Miraflores de
la Sierra, mayo de 2015
Una visión emocional
del
Nos
reunimos casi un centenar de personas de todas las edades, desde los cero a los
muchos años, venidos de muchos lugares, deseosos de encontrarse, conocerse y
reconocerse y pensar un futuro en el que la regeneración de lo humano sea
posible.
La
primera percepción es la de materialidad, poner cuerpo a relaciones que vivían
en el espectro de la irrealidad que dan las máquinas. Se busca el tacto de la
piel, el tacto humano que da expresión a los afectos como vínculos carnales.
Se
da lugar también a la necesidad de poner voz, comunicar, decir, la palabra ya
no es la fría escritura trufada de los símbolos estereotipados de los
emoticonos, cobra otra vida con el timbre peculiar de cada uno, se abre a lo
singular, al tono, volumen, expresión emocional, al alma propia de quien la
pone en el aire.
Tensión,
concentración, atención, escucha, esfuerzo. Durante tres días la voluntad de reflexionar
juntos, de pensar, entender e interpretar un mundo confuso y enfermo nos ha unido pero no deja por ello de
fluir la vida a nuestro alrededor, los niños, los juegos y la naturaleza envuelven
el ambiente y dan sentido integral a lo que hacemos.
Incluso
desde nuestras pobres capacidades de seres-nada fuimos capaces de hacer fiesta sin necesidad de otra cosa que nosotros mismos
y las ganas de festejar el encontrarse.
La
revolución tendrá que volver a poner la vida en primer plano, la vida que
palpita y se abre paso como ese roble que rompe con esfuerzo la costra de la
tierra desde el pequeño útero de una bellota, que se asoma al aire, diminuto
pero robusto, decidido a regenerar el bosque precedido de un ejército de humildes
aliagas y genistas, tejiendo redes amorosas y sensibles, lenguajes
impenetrables que circulan bajo tierra y componen un vínculo de todo lo vivo que
busca la luz y el cielo esforzadamente.
De
las plantas que encontramos, del modesto diente de león, las sencillas margaritas,
las primorosas orquídeas silvestres, la prolífica hierba doncella, hemos nosotros
de aprender a ser silenciosos pero decididos y enérgicos, fértiles y generosos,
abundantes y esforzados. Tal vez es el ritmo lento y silencioso de la vida del
bosque nuestro ejemplo, anclar las raíces en la tierra para elevarse sin miedo
a la soledad que espera a quienes miran a lo alto e intentan alcanzar el cielo con las manos.
Qué
frutos dará esta experiencia es difícil de saber pero hay una huella indeleble que
es también una bella expresión de los ideales de alumbrar un mundo con futuro.
Un
emocionado recuerdo para todos y todas.
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