La rentabilidad militar
de movilizar a los oprimidos.
Ayer aparecía en los obituarios
de El País la necrológica de Stanley Resor, secretario del Ejército de EEUU
durante los años de Vietnam, se dice de él que “combatió la segregación en la
armada y nombró mujeres para la cúpula militar”.
Efectivamente la guerra de
Vietnam fue el laboratorio en el que se fraguó el eficacísimo modelo de
reforzar el estamento militar incorporando a los sectores sociales a los que previamente
se había victimizado, en este caso los negros. El Estado emergió ante ellos
como el artífice de su emancipación. Resor creó un departamento para resolver y
castigar cualquier rasgo de segregación racial en el ejército, de modo que fue
la institución militar la vanguardia de la “liberación” racial, es decir de un
modelo de interesado antirracismo que todavía hoy tiene seguidores fanáticos
que no desean ver la realidad.
Lo cierto es que 275.000 negros
sirvieron en Vietnam, siendo el 11% de población americana constituyeron el 12,6%
del total de soldados en el país asiático, el 25% de las unidades de combate y,
entre 1965-1969, el 14,9 de las bajas, lo que da una idea de la eficiencia de
esas operaciones de propaganda.
Resor también nombró a las dos primeras generales en la
historia del Ejército de Tierra, fue, con todo ello, uno de los diseñadores del
militarismo de nuevo cuño que ha hecho crecer el potencial de los ejércitos imperiales
de forma extraordinaria. Zillah
Eisenstein en “Señuelos sexuales, género, raza y guerra en la democracia
imperial”, es capaz de mirar el verdadero rostro del imperio norteamericano que
se nutre de personajes femeninos, de negros, de
homosexuales y lesbianas para
renovarse y refundarse en el nuevo siglo y señalar que las mujeres “no solo son
víctimas de las guerras, también participan en ellas”. Seguir proponiendo que
el machismo de corte tradicional y la homofobia es la esencia de la institución
militar es vivir de fantasías. Un caso significativo que demuestra que el
sistema tiene una gran capacidad de cambio es el de Margarethe Cammermeyer ,
miembro del ejército norteamericano desde
1961 que fue expedientada
por su condición de lesbiana y posteriormente readmitida por decisión judicial.
Su historia fue argumento de la película
“
Cammermeyer's story:
Serving in Silence” que
se emitió por televisión con gran éxito y audiencia en 1995 con Barbra Streisand
como protagonista y que, es seguro, incrementó el alistamiento de miembros de
esa minoría en la institución militar. David L. Robb en “Operación Hollywood.
La censura del Pentágono” (2006) ha estudiado la estrecha colaboración del
mundo del espectáculo con el ejército y la influencia sobre el reclutamiento
del cine, también puede consultarse “La casa de la guerra. El Pentágono es
quien manda”, James Carroll, (2006).
Ignorar que la victimización de diversos colectivos sociales es hoy un
mecanismo de integración en el sistema es no comprender lo esencial. Precisamente
a eso, a velar la realidad, se dirigen todas las grandes religiones políticas del
momento: feminismo, antirracismo y antihomofobia. Estas corrientes de pensamiento nada tienen
que ver con la auténtica defensa de la tolerancia y la integración, la igualdad
de trato y la buena convivencia, por el contrario los colectivos a que se dirigen
pierden su libertad básica, la de ser y pensarse desde sí mismos.