No puedo evitar un comentario al artículo aparecido ayer en el diario “El País”, “Las crueles fantasías de Angie”. La historia de María Ángeles Molina que asesinó a sangre fría a su marido primero y a una subordinada suya años después, con el único móvil del dinero, es un horripilante relato de la crueldad extrema a la que puede llegar el ser humano.
Cuando veo historias como la de Molina no puedo dejar de preguntarme en qué se funda ese argumento alucinado sobre la imposibilidad de que las mujeres pongan denuncias falsas aprovechando la Ley de Violencia de Género. Tan mujer es Ángeles Molina como lo era Ana Páez que murió a sus manos. Y a su marido, Juan Antonio Alvarez de poco le sirvió ser hombre y, por lo tanto, estructuralmente determinado a dominar, pues también acabó muerto.
Si existen mujeres que matan es de sentido común que también existan quienes ponen denuncias falsas (lo que no significa que todas lo sean). Impresiona que ese argumentario trastornado sea tan difícil de desalojar de algunas mentes, lo que demuestra que el fanatismo y el fideísmo religioso más extremo gana adeptos en esta sociedad.
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