El tabú de la muerte
El
deplorable circo de Halloween nos recuerda un año más la triste condición de
nuestra sociedad. Con la ayuda inestimable de los maestros, los medios, la
industria del espectáculo y la hostelería, han
conseguido imponer el constructo de la industria norteamericana de la diversión y abrir una
brecha entre los jóvenes y la cultura de sus ancestros.
Quienes
andan gritando en las calles a favor de una "educación pública de
calidad" son los mismos que adoctrinan a nuestros hijos para olvidar sus
raíces, escupir sobre sus muertos y sumarse al espectáculo zafio, feo y
grosero, la apoteosis de la incultura y la aculturación que es Halloween.
Yo
volveré mañana a mi tierra, iré al cementerio con mis hijas a visitar la tumba
de mi padre y mis abuelos. Hablaremos de los muertos para no olvidar, para
traerlos por un momento a nuestro mismo espacio y nuestro tiempo y hablaremos
de la muerte, de su objetividad que planea sobre nuestra existencia material
todos los días de nuestra vida.
En
el pasado los muertos y los vivos compartían el mismo espacio, no se moría del
todo porque se seguía viviendo a través del recuerdo, del rastro material y
espiritual que cada ser dejaba en su entorno y que era conservado con amor,
cada ser hundía sus raíces en esa forma panteísta del vivir la comunidad. La muerte
estaba presente y la vida cobraba un sentido profundo y trascendente
precisamente por su fragilidad, por su fugacidad.
Se
vivía desde la infancia con la consciencia de la muerte, con la capacidad para
asumir la condición de mortal, con la facultad de sentir y dolerse de la desaparición
de los seres queridos, y se entendía el tiempo, el valor del tiempo que es la vida, la intensidad que se
ha de dar al lapso que nos corresponde, el valor de las obras que dejamos en el
corto plazo de la existencia.
Solo
hoy se muere para siempre, se borra el rastro de los que se van, se les olvida
para no sufrir y se destruye todo aquello que no tenga un valor crematístico.
Hoy se muere completa, absolutamente. Ni siquiera quienes van a ese último
trance de la vida van humanamente conscientes de sí, se les carga de drogas
para eliminar el dolor y la lucidez, ni siquiera ellos son dueños de su muerte.
El
Estado del Bienestar ha decretado la muerte de la muerte y ya solo existe como
espectáculo desvergonzado y chocarrero de calabazas, disfraces fabricados en
China y sangre de garrafón. Ya no existe la Muerte con mayúsculas, afligida y
doliente pero poderosa y heroica muchas veces. Tanto se ha frivolizado que ni
la muerte tiene ya sentido.
En
la cabecera del lecho de muerte de mi
padre, unas horas antes de que expirara, mientas acompañaba su último aliento
y, con la conciencia lúcida de la inevitabilidad del deceso, celebraba ese
épico aferrarse a la vida como lo hacía la gente del pasado, luchadores y
combativos hasta su último aliento y comencé a escribir este soneto que
grabamos luego en su tumba. Habla de su biografía, que fue la de una generación
consciente de su desarraigo vital, de su incapacidad para adaptarse a la vida
en la ciudad y del dolor y la rabia que le produjo una sordera prematura que le
aislaba del mundo y que jamás aceptó.
Has de volver al huerto, y su frescura
dará sosiego a tu alma herida
dejar, al fin, el duelo de la vida
buscar reposo allí, en la sepultura.
Descansa en paz, del campo en la espesura;
el silencio que envuelve tu morada
no será más la negra y seca
nada,
olvida ya la ciudad y su locura.
Vuelve a la tierra de tus años mozos
y descansa a la sombra de un olivo,
recordando las penas y los gozos.
Si la vida fue cárcel y tu cautivo,
déjala que escape hecha mil
trozos,
mira, que el silencio ya es amigo.
No estamos en el estado del bienestar. El estado del bienestar ha desaparecido hace mucho tiempo. Se nos han arrebatado tantas cosas que la gente necesita aferrarse a cosas que le hagan evadirse durante un rato, ser menos densos, tomarnos menos en serio. Antes era la fiesta de carnaval, tan denostada en el franquismo y que no llegó a cuajar con la democracia excepto en determinados ámbitos donde nunca dejó de existir. Ahora llega Halloween. Todos necesitamos algo en lo que trivializar la enorme densidad de nuestras vidas, incluyendo, por qué no, la muerte, que sigue acechando, con mayúsculas para todos.
ResponderEliminarMaravilloso Prado, gracias por estas palabras en defensa de nuestras raíces y nuestra cultura.
ResponderEliminarNoelia.
Escribes con bisturí. Enhorabuena.
ResponderEliminarJuan CAR
Hermoso soneto, muy parecido a mi pesar el de tu padre, también tuve que dejar mi pueblo y mis raíces en busca de "una vida mejor" y hasta ahora solo he encontrado miserias y malestares, en este país tan diferente del mio, anhelando volver algún día.
ResponderEliminarel soneto me parece precioso.
ResponderEliminarHola Prado, qué tal, me ha gustado mucho tu comentario sobre LA MUERTE, muy bueno y emotivo el poema, yo también he perdido a mi padre no hace mucho, también hombre de campo, y lógicamnete no he podido ni querido evitar evocar su recuerdo. Desde el principio me ha recordado un texto mío sobre la muerte que cierra esta colección de "seguiriyas", aunque yo no hablaba sobre halloween no hubiera estado de más: https://docs.google.com/viewer?a=v&pid=sites... y he querido compartírtelo,
ResponderEliminarque se puede descargar como otro puñado de poemarios en este enlace: https://sites.google.com/.../fand.../poemas-contra-el-pasado
un abrazo, jose.