LO NUEVO Y LO FEMENINO.
“¡Triste "hoy" que anhela el
"mañana" para trocarlo en "ayer"!”
Pedro
Antonio de Alarcón
Este artículo fue publicado en el libro "Reflexiones sobre el 25-S". Lo publico aquí con algunas modificaciones.
Lo
cierto es que el sistema de dominación ha colocado entre los puntos centrales
de su estrategia conquistar a la mujer para su causa, o, cuando ello no es
posible, simplemente destruirla como mujer y persona, proyecto que está en un
grado de consecución muy alto en el presente. El régimen actual se refunda a
través de estas operaciones que incorporan nueva savia a sus estructuras, le
dan legitimidad y le permiten fagocitar el entusiasmo que suscita en los
sectores victimizados la falsa emancipación tutelada. Así está utilizando a las
mujeres como correa de transmisión de sus proyectos, al igual que lo hiciera el
sistema patriarcal decimonónico con los hombres.
Si
para el poder es cardinal ganar a las mujeres, mucho más lo es para cualquier proyecto
de regeneración social; todo movimiento que no sea capaz de atraer la energía
femenina a su causa está, por definición, condenado al fracaso. No puede haber
una subversión de las instituciones ilegítimas de poder si no hay integración
de los sexos, esto es, si se consuman la división social por géneros y el
gravísimo desequilibrio entre mujeres y hombres en las luchas.
Por
eso, ignorar la “cuestión femenina” o reducirla a un punto en el programa
denunciando la “desigualdad de género y políticas patriarcales” es un desatino
si no una majadería, pues lo constatable es que las mujeres se han movilizado
en las tareas que les asigna el sistema, mientras están paralizadas en todo
aquello que busca la subversión de las estructuras de opresión social. Las
consignas anti-patriarcales son una apostilla que manifiesta el machismo
residual de quienes las usan, que las incluyen por puro paternalismo pero las
contemplan como una concesión a lo trivial y poco significativo, las “cosas de
mujeres”, lejos de comprender el carácter estratégico que la cuestión femenina
tiene en nuestra época y que significa que los
hombres y mujeres que deseen una revolución regeneradora deben tomarlo como
uno de los ejes de su actividad.
Los
que deseamos comprometernos con un ideal de renovación social integral e
integrador que ponga fin a la sociedad de la maximización de la opresión, necesitamos
entender los motivos de la parálisis femenina en las luchas, pero sobre todo
las causas del ascenso de la participación de la mujer en los proyectos del
Estado y el capitalismo, un asunto cuya intelección se me antoja especialmente
difícil.
Muchos
piensan que esa escasez de mujeres en los indigentes movimientos de masas del
presente (tan tristes que no pueden, en puridad llamarse ni movimientos pues
solo las subvenciones los mantienen en pie) tiene que ver con el rechazo de la
violencia por parte de las féminas, algo que está inscrito en nuestra psique y
es consustancial a nuestra biología. No es un argumento aceptable. Nada hay en
nuestra naturaleza singular de mujeres que nos incapacite para tomar parte en
los choques más duros del conflicto social. Que las mujeres pueden ser tan
violentas como los hombres es un hecho constatable cada día en la vida social,
y que lo pueden ser tanto personal como institucionalmente se comprueba en que
el contingente femenino en el ejército español (y en prácticamente todos los
del planeta) es cada vez mayor y más eficaz.
En
nuestra historia la concurrencia femenina en los momentos más ásperos de la
lucha contra el poder establecido ha sido la norma y no la excepción; un
ejemplo significado y admirable, sucedido en Madrid, fue el conocido como
“Motín contra Esquilache” en marzo de 1766 en el que miles de madrileños y
madrileñas asaltaron instalaciones castrenses, protagonizaron choques
violentísimos y pusieron en jaque durante varios días al poder constituido. Tan
alta fue la participación femenina, tan briosa y vehemente su acometividad
hacia las fuerzas de orden, que un narrador anónimo las llamó “amazonas
arrabaleras”. Las mujeres no solo participaron en las asambleas populares que
se realizaron en diversas partes de la ciudad durante los días que duró la insurrección, sino que llevaron a
cabo acciones tan heroicas y arriesgadas como los hombres y se llegaron a
constituir escuadrones femeninos que hicieron un desfile triunfal por la calle
Atocha[1][1].
En la mayor parte de las situaciones históricas de conflagración violenta en
las que tomó parte activa el pueblo la mujer fue parte viva y sustantiva de la
acción; lo fue, por supuesto, y con especial relevancia, en las guerras
antinapoleónicas en las que actuaron con tanto arrojo y valentía como los
hombres, algo que asombró y espantó a los franceses que consideraban
antinatural luchar contra mujeres[2].
Por
lo tanto, de asumir como una realidad que las mujeres rechazan implicarse en
los momentos de violencia y arriesgarse o ponerse en peligro por un ideal,
tendríamos que concluir que ese es un ingrediente de la personalidad femenina
moderna y no de la tradición, y que está restringido a ciertos sectores de
mujeres, las que pertenecen a las clases subalternas y no participan de las
instituciones del Estado y del poder, pero no actúa sobre las que forman parte
de sus ejércitos, policías y jefaturas políticas, económicas, militares y
burocráticas, lo que demuestra que la personalidad femenina ha sido sometida y
maniatada con especial virulencia en nuestros días mucho más que en el pasado y
lo ha sido únicamente entre las mujeres del pueblo y no entre las poderosas.
Esto reafirma lo expuesto al inicio, es decir, que el proyecto estratégico del
poder de desmovilizar y paralizar a las mujeres para robustecerse y renovarse está
cumpliendo sus letales designios.
Otras
explicaciones apuntan a que las féminas se han volcado en el medro y el ascenso
social, que están comprometidas con el progreso de sus carreras y profesiones y
no desean implicarse en la transformación positiva del mundo. Esto es cierto
para un sector no insignificante del sexo femenino, pero no puede explicar
porqué en las acampadas del 15-M, al menos en sus inicios, las mujeres tuvimos
una presencia significada y porqué esta situación no se ha mantenido después.
De manera que si es un factor a tener en cuenta no puede ser elevado a causa
última o principal del problema.
Algunos
entienden que las mujeres no se suman a determinados programas políticos porque
perciben su insustancialidad y porque son portadoras de una lucidez natural y
un conocimiento intuitivo de la realidad[3].
No niego que la experiencia de una parte de las mujeres, muy apegada a la
realidad tangible de la vida nos haga menos proclives a sumarnos a
proyectos cuya característica más
sobresaliente es un reformismo alucinado producto del encogimiento intelectual
de quienes lo sostienen, pero lo cierto es que, en el caso de que tal cosa exista,
no se ha traducido en un movimiento hacia la reflexión propia, en una propuesta
renovadora. Tenemos mucha necesidad de mujeres pensadoras y preparadas porque
sin un impulso a la actividad de la conciencia en la que participe también la
mujer no es posible soñar en que se genere una acción eficaz contra la opresión
social, pero hemos de reconocer que hoy el pensamiento femenino es muy
insuficiente y precario.
Para
muchos y muchas la parálisis femenina se explica por la tendencia inducida por
el patriarcado a confinarnos en lo doméstico; esto cuadra mal con el hecho de
que las mujeres sean ya mayoría en la universidad y estén alcanzando la paridad
en la actividad laboral a salario, sin embargo contiene una parte de innegable
verdad que es mal comprendida por la mayoría. Si el franquismo consiguió aislar
a las mujeres en el hogar lo hizo únicamente para poder manipular mejor su
psique y adecuarlas a la ideología que hizo una religión de lo pequeño, lo
anodino y lo vacío. El trabajo doméstico que antes había sido una actividad
compleja, colectiva y creativa se trocó en quehacer incesante, maniático y
repetitivo con lo que las condiciones de vida y también el pensamiento de las
mujeres se transformaron[4].
En realidad, la vida hogareña no era el fin sino el medio; al degradar tanto
las condiciones de vida de las mujeres y hacer insoportable lo que antes había
sido agradable[5] se
pudo dirigir a las féminas hacia el salariado.
Pero
el modelo de trabajo a salario no ofrece a la mayoría de las mujeres más
posibilidades de crecimiento y progreso personal que la vida doméstica. El arquetipo
moderno de mujer “emancipada” reduce la existencia a una actividad incesante y
repetitiva y siempre dirigida desde fuera, con lo que no ha ganado nada
respecto al ama de casa franquista. La actividad reflexiva está en la mujer
moderna tan excluida como en la mujer hogareña, más incluso, pues la segunda
había de tener cierta autonomía para organizar su hogar, autonomía que la
asalariada media no tiene, de modo que la nueva domesticidad se compone de adoctrinamiento,
trabajo a salario y consumo, actividades que poseen, para muchas mujeres, un
componente de metafísica devoción y que se traduce en una merma sustantiva de
su capacidad para comprometerse en metas trascendentes y complejas.
De
modo que podemos concluir que la mujer ha sido, efectivamente, domesticada por
medio del encierro en lo casero e insustancial, lo que tiene como consecuencia
su apartamiento de toda empresa grande o revolucionaria; pero tal situación no
se produce a través de la vida hogareña, sino del par empleo-consumo,
actividades que componen una neo-domesticidad más nociva que la de antaño y que
consume casi toda la energía de la mujer.
Se
habla también de la inseguridad de las mujeres, del eterno complejo femenino de
inferioridad asociado a la educación patriarcal, como causa eficiente de
nuestro estancamiento, lo que es cierto, pero ha de ser matizado. En primer
lugar, el temor de las mujeres a comprometerse con el mundo tiene que ser
comprendido en su expresión actual, ni es eterno ni consustancial a nuestra
biología; sucesos como los comentados del motín contra Esquilache y muchos
otros demuestran que no siempre las mujeres vivieron en el miedo y la
inseguridad. A los más escépticos les recomendaría una lectura atenta del
Quijote, escuchar a Marcela o Dorotea, para comprobar que el complejo femenino
es mucho más moderno de lo que creemos.
Ni
todas las mujeres son hoy inseguras ni lo son en todos los ámbitos; en las
jefaturas de los múltiples centros de poder hay muchas mujeres seguras de sí
mismas y en sus aledaños podemos encontrar muchas otras que buscan
vehementemente el reconocimiento de esos estamentos para construir la seguridad vital básica, de manera que esa
personalidad cobarde no se manifiesta en todos los espacios, sino en aquellos
en que ha de ejercer una acción libre y autodeterminada, elegir sus metas y
luchar por ellas, lo que significa que es, esencialmente, miedo a la libertad.
Aunque
todo lo anterior expresa problemas reales del presente de la mujer, ninguno de ellos
nos aporta suficiente luz para entender por qué las mujeres que se
comprometieron en las acampadas del 15-M se han apartado ahora de la acción, sea
ésta para sumarse a los raquíticos movimientos que han seguido o para criticarlos,
cuestión de orden trascendental. El hecho de que esta cuestión se olvide y se
margine por la práctica totalidad de quienes se interesan por los problemas
sociales del momento manifiesta que un machismo residual y una bonancible misoginia
tienen carta de naturaleza entre nosotros.
No
sólo intuyo, sino que vivo corrientemente esa sensación de que no hay un sitio
para lo femenino en la actividad que llaman “pública”. Aquellas que triunfan y
se integran, sea en la política o en la economía, se despojan de su feminidad
como de un traje incómodo, manteniendo las formas femeninas pero renunciando al
contenido de su diferencia sexual, y peroran acerca de ocupar ese espacio que
consideran reservado al “hombre” y al que tienen derecho. Por el contrario, la
mayor parte de las mujeres viven en la confusión y el conflicto interior (y los
hombres también) producto de la incapacidad para situarse fuera del paradigma
dominante.
Efectivamente, la política, tal como se
concibió en la revolución liberal, es “cosa de hombres”, aunque sólo si se
considera al “hombre” abstracto construido a partir de la organización
biopolítica del Estado, es decir, no por la forma natural de ser varón, sino
por la condición sobrevenida de las funciones concretas a que el Estado ha obligado
a los varones desde el triunfo del orden constitucional y representativo.
El
sistema de partidos que funda el liberalismo introduce un modelo de profunda
división y fragmentación social e identitaria en múltiples planos, su función
principal es esa y no otra. Siempre excluyó a las mujeres taxativamente, pero
también buscó dividir a los hombres del pueblo rompiendo la tolerancia y
respeto por la diversidad y la diferencia que había primado en la vida popular[6].
Mientras
el pueblo vivía en una percepción integral e integrada de la vida en la que lo
político era parte y no todo y estaba determinado por las necesidades humanas
fundamentales entendidas en un sentido elevado y sublime[7]
y no grosero o mezquino, con una concepción más cercana a la forma como las
expresa Simone Weil[8],
anudadas las demandas del cuerpo y del alma expresando la unidad de ser humano,
reivindicando la necesidad de verdad, de belleza, de raíces, de historia, de
convivencia y amor, de libertad y de equidad y justicia, como necesidades
básicas, tan físicas como las que permiten la vida del cuerpo, el sistema
imponía una sola dimensión, la de la dogmática partitocrática, la de las
ideologías excluyentes y unidimensionales que
reducen la existencia a su ordenación jerárquica desde el poder, a la
norma.
La
política nunca debería ser eje principal de la vida sino materia derivada de
los fines reales de la existencia, la convivencia, por ejemplo, se debería
apreciar como un bien de mayor categoría que la identidad política. La búsqueda
de la verdad posible en la realidad y la práctica debería estar por encima de
las controversias doctrinarias, los objetivos trascendentes de la vida y las
necesidades básicas del ser humano deberían ser el contenido último de todo debate
político. El sistema de partidos, representación, organización jerárquica y
Estado es siempre, con cualquier programa, indecente e inicua.
Lo
cierto es que donde triunfa el modelo de partidos y sindicatos como
instrumentos de la sociedad no-democrática con parlamento y representación
política, solo una ínfima minoría de mujeres, la que asciende a los puestos de
representación y a la jerarquía de poder, está presente, pero desaparece el elemento femenino en la base.
Sabemos
que en la sociedad tradicional, mientras el pueblo se mantuvo ajeno al sistema
de partidos e ideologías políticas cerradas y excluyentes, la mujer tuvo un
lugar destacado y activo, eso la hizo emprendedora y segura de sí misma. En
esas condiciones se enfrentó a la injusticia con acometividad y valentía unida
a los varones y enfrentada a los poderosos y poderosas. El sistema
constitucional y parlamentario instaurado en Cádiz en 1812 robó la voz y la
presencia a las mujeres del pueblo[9],
las invisibilizó, situación que continúa hoy, porque mientras se discursea
sobre la emancipación, se impide la expresión natural de lo femenino.
El
concepto moderno de lo político como hipertrofia de la normativización, la
ideologización y la jerarquía y ausencia de lo vital, lo convivencial, lo
trascendente o espiritual y lo horizontal choca de forma no consciente y no
buscada, pero real, con algunos hombres y con muchas, muchísimas, mujeres. Eso hace que los programas políticos
de la izquierda les sean ajenos y extraños y provoquen una apatía, un
decaimiento del interés por el que abandonan esos espacios.
Esta
revelación nos informa de la necesidad de recuperar una mirada holística que
integre la totalidad de la vida humana, las múltiples dimensiones del existir,
y que rescate la tradición occidental de pensar a partir de las grandes
preguntas sobre a existencia y los grandes marcos referenciales, a partir de
los ideales de vida, es decir, del sujeto y su proyección individual y
colectiva, y no del Estado; de las personas y no de las instituciones como hace
la izquierda. Este sería el contexto para buscar un nuevo paradigma con
posibilidad de aunar, en la acción por la transformación de la sociedad, a las
mujeres y los hombres.
Sólo
si fuésemos capaces de regenerar un nuevo sujeto colectivo, un pueblo con
conciencia de sí y con estructuras e instituciones propias, basadas en la vida
horizontal y el desapego a la protección del Estado, podría volver a
recuperarse ese espacio integrado, ese nicho, en el que las mujeres ocupen un
lugar propio y no otorgado[10],
en que la acción y la energía femenina se despliegue libremente.
Ahora
bien, no ha de entenderse lo antedicho desde el canon sexista-misógino creado
por el Estado feminista; la mujer no es únicamente la victima de esta situación,
sino que es co-responsable de ella; el victimismo nos sitúa en el espacio de
los incapaces y los indefensos, nos arranca la posibilidad de ser dueñas de la
vida y del futuro. Reconocer que las formas de organización de la acción
política del presente son anti-femeninas de forma consustancial y taxativa, no
implica justificar la parálisis de las mujeres, pues lo correcto ante ese
estado de cosas es la acción, el compromiso para transformarlo, algo que no se
está produciendo.
La
asignación por parte del poder de la condición de víctimas a las mujeres tiene
ese objetivo, su desmovilización estratégica; mientras dure el letargo femenino
la pervivencia del sistema está garantizada. Acoger nuestros deberes como
principal cimiento de la emancipación es la única salida a un momento de
dramática desaparición no sólo de la libertad, sino del carácter humano de la
vida.
Hasta
ahora la mujer se ha limitado a dar la espalda a los proyectos que, como las de
la izquierda, reproducen el modelo politicista y misógino heredado de la
revolución liberal, y a refugiarse en distintas formas de escapismo o encierro existencial,
haciendo así su particular contribución al ocaso del pueblo como ente con vida
propia y proyecto histórico, a la desaparición de la vida horizontal y la
fragmentación de la existencia y del pensamiento que impide cualquier acción
colectiva de alcance. Si la situación actual persiste y sigue ampliándose, la
aniquilación definitiva del sujeto colectivo antagonista del Estado culminará:
el poder constituido habrá cumplido sus objetivos estratégicos y obtenido una
victoria integral sobre el pueblo.
Se
trata pues, de generar un nuevo paradigma que pueda ser restaurador de la
unidad y de la fuerza horizontal, y de un nuevo sujeto colectivo que no será
copia del sujeto de la tradición, pues tendrá que enfrentarse a condiciones
completamente originales. Este nuevo modelo tendrá que buscar formas de acción
y pensamiento holísticos, globales, en contra de la parcelación y la rotura que
ha fraguado la modernidad, y deberá recuperar las grandes preguntas
existenciales como origen de toda acción fundante de un orden nuevo.
El
síntoma supremo del carácter renovador de un movimiento será su capacidad para
reintegrar la experiencia humana y para dar cabida a la expresión singular
sexuada de mujeres y hombres. Si acordamos que las formas de enfrentarse al
poder constituido han de ser renovadas en profundidad, y que se ha de explorar
procedimientos y recursos plenamente novedosos y creativos, sólo por ello las
mujeres habremos ganado espacio y prestigio en la vida social, pues estaremos
en un plano de igualdad con los varones que tampoco se han iniciado en estas
regiones ignoradas y misteriosas de lo por venir. Compartiremos pues, desde la
incertidumbre de quien se arriesga a lo nuevo, un camino que sólo por ser común,
y no segregado tiene ya, por sí mismo, un carácter revolucionario.
[1] “El Motín contra Esquilache. Crisis
y protesta popular en el Madrid del siglo XVIII” José Miguel López García,
Madrid, 2006. “Historias que cuentan: El Motín contra Esquilache en Madrid y
las mujeres dieciochescas según voces del XVIII, XIX y XX” Lissette Rolón
Collazo, Madrid, 2009.
[2] “Mujeres en la guerra de la
Independencia”, Elena Fernández, Madrid, 2009. “Heroínas y patriotas; mujeres
de 1808” Gloria Espigado y María Cruz Romero (coord.), Madrid, 2009.
[3][3] El análisis del programa con que se
llamó a ocupar el Congreso es constatación suficiente de la distancia que
existe entre el proyecto que presenta la dirección del movimiento y cualquier
posibilidad de subversión positiva del poder establecido; la mixtura de
reformas y utopías periclitadas que componen el programa-guía de las
movilizaciones no puede ser el portador del nacimiento de un sujeto colectivo
que proyecte una sociedad sin Estado, sin capitalismo y sin opresión política.
Por lo mismo solo puede ser considerado como un nuevo intento de refundar el sistema a partir de algunas reformas
insustanciales.
[4] “Feminicidio o auto-construcción de
la mujer. Vol. I. Recuperando la historia” Prado Esteban Diezma y Félix Rodrigo
Mora, Aldarull, 2012.
[5] Lo doméstico como la suma de las
actividades que cubren las necesidades vitales de las personas no es por sí mismo
destructivo ni embrutecedor; en el pasado, en el seno de las clases populares,
todos y todas dedicaban un tiempo a esas ocupaciones que son las más naturales
porque permiten la vida como vida humana. No se consideró que los trabajos que
se desarrollaban dentro del hogar tuvieran menos valor que los que se
realizaban fuera hasta que el salariado, proyecto de la revolución liberal que
se hizo universal en el franquismo, dividió la vida social en dos esferas
perfectamente separadas a las que se otorgó una diferente valoración, y
fragmentó la vida rompiendo la unidad del trabajo y la existencia.
[6] Una narración palpitante y
conmovida de su propia experiencia personal en una sociedad con un alma
convicencialista y sociable es la de
Santiago Aráuz de Robles en “Los desiertos de la cultura (una crisis agraria),
Guadalajara, 1979, en la que desgrana sus recuerdos de un universo en el que
las personas tenían un valor excepcional y las relaciones eran más importantes
que la afinidad de ideas. Otro documento de gran significación en este tema es
el trabajo de Ander Delgado Cendagortagalarza, “Protesta popular y política
(Bermeo 1912-1932)”, Revista “Ayer”, nº 40, Madrid, 2000. En este artículo el
autor estudia cómo las formaciones partidistas
liberales introdujeron en la vida popular la división y el conflicto a
través de los falsos debates políticos que llevaron a que la Cofradía de Bermeo
que, desde tiempos remotos, había sido un lugar de encuentro y apoyo mutuo de
los vecinos quedara dividida en múltiples facciones de orientación política
contraria. Así, donde había habido tolerancia y respeto, ayuda y cooperación el
sistema de partidos introdujo fanatismo e intolerancia, desavenencia y
escisión. El autor incluye múltiples referencias a la intensa participación
femenina en los conflictos violentos con el poder, añadiendo que, en la mayor
parte de los casos, eran ellas las que los iniciaban.
[7] Ver “Tiempo, historia y sublimidad
en el románico rural. El régimen concejil. Los trabajos y los meses. El
románico amoroso” Félix Rodrigo Mora, Tenerife, 2012.
[8] Simone Weil, “Echar raíces”,
Valladolid, 1996.
[9] “Feminicidio o auto-construcción de
la mujer. Vol. I. Recuperando la historia” Prado Esteban Diezma y Félix Rodrigo
Mora, Aldarull, 2012.
[10] Jamás podrá la mujer crecer en su
presencia social por efecto de las leyes, por las cuotas y los privilegios de
sexo, sólo el espacio que es naturalmente habitado, por decisión y disposición
propia y no por la gracia de las instituciones es un espacio de la libertad.
Excelente resumen de la situación en que estamos! Gracias una vez más, Prado! Subo el nexo al sitio institutosimoneweil.net
ResponderEliminarLas dos tendencias que dividían a la CNT eran dos capillas con su beatería de
ResponderEliminarfeligreses, terribles razonadores de su respectiva posición, de la que hablaban
y escribían incansablemente. Ambas tendencias pretendían ser los auténticos
representantes de la CNT. Una, aparentemente legal, cuyas posiciones cambiaban
cada vez que el Comité nacional del interior, invariablemente con residencia
en Madrid, caía en manos de las autoridades policiacas primero y judiciales
después, que les aplicaban largas condenas a ritmo siempre creciente,
hasta llegar a la suma de más de diez Comités nacionales presos y sentenciados.
No dejaba de ser admirable. Consecuentes con la línea formulada por
Leiva en México, nunca fueron detenidos por haber decidido una lucha frontal
contra la dictadura. El burocratismo carece de héroes, pero llega a tener
muchos mártires. Era el caso de los compañeros, tercos como no hay otro
ejemplo, que se dieron a la tarea de que nunca careciese la CNT de Comité
nacional en el interior de las fronteras.
Los de la otra tendencia, llamada «la de Toulouse», con buena plana mayor
de compañeros de relieve, como Federica Montseny, Germinal Esgleas,
Felipe Alaiz y José Peirats, no aspiraba a tener ni mártires ni héroes. Ser burócratas
les era suficiente.
Fue Federica Montseny quien, liberal a la manera de la familia Urales, se
opuso a mis sugerencias, en nombre de lo que entendía por anarquismo, y
que no pasaba de ser liberalismo radicalizado. Recurro al eufemismo de «liberalismo
radicalizado», más castizo que lo de «liberal burgués»» que nos escupían
los comunistas sovietoides.. Juan García Oliver. El Eco de los pasos.
Si los "Movimientos de masas" son hoy una basura y el anarquismo completo no llena un taxi, es por culpa de sus "dirigentes" actuales, que los tienen y son tan burócratas y manejistas como los que señala y desprecia García Oliver.
Entre despreciables subvencionados y chiringuitos de subsistencia el capital, el estado y la iglesia tienen muy fácil seguir dominando al pueblos otros mil años en este su IV Reich.
Desconozco quien es el sucinto historiador de la CNT pero me parece que comete varios errores de los que señalaré uno: no pienso que pueda unirse en un mismo tandem a José Peirats con la banda de Federica Montseny, desde luego los jóvenes, en los 70, que intentábamos difundir en el interior la revista Frente Libertario no lo hacíamos.
EliminarEn cuanto a lo de burócratas y manejistas habría mucho que hablar, el compañero Quevedo acuñó el concepto de asambleismo burocrático, y el manejismo es algo tan indefinido como ambiguo, y echar la culpa de todo a los dirigentes no tiene más sentido que culpar a las masas de estar integradas en el sistema. Son tópicos que convendría explicar con más detenimiento y espacio, para explicar las causas históricas y económicas.
Precisamente esta falta de explicación histórica y de sus fundamentos económicos es lo que echo de menos en muchos artículos, lo que termina en una explicacion basada en exceso en la capacidad de las ideologías tanto para lavar el cerebro en beneficio de las clases dominantes como para despertarlas y lanzarlas a la rebelión, y desgraciadamente tal piedra filosofal que movilizaría y volvería a todas las personas conscientes y revolucionarias no existe, muchos han sido los que la han buscado y todos han fracasado, La solución está en que el sistema capitalista cada vez va a ser más incapaz de sostener el nivel de vida, sólo puede ofrecer crisis, paro, miseria y hambre, guerra, destrucción y muerte, y será la rebelión contra esas condiciones la que volverá a poner en acción al sujeto revolucíonario, como siempre ha ocurrido en la historia, pues la gente no se moviliza por bellos ideales sino por necesidades materiales en una determinada encrucijada histórica.