FRACTURAS QUE
DEFINEN LO QUE SOMOS
(Apuntes para una estrategia)
“Puede ser un héroe lo mismo el que triunfa que el que
sucumbe, pero jamás el que abandona el combate”
Thomas Carlyle
Se preguntaba Simone
Weil en una ocasión cual es el motivo de que los pocos prevalezcan sobre los
muchos y que estos últimos se dejen avasallar por quienes son minoría y por
ende habrían de ser más frágiles, y se contestaba ella misma a continuación que
ello es consecuencia de que la minoría está unida y la mayoría separada.
No es un descubrimiento
nuevo aunque se siga olvidando su importancia, para Roma la máxima “divide et
impera” fue un principio estratégico decisivo.
Cuando el pueblo dejó de
ser pueblo y se tornó “masa” abandonó la condición de sujeto colectivo para ser
la suma de seres sin conexión entre sí que somos hoy.
La sociedad actual es el
resultado de un conjunto de fracturas que representan el fracaso de todo lo
colectivo y por lo tanto también la imposibilidad de hacer frente al sistema.
La fragmentación de la
sociedad es infinita, la creación de grupos de intereses corporativos cada vez
más específicos, la obsesión por las “minorías”, los victimismos, los derechos, las reivindicaciones y los
perfiles identitarios cerrados son algunas de las formas que adopta la sociedad
de las fracturas, la sociedad del desencuentro entre iguales, pero estos guetos
no son naturales ni auto-generados sino que se han fabricado sobre los grandes
desgarros que introdujo la modernidad.
Hablaré de algunas de
estas brechas que conforman los ejes de las roturas sociales básicas hoy:
LA FRACTURA CONVIVENCIAL ESTRUCTURAL
El pueblo fue el
no-Estado, un “otro” molesto y amenazador cuando tuvo proyecto propio,
instituciones, costumbre por encima de la ley, idiosincrasia y cultura
distintiva y creadora.
Todo ello estaba
inscrito en unas estructuras políticas (el concejo), económicas (el comunal ) y
estrictamente convivenciales (el apoyo mutuo y las formas, ritos, fiestas y
costumbres de la vida colectiva) pero estas maneras de relacionarse y
organizarse eran la expresión de un modo de entender el sentido y significado
de la vida humana y de un proyecto de comunidad
que permitiera llevarlo a cabo.
La destrucción de las
bases materiales de la sociedad popular, la persecución de todas las
instituciones que lo sustentaban, ha sido el centro del proyecto estratégico
del Estado. De ese proceso histórico de demolición de todas las estructuras
convivenciales traté en “Sobre el sujeto de la revolución” http://es.scribd.com/doc/143644195/Sobre-el-sujeto-de-la-revolucion-Reflexion-sobre-estrategia-Prado-Esteban
Los instrumentos para
desmontar una estructura que se mantuvo durante siglos y que ha sido
desmantelada en un periodo sorprendentemente corto han sido la ley (que se
apoya en los instrumentos de la violencia que permiten imponerla), la represión
por la violencia y el adoctrinamiento por
un lado (todo ello tratado en “Sobre el sujeto de la revolución”), y por otro la transformación de los cimientos
de la vida colectiva.
Tal vez una de las armas
más importantes en este proceso fue el
masivo desplazamiento de población desde el campo a la ciudad y la rotura con
ello de la comunidad vecinal. El espacio de la ciudad es naturalmente
desordenado y dislocado así como la vida en ella a la que le falta unidad
porque está sustancialmente fragmentada en actividades y situaciones alejadas
entre sí física y estructuralmente.
Otro fundamental golpe fue
el trabajo asalariado que es trabajo gregario pero no colectivo, en la empresa
capitalista cada obrero es ajeno a los demás, se relaciona con su parte de tarea,
con las máquinas y con los superiores jerárquicos. Como no se decide nada sino
que todo viene establecido desde arriba nada se discute ni se acuerda entre los
pares y por lo tanto el sujeto es siempre un solitario frente a su labor.
Pero el más letal fue la
creación del “Estado del bienestar”, una auténtica bomba en la línea de
flotación de la socialidad popular que hizo a todos independientes de sus
iguales y asociados al Estado de forma trascendental. El Estado del bienestar
desmanteló las obligaciones vitales que ordenaban la sociedad del pasado y
devastó la última célula de vida afectiva, la última institución natural que había
sobrevivido del desastre, la familia.
La casi completa
mercantilización y burocratización de las necesidades vitales ha sido el último
acto de esta tragedia.
La convivencia no es una
idea o una emoción, descansa sobre las ideas pero se sustenta en una base
material de interdependencias, proyectos y trabajos comunes, cercanía física,
obligaciones y compromisos y amor en obras. Desgajado de su materialidad pierde
fuerza y desaparece. Por ello el desmantelamiento de las bases estructurales de
la convivencia popular fue el motor decisivo del desmoronamiento de la
convivencia en sí.
La fractura convivencial
es uno de los mayores éxitos del sistema, es también una de las causas de mayor
dolor y enfermedad social y personal del momento, pero, hoy por hoy sigue siendo una situación
insuperable.
A la fragmentación
social se añadió la fractura ideológica, esta aparece en la forma de religión
secular o religiones políticas que han sido otra de las creaciones letales de
la modernidad liberal. El “derecho” al voto fue el instrumento para dividir a
los de abajo introduciendo a través de las adscripciones ideológicas el veneno
del doctrinarismo, la intolerancia y la enemistad entre iguales.
Carl Schmitt, en “El
concepto de lo político” define la
política como el arte de señalar al enemigo, y así es, efectivamente, el
sistema de partidos que se basa en la polémica y el enfrentamiento. No se trata
de discutir sobre la veracidad de las cosas, sobre el bien o lo eficaz sino
oponerse en todo al otro y maximizar el antagonismo, así es como funciona el
parlamento y todas las instituciones de la partitocracia.
En esencia estas guerras
son solo un espectáculo puesto que el Estado tiene una unidad esencial en sus
proyectos estratégicos. Esta teatralización forma parte de la manipulación de
las masas de votantes que son adoctrinadas en el permanente conflicto y el
dogmatismo más hosco.
El “homo politicus” es la nueva criatura del Estado que hace (o
debe hacer) de las afinidades ideológicas el eje de su existencia, por ello el
sistema de partidos es el más eficaz
creando división en el pueblo, enfrentando a los pares en conflictos que
son en realidad guerras ajenas, guerras
que se libran en nombre de las doctrinas, las creencias y los dogmas, y que favorecen siempre a
quienes dictan la ortodoxia y tienen la
potestad de perseguir las herejías.
La trituración del
sujeto a través del trabajo asalariado, la especialización, el adoctrinamiento
y la ausencia de libertad permite su manipulación ideológica y política, por lo
tanto el sistema partitocrático precisa que cada uno de nosotros nos achiquemos
hasta el infinito.
Por el contrario la realización
del pueblo solo puede darse en la superación de las ideologías, a partir de un
ideario que implique la tolerancia, la búsqueda colectiva de la verdad y la
justicia como valores superiores al interés particular o corporativo, la
convergencia sobre las necesidades vitales, el respeto a la diversidad, el
ascenso de lo privado y lo individual que es la base de la vida
cooperativa, la autogestión y la
autoconstrucción.
La revolución tiene que
recuperar la noción de amistad como valor superior a la ideología, un valor que
permite la fusión de los afines y los discrepantes en la lucha común por
desentrañar la verdad y buscar la mejora social que permite la escucha y busca
la suma de todo lo bueno y lo bello que produce una sociedad dada con
independencia de su origen.
LA FRACTURA GENERACIONAL
La generación de quienes
tienen hoy menos de 30 años posee una particularidad terrible, carece de raíces
en el pasado, es una generación que se ha desgajado completamente de la
historia, una generación forjada en “lo
nuevo”. No se trata de una generación rupturista puesto que ellos no han roto
con un pasado que desconocen por completo, simplemente ha nacido fuera de los
parámetros en que han vivido sus ancestros y de la línea de continuidad de la
historia.
La ruptura generacional
se fraguó a lo largo del siglo XX. Generación tras generación se fueron
ampliando las corrientes rompedoras, juvenilistas, modernizadoras. El término
tradición y mucho más el vocablo conservador tomaron tintes de extrema negatividad
más allá de todo análisis o rigor sobre su significado real.
En contra de la creencia
común la exaltación de los movimientos juveniles tuvo algunos de sus máximos exponentes en el fascismo y el
nazismo que crearon potentes movimientos juveniles que buscaban integrar a las
nuevas generaciones en un vínculo casi religioso con el Estado. En 1933 Hitler
declaró en Keel que cuando un adversario le decía que no estaría nunca a su
lado él le contestaba “tu hijo ya nos pertenece”. El franquismo hizo lo propio creando el
Frente de Juventudes en 1940,
continuación de las organizaciones juveniles anteriores de la Falange Española.
Los movimientos
contraculturales de los sesenta, mucho más agresivos y con un distintivo
ideológico contrario fueron, sin embargo, continuistas en lo esencial con los
anteriores. En el Estado español colaboraron con el régimen de Franco en el
acoso al mundo rural, la tradición y el pasado popular y en la exaltación de lo
urbano, lo nuevo y lo moderno. Gracias a esa coyunda entre el franquismo y los
que se decían anti-franquistas se consiguió expulsar a seis millones de
personas del espacio en el que nacieron y en el que vivieron y murieron sus
ancestros, para poblar las ciudades y las fábricas y oficinas del régimen.
La vida urbana y la
salarización de la mayoría de la población masculina primero y luego también de
la femenina y la universalización de la educación para todos los niños y niñas
y los jóvenes cambió sustancialmente los modos de vivir y la familia. El franquismo
fue el auténtico artífice de la destrucción de la familia (http://prdlibre.blogspot.com.es/2012/06/una-nueva-reflexion-sobre-la-familia-en.html) que nunca más volvería
a ser la institución potente y autoconstruida que fue en el pasado.
Los jóvenes actuales son, en lo esencial, una
construcción del sistema educativo y la industria de la conciencia y del
entretenimiento. Para que esto pudiera hacerse había que hacer retroceder a la
comunidad que educaba y a los padres y madres que protegían a su prole y les
enseñaban el mundo, la vida, los valores básicos con los que enfrentarse a la
existencia y la supervivencia. Para las nuevas generaciones la verdad, los
valores y la vida son asignaturas, conocimientos librescos, nada.
La divergencia respecto a esta gran revolución negativa es
tan pequeña que resulta insignificante, en lo esencial se ha consumado una
rotura que es civilizacional y que significa la pérdida de conexión con los
saberes, habilidades, emociones y proyectos forjados durante siglos y en los
que cada generación se involucraba asumiendo lo creado por sus mayores de forma
creativa y constructiva lo que significa que podía mantener unas partes, desechar
otras y aportar lo propio de su tiempo.
Además de la
desaparición de la familia la perturbación del nacimiento es otro factor
decisivo en la aparición de un ser desgajado de su raíz. La intervención sobre
el embarazo, el parto y la crianza ha tenido un crecimiento espectacular en los
últimos sesenta años.
La sustitución de las
mujeres de entorno y las parteras como principal sostén de la embarazada por
los médicos y los hospitales fue iniciada por el franquismo al mismo tiempo que
en el resto de Europa. Antes, desde el año 1939, la Sección Femenina de Falange
comenzó a impartir clases sobre cuidados en el embarazo, el parto y la crianza,
a poner en cuestión todo lo que las mujeres sabían para “enseñarles” (ellas que
no tenían hijos) los fundamentos de la crianza.
El franquismo creó un
modelo de madre adoctrinada para servir a los hijos sin amor, volver la espalda
a sus raíces y escupir sobre su pasado, educar a sus hijos e hijas para romper con
ese pasado y pensar únicamente en el medro, el ascenso social y el dinero, no obraron
así todas las madres pero lo hicieron las suficientes para cambiar radicalmente
la sociedad de su tiempo. Sus hijos e hijas fueron los artífices de la ruptura
con el mundo de sus abuelos y sus padres. Pillados entre la falsificación
franquista de la tradición, el auge de la contracultura y las carencias
afectivas, celebraron la modernidad que avanzaba y se sintieron más libres de la carga de la
historia.
Esa generación pasó más
años en el sistema educativo que ninguna otra en la historia hasta entonces,
pero no tanto como sus hijos, los jóvenes de hoy, que han sido abducidos por la
escuela y la ingente industria de la conciencia, la publicidad, las redes e
internet,. Dominados por un sistema cada vez más enloquecedoramente
adoctrinador y destructivo han sido despojados de todo conocimiento
auto-construido, de toda conexión con la propia experiencia y realidad,
desposeídos de lenguaje, emociones e ideas propios y no estereotipados, literalmente
vaciados de todo saber genuino y de las habilidades y capacidades que se
conquistan por la propia acción, la observación, la imitación y la relación con
los iguales.
Se espera de ellos que
no tengan mundo interior, raíces ni afectos que les sujeten a la tierra, que
sean mudables y nómadas según las necesidades económicas del capitalismo o las
estrategias políticas del Estado, por eso miles de ellos, ahora, abandonan su
tierra para poblar otros países con la única aspiración de un salario que
les procure un consumo de bienes y
productos algo mayor que en el solar de sus mayores.
Hasta tal punto se ha
roto la línea de continuidad entre las generaciones que se ha perdido el
lenguaje común incorporando al idioma una avalancha de tics y tópicos, vocablos
polivalentes e indefinidos y términos
tomados sobre todo del inglés que sería ininteligible para nuestros abuelos.
Se han transformado los actos humanos primarios, el acto de comer, de copular,
de parir, de criar, las formas de vivir, divertirse, todas las experiencias que constituyen la trama más
elemental de la vida son hoy profundamente diferentes de lo que fueron para
nuestros abuelos.
No obstante siguen
quedando resistencias sordas e hilos de conexión y de conciencia que afloran en
forma de islas en una sociedad cada vez más homogénea pero todavía no
totalmente uniformizada. Aparecieron también estos síntomas en las acampadas
del 15M en las que la cualidad de ser
inter-generacionales fue celebrada por todos. Pero la rápida derrota del
movimiento de mayo fue un empujón a nuevos avances en la destrucción de la
juventud y la ampliación de la fractura.
LA FRACTURA ENTRE LOS
SEXOS
No es nueva la guerra
entre los sexos, el Estado ha usado el enfrentamiento entre mujeres y hombres
de forma recurrente a lo largo de la historia, pero la actual contienda se ha
exacerbado tanto, ha generado un grado tal de destrucción, que amenaza con liquidar
la especie.
El patriarcado siempre
ha separado a los sexos, siempre ha establecido fórmulas de división y
enfrentamiento y jerarquías sociales que sostengan las jerarquías políticas. Es
lógico porque cuando las mujeres y los hombres estuvieron unidos y se sintieron
concernidos por los problemas de todos el pueblo fue fuerte y no sumiso. En
nuestro suelo las mujeres y los hombres del pueblo en la sociedad medieval y
preliberal, e incluso hasta la guerra civil, compartían todos los problemas de
la vida y los enfrentaban juntos, eso les hacía duros y tenaces frente a la opresión.
La nueva guerra de los
sexos consiste en culpar a los hombres de ser el origen de la dominación sobre
las mujeres y exculpar al Estado de cuya ley proviene, al menos en
Occidente, lo esencial de la opresión
femenina (este tema lo hemos abordado Félix Rodrigo y yo en “Feminicidio o
auto-construcción de la mujer” con una fundamentación exhaustiva)
El Código Civil de 1889
estableció por imperativo legal la subordinación de la mujer al hombre en el
matrimonio y su limitación en la esfera social a la vez que la obligación del
varón de protegerla y alimentarla, convirtiéndola así en una menor de edad
permanente. Hasta esa fecha y desde 1820 el pueblo había luchado contra la
codificación y a favor de su derecho consuetudinario que era no romano y no
patriarcal, lucharon hombres y mujeres unidos contra la preterición legal de la
mujer, la destrucción de la familia extensa y la intromisión del Estado en la
vida privada igual que lucharon unidos contra la conscripción masculina y las
Quintas.
El Código tuvo una
aplicación escasa hasta la guerra civil, las limitaciones legales a las mujeres
para firmar contratos o tener cuentas bancarias afectaban a las de las clases
altas pero no al pueblo, especialmente en la ruralidad, cuyo uso siguió siendo
hacer los tratos sin pasar por los trámites administrativos del Estado,
mantener la costumbre de tomar decisiones en familia (no solo contando con la
pareja sino también con los hijos desde edades tempranas) y sostener los
vínculos como habían sido tradicionalmente con independencia de la ley positiva
del Estado.
Fue el franquismo el
régimen que consiguió hacer del Código Civil de 1889, que no fue derogado en la
II República y que aún hoy sigue vigente, una ley aplicada realmente a la vida
del pueblo. Muchos actos de la vida comenzaron a ser sometidos a control e
intervención del Estado, incluyendo la organización de la familia.
El régimen de Franco fue pionero en la
expansión de la fractura entre los sexos. En 1948, en el momento más represivo
del régimen, se publicó “La secreta guerra de los sexos” de María Lafitte,
condesa de Campo Alange. Ese texto profundamente sexista presenta al
patriarcado como la consecuencia de una rebelión de los hombres contra las mujeres.
Muy poco se diferencian sus tesis fundamentales de las que defenderá Simone de
Beauvoir en “El segundo sexo” publicado un año después, en 1949, y que cita la
condesa elogiosamente en la segunda edición de su libro en 1950.
Tanto la aristócrata
feminista como la Sección Femenina, que en sus informes acusaba a los hombres
de la ruralidad de maltratar a sus mujeres, fueron eficacísimas colaboradoras
en el asentamiento del régimen. Acusan de machistas a los varones del pueblo y
especialmente a los de la ruralidad porque fueron los más beligerantes contra
el nuevo régimen. Sus calumnias se vierten sobre los hombres que tomaron las
armas en el maquis, que fueron el 95% de los fusilados, que poblaron las
cárceles de Franco, sobre los miles que murieron en el año 1941 en una extraña
epidemia de latirismo mediterráneo que solo afectó a varones jóvenes, es decir,
a hombres que se envenenaron comiendo únicamente almortas para dejar la poca comida decente que podían
conseguir a sus mujeres, seguramente embarazadas o lactantes, y a sus hijos
pequeños.
Pero el feminismo
androfóbico no conoce fronteras ideológicas, antes que ellas Mujeres Libres
durante la guerra civil denunciaba el machismo
de los hombres del pueblo que tenían cientos de miles de bajas en las
batallas (130.000 en la Batalla del Ebro), mientras apoyaba y aplaudía la
retirada de las milicianas del frente que justificaron con un argumento
machista que niega la capacidad y responsabilidad de las mujeres en la lucha
por la libertad al decir que “reconociendo
su propio valor como mujer, prefirió cambiar el fusil por la máquina
industrial, y la energía guerrera por la dulzura de su alma de mujer”.
El franquismo fue
pionero en institucionalizar la política para las mujeres y crear el primer
feminismo de Estado, por eso no es de extrañar
que buena parte del feminismo ortodoxo del presente se haya empezado a
quitar la máscara y se deshaga en elogios a la Sección Femenina de la Falange
como por ejemplo Manuela Carmena de Podemos.
El nuevo patriarcado estableció
la separación radical entre las mujeres y los hombres y la custodia y tutela de
las mujeres por el Estado. La influencia del poder sobre la vida social a
través de las mujeres se incrementó considerablemente y en numerosas ocasiones
fueron movilizadas para llevar a cabo proyectos de enorme envergadura como fue
la despoblación rural y la masiva emigración a las ciudades.
En 2004, cuando se
aprobó por unanimidad en el parlamento español la Ley de violencia de Género las
relaciones entre las mujeres y los hombres estaban ya dañadas irremediablemente,
el nivel de incomprensión, desencuentro y desconfianza era tan alto, el resentimiento
y el miedo tan poderoso -en las mujeres porque habían interiorizado la idea de
un agravio histórico universal y sádico del grupo de los varones sobre ellas y
en los hombres porque desconfiaban de sus compañeras y de sí mismos- que no ha
habido ni el más mínimo atisbo de lucha común contra una ley que lejos de ser
un error escondía uno de los más ambiciosos proyectos de ingeniería social
llevado a cabo nunca.
El programa de la ley
incluía, entre otras cosas, la reescritura de la historia e incluso de la
biografía de millones de mujeres y de hombres, el desvanecimiento de la
realidad velada por un muro de dogmas, mentiras y medias verdades, y mucho más
que eso, la creación de una corriente de depravación social por la desaparición de la idea de justicia y
equidad como valores universales y la naturalización de la mentira, el odio y
la venganza como formas corrientes y aceptadas de tratar los desacuerdos.
Estos han sido
ingredientes, junto a otros muchos tanto ideológicos como estructurales, de un
avance de la violencia entre las mujeres y los hombres que se ha hecho
bidireccional y cada vez más simétrica, más grave y más significativa.
Entre las estructuras de
vida que han colaborado a la crisis de la relación entre varones y mujeres se
encuentra el trabajo asalariado que, al separar (en general) físicamente
durante un tiempo creciente a los amantes los hace cada vez más ajenos y
lejanos. También la mercantilización de casi todos los productos y actos para
el sostenimiento de la vida; los cuidados que antes se recibían en el seno de
la familia cargados de compromiso y
afecto, ahora se compran como productos manufacturados o servicios de expertos
desprovistos de todo valor afectivo lo que genera un sentimiento de carencia y
hambre de amor permanente lo que es fuente de desencuentro e incluso de
agresión.
La caída de los
nacimientos es otro factor importante en estos procesos. Las criaturas han sido
en el pasado tanto causa como consecuencia de la cohesión social y de la
permanencia y duración de los vínculos entre mujeres y hombres. Hoy, con 1,2
hijos por mujer la sociedad no solo no es viable por la inversión de la
pirámide demográfica sino por la
deshumanización de la vida. La falta de la infancia en la cotidianidad social
crea sujetos tristes y solitarios por naturaleza. Los vínculos entre los
hombres y las mujeres cuando faltan proyectos comunes trascendentes, y los
hijos lo son, son más difíciles y menos duraderos.
Otro germen de dolor y
alejamiento entre los sexos es el declive
de la vida erótica. El descenso en calidad y cantidad de la vida sexual
es una realidad que se oculta por la credulidad de quienes admiten el relato de
los medios que afirman que vivimos en una sociedad que ha superado la represión
sexual del pasado. Como en tantos asuntos la realidad inventada tiene más
fuerza que la experiencia que calla y desfigura y la mentira se sostiene por la
vergüenza y el aturdimiento que sufren quienes creen ser excepcionales en su
desgracia sin comprender que no viven otra cosa que el signo de los tiempos. Tanto
el deseo, como capacidad del alma afectiva y emocional como las condiciones
físicas como potencia y voluntad del cuerpo han sido gravemente dañados por un
conjunto de factores orgánicos, emocionales, ideológicos etc. que son tan
complejos y forman una barrera tan tupida que serán muy difíciles de superar.
La médula de la sociedad
humana, cuando ha existido como sociedad horizontal y no de castas y
jerarquías, han sido siempre los vínculos derivados del Eros, desde ellos se
amplía la vida afectiva y social del individuo en círculos concéntricos cada
vez más amplios, desde la intimidad casi simbiótica de quienes comparten sangre
y origen hasta los sentimientos más universales de pertenencia a la humanidad.
Al romper el vínculo sexual entre mujeres y hombres se llega a destruir la
entraña de la vida civilizada conocida hasta el presente ¿Qué vendrá después? No
lo sabemos.
LA FRACTURA DE LA
HISTORIA
Hasta el hace poco cada
sujeto vivía en la línea de continuidad del tiempo que se mantenía por la
memoria colectiva, la cultura heredada, la transmisión oral, la recuperación de
las mejores obras escritas en el pasado, el legado literario y arquitectónico,
la tradición oral, los objetos, la ley no escrita de la costumbre y también a
través de los libros, la historia narrada, la filosofía y, durante mucho tiempo,
la religión.
En los breves momentos
en que se fusionó la tradición culta de la historia y la filosofía clásica con
la tradición del pueblo, como por ejemplo en monacato revolucionario de la Alta
Edad Media, la capacidad de transformación y revolución se proyectó
enormemente, la separación entre ambas robó trascendencia y altura de miras a
la cultura popular y fue causa, sin
duda, de su derrota final.
Siempre fue el individuo
un individuo inscrito en una línea de continuidad con el pasado pero el Estado emergente de la revolución liberal
tenía la potencia suficiente para romper ese continuum y decretar el inicio de
una era completamente nueva, en Francia lo hicieron materialmente cambiando incluso el
calendario.
Pero quienes llevaron
hasta sus límites la idea de reescribir la historia fueron precisamente las revoluciones proletarias que
llevaron hasta sus últimas consecuencias el programa político de la revolución
liberal y el capitalismo como denuncia Orwell en “1984”.
La rotura de la sociedad
popular exigía romper la permanencia de las instituciones del pasado, el
recuerdo de la forma y manera como se habían organizado los antiguos, rasgar la
memoria para que apareciera el presente
como único existente. Los liberales acuñaron el término de la “Edad oscura”
para definir el tiempo en el que se habían creado los fundamentos de su enemigo
natural, el pueblo, vertió ríos de tinta sobre el carácter supersticioso y
fanático de esos tiempos. Su anticlericalismo era, antes que nada, un odio
compulsivo por el cristianismo popular de la sociedad de los concejos y los
fueros, puesto que con la jerarquía eclesial de su tiempo tenía el Estado
liberal las mejores relaciones posibles.
El proyecto de
despoblación rural incluyó una nueva ofensiva en este asunto. Aunque el plan lo
gobernó el franquismo el mayor peso en la construcción de la mentira sobre el
mundo rural lo llevaron los intelectuales y artistas de izquierda que
escupieron su ponzoña durante años acusando a los habitantes del campo de ser
incultos, zafios, machistas, groseros, violentos e inhumanos.
La devastación
arquitectónica que produjo el gran movimiento de población de mediados del
siglo XX, borraron la huella material de los ancestros, muchos pueblos se
derrumbaron literalmente, las ciudades demolieron los antiguos edificios para
construir enormes barracones verticales en los que alojar a sus nuevos
habitantes. El paisaje cambió. Cada generación vivía en un nicho que se parecía
poco o nada al que recordaban sus mayores lo que estimulaba la rotura
generacional.
Si hasta entonces la
vida de un sujeto cualquiera se producía
en un proceso de continuidad y cambio pero siempre sujeto a la persistencia de
elementos de fusión con el pasado, de repente esto cambió. Las modas, la
cultura, los rápidos movimientos juveniles aceleraron los cambios (que ya no
eran dirigidos por sus propios protagonistas sino creados en los gabinetes del
poder).
El nuevo patriarcado,
fundado sobre el enfrentamiento entre los sexos, elaboró también su propia
versión del pasado para culpar a los hombres del pueblo de las desgracias de
las mujeres.
Es así que el sujeto del
presente ha perdido toda referencia cultural e histórica. Su memoria está
atrofiada, el paisaje en el que vive es de creación tan reciente que nada dice
del pasado.
Se ha producido de forma
real y no figurada el fin de la historia
LA
FRACTURA DEL SUJETO
En el camino de romper,
disgregar y atomizar se ha llegado hoy a las cotas más altas y destructivas, el
poder anida en lo más recóndito de cada individuo y va fragmentando su pensamiento,
sus emociones, su voluntad y su existencia. Es el propio yo el que está sumido
en una fractura interior, en una profunda esquizofrenia entre lo que siente,
dice, piensa y hace.
¿De dónde procede esa
personalidad quebrantada y herida? Los factores son múltiples y complejos y
tienen una potencia descomunal porque se afirman y multiplican en su
interacción.
La capacidad de
injerencia en la vida que tiene hoy el sistema es más potente que en ningún
otro momento de la historia. Nada sucede en la vida de una persona hoy por
voluntad de ser o gana, todo está pautado, organizado y decidido casi desde la
concepción pues incluso la experiencia intrauterina es supervisada por los
expertos.
Las criaturas son
intervenidas desde su nacimiento, pediatras, matronas, enfermeros, autoras de
catecismos de crianza, expertos y especialistas pesan, miden, normalizan y
reglamentan todas las funciones del bebé y la madre.
Una parte cada vez mayor
ingresa en el sistema educativo casi recién nacido y es obligado permanecer en
él hasta la juventud e incluso más allá pues llegan al inicio de la madurez a
estar todavía en la universidad, allí serán disciplinados y adoctrinados por un
número de años tan alto que conseguir la libertad de conciencia y el pensamiento
propio será una tarea casi sobrehumana.
Se inician en la vida
adulta cada vez más tarde por ello carecen de experiencia y voluntad en las
etapas más fértiles y enérgicas de la vida. Esto refuerza la fractura
generacional porque, lejos de sumarse a las generaciones anteriores en la lucha
por la supervivencia y por la mejora del entorno recibido, permanecen
infantilizados durante un largo periodo, ajenos a sus mayores, viviendo en un
mundo tan cómodo como falso.
Sometidos no por la
fuerza de la represión sino por el amaestramiento espera el sistema que sean
los esclavos felices. No tienen ideas propias y se doblegan a lo políticamente
correcto o a cualquier doctrina que les vendan ya terminada por pura pereza.
Desde que el Estado intervino
la familia, lo que se hizo eficazmente aquí en el franquismo, las carencias
afectivas han sido el sino de casi cada criatura que llega al mundo, la madre
franquista, trasmutada en ama de casa frustrada, neurótica por el achicamiento
existencial de la vida doméstica, y la madre del post-franquismo agobiada y descompuesta
por jornadas laborales extenuantes, sin energía para cuidar a su menguada prole
cuya crianza, a pesar de ello, exige cada vez más esfuerzo y sacrificio,
comparten la misma condición de haber trocado la atención y el amor por los fríos
servicios a los hijos, las más mayores actuando de criadas, las otras de chóferes
y financiadoras de las múltiples actividades, y ocupaciones de sus vástagos. El
sujeto de nuestro tiempo ha recibido más atenciones que las generaciones que le
precedieron y sin embargo permanece siempre hambriento de amor. Esa condición
de indigente afectivo le hace frágil y maleable, necesitado de reconocimiento
exterior y mirada sostenedora y por lo tanto heteroconstruido.
La identidad personal no
resulta ya del recorrido vital, la experiencia y la búsqueda esforzada de un
sentido a la vida. La identidad es manufacturada en la industria de la
conciencia, fabricada en serie como patrones de clasificación de personas. En
la sociedad de las etiquetas unos se nombran por su profesión, otros por su
ideología o por su condición sexual.
Cortan y recortan, retocan, liman y corrigen sus contornos para someterse a la
taxonomía de las identidades, a la norma de la fabricación en serie.
Todas estas cosas pueden
hacerse porque hay una estructura que sostiene el mal y lo multiplica. Un caso
es la especialización a que se somete al individuo hoy que rebaja su capacidad
para comprender el mundo puesto que hace que los conocimientos pierdan su
carácter transformador al quedarse fuera de un contexto proyectivo y práctico.
El conocimiento queda así también fragmentado, roto e inerme como potencia
regeneradora. De manera que las generaciones “más preparadas” de la historia
son también las más incultas y las más impotentes porque solo saben de la
parte, de lo parcial de lo casi infinitesimal de algún asunto, desconociendo
todo de lo global.
La pérdida del lenguaje
es la consecuencia natural de no tener con quien comunicar y carecer de
elaboraciones mentales propias, es decir, no tener qué comunicar. Por eso el
lenguaje de la sociedad actual es estereotipado y confuso salvo cuando se trata
de recitar de memoria consignas o tópicos. Esta condición estimula el
crecimiento de las religiones políticas del presente que se basan precisamente
en la monótona cantinela de un estribillo recitado de memoria.
Esta nueva criatura
carece de instrumentos para resistir al mal y por lo tanto ha de someterse a
él. No está unido a los otros, no conoce la realidad, no tiene capacidad de
satisfacer casi ninguna de sus necesidades básicas que ha convertido en
mercancías que compra en el mercado.
El individuo de este
siglo es un enclenque en su cualidad humana, las fracturas que se produjeron
anteriormente le han robado los ejes en que se sostiene la fuerza individual,
no tiene un entorno afectivo y humano que le apoye, conoce las mayores
dificultades para establecer vínculos afectivos duraderos y un porcentaje muy alto no tendrá hijos. Es
huérfano de forma trascendental porque no comparte casi nada con sus
progenitores y porque se ha emancipado de la historia, sus conocimientos no son
válidos para la supervivencia porque sabe de la parte pero no del todo, no
puede comprender la realidad por sí mismo y necesita que le descifre el mundo la
autoridad, no sabe vivir sin la protección y ayuda de las instituciones
políticas, lo delega todo a través del voto y el dinero que le proporciona
servicios y productos de mercado. Es, por lo tanto, un solitario ontológico,
completamente independiente de sus pares y siervo dependiente del Estado y de
la empresa y un incompetente para la supervivencia porque su inteligencia está
quedando atrofiada por la falta de esfuerzo creativo.
Llegados a este punto es
obvio que las tres dimensiones de lo humano que citaba Zubiri, la personal, la
social y la histórica están hoy profundamente dañadas, lo están de una manera
tan significativa y profunda que no sabemos si la situación es reversible.
Las roturas infligidas a
la sociedad humana son trascendentales, tienen un carácter civilizatorio pero
en el momento presente pueden afectar incluso a la evolución de la especie.
Las grandes
transformaciones estructurales tendrán una repercusión en la cualidad somática
de las siguientes generaciones. El ser humano domesticado está perdiendo
cualidades esenciales, como pasó a las ovejas que tras la domesticación
perdieron masa cerebral en muy pocas generaciones, la humanidad puede estar a
las puertas de una mutación radical de sus capacidades y sus funciones más
propias.
Que la cópula humana
comience a ser un acto excepcional sometido a la intervención de los expertos,
que el nacimiento sea cada vez más artificializado o que las mujeres pierdan su capacidad de dar a
luz por sí mismas ha transformado todos los procesos somáticos que presiden
esos actos, procesos que están asociados a episodios afectivos y vinculatorios,
Las hormonas que lideran los trances del amor conocen una fase de atrofia y
raquitismo que puede hacerse epigenéticamente hereditaria. El individuo del
futuro puede ser asocial y solitario no como producto de una decisión sino
sustantivamente, desde lo más interior, por carecer de los impulsos eróticos
que llevan al interés por el otro y a acoger a la especie. (de ello he hablado
en http://vidasana.org/noticias/la-ecojusticiera-natural-la-extincion-del-eros)
La pérdida del lenguaje
humano y su sustitución por un código estereotipado y funcional es otro gran
mazazo a la organización física de la persona, el cerebro puede estar mutando
por la falta de esos procesos de creación, igual que por la ausencia de
trabajos manuales y esfuerzo físico que degradan tanto la psique como el
cuerpo.
La desaparición de la
capacidad simbólica que ha acompañado a la humanidad desde su origen, de la
organización ritual de la vida y de la muerte, del sentimiento de
trascendencia, del silencio, la meditación, el recogimiento, la observación del
mundo y la aparición de una generación de individuos que viven de forma
permanente conectados a las pantallas tendrá una traslación física, psíquica y
espiritual en la evolución del linaje humano.
A todo ello hay que
sumar la devastación del nicho ecológico de la especie, la destrucción natural
es tan aterradora que no sabemos si habrá una morada habitable para nosotros
cuando volvamos los ojos.
No es seguro que seamos
capaces de volver a unir lo que hoy está separado pero lo que es indudable es
que somos nosotros, esos seres dañados y achicados, los que tenemos que
hacerlo. En el propio acto de asumir alguna parte de la enorme tarea pendiente
iremos reconstruyendo la fuerza y los conocimientos para sostenerla (http://prdlibre.blogspot.com.es/2014/12/elogio-de-la-iniciativa-individual.html) .
Tendremos que aceptar el
dolor, el sacrificio de lo accesorio y aún de lo importante, el agotamiento, la
pérdida, la privación y, sin embargo,
seguir sosteniendo la vida (http://prdlibre.blogspot.com.es/2015/03/integral-e-integradora-la-revolucion-y.html).
No aspiro a grandes
movimientos para abrir estos procesos, el compromiso ha de ser personal e
intransferible porque la fuerza de lo común hoy solo puede sostenerse en la
potencia de lo individual.
LA ANULACION DEL INDIVIDUO HA SIDO UTILIZADA TANTO POR LA DERECHA COMO POR LA IZQUIERDA.LA IZQUIERDA ANULA AL INDIVIDUO EN POS DE DE LA COMUNIDAD ENTENDIDA COMO EL PAPA ESTADO Y LA DERECHA ANULA LA INDIVIDUALIDAD EN POS DEL CAPITALISMO Y DEL ESTADO DEL BIENESTAR A CMBIO DE NUESTRO TIEMPO,VID ,ENERGIA DEDICADA A INTERMINABLES HORS DE TRABAJO Y ASI NO PENSAR NADAMAS Q EN CONSUMO IRRACIONAL.LA UNICA MANERADE INTENTAR CAMBIAR ESTO ES PROCURAR CADA UNO VIVIR MIRANDO HACIA DENTRO,DEJAR DE SER INDIGENTES DE AMOR COMO DICES DEJAR LA NECESIDAD DE APROBACION DE LOS DE AFUERA Y DESDE NUESTRA COMPLETITUD INDIVIDUAL Y LLENOS DE AMOR Y EN NUESTRO PRESENTE CAMBIAR NUESTRO ENTORNO MAS CERCANO Y POR LO MENOS SER MAS CRITICO CON TODO LO Q NOS INTENTAN IMPONER NO CON LA FUERZA DE LA REPRESION SINO CON MANTENERNOS EN LA IGNORANCIA O DISTRAIDOS CON COSAS BANALES.
ResponderEliminarHola Prado, la autorización marital se empezó a pedir a las mujeres antes del código civil de 1889, por ejemplo, a través de los Colegios de Médicos:
ResponderEliminarpg 169: "Las dificultades para que las mujeres continuaran ejerciendo esta actividad crecen con su progresivo control por parte de los Colegios de Médicos, que desde finales del siglo XVIII exigen a las que desean acceder a ella la autorización de sus maridos. "Don Agustín Ginesta, Catedrático de Partos del Real Colegio de Cirujía de San Carlos, dará principio a la enseñanza de las matronas", a la que "no se admitirá a muger alguna que no sea casada o viuda (..) con la licencia de su marido si fuere casada y no lo tuviere ausente". Diario, 1 de enero de 1796." Del libro Criadas, nodrizas y amos. Más info: http://lasinterferencias.blogspot.com.es/2014/05/he-encontrado-en-el-libro-criadas.html
Pero también a lo largo del siglo XIX las autoridades médicas y políticas solicitaban autorización marital, por ejemplo, de las nodrizas para emigrar del campo para ir a amamantar a los niños de las clases altas de las ciudades.
Un abrazo y enhorabuena por este texto.
Vaya panorama sombrío que dibujas. Un primer paso es tomar conciencia de él, y como dices la iniciativa individual, podemos ir rascando poco a poco esas barreras, con pequeños gestos y acciones diarias que muestren el compomiso con la verdad y la justicia. Parecen grandes palabras e irreales, pero no es así, cada uno si miramos podemos cambiar nuestra vida. Sólo nos falta estar convencidos de que merece la pena. Fue muy bueno tu elogio de la iniciativa individual, lo que nos queda
ResponderEliminarnada más víctimista que el "anarquismo" y su patética defensa de "los proletarios"
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