odio a la fertilidad como odio a sí mismas y a lo femenino en general.
La realidad es que, en la actualidad, las mujeres no solo no son obligadas a ser madres sino que se les impide de forma categórica ejercer su libertad en este asunto. Las restricciones y obstáculos al deseo de maternidad son múltiples y complejas, por un lado la libertad de conciencia es violada repetida y letalmente por los aparatos de propaganda del sistema, el primero de ellos es la universidad que provee de las construcciones teóricas, sofísticos argumentos y falaces “estudios” subvencionados sobre los frenos que la maternidad impone al desarrollo de las mujeres, creando un guión que difunden e imponen las instituciones del estado del bienestar y sus profesionales y funcionarios, la industria de la información y la del espectáculo y el entretenimiento entre otros. Por otro lado, el encuadramiento masivo en ese mundo cuartelero que es la empresa capitalista, permite el chantaje y la intervención sobre la vida privada y la libertad esencial de las mujeres a las que se somete a una insoportable presión para que dediquen toda su energía a la producción y al consumo y no la malgasten en compromisos vitales, además el gran desorden que ha introducido el feminismo en las relaciones afectivas intersexuales, la destrucción de la concordia entre los sexos, es otro factor que hace descender, de forma natural, los nacimientos.
Los obstáculos a la maternidad tienen también un correlato en la restricción a la erótica de la fecundidad, el sexo hoy está sometido a restricciones tan reales como las de las sociedades más represivas de lo erótico pues el impulso genésico debe obligatoriamente quedar excluido de las pasiones libidinosas. Para muchos individuos de los dos sexos la fertilidad tiene un carácter de aspiración íntima de una gran energía que deben maniatar para someterse a la gazmoñería sexual moderna que normativiza la vida erótica de forma categórica. El sexo reproductivo, cuando es elegido como unión carnal con aspiración de trascendencia, y mucho más cuando se expresa como obra del amor personal, es muy superior a otras clases de pasión erótica y debe ser rescatado si se desea una sociedad de la libertad sexual.
Según el catecismo feminista la maternidad ha robado a las mujeres la posibilidad de ser libres, hoy, con una tasa de fertilidad femenina de 1,2 hijos por mujer y cuando nos encontramos ya con la tercera generación de féminas de las que una parte importante no han tenido hijos podemos observar que sus vidas no han sido mejores que las de sus antepasadas, la mayor parte de ellas han llevado una existencia dura e ingrata sometidas a unos trabajos repetitivos y monótonos que mutilan una parte esencial de sus capacidades intelectivas, volitivas y morales y posibilidades de acción. Otras, las que se consideran triunfadoras, acumulan un gran número de títulos universitarios, carreras profesionales exitosas y acceso a un consumo de bienes y servicios muy superior al de sus abuelas, sin embargo su valor como seres humanos queda en muchos casos disminuido por un grosero materialismo y egoísmo existencial y su inteligencia tiende a estancarse en la repetición de ideas estereotipadas. Este hecho no es observado imparcialmente porque, en la sociedad actual, se sobrevaloran las credenciales académicas y los éxitos económicos y han sido depreciados los valores humanos, la calidad personal, la convivencialidad y la inteligencia práctica.
La reivindicación de la grandeza y excelencia de la experiencia del embarazo, el parto, la lactancia y la crianza forma parte de la dignificación de la figura humana de la mujer en todas sus facetas, también en cuanto sujeto singular de la gestación de los nuevos seres humanos y de su cuidado en colaboración con sus cercanos. La aspiración que ha mostrado una parte del feminismo a que las mujeres se “liberen” de su biología a través de la separación de su función maternal es muestra del discurso dislocado de ciertas corrientes de la modernidad que deploran la existencia humana en sus funciones superiores además de producto de una misoginia esencial que considera que la inferioridad femenina deviene de nuestra singularidad física. Pero el hecho reproductivo no puede ser visto como un puro acontecimiento biológico pues aún teniendo una dimensión corporal, trasciende en mucho ésta, presentándose como paradigma de la unidad esencial de la realidad humana en su multiplicidad física, psíquica, relacional, afectiva, volitiva e histórica.
El significado de ser madre o padre en la especie humana es mucho más que un acto fisiológico. La crianza, que en el pasado implicaba no solo a los padres biológicos sino a toda la comunidad es una de las experiencias más singulares de la vida individual y colectiva. La infancia ha tenido una función decisiva en la forma como cada generación recupera, reconstruye y perfecciona la cultura heredada, una cultura que define ante todo, el valor de lo humano, la identidad, las raíces y la valía del sujeto, los fines del individuo y de la comunidad y los instrumentos para la convivencia. La infancia obliga al grupo a replantearse colectivamente los asuntos cardinales de la existencia, la forma como nos enfrentamos a la vida, su sentido y trascendencia, la finitud y las limitaciones de la experiencia humana. Esa reflexión colectiva no se produce en el plano teórico, a través de doctrinas y especulaciones, sino en el ámbito de la práctica, de la comunicación y la relación con los otros.
Es obvio que el desafío vital de la maternidad-paternidad ayuda a superar, de alguna manera, las limitaciones inherentes a nuestra condición humana que nos arrastra numerosas veces a la mezquindad y el egoísmo, es un agente civilizador de primera magnitud, una experiencia que eleva a los sujetos de forma personal y privilegiada en un proceso de co-humanización. Los niños y niñas son agentes activos del desarrollo de la sociedad y gran potencia unitiva de los adultos, no son únicamente el objeto de la educación sino que también son educadores en tanto que mejoran el entorno en que crecen y se convierten en instrumento de enriquecimiento personal de aquellos que les cuidan, las madres y los padres, pero también otros adultos cercanos a los que impulsa a desarrollar una gran cantidad de capacidades y habilidades que implican un fuerte quehacer intelectivo y esfuerzo psíquico: análisis de lo concreto, juicio y toma de decisiones, voluntad y persistencia, capacidad comunicativa y pedagógica o disciplina personal. Además, la conciencia de ser modelo de vida para las criaturas impulsa el propio autoconocimiento y sentido de la superación personal de manera que contribuye a ensanchar el campo de la conciencia.
El amor desinteresado por los niños y niñas hace crecer en toda la sociedad la cantidad de este vivificante alimento del alma humana, la esterilidad voluntaria -cuando no se debe a causas superiores- y la escasez de niños y niñas en la vida social, supone una mengua fundamental del amor, del desinterés y el altruismo en la comunidad que es sustituido, a veces, por ocasionales actos de caridad que ignoran el compromiso vital a largo plazo. Por otro lado, la falta de trato y vínculo con la “humanidad en ciernes” que es la infancia ha desterrado del imaginario colectivo la idea de un porvenir sentido, buscado y construido más allá de la propia vida, el individuo de las sociedades de la modernidad tardía no tiene otra concepción del futuro que la suma de los presentes inscritos en el contexto de la propia biografía. Carece de pasado, pues ha roto el lazo con las generaciones que le precedieron y no siente el impulso a dar un sentido proyectivo-histórico a su vida. El egocentrismo cognitivo y moral y el hedonismo y la degradación personal son la desembocadura natural de quienes no tienen otro fin que la búsqueda del propio bienestar. Ninguna ideología podría, tanto como ésta, desterrar de las aspiraciones sociales la idea de revolución que implica necesariamente proyectar un ideal de sociedad más allá de la escala temporal de la propia vida.
Por ello, la desnatalidad es hoy inducida desde las instancias del Estado, como un instrumento, en realidad, de modificación de la propia condición humana en tanto que humana y su recuperación es, de forma objetiva, un elemento de regeneración de la sociedad y la civilización, de limitación de la barbarie que impone el poder en forma de conductas depredadoras e hiperconsumistas, inmorales y descreídas, irreflexivas y nadificadoras.
La enajenación que la sociedad actual hace del embarazo y el parto de la mujer, su medicalización y burocratización es otro obstáculo, a veces insuperable, a la libertad reproductiva. Las mentiras del sistema sobre la gran cantidad de muertes de mujeres que se producían en el mundo tradicional no se sostendrían si no se apoyaran en la brutal propaganda institucional que llega a producir una suspensión del entendimiento en muchos sectores sociales. Las antiguas parteras como Valentina la de Sabinosa, que en la isla de El Hierro ayudó a traer muchos infantes al mundo sin cobrar nunca por ello (como tampoco cobraba por su música editada por clásicos Canarios), o María Arroyo Serrano, de Benalauría, que entre 1937 y hasta 1973 atendió partos de muchas mujeres en su zona sin que se le muriese ningún niño ("La razón del Campo", Universidad Rural Paulo Freire, Serranía de Ronda) , demuestran que el parto en el pasado no solo fue más digno sino más seguro si tenemos en cuenta que hoy en el Estado español más de un 20% de los partos terminan en cesárea, es decir, de forma traumática tanto para la madre como para el bebé.
La alienación se extiende también a la crianza trastornando y desquiciando la función maternal y paternal cuando existe, la intervención permanente en la educación por parte de los “expertos” que arrebatan a los padres sus propias responsabilidades, usurpan un espacio de la libertad elemental de los individuos y llenan de catecismos esterilizantes e ideas absurdas las mentes de los genitores ha creado un colosal cataclismo en las pautas de crianza. Se desautorizan todos los conocimientos que pertenecen a las relaciones horizontales y que antes eran el alimento de las nuevas generaciones, así como los extraídos de la propia experiencia y reflexión, del conocimiento práctico y el sentido común y son sustituidos por dogmáticas construcciones académicas que fomentan los miedos, complejos y angustia ante una función que debería ser natural, que crean parálisis y dejación de las obligaciones parentales.
La tarea maternal ha perdido hoy su condición de natural, la impetuosa intervención institucional en este quehacer humano ha generado un espectacular crecimiento de las maternidades patológicas y del sufrimiento y desestructuración infantil. Puesto que hoy no podemos acceder a esa maternidad natural hemos de reconstruirla desde el esfuerzo reflexivo y mancomunado, desde la voluntad por recuperar los saberes perdidos y forjar un nuevo paradigma del vínculo materno-paterno/filial en un proceso a la vez restaurador y creativo.
La alienación femenina por el ejercicio de la maternidad es un estigma del mundo moderno, y más en concreto, de la formidable afirmación del patriarcado que hace la revolución liberal y no de la sociedad tradicional como se dice. La madre sobreprotectora, desequilibrada, volcada en lo doméstico y ajena a la reflexión es una figura que se crea en los suburbios norteamericanos de los años cuarenta y cincuenta. Es una mujer construida desde fuera de sí misma por psicólogos y expertos (sobre todo por ciertas corrientes del psicoanálisis). Aquí ese patrón femenino fue importado por el franquismo. La maternidad, por sí, no roba a la mujer ninguna de sus facultades y, por el contrario, puede incentivar el cultivo de nuevas habilidades, competencias y posibilidades para desarrollar tanto su talento e inteligencia como su creatividad, valía y excelencia espiritual, aportando, a la par, tales conocimientos a toda la sociedad.
El estímulo a estas maternidades patológicas es otra forma de propaganda antireproductiva, en este caso, por la función ejemplarizante en lo negativo que tienen y que promociona, de facto, la ideología contramaternal. De entre estas formas de ejercicio maternal negativo hay una especialmente nociva que se basa en la mitificación de la maternidad. Según este canon la relación de la madre con la criatura pasa de ser un nexo humano, con las limitaciones y conflictos que tiene lo humano, a ser una vivencia mística, una experiencia de identificación sobrenatural y mirífica a la par que destructiva por deshumanizadora.
La recuperación de la relación materno/filial solo puede hacerse bajo el prisma de la realidad. La construcción de un nuevo paraíso original donde las mujeres encontremos una situación de felicidad plena y placeres sin límite en la convivencia con los hijos e hijas es puro pensamiento religioso. El vínculo entre la madre y la criatura es, probablemente, la fusión interpersonal más poderosa y sublime que se puede vivir, una experiencia que ensancha las fronteras del alma humana, pero los excesos líricos de ciertas teorizaciones destruyen la autenticidad de esa relación. La comunión plena, sin límites, entre dos seres humanos no es posible sin el menoscabo de uno de los dos o de ambos, que quedan deshumanizados en ella. La unidad amorosa solo es real como contradicción entre la necesidad de separación que es imprescindible para que se desarrolle la naturaleza radicalmente única de cada individuo –originalidad personal que existe en la criatura humana desde su nacimiento, si no antes- y la necesidad de disolverse en el otro para vivir el amor plenamente.
La relación diádica madre-hijo puede ser trasmutada fácilmente en monstruosa cuando pierde el equilibrio que permite a la criatura crecer y a la madre seguir siendo mujer, persona, ser humano integral… y además madre.
Pero pensar la maternidad sin el correlato de la paternidad es una incoherencia pues la realidad humana es sexuada y la realidad de la reproducción humana es que necesita de la colaboración de los dos sexos. Reconociendo que hay muy diversas formas de ejercer la crianza de la prole humana que son legítimas y benéficas, siempre que se basen en el amor, se ha de admitir que la más común de todas es la relación triangular entre una madre, un padre y los hijos. Es esta última la que ha sido hostigada con fiereza por las corrientes neopatriarcales del feminismo para las que “padre” es sinónimo de “represor” y creador del “orden simbólico” que ata a las mujeres al patriarcado. El padre aparece como el artífice del robo de la maternidad verdadera y la libertad femenina, el que expolia a la mujer de su prole y la reduce a recipiente de la gestación. De esta forma se achaca al varón la responsabilidad de un orden que se fundamenta, no en la biología, sino en las estructuras políticas del poder de las que emana el patriarcado (la sumisión antigua de la mujer) y el neopatriarcado (la moderna discriminación femenina)
Al presentar al “padre” como figura intemporal toman, para definirlo al “pater familias” del derecho romano, ignorando malintencionadamente la existencia histórica, al menos en la cultura occidental, de otra paternidad que se expresa, por ejemplo, en la imagen recurrente en la iconografía religiosa hispana de la figura masculina en funciones de cuidado y afectuosa dedicación al niño, una imagen presente desde el románico y que tiene una expresión estética singular y magnífica en algunas de las piezas de la escuela castellana de escultura del siglo XVII.
La recuperación de la figura paterna es un componente esencial de la lucha por la libertad reproductiva, el varón no puede ser considerado mero genitor en el sentido biológico porque la reproducción trasciende el instinto vital y se expresa en la relación triangular entre la madre, el padre y los hijos o hijas, relación que es atributo, precisamente, de la civilización humana. El padre no es tan sólo un acompañante periférico del acto genésico, debe ser figura participante desde el momento anterior a la gestación, durante el embarazo y el parto en el que interviene desde fuera físicamente, pero dentro afectiva y personalmente.
La figura masculina es decisiva en la crianza, proporciona a la criatura una forma de afectividad diferente de la femenina que no puede ser valorada como de mejor ni peor calidad, sino distinta. La participación externa, no corpórea, del padre en la gestación hace que su relación con la criatura tenga otra distancia que la de la madre lo que es esencial en el crecimiento infantil, representa la objetividad y la realidad del mundo, atempera el exceso emocional que, inevitablemente, se produce entre la madre y el bebé por la intensa relación física que establecen y que, si no se limita y atenúa impide la construcción de la personalidad independiente, única y autodeterminada de la criatura y cercena también la personalidad materna que queda empobrecida y debilitada igualmente.
En las sociedades de la modernidad tardía la función paterna ha sido trastocada de forma profunda, el padre es hoy un no-padre que imita a una madre (que tampoco sabe cómo ser madre) lo que está produciendo trastornos innegables en las criaturas que se manifestarán en los próximos decenios. De entre estas perturbaciones serán, sin duda, aquellos elementos relacionados con la identidad, la construcción de un yo singular equilibrado entre su interioridad y su vinculación objetiva al mundo, la posibilidad de superar el egocentrismo y la construcción de los elementos sexuados de la personalidad, los más afectados por esa pérdida.
La negación de la aportación del varón a los cuidados de la prole y la desaparición a la par de la trama de las relaciones de apoyo mutuo forman parte de un mismo proceso que aísla a la mujer madre, impide su desarrollo como persona, la expulsa de la vida social y política, la margina de la forma más brutal, de manera que la maternidad queda convertida en una experiencia trágica, sombría y destructiva.
En conclusión, si no lo remediamos, el gran cataclismo que supone la desnatalidad traerá, entre otras muchas consecuencias, la destrucción del sujeto como destrucción de los hombres, las mujeres y los niños alterando tan profundamente sus ideas, conductas y deseos que el ser personal de los individuos estará en vías de desaparición en unos pocos decenios, constituyéndose un subhumano que será criatura del poder, pero no de sí misma. La posibilidad de frenar las fuerzas exterminacionistas y devastadoras que se ciernen sobre la condición humana depende de que asumamos la responsabilidad individual y colectiva de recuperar nuestra humanidad y luchar por ella.
La reconstrucción de una figura femenina que se afirme como compleja unidad de facultades y posibilidades, que despliegue sus capacidades intelectivas, relacionales, afectivas y morales, su creatividad y capacidad de elección con juicio, que recupere la maternidad y sea capaz de compartir la crianza, que no agote su vida en esa experiencia sino que, reconstruyendo la trama del apoyo mutuo que tuvo la ancestral comunidad humana en estas tierras hasta hace no tanto tiempo, pueda ser, además de madre, mujer, compañera y amante, también sujeto participante en las tareas históricas que conduzcan a la regeneración social, es una aspiración tal vez no factible como plenitud pero sí como inspiración o ideal en el que pongamos nuestro ánimo y esfuerzo
Prado Esteban Diezma
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