Elogio
de la iniciativa individual
"Y
si alguno sabe qué debe hacer cada uno, y no tiene el valor de hacerlo, de nada
le sirve.”
Comentario
al Apocalipsis, Beato de Liébana
Se suele decir que lo que una persona puede hacer es demasiado poco, no
cambia nada y, por lo tanto, es inútil y superfluo. Ese argumento sirve a la
parálisis de toda la sociedad que queda a expensas de lo que promueven las agrupaciones
generadas por el Estado y sus instituciones que sí son operativas porque son
dirigidas, jerarquizadas y subvencionadas.
¿Qué puede hacer una sola persona? En primer lugar cada uno de nosotros
puede pensar en la totalidad de las necesidades de la humanidad, asumirlas en
su integridad y realizarlas hasta el límite de sus posibilidades. Cuando no son
los premios ni los resultados tangibles lo que nos mueve, sino la idea del
bien, de lo necesario; lo que cada uno de nosotros hace por ello tiene un valor intrínseco
primordial, puesto que si nuestro aporte
aumenta, aunque sea imperceptiblemente, la cantidad de virtud y de verdad que
hay en el mundo, es una inestimable contribución a la virtud y a la verdad, al
desarrollo de la vida y a la regeneración social.
En la sociedad presente el emprendimiento y la iniciativa personal
quedan limitadas al ámbito de lo
económico y lo empresarial, la creatividad y la inventiva son siempre un
producto para venderse en el mercado, no hay espacio para hacer las cosas por vocación, por amor a la verdad, a la
belleza y la virtud y por lo tanto solo hay lugar para el crecimiento de lo
sistémico y no lo hay para la apertura de caminos paralelos o contrarios a lo
establecido.