EL
PROTAGONISMO DE LA INFANCIA EN EL MUNDO TRADICIONAL
Este
fin de semana, coincidiendo con la festividad de San Antonio, se ha celebrado
en Fuentelcésped, Burgos, la fiesta de la Virgen de la Nava.
Podría
verse como una clásica romería pero un detalle original la hace especialmente
interesante a mis ojos. La primera vez que asistí en Fuentelcésped a la bajada
de la Virgen desde la ermita de la Nava quedé fascinada por la belleza de las
danzas que ejecutan cada año 8 niños de entre 8 y 14 años.
Ocho
muchachos y un “Zagarrón”, un chico mayor que antes fue danzante y que es quien
enseña los bailes y dirige el grupo, desarrollan las complicadas danzas de
paloteo durante varias horas de procesión. Ataviados al gusto del siglo XVIII,
con faldas y llamativos sombreros de flores los niños y más sobrio el “Zagarrón” con camisa y pantalón blancos bailan y cruzan
los palos con una destreza asombrosa.
No
es una fiesta de niños, ni una fiesta para niños, es una ceremonia de la vida
comunitaria, seria, como han sido siempre esos rituales que ponían en contacto
a la comunidad con sus orígenes y su identidad.
La
fiesta, en el mundo tradicional, tiene un significado mucho más allá de lo
religioso que es en realidad solo la forma, el trasunto de estas celebraciones
es la exaltación de la vida comunitaria y de los rasgos identitarios
compartidos y ritualizados que se transmiten de generación en generación.
Es
muy difícil hoy comprender el sentido tan profundo y tan espiritual que estas
fiestas tuvieron en el pasado, la frivolización del acto de festejar en el
presente, su depravación extrema que convierte cada celebración en una
borrachera colectiva o en un espectáculo en el que la mayoría son únicamente espectadores
sin voz ni participación alguna, nos ha robado la capacidad de entender el significado de estos solemnes rituales.
Por
eso es importante que en este caso el pueblo decidiera que serían los niños los
que protagonizaran esa ceremonia, los encargados de representar a toda la
comunidad en la fiesta. Esto, mejor que nada, expresa el verdadero estatuto de
la infancia en el mundo preliberal, en el que las criaturas eran vistas muy
tempranamente como miembros de pleno derecho de la comunidad e integrados en
las responsabilidades que se derivaban de ello.
La
forma actual de la fiesta, de finales del XVIII aparece cuando todavía en la
villa burgalesa, que tenía poco más de mil habitantes, existía el concejo
abierto, así lo explica Mª José Zaparaín en “Fuentelcésped. La villa y su
patrimonio, siglos XVII y XVIII”. El concejo se reunía y ordenaba la vida
colectiva en todas sus dimensiones por lo que cabe pensar que también de sus
reuniones tomó forma esta peculiar manera de festejar su tradición en la que el
centro son los niños.
Al
son de la dulzaina y el tamboril, en el momento central de los días de junio,
bajo un sol riguroso y agotador, los ocho muchachos bailan con una energía y
una emoción intensas, el “Zagarrón” anima al equipo y lo hace en algunos
momentos con dureza, y los muchachos responden saltando con más nervio,
chocando con más brío los palos que resuenan violentamente.
Los
bailes de paloteo son recuerdos de los ancestrales rituales de entrenamiento
militar de los pueblos libres medievales, requieren pericia, fuerza y arte y
son peligrosos pues producen heridas a menudo. Eso significa que la sociedad de
la tradición no tenía tendencia a “proteger” a los niños más allá de lo natural
en la primera infancia, confiaba en sus capacidades y en sus habilidades y no les relegaba a los espacios y las cosas
para niños.
En
los inicios del siglo XXI, la comunidad está desmembrada, la infancia confinada
en espacios por y para niños, los adultos ajenos a ellos, los jóvenes de
espaldas a unos y otros.
La
fiesta de San Antonio es hoy solo una sombra de lo que fue porque ya no existe
la comunidad integrada que daba vida a esa ceremonia pero con todo emociona lo
que queda de aquello y la fuerza y belleza de la ejecución que hace que en
algunas ocasiones los danzantes terminen con los pies sangrando.
Sí hay muchas danzas de paloteo, recuerdo también en Cortes (Navarra) y es muy interesante lo que cuentas sobre los niños tenido en cuenta no apartados en un "mundo de niños", son formas diferentes de ver la vida. Lo que sí es más trágico es que nos demos las espaldas entre las generaciones como señalas y como realmente ocurre, hacen falta puentes de comunicación intergeneracionales, sino la educación entra en crisis.
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