“El alma humana tiene necesidad de verdad y libertad de expresión” Simone Weil

"Ni cogeré las flores, ni temeré las fieras” Juan de Yepes

A dar las pascuas







...A dar las pascuas

Dicen que este año ya no se han puesto villancicos en los centros comerciales, las navidades consumistas y descreídas de los últimos decenios han dado paso, por fin, a la extinción de la tradición ancestral del ciclo de invierno.
Un anticlericalismo tan superficial como necio ha descalificado el ritual festivo navideño sin comprender que hay en él tanto de profano como de religioso,aunque a mi me parece que hay más de alegría convivencial que de devoción. Así han arrojado la totalidad de las costumbres populares al basurero de la historia para dar paso a un mundo sin canciones ni ceremonias convivenciales, descarnado, depravado y podrido en el que ya no hay fiesta ni canto colectivo sino farra deplorable y viciosa, alcohol y violencia, y todas las degradantes diversiones que compra el dinero.
Prefiero la antigua alegría popular de dar las pascuas, visitar a familiares y amigos, cantar en común, pedir los aguinaldos, nada hay hoy tan expresivo ni tan intenso. Los villancicos se aprendían desde niños, todo el mundo sabía cantar y tocar y las rondas ensayaban desde meses antes para entonar con brío y con perfección las canciones que pasaban de generación en generación.
Todavía en las ciudades de los años cincuenta y sesenta se mantenían esas costumbres convivenciales y civilizadas, me lo cuentan mis vecinas más mayores que en Nochebuena los vecinos se juntaban en las casas y se iba de una a otra y se cantaba y se comía y se bebía y se estaba juntos hasta altas horas de la noche, “éramos como hermanos”, “éramos buenos vecinos”…
En este mundo sin canciones y sin alegría deseo dejar un recuerdo emocionado para aquellas costumbres del pueblo que hacían trascendente y buena la vida.


(3/3) Sobre el sujeto de la revolución. Reflexión sobre estrategia


SOBRE EL SUJETO DE LA REVOLUCIÓN
Reflexión sobre estrategia
Parte Tercera

"Pero tiempo vendrá en que seamos si ahora no somos."

Miguel de Cervantes


CONCLUSIONES Y REFLEXIONES FRAGMENTARIAS PARA ACOMETER UN PROYECTO ESTRATÉGICO.

El proceso histórico aquí expuesto, simplificado necesariamente por mor de la amplitud de los temas tratados, ha sido cuidadosamente dirigido por las elites del poder y se ha encaminado a ampliar su esfera de influencia y mando y a destruir a su antagonista potencial usando una estrategia liquidacionista.
El escenario actual se define por la victoria del proyecto de construcción del Estado-todo y la ruina no solo del ideal de sociedad democrática y auto-gestionada sino incluso del sujeto personal y colectivo capaz de pensar en ella. El reconocimiento de esa realidad es la primera condición para acometer una nueva etapa de conflicto con el sistema de dominación.
Este nuevo momento de la contienda con el Estado precisa de una estrategia cuyos fundamentos esenciales se deciden por:
1) La capacidad para definir unas metas propias no derivadas de la reforma del sistema, unos objetivos últimos o ideales que inspiren la acción y mantengan en cada fase del proyecto esa energía proyectiva o futurible. La definición de la posibilidad de vivir sin Estado debe trascender lo utópico o caprichoso, lo fraseológico y lo teórico y ser fundamentado como realidad hacedera y auténtica, limitada pero real y no ficticia, tal y como lo hicieran los liberales con su propio proyecto a principios del siglo XIX.
2) La aceptación de la situación actual tal cual es, sin adornarla ni ensombrecerla, para lo que hay que conquistar anteriormente la capacidad para penetrar en ella y comprender su orden y su realidad. Ello incluye el conocimiento profundo de las causas de la superioridad histórica del Estado y las elites del poder sobre el pueblo como proceso auto-evaluador y auto-crítico. Todos los Estados del mundo, al igual que los ejércitos, dedican lo mejor de su capacidad reflexiva e ideadora a estudiar sus derrotas, comprender los errores y evaluar sus experiencias y sacar conclusiones prácticas de ese análisis, ello permite corregir la propia acción y tornar cada vez más eficaz su intervención sea ésta política o militar.
3) La visión integral de la realidad, lo total como suma de las partes de cada situación y como relación entre todas ellas y sus contextos. Es necesario comprender al enemigo, su debilidad y su fuerza y la nuestra, entender que nosotros mismos somos parte del problema y que, por lo tanto, no miramos desde fuera sino desde dentro. Solo ello permite ir trazando la secuencia de acciones hacia los fines últimos. En necesario que se aborde cada situación desde distintos planos y perspectivas para tener una visión multidimensional de los problemas. El análisis de lo concreto y singular es el alma de la propuesta estratégica porque permite fijar los problemas esenciales y los secundarios, las líneas de actuación y ordenar y jerarquizar los blancos por su importancia relativa en cada momento, todo ello sin perder nunca el objetivo final y la visión integral.
4) es preciso mantener en todo momento una posición resueltamente temporal, no en la escala biográfica sino en la escala histórica pues los grandes proyectos estratégicos se sitúan en el largo plazo de modo que cada generación ha de evaluar la acción de las precedentes y concebir la propia. Eso significa que todo proyecto es un proceso, un camino, un itinerario abierto y prolongado que no empieza en nuestra vida ni termina en ella, que, por lo tanto, nos trasciende y nos supera.
En lo esencial estos cuatro aspectos determinan el pensamiento estratégico que es fácil de definir pero muy complicado de hacer y aún más difícil de aplicar y materializar. Por ello solo una sociedad con un alto grado de creatividad puede conseguir el margen de conciencia y libertad que proporciona el potencial de planear el futuro y materializarlo a través de la acción consciente y persistente.
En la lucha entre las elites liberales y el pueblo que se había constituido en la sociedad medieval y pre-liberal, los representantes del Estado tuvieron siempre la iniciativa estratégica, es decir actuaron a la ofensiva siempre, incluso cuando sufrieron derrotas y tuvieron que retirarse. El pueblo actuó siempre a la defensiva, resistiendo las acometidas de las instituciones, defendiendo cada parcela en la que fue agredido pero no el conjunto, al  no haber tomado suficiente conciencia de sí y de su proyecto histórico. Se luchó para mantener la situación precedente sin comprender que tal empresa era imposible pues el Estado se estaba transformando y no había vacíos de poder en los que vivir humanamente como habían hecho hasta entonces.
Defender el statu quo es, salvo en situaciones excepcionales, un error de bulto porque nunca existe la vuelta al pasado, la estrategia siempre mira hacia el futuro, en la historia no existe el retorno a una situación anterior. Todos los que se afanan por volver a tiempos pretéritos están condenados a extinguirse para el futuro, eso le pasó la sociedad rural tradicional y, como en una farsa trágica, hoy millones de personas reclaman tornar a la sociedad de la prosperidad de otros tiempos sin ser capaces de entender que tal mudanza ya no es posible.
El pueblo erró al no ser capaz de definir su proyecto en las condiciones distintas y categóricamente nuevas que se estaban creando, vivió en gran medida fuera de la realidad disfrutando de lo que todavía quedaba de sus antiguas libertades después de cada derrota, nunca tomó la iniciativa en el plano de la estrategia, no se pensó a sí mismo ni a la situación global y proyectivamente.
Mientras el sistema tuvo siempre clara la naturaleza integral del conflicto, y actuó en todos los planos, el pueblo fragmentó su lucha y se concentró en lo parcial y en lo inmediato perdiendo la perspectiva general y a largo plazo y acomodándose a cada pérdida como un mal menor.
Su desventaja respecto a las fuerzas del sistema devino principalmente de esos factores y no de la inferioridad de sus medios materiales porque en la guerra asimétrica la debilidad no es siempre un inconveniente sino que incluso puede ser una ventaja, en el estudio de las guerras reales se descubre que “las grandes epopeyas las han escrito los débiles”[1].
Entender el pasado es una tarea fundamental del presente pero su función no ha de ser recrearse en visiones victimistas o mitificadoras sino comprenderlo para aprender y discurrir las posibilidades de intervenir sobre el futuro. No hay verdades universales, por eso el estudio de lo acontecido tiene por objeto, no el copiarlo, sino adiestrar el espíritu en comprender lo singular, entender las decisiones y aprender a tomarlas en otras condiciones que serán, igualmente, singulares. Por eso la estrategia es definida por Clawsevitz (el gran teórico de la guerra moderna) como un arte más que como una ciencia.
El pasado no es actualizable, las circunstancias presentes de expansión inconmensurable del Estado son absolutamente nuevas y por lo tanto el sujeto colectivo capaz de hacerles frente lo ha de ser también. Eso significa que lo por venir será el resultado de decisiones histórico-colectivas que se sitúan indefectiblemente en el ámbito de la incertidumbre, es decir de lo inexplorado e indeterminado, de lo procesual e histórico.
Hoy la regeneración de un nuevo sujeto, individuo y colectivo, capaz de pensar un nuevo paradigma ajeno al vigente orden es la tarea número uno, el centro estratégico de cualquier movimiento por la revolución integral. De lo que se trata es de definir las condiciones y los instrumentos para ese renacimiento.
Lo que concreta en primer lugar la calidad del sujeto es la grandeza de las metas que se propone pues, como dice Cervantes, “de altos espíritus es aspirar a cosas altas”. Nunca podrá ensancharse la valía y la virtud de los individuos y las sociedades en las luchas mezquinas o interesadas. A los sórdidos y egoístas fines de los movimientos modernos corresponde, necesariamente, un sujeto encogido intelectual y espiritualmente, sin energía interior, disminuido en sus  capacidades y habilidades y sin creatividad ni fuerza.
Ese sujeto pobre y menguado no lo es por maldad o voluntad de serlo sino que, a menudo, es la conciencia de sus limitaciones objetivas lo que le lleva a desistir de emprender tareas que cree que le superan y, al limitar aquello que se propone, va perdiendo facultades, habilidades y cualidades, va empobreciéndose y mutilándose en una espiral que lleva hasta constituirse en el ser-nada, ser desustanciado y vacío, sin ideales ni proyectos dignos de tal nombre.
Pues bien, si hemos de constituirnos como individuos con potencial revolucionario no podemos hacerlo sino desde  lo que somos y desde la realidad en la que vivimos. Quiere decirse que tenemos que asumir la tarea de rehabilitar nuestra conciencia de la realidad y la acción proyectiva de futuro con el limitado potencial que poseemos hoy, es decir, en las condiciones de ausencia de libertad de conciencia, desestructuración de las capacidades intelectivas por el adoctrinamiento permanente, influencia de los dogmas de las religiones políticas, declinación de la vida experiencial del sujeto y sustitución de ésta por sistemas teóricos y doctrinarios, falta de habilidades intelectivas, volitivas y convivenciales, dificultades para escuchar y comunicar, aculturación, rotura de las raíces y el sentido de pertenencia, desaparición de los saberes y la cultura del pueblo, fractura del sujeto, desgarro entre el cuerpo, los sentimientos, los afectos y los conocimientos y declive de las experiencias vitales auténticas, entre otros muchos conflictos que nos aquejan como personas, y, con este bagaje, hemos de construirnos como sujetos de virtud, sujetos aptos para forjar la historia, teniendo en cuenta que la aportación a la revolución integral de cada uno de nosotros y nosotras es absolutamente insustituible.
No podemos esperar a estar preparados para asumir las tareas necesarias, para pensar, estudiar y meditar la situación presente en su complejidad y su conflicto, la situación hoy es desesperada porque nos encontramos al borde de transformaciones tan radicales y tan primarias que darán paso a una forma de existencia individual y social ya no-humana y sin posibilidad de retorno. Estamos pues a las puertas de una batalla decisiva y debemos tomar decisiones dramáticas y entregarnos a trabajos muy por encima de nuestras posibilidades con espíritu emprendedor y creativo.
No habrá progreso de la virtud si ésta no se trasmuta en obras, en actos; la preparación o entrenamiento ha de realizarse en la propia lucha que será, a la vez combate contra el enemigo exterior y, mucho más ahora, contra el enemigo interior, contra nuestras limitaciones y pobreza de recursos y de ideales. La idea de enemigo interior debe estar presente siempre, en primer lugar porque todos somos seres bipartidos, pero sobre todo porque el triunfo del sistema hoy se materializa en la ocupación y posesión del solar del vencido, quiere decirse que somos rehenes del poder, que nuestra conciencia está colonizada y, por lo tanto, la lucha contra lo exterior se produce a la vez como lucha hacia lo interior. Estas son las condiciones en las que devenimos, o no, en sujetos de la revolución integral. Por ello necesitamos una ascética, una disciplina de aprendizaje que nos cree hábitos adecuados a las condiciones del combate agónico que nos depara el futuro.
Entiendo que la tarea más cardinal, aunque no única, del momento presente es la creación de un germen de sujeto colectivo con conciencia y con proyecto estratégico que se debería materializar en la forma de individuos con un programa de trabajo personal que se agrupan y aportan su obra al debate colectivo. Esta característica de autonomía individual y trabajo grupal es básica pues implica un fuerte compromiso individual y capacidad de exponerse al máximo sin parapetarse tras la comunidad. En una palabra, necesitamos dar la cara, arriesgarnos, probarnos y hacernos en la arena de la lucha.
Para avanzar en esa dirección es necesario perder el miedo a la duda, al error o a la crítica, la auto-construcción como sujetos de valor excluye las certezas absolutas y el escenario presente no admitirá la anuencia general. La necesidad de seguridad total y reconocimiento exterior son dos venenos que impiden el desarrollo de la auténtica virtud que no busca la gloria ni las recompensas materiales sino que se materializa en el deseo del bien por sí mismo, por su valor intrínseco. Lo que importa es aportar nuestra gota al caudal de la revolución integral desdeñando notoriedad o laureles pero no escatimando salir a la palestra con el argumento de la falsa modestia o lucha contra la vanidad. Debemos hacer todo aquello que nos sea posible y hacernos responsables de ello abiertamente.
De la creación un nuevo paradigma de sociedad sin Estado capaz de hacer frente al Leviatán moderno depende nuestro futuro.



 LA CUESTIÓN FEMENINA
COMO MATERIA ESTRATÉGICA

De entre las tareas fundamentales en el nuevo paradigma de la revolución deseo señalar, por ser aquél en el que he trabajado más intensamente en los últimos años, el llamado “problema de la mujer”. El gran escándalo social creado por el sistema alrededor del victimismo femenino ha producido un movimiento pendular en el lado de lo anti-sistémico que ignora la cuestión o simplemente la cataloga de falso problema, de este modo se cumple más perfectamente el objetivo del sistema de dominación al crear el conflicto, pues en una parte de la población se rechaza el abordar un asunto de primer orden para la revolución mientras que en la otra se afirma con los argumentos y programas del sexismo político. Ambas corrientes son destructivas para la revolución integral.
A través del sexismo político y el desquiciamiento del conflicto inter-sexual el poder ha conseguido objetivos fundamentales para ampliar la dominación social, objetivos que podrían resumirse en:
1) Dividir y enfrentar al pueblo creando una corriente de victimismo femenino que alimenta a su vez otra de resentimiento masculino lo que impide el actuar colectiva y mancomunadamente en casi ninguna parcela de la vida. La máxima del gran imperio del mal, Roma, el “divide et impera”,  es hoy la divisa de las elites dominantes que han conseguido un éxito notable en sus proyectos.
2) Conseguir la colaboración de amplios sectores del pueblo en su propio sometimiento político, lo que se ha producido cuando una parte importante de las mujeres, apartadas consustancialmente de los hombres que son sus iguales se ha comprometido con el Estado y sus instituciones convencidas de que su emancipación reside en esa alianza ignominiosa e indeseable. También una parte de los hombres colabora con el proyecto del sexismo político persuadidos de hacer el bien a sus iguales. Así el ascenso al poder de una casta de poderosas que se presentan a sí mismas como oprimidas y que dicen personificar el triunfo de todas las féminas tras siglos de opresión está significando una auténtica refundación del sistema de dominación que maximiza la esclavitud del pueblo, hombres y mujeres, con el pretexto de ampliar la libertad de las segundas.
3) La manipulación y destrucción de las mujeres en tanto que tales, es decir, en tanto que seres humanos completos y singulares y otro tanto de los hombres que son también rehechos según el diseño de las instituciones del poder para emerger como seres neutros, no sexuados, no autoconstruidos, dirigidos desde fuera y mutilados en su auténtica naturaleza y devenidos en trabajadores puros, “animal laborans” y súbditos perfectos, sin atributos espirituales ni sexuales que distraigan de su condición de siervos del poder.
4) Convertir la cuestión de la mujer en punta de lanza para complejas operaciones de ingeniería social y psíquica que han permitido al poder penetrar en lo más recóndito del sujeto, en sus impulsos primarios y más naturales que son hoy manipulados por el oprobioso sistema de dominación. Se trituran los impulsos sociales básicos, el interés por los otros (primero cuando son otros del otro sexo, y luego también los del mismo sexo) se construye el ser solitario y autista incapaz de relacionarse con los otros y con el mundo. Desaparece la sexualidad natural, se reprimen los impulsos libidinales más auténticos y se usa este nuevo poder sobre el interior del sujeto para  manejar ilimitadamente su conducta y su acción. Se trituran las instituciones naturales de convivencia como la familia y, con ella, todas las demás formas de vida comunitaria que son acusadas de ser el origen de toda opresión y sojuzgamiento del individuo.
5) Aculturar y desenraizar  de forma sustancial al pueblo que es presentado como el hacedor de la mayor iniquidad y brutalidad sobre las mujeres, el artífice del abuso y el avasallamiento machista, para ello se falsifica la historia y se construye un relato falso convertido en verdad a fuer de repetirse por múltiples canales y sistemas. La usurpación de la historia produce un sujeto vaciado interiormente pues la tradición constituye la identidad personal más trascendental.
En este proceso las mujeres se transforman en instrumentos de destrucción a la vez que se destruyen ellas mismas lo que conlleva un suicidio simbólico en forma de muerte de lo femenino, es decir, feminicidio como muerte de la feminidad.
De los muchos venenos introducidos por el sistema en la comunidad popular para destruirla, egoísmo, interés particular, amor por la propiedad y el poder, politicismo, hedonismo, irresponsabilidad, comodidad, dogmatismo, intolerancia, etc. etc., el sexismo es tal vez el más rastrero y el que toca aspectos más íntimos de las personas de modo que el poder se ha instalado cómodamente en el interior del sujeto y desde allí dirige sus comportamientos.
El pueblo solo puede existir como ser mixto, heterogéneo y complejo, como ser colectivo que engloba a las mujeres y los hombres, por eso si las tareas estratégicas se desarrollan sin la participación singular y manifiesta de las mujeres será un proceso fallido. No basta con declararnos no sexistas y abiertos a la participación femenina, si las mujeres no están, o están de forma insignificante, en los movimientos por la revolución integral tenemos que definir las formas de atraer su acción en ella lo que implica un plan o proyecto estratégico para esa tarea.
No se trata, por supuesto, de ir añadiendo mujeres por actos de proselitismo personal a los grupos de trabajo o estudio sino de desarrollar  planteamientos y proyectos para un nuevo paradigma que sea auténticamente superador de los males introducidos por el sexismo político y que sea capaz de aportar un paradigma realmente integrador.
No dar a la cuestión femenina un lugar destacado en nuestro proyecto sería un error de graves consecuencias por ello deseo abrir un proceso de trabajo e investigación sobre la incorporación de la mujer a las labores de la estrategia a la que invito a aquellos y aquellas que deseen acompañarme.







[1] FEDERICO AZNAR FERNANDEZ MONTESINOS “Entender la guerra en el siglo XXI” 2011, Madrid.

(2/3) Sobre el sujeto de la revolución. Reflexión sobre estrategia

SOBRE EL SUJETO DE LA REVOLUCIÓN
Reflexión sobre estrategia
Parte Segunda


EL PLAN ESTRATÉGICO LIBERAL,
 UNA GUERRA PROLONGADA.

No es posible en un texto de estas características profundizar en cada una de las batallas que los liberales libraron contra la comunidad popular en “La democracia y el triunfo del Estado”[1] se hace un análisis de los momentos decisivos de ese ataque a las estructuras populares que fue la revolución liberal que comienza con  la destrucción del comunal a través de la profusa legislación devenida de la Constitución de Cádiz. El más temprano fue el decreto de 1813 por el que los terrenos y baldíos de propios se repartieron, después se fueron implementando medidas parciales hasta las grandes leyes desamortizadoras que se aplicarán durante un periodo muy dilatado.
El objetivo era conseguir que todas las tierras y toda actividad económica tributaran al Estado de modo que éste obtuviera los ingresos para sostener su continuo crecimiento, poner las bases para el desarrollo de un capitalismo incipiente dependiente en todo del apoyo de las estructuras de poder, pero sobre todo, en el plano de lo estratégico se trataba de desalojar el comunitarismo popular y hacer universal el principio de propiedad y con ello eliminar el derecho anti-romanista que regía el uso de los medios para vida y la gestión colectiva de la economía que eran las bases materiales de la comunidad popular e imponer el egoísmo y el interés particular que son las señas de identidad del sistema.
Se dictaron igualmente normas contra todas las formas de unión y agrupación no controladas por el poder, en 1820 se publicó un decreto de prohibición de asociaciones y en 1822 el artículo 317 del código penal volvió a incidir en el mismo sentido. La predisposición del sujeto tradicional a asociarse mancomunadamente con sus iguales fue proscrita a la par que se impulsaban las agrupaciones políticas y corporaciones de afinidad o partidos que, segregados por el aparato de poder parodiaban un enfrentamiento, ficticio en las alturas, pero real entre las clases subordinadas, en ellos se apoyaron para destruir  la unidad de la comunidad.
Efectivamente, por encima de toda división de opinión, pensamiento o creencias la comunidad popular se había mantenido como una unidad en la diversidad; la tolerancia y la indiferencia hacia todo lo considerado personal fue la norma, mientras que el debate hermanado sobre los asuntos comunes se producía en un entorno afectivo e integrador y eso hacía muy estable su estructura. La revolución liberal, al crear el sistema de partidos y parlamento construye grandes sistemas doctrinarios que se presentan como excluyentes, polémicos y antagónicos, cargados de ambiciones y sinecuras y que captan seguidores inoculando el fanatismo dogmático allá donde triunfan. En “El concepto de lo político” Carl Schmitt define el orden parlamentarista con un centro que es definir al enemigo y mantener la hostilidad permanente entre grupos.
En un estudio sobre la protesta popular y la política en Bermeo a principios del siglo XX[2] se muestra con toda claridad como la Cofradía, que tenía un significado papel en la vida social de la localidad es dinamitada por los intentos de copar la dirección que hacen los partidos al inicio del siglo XX, dividiéndose en facciones de orientación política contraria lo que produjo que, donde había una asociación que aunaba a todo el pueblo y en la que había diversidad y convivencia, surgieran varias agrupaciones que luchaban entre sí destruyendo la armonía y belleza de las instituciones populares. Es lógico que en muchos casos el pueblo no considerase un avance la concesión del voto a los hombres en 1890 pues su objetivo era justamente enfrentar a los que antes estaban unidos (tampoco puede considerarse un ascenso de la libertad, lógicamente, el voto femenino en 1931).
Se mantuvo, sin embargo, la costumbre de hacer frente unidos a los avatares de la vida y se siguieron constituyendo sociedades de socorros mutuos, cooperativas y otras asociaciones que mantenían vivo el tejido social horizontal e impedían la completa imposición del programa estratégico del Estado manteniendo la autogestión en las cuestiones esenciales de la vida. Es muy representativo el reglamento del Círculo obrero de Casas de Benitez, “La Fraternidad” publicado en 1912, en este pequeño pueblo conquense, la asociación de agricultores modestos, colonos y obreros rurales  establece como base fundacional de su asociación “quitarle todo carácter de empresa de ganancia o lucro” y dedicarlo al único fin del “socorro mutuo”. La naturaleza de estas agrupaciones no puede ser entendida en nuestros tiempos fácilmente porque corresponde a formas sociales hoy desaparecidas, no se puede comparar con una “empresa de servicios” como muchos tienden a pensar hoy, sino que era una adecuación de las complejas formas de convivencia e interdependencia que la comunidad popular había tenido desde siempre, algo que expresaba la capacidad para vivir en común de esas gentes.
Los intentos de crear movimientos corporativos de carácter político o económico chocaron constantemente con una resistencia fuerte entre las gentes populares que muchas veces fue violenta y siempre auto-organizada. También fue dura y encarnizada la rebeldía contra el Código Civil que pretendía imponer el modelo patriarcal del Código francés napoleónico de 1804 extremadamente limitativo y dañino para la condición de la mujer, este modelo, que chocaba frontalmente con las costumbres populares y el derecho consuetudinario, fue contestado con fuerza, de manera que una y otra vez las elites mandantes tuvieron que retroceder. Por ello no fue aplicado el Código aprobado en 1820, ni el que se presentó en 1851, ni el de 1870 y hubieron de esperar a 1889 a tener la fuerza suficiente para imponer una ley que subordinaba a las mujeres a los hombres por orden del Estado.
El derecho de familia fue estratégico para el poder constituido, a través de la legislación patriarcal se deseaba abrir una brecha social de proporciones colosales que enfrentara a mujeres y hombres y permitiera así dominar mejor a ambos[3] además de jerarquizar la sociedad y crear las que son las formas de dominio más liberticidas, las llamadas biopolíticas, que se proponen dirigir todas las dimensiones de la vida humana en función de la estrategia política de las elites mandantes.
A la vez que se atacaban las instituciones que habían ordenado la vida del pueblo se crearon las que organizaran la vida según el nuevo catón de los poderosos, de entre ellas una fundamental fue la escuela estatal que se convirtió en instrumento privilegiado para destruir la cultura oral, adoctrinar a los niños desde su más tierna infancia así como para robar las mejores mentes del pueblo a las que se cooptaba para integrarlas en las elites de mando.
Todas estas operaciones de ingeniería social no se desarrollaron únicamente por métodos pacíficos, en realidad su limitada eficacia es más notable teniendo en cuenta que todo el siglo XIX fue un auténtico baño de sangre pues además de los levantamientos, los motines  contra las quintas y los conflictos  por diversas causas que jalonaron toda la centuria, se produjo una guerra civil, no por olvidada menos sangrienta, entre 1821 y 1823[4] y las guerras carlistas cuya interpretación no debe hacerse de forma simplificadora[5]. El carácter hiper-militarista del nuevo régimen liberal fue estratégicamente decisivo pues la cantidad de violencia que se vertió de forma sistemática y duradera a lo largo de un tiempo muy dilatado fue esencial para conseguir imponer algunos de sus proyectos.
Para lo que en este caso nos importa, que es la comprensión de la estrategia, hay que anotar que en sus inicios el orden liberal tenía fuertes elementos de debilidad, su primera acción contundente y decisiva es la exposición precisa y concreta de su proyecto, la Constitución de 1812 es justamente esa declaración de intenciones y fines últimos. Éste fue un gran avance estratégico, el más fundamental de todos, porque delimitó con claridad los objetivos finales y más generales que nunca perdieron de vista a lo largo del proceso. Cada batalla que dieron no era fin en sí mismo sino medio para acercarse a su ideal, así, las retiradas tácticas o incluso las derrotas parciales no trituraron su determinación de vencer. Durante decenios mantuvieron la firme decisión de ir minando a su enemigo. Solo a finales del siglo XIX consiguen algunas victorias fundamentales que generaron una situación ya irreversible, la imposición del código civil, la desamortización del comunal, la abolición de los fueros, la conscripción obligatoria, el voto masculino y la escuela estatal entre otros.
La elite liberal atacó sistemáticamente el centro de gravedad de su enemigo  que era la socializadora unidad, la autosuficiencia, la vida horizontal como ley suprema del existir humanamente, la propiedad colectiva, las instituciones políticas democráticas, el desapego a las cosas superfluas y el cariño a la tierra y lo cercano entre otras muchas que habían generado una cultura milenaria, con medidas que limitaban estas cosas a la par que fortalecían la capacidad de mando y organización del Estado, de forma que fue cambiando la correlación de fuerzas entre ellos. Usó la violencia resueltamente sacrificando la comodidad del statu quo para precipitarse en una tolvanera de crisis y conflictos largos y penosos. Las elites poderosas tuvieron siempre la visión del largo plazo, no inmolaron sus objetivos futuros a las necesidades inmediatas y rehicieron sus estrategias concretas en función del análisis de los acontecimientos.
Quiere decirse que el proceso de construcción del Estado actual ha sido un largo conflicto dirigido según un plan estratégico muy meditado y perseverantemente ejecutado.
A pesar de la dureza de las medidas llevadas a cabo durante todo el siglo XIX  durante el primer tercio del XX el poder constituido a partir de Cádiz siguió siendo contestado y atacado sistemáticamente, una parte del naciente y pujante movimiento obrero se miró  en las formas de la tradición popular cuyas señas de identidad e instituciones tenían todavía una fuerte pervivencia.
Los detentadores del poder usaron los métodos más crueles pero también las intervenciones políticas más creativas, la II República fue un golpe fenomenal a la conciencia libre de las clases subordinadas, creó una ilusión, un espejismo de cambio que, entre las organizaciones obreras fue solo denunciado por CNT que, con cifras, revelaba el carácter represivo del nuevo régimen. Para el análisis de ese periodo histórico que no podré abordar en este texto remito al lector al capítulo que en “La democracia y el triunfo del Estado” le dedica Félix Rodrigo Mora.
Solo añadiré que para cualquiera que estudie en detalle los numerosos enfrentamientos que  se produjeron entre los trabajadores de la ciudad y del campo y las fuerzas de orden público, se hace patente que el recuerdo y la defensa de las antiguas libertades populares estaba presente en una gran parte de ellos. En este sentido es especialmente significativo el choque violento que se produjo en Yeste, en la provincia de Albacete, en mayo de 1936 y que enfrentó a los vecinos de la localidad con la Guardia Civil con el resultado de 17 personas muertas y casi un centenar de heridos. Este incidente, reprimido con una contundencia tan feroz por una Guardia Civil a las órdenes del gobierno del Frente Popular salido de las urnas en febrero de ese mismo año, tuvo como origen el movimiento de los vecinos para recuperar las tierras comunales que les habían sido arrebatadas por la ley de Desamortización Civil de 1855[6]. Estas mismas ideas colectivistas eran el origen de la denuncia en Solidaridad Obrera, en enero de 1933, de la llamada “revolución agraria” de la que se dice que pretende crear gentes insolidarias, egoístas e individualistas[7], efectivamente, la  llamada al reparto de tierras y la propiedad privada sobre ellas no era considerada como un gran bien por quienes todavía tenían el recuerdo vívido de una forma superior de vida basado en compartirlo todo con los iguales.
La Guerra Civil fue la desembocadura natural del enfrentamiento entre dos fuerzas que se midieron durante más de un siglo, a falta de una reflexión profunda e imparcial de este acontecimiento cuya importancia histórica y complejidad fáctica no puede ser puesta en duda, se puede aseverar que la guerra de 1936 a 1939 es el punto de inflexión que abre una etapa de triunfo del Estado en el que nos encontramos en el presente.
La Guerra Civil con su epílogo en la lucha agónica del maquis en las zonas rurales culminó la primera parte de la revolución liberal, la feroz represión franquista dio paso a una época de abatimiento del movimiento obrero desconocida hasta entonces cuya principal causa, a mi entender, no fue la represión, no fue el miedo ni la cobardía, sino la falta de discernimiento de los motivos de su derrota. Las versiones triunfalistas y alucinadas de los partidos de izquierdas vinieron a liquidar con más saña cualquier intento de reflexión serena, de auto-evaluación o auto-crítica que hubiera permitido rehacer la moral de combate en las fuerzas populares por el ascenso de la conciencia de su capacidad de lucha.
Resulta desolador que no tengamos hoy, de un acontecimiento tan cercano y con una documentación tan abundante, más versiones que la que elaboró el franquismo y la que cuajó la izquierda, ambas distorsionadoras y parciales, ninguna objetiva y desprejuiciada, hacer ese balance sería sin duda un gran avance en la posibilidad de una estrategia de recuperación del sujeto social del cambio revolucionario.
El franquismo no fue únicamente represivo, tras el severo castigo que infringió a los vencidos acometió los proyectos más radicales para cambiar sustancialmente al pueblo. La des-ruralización y urbanización del país fue el más notable pues destruyó la base material de la convivencia y la solidaridad que era la comunidad vecinal, arrancó a millones de personas del entorno integrado y horizontal y las aculturó y desenraizó de forma sustancial. La ciudad es la tumba de la vida horizontal y el altar en el que se alza el Estado, conseguir una organización social perfectamente centralizada era un punto irrenunciable del programa de Cádiz que ¡por fin! se hacía realidad.
La urbanización llevaba implícito otra fundamental reforma y mutación que cambiaría de manera cardinal la forma de ser y estar en el mundo de las clases subordinadas, la universalización del salariado. Si en el pasado el amor al trabajo fue un distintivo de la cultura del pueblo que manifestaba su rechazo de la propiedad y el dinero y su adhesión a un igualitarismo objetivo basado en aquello que la mayoría posee naturalmente, ahora tornábase la antigua laboriosidad integrada y creativa en desquiciado ajetreo, actividad sin sentido dirigida desde fuera, en donde las personas desempeñan el papel de las cosas, una labor arrancada trascendentalmente de su vínculo con la vida.
Si es cierto que la salarización general fue el mecanismo para dotar a la institución estatal de los recursos económicos que permitieran poner a punto su aparato de dominación mucho más lo es que fue un instrumento decisivo para doblegar al suejto de la tradición, para triturar la independencia, creatividad, igualitarismo y socialidad del pueblo. El mejor estudio sobre la verdadera esencia del trabajo asalariado lo realizó Simone Weil en la Francia de los años 30 sobre la base de su propia experiencia como obrera en la Renault y concluye que no es la explotación económica la peor de las lacras de esa actividad forzada como plantearan las corrientes marxistas, sino la enajenación que hace de los elementos fundamentales de la condición humana, especialmente el agotamiento interior, el vaciamiento de toda vida intelectual, afectiva, social y personal durante un tiempo tan dilatado de la existencia individual que transforma al sujeto en casi una no-persona. Que tal actividad se asuma de forma voluntaria e incluso se ensalce, justificándose así el vivir como esclavos a cambio de dinero, viene a profundizar esa brecha brutal que anula la dignidad personal que había sido seña de identidad del indócil pueblo ibérico.
El franquismo, en otro orden de cosas, consiguió hacer efectivo el Código Civil de 1889 y establecer, en la parte de la vida que pueden controlar las instituciones -que se hacía cada vez mayor- la subordinación de la mujer que pasa a ser tutelada por el varón como representante y ejecutor de la ley estatal. Ésta era una maniobra fundamental para abrir una brecha de dimensiones catastróficas en las clases subalternas pues enfrentaba a mujeres y hombres y hacía que ambos se vieran entre sí con resentimiento y mirasen al Estado como aliado. Se creó un modelo inicial, muy activo, de feminismo de Estado con la Sección Femenina[8] que adoctrinaba a las mujeres a la vez en su necesidad de tutela y en la oposición y enfrentamiento con el varón. Estas maniobras de manipulación mental de las mujeres, que se fortalecieron aún más con la aparición de la radio, fueron concluyentes para hacer de ellas la vanguardia en dos de las operaciones de ingeniería social más importantes del programa estatista-liberal franquista, el abandono de las zonas rurales y la emigración masiva[9] y en la actualización destructiva de la familia que pasó de ser un grupo natural integrado en la comunidad a clan cerrado sobre sí mismo, agrupación de consumo, competitividad y medro social[10]
Cada una de estas realizaciones eran, por sí mismas, letales para el sujeto popular, sin embargo el golpe final a la autonomía y la convivencia no vendría de un acto de represión sino de la mano generosa del Estado que en 1963, con la ley de Bases de la Seguridad Social, generó lo que sería la más dañina de las instituciones, el Estado del bienestar. Al asumir la burocracia estatal las funciones que habían correspondido tradicionalmente a la solidaridad entre pares se asestó un golpe formidable a la calidad de la vida horizontal. La población fue aleccionada para que confiara a los funcionarios del creciente aparato estatal lo que antes formaba parte de los vínculos sociales y afectivos. No hubo, como se quiere hacer creer hoy, una lucha de los trabajadores para que fuera el estado quien proveyera de los cuidados y asistencia básicos para la vida, por el contrario hubo cierta resistencia a asumir tal situación por lo que incluso en los años 70 anota un historiador “es curioso notar que, incluso, hoy en día, nuestros entrevistados discrepaban acerca de si el  sistema antiguo era mejor que la Seguridad Social actual”[11].
No hubo ningún avance significativo para los trabajadores que sufrieron una creciente presión impositiva para pagar un sistema increíblemente ineficaz, coercitivo y lesivo para su autonomía[12]. El sistema de servicios públicos no solo no proviene de una victoria de las  luchas obreras, lo que es obvio si se observa la situación del país a principios de los años 60 del siglo XX, sino que ha sido un instrumento para domesticar al pueblo y destruir su independencia y combatividad, convertir en mercancías las necesidades básicas de la vida, dirigir despóticamente la existencia individual y colectiva, imponer el consumo de aquellos bienes y servicios que interesan al poder y administrar la biopolítica  del Estado.
Todo lo que ofrece el Estado del bienestar destruye la autonomía del sujeto, anula su capacidad de autogestionar su vida y la de sus cercanos, tritura las habilidades y conocimientos que proporcionan independencia, destruye la creatividad que proviene de enfrentarse a las dificultades y conflictos por los propios medios, desintegra la base material de los vínculos afectivos que son los cuidados que se prodigan los familiares y los amigos. En definitiva convierte al sujeto en trabajador o trabajadora puros, entregados al quehacer laboral y al consumo y despreocupados de todo lo demás con lo que su vida les es ajena.
De entre los productos devenidos del Estado asistencial, por su importancia para el tema que nos ocupa, la crisis del sujeto social de la revolución, merece atención aparte el desarrollo y expansión del sistema educativo. Fue el franquismo quien universalizó los estudios de secundaria e hizo realidad la máxima de “el hijo del obrero a la universidad”. Bajo el régimen de Franco se formaron las primeras generaciones de la “enseñanza pública para todos”, gentes muy adoctrinadas, muy aculturadas, que imitaban en todo las formas de pensamiento y de vida de las clases altas y cuya mayor aspiración era conseguir un nivel de consumo mayor que el de sus padres.
Esas primeras generaciones fueron las que obraron la transición al sistema parlamentario, reconstruyeron el sistema de partidos según el modelo liberal, falsificaron y reescribieron la historia de acuerdo a los intereses del poder, popularizaron y difundieron las nuevas religiones políticas de la izquierda –en esos años finales del franquismo la crítica del atraso y el carácter feudal, anti-liberal y anti-moderno de la sociedad en el Estado español y la necesidad de modernizarse- y desactivaron con sus dogmáticas teorías políticas el movimiento anti-franquista en los años setenta del siglo pasado.
La transición política desde el régimen franquista al partitocrático y parlamentario ha sido un modelo estudiado e imitado en todo el planeta, fue una intervención decisiva desde el punto de vista estratégico, un golpe maestro sobre el centro de gravedad de las clases sometidas. En esencia consistió en una acción por la que el Estado se alzó como ente total e integrador entregado a fragmentar la sociedad hasta hacerla un confuso aglomerado de grupos corporativos o sujetos solitarios.
El actor o instrumento principal de la estrategia del sistema desde la transición política ha sido la izquierda, generadora del mayor crecimiento del capitalismo y del ente estatal de toda la historia. La izquierda ha sido el más perfecto instrumento de la estrategia estatalista y, por ello, quien ha gobernado durante más años. De su mano han salido las principales corrientes destructivas que han arrasado tanto al pueblo como sujeto colectivo –que ya estaba muy dañado antes- como a la estructura existencial de la persona.
La aportación del izquierdismo a destrucción de lo que quedaba del potencial autor de la revolución anti-estatalista ha sido decisiva. En primer lugar han sido los ideólogos más fanáticos  de la idea liberal del sujeto de derechos. El sujeto de derechos es esencialmente el que ha renunciado a su libertad y autonomía y espera recibir, como una gracia, las atenciones y servicios a los que “tiene derecho” de las instancias superiores que velan por su bienestar y tutelan su vida. Cuando tal ideología ha sido asumida completamente, el individuo deja de percibirse como sujeto de su propia existencia y comienza a ser objeto o cosa de su propia vida. Los derechos siempre son otorgados o concedidos por alguien que tiene el poder de dar y quitar, y siempre achican y degradan a la persona porque ésta hace dejación de su potencial de acción y de auto-gestión, de su capacidad de decidir y elegir, de su necesidad de esforzarse en la propia superación y por lo tanto ascender en las cotas de la libertad personal, de su energía creativa que queda desactivada al no tener objeto al que dirigirse, es, por lo tanto, un ser que se afirma en la incompetencia, la ineptitud y la subordinación.
La libertad nunca puede ser otorgada, no puede recibirse de otros y son los deberes, las obligaciones y los compromisos los que proporcionan la base material de la libertad humana, idea que expuso con mayor belleza que ningún otro filósofo Simone Weil, porque los deberes son la parte activa de la existencia mientras que los derechos son únicamente pasivos, las obligaciones implican acción, movimiento, intervención y por lo tanto capacidad, competencia y crecimiento  mientras que los privilegios y los derechos producen inmovilidad, parálisis, flojedad, ineptitud e insuficiencia.
A la doctrina de los derechos va asociada otra de las lacras de las sociedades de la modernidad tardía, el “imperio de la ley”, el legicentrismo izquierdista que todo lo fía a las leyes ha creado la sociedad más normativizada de la historia, todo está regulado, lo grande y lo pequeño, lo social y lo privado e incluso lo íntimo. Ni siquiera Orwell pudo soñar una sociedad más pautada. Por supuesto el crecimiento de la ley se asocia al incremento del Estado, especialmente judicatura y policía, de sus gastos y de sus prerrogativas que se amplían con cada nueva legislación lo que viene a más real y más cierto el objetivo último del proyecto liberal.
Ese sujeto así aleccionado, ha sido fácilmente conducido a la idea de que su destino es el trabajo y el consumo y que nada grande ni trascendente le compete, la vida debe ser, pues, destinada a la producción, el gasto y las diversiones. La sociedad post-franquista, como la Roma de la decadencia, generó su plebe ansiosa de placeres groseros y zafiedad consumista, abandonada al instante, volcada en las drogas, sin amor por la propia dignidad, sin respeto por sí mismo ni conciencia de su vida y de su entorno.
Durante decenios, además, la progresía del sistema se dedicó a insultar a nuestros abuelos, aquellos que habían plantado cara a Napoleón, a la Pepa, a los espadones decimonónicos, a Primo de Rivera, a la monarquía y a la república, a Franco en la guerra y a la Guardia Civil en el maquis. Sobre ellos se escupió todo el veneno de que eran portadores, se les asignó el sanbenito de representar el atraso, la incultura, la brutalidad, la incivilidad, la estulticia y la papanatería además del machismo y la brutalidad contra la mujer. A la izquierda su dedicación a falsificar la historia y aculturar  a la sociedad les ha valido ser los favoritos del sistema y recibir de sus arcas una sugerente remuneración.
La aculturación y des-historización del pueblo ha sido un elemento cardinal del proceso de liquidación del antagonista del Estado[13]. Sin raíces y sin sustento en la propia historia, el sujeto queda fragmentado y aislado de forma trascendental, con una identidad frágil, siempre al borde de desvanecerse, incapacitado para el combate, acobardado y achicado connaturalmente. Es consecuencia de un hecho fundamental que no es hoy suficientemente comprendido, la historia, en la forma de conciencia colectiva del pasado no el únicamente el contexto en el que se desarrolla la vida humana sino que, como explica X. Zubiri constituye una dimensión esencial del ser persona[14] por lo que la disociación entre el sujeto y la historia auténtica es su mutilación espiritual y personal.
Y sin embargo no se consideró suficiente todo ello, según las normas de la guerra, la aniquilación del enemigo exigía perseguirlo y exterminarlo por completo. Se fabricó una disidencia artificial fundada en corrientes de opinión fabricadas en las instituciones, es decir, en la universidad, los partidos políticos y los sindicatos subvencionados, que movían a las masas con programas reivindicativos y  políticos que siempre coincidían con los proyectos futuros del sistema, es decir, luchaban contra aquello que estaba ya periclitado y a favor de lo que estaba por llegar. El corporativismo y el movimentismo deshilvanaron las luchas y fragmentaron la acción de las masas y la visión de conjunto. El pueblo quedó incapacitado para entender lo global y el largo plazo, es decir, para pensar estratégicamente.
Añadido a los movimientos gremialistas y parciales se constituyeron las políticas de los victimismos y el enfrentamiento social, ora se culpó a los padres y madres de ser destructivos y dañinos para los niños, ora a los jóvenes de vivir en la miseria vital por la represión de la familia, allí se victimizó a un grupo racial, acá a un sector social minoritario y, en todos los casos, se culpó a los iguales de ser los autores de la represión y la xenofobia y se apeló a la generosidad del Estado que ampara, protege e iguala, para subvertir el abuso y la injusticia.
De entre todas las corrientes y movimientos surgidos del matrimonio izquierda/Estado tal vez la más dañina ha sido el sexismo político feminista que ha conseguido dividir la sociedad por sexos llevando hasta el paroxismo el enfrentamiento entre las mujeres y los hombres, a este proyecto el sistema le ha dado valor estratégico creando incluso, durante varias legislaturas un Ministerio, el de Igualdad, entregado a intervenir denodadamente en la intimidad de las personas y a violar su libertad de conciencia. De la importancia que se ha concedido a las políticas de género da una idea que el feminismo sea hoy eje transversal y materia de estudio en toda la enseñanza estatal y que sea asignatura obligatoria en la Academia General Militar de Zaragoza o que las principales empresas del IBEX 35 como Inditex, El Corte Inglés, Mango, Entrecanales etc. se hayan comprometido a impulsar y financiar las campañas para la aplicación de la Ley de Violencia de Género y la labor de “educación” social en ese tema[15]
El sexismo político ha hecho realidad el maquiavélico “divide et impera” y ha creado una fractura no solo entre las mujeres y los hombres sino entre las mujeres y la revolución porque, una vez convencidas de que su enemigo está entre sus iguales no hay  ningún proyecto común que pueda ser acometido, por el contrario al asumir que no solo la libertad sino su supervivencia depende del Estado, la policía, la judicatura y los profesionales y de su “independencia económica”, es decir, del salario, una gran parte de las féminas se han entregado indefensas a la institución estatal y a la empresa. Estratégicamente  ha sido una de las intervenciones más ambiciosas del sistema de dominación porque dominar y dirigir a la mitad del pueblo contra la otra mitad es garantía de supervivencia mientras esa situación e mantenga.
Todas las corrientes ideológicas lanzadas desde el progresismo izquierdista han tomado la forma de los fanatismos y las religiones y tienen tanta más capacidad de penetración social cuanto más se incrementa el acceso popular al sistema educativo auténtico baluarte del dogmatismo y el adoctrinamiento, de la falsificación del mundo y del creer por fe o por autoridad. Han sido, por ello, verdaderos venenos sobre la libertad de conciencia, la autonomía y la capacidad de elección de las personas.




[1] 

FÉLIX RODRIGO MORA, 2011

[1] ANDER DELGADO CENDAGORTAGALARZA, “Protesta popular y política (Bermeo, 1912-1932) Revista “Ayer” nº 40, 2000, Madrid, Marcial Pons, ediciones de historia.



[1] Asunto que es analizado en “Feminicidio o auto-construcción de la mujer. Vol. I. Recuperando la historia” PRADO ESTEBAN DIEZMA Y FÉLIX RODRIGO MORA. 2012.



[1] RAFAEL GAMBRA, “La primera guerra civil de España (1821-23): historia y meditación de una lucha olvidada”, 1950, Madrid, Escelicer.

[1] FÉLIX RODRIGO MORA, “Naturaleza, ruralidad y civilización”, 2008, Sevilla

[1] Un análisis de lo acontecido, minucioso y contrastable, riguroso y detallado es el de MANUEL REQUENA GALLEGO, “Los sucesos de Yeste: (mayo 1936)”, 1983, Albacete, Instituto de Estudios Albacetenses.

[1] XAVIER PANIAGUA “La sociedad libertaria. Agrarismo e industrialización en el anarquismo español”, 1982, Barcelona, Crítica.



[1] Prado Esteban Diezma y Félix Rodrigo Mora, “Feminicidio o auto-construcción de la mujer” Vol. I. Recuperando la historia” 2012, Barcelona.



[1] CRISTINA BORDERÍAS, “Emigración y trayectorias sociales femeninas”, “Historia Social” nº 17, 1993.

[1] PRADO ESTEBAN DIEZMA, (2012) “Una nueva reflexión sobre la familia”, http://prdlibre.blogspot.com.es/2012/06/una-nueva-reflexion-sobre-la-familia-en.html



[1] DAVID SVEN REHER, “Familia, población y sociedad en la provincia de Cuenca (1700-1970)”, Madrid, 1988, Centro de Investigaciones Sociológicas, pag.. 230

[1] FÉLIX RODRIGO MORA “El giro estatolátrico”, 2011, Maldecap.

[1] Un texto a señalar en esa dirección es el de PAUL EDWARD GOTTFRIED, “La extraña muerte del marxismo. La izquierda europea en el nuevo milenio”, 2007, Madrid, Ciudadela Libros.

[1] XAVIER ZUBIRI, “Tres dimensiones del ser humano, individual, social, histórica”, 2006, Madrid.

[1] PRADO ESTEBAN DIEZMA, “El capitalismo contra el machismo” y “La gran empresa ¿agente de la emancipación femenina?” , 2012, http://prdlibre.blogspot.com.es/2012/05/elcapitalismo-contra-el-machismo- y htmlhttp://prdlibre.blogspot.com.es/2012/06/la-gran-empresa-agente-de-la.html

(1/3) Sobre el sujeto de la revolución. Reflexión sobre estrategia

SOBRE EL SUJETO DE LA REVOLUCIÓN. Reflexión sobre estrategia
Parte Primera

“La única esperanza para los vencidos
es no esperar ninguna salvación”
Publio Virgilio Marón

Acometo este artículo con la certeza de que abriré más interrogantes que evidencias con esta reflexión inicial sobre estrategia, sin embargo, nada grande ni revolucionario puede hacerse sin un proyecto estratégico que guíe la acción. Entiendo que la cavilación sobre estos asuntos, aunque su resolución práctica nos supere por el momento, es ya un elemento fundamental de la construcción del proyecto histórico para superar la sociedad con Estado y capitalismo.
Se equivocan quienes piensan que la estrategia se aplica únicamente a la labor militar y a la guerra, pensar estratégicamente es la prerrogativa hoy de las clases que dirigen la sociedad cuyo proyecto de creación del Estado total o “Estado todo”, como lo nombra Carl Schmitt en "El concepto de lo político", y capitalismo perfecto se ha desarrollado de acuerdo a un plan de dimensión y escala histórica.
Las líneas maestras, es decir estratégicas, de la sociedad en la que vivimos se diseñaron a lo largo de los siglos XVIII y XIX y se enuncian de forma sistematizada en la Constitución de 1812 cuyo bicentenario celebran los poderosos y poderosas en este 2012. En esa Carta Magna o ley de leyes que es la madre de todas las demás Constituciones promulgadas hasta nuestros días se bosquejan los fines últimos, en sus trazos más generales, de la acción de las clases que acaparan el poder político, militar, económico e ideológico  y gestionan la sociedad[1].
Quienes han heredado de la tradición de los filósofos mecanicistas franceses y el marxismo una concepción de la historia como proceso sin sujeto, movida por la fatalidad de unas leyes inmutables, predestinada por el movimiento automático de las estructuras sociales, ignoran que el poder constituido actúa según un plan y que se ha de idear también el guión de su superación. No hay un camino prefijado ni un sistema teleológico que conduzca el devenir histórico desde lo inferior a lo superior, desde lo imperfecto a lo sublime. El catecismo progresista no es más que eso, un culto religioso basado en el fideísmo antes que en la observación imparcial de la realidad y la reflexión sobre la misma.  Por el contrario, la historia es el resultado de decisiones y elecciones humanas y son precisamente las fuerzas más conscientes, las que poseen capacidad proyectiva y visión de futuro basadas en el examen de las condiciones reales en las que actúan, las que obtienen mayor influencia y predominio en la transformación de las sociedades y son por ello portadoras de la libertad.
Hoy la iniciativa en la actividad planeadora consciente la tiene el Estado como sujeto colectivo complejo[2] o estructura de confluencia de los poderes que articula los fines comunes de las elites mandantes. Nada hay más errado que la declaración de que el ente estatal está desapareciendo y que es el desenvolvimiento incontrolado e irreflexivo de las grandes corporaciones capitalistas lo que define el mundo, por el contrario el ingente aparato burocrático del sistema es un monstruo cada vez más imponente que ordena, legisla y dirige toda la vida social con mano de hierro.
Más allá de las teorías sobre la conspiración que simplifican burdamente la realidad es preciso advertir la existencia de una dirección estratégica que organiza y gobierna según un plan. En la orientación y administración de la vida social participan los cuerpos de altos funcionarios que son el alma del aparato ministerial del Estado, los grupos de influencia y poder político, económico e ideológico constituidos de forma diversa y relacionados entre sí por distintos mecanismos y, sobre todo, el Alto Estado Mayor de la Defensa, es decir, el poder militar, que no es mero servidor de intereses políticos o económicos ajenos sino que concentra en su seno la mayor autoridad, la que le confiere el ser el depositario y administrador de la violencia[3]
Las directrices estratégicas pertenecen al ámbito de los secretos de Estado, no son públicas y su difusión está penada por la ley aunque algunos de sus rasgos esenciales se pueden conocer a posteriori por su aplicación y sus efectos y muy a largo plazo cuando son desclasificadas y pasan a ser documentos históricos. En ciertos casos se da publicidad a algunos elementos como es el caso de la “Estrategia Española de Seguridad”, que se renueva cada pocos años y suele incluir reseñas en la prensa sobre algún aspecto que tiene un carácter propagandístico. Otros documentos son directrices concretas dirigidas a la escala media de cuerpos del Estado como por ejemplo la “Estrategia Nacional de Ciencia y Tecnología”, a los profesionales de distintos ramos y a la sociedad como instrumentos pedagógicos y adoctrinadores como la “Estrategia Nacional de Salud Reproductiva”, éstos que son cientos, atañen a todas las esferas y están destinados a ordenar o modificar toda la vida social. Las grandes líneas maestras de la estrategia solo pueden rastrearse a través del estudio minucioso de su aplicación, como cualquier ejército enfrentado a un enemigo, el aparato de dominación política tiene planes que se apoyan en informes muy precisos y fiables de todo aquello relevante que acontece en cualquier dimensión de la vida social y en estudios multidisciplinares muy rigurosos desarrollados y reflexionados colectivamente en su entramado, pero, como cualquier ejército, los mantiene en secreto y procura engañar al enemigo acerca de sus intenciones.
La Constitución de 1812 fijó el ideal de un ente estatal que dirigiera completamente la vida social[4], un objetivo cuyo desenvolvimiento ha ocupado a las elites del poder los últimos doscientos años y que sigue desarrollándose en nuestros días porque los grandes proyectos estratégicos son procesos largos y sinuosos, extremadamente complejos e intrincados, que necesitan de ser precisados y concretados periódicamente y adaptarse creativamente a cada nuevo cambio y cada nueva situación. Requieren, además,  tener en cuenta todos los aspectos y las relaciones entre ellos y, sobre todo, establecerse en la escala temporal a largo plazo.
A través de los avatares de cada momento histórico, con avances y retrocesos, con fracasos y aciertos, en la ofensiva y en la defensiva, el Estado centralizado e integrado surgido de la revolución liberal no perdió el norte de su estrategia, conseguir convertirse en Estado total y superar la dualidad social del antiguo régimen, perseveró y se empeñó sin abandonar nunca su vocación de victoria. Efectivamente, el aparato administrativo del absolutismo, demasiado fragmentado y pobre en recursos  humanos, materiales y financieros estaba incapacitado para hacer llegar sus tentáculos hasta el último rincón de la sociedad por lo que debía convivir con las estructuras populares de vida y organización política que operaban en los vacíos de poder, éstas fueron el principal enemigo de la ilustración y el liberalismo para cuya destrucción ha empleado un programa de alcance histórico con un éxito notable.
La revolución liberal fue, antes que nada, un magno proceso de reflexión colectiva estratégica en las elites de poder, una auto-transformación y reorganización para idear un modelo de sociedad nuevo y establecer las condiciones de su realización. Esta definición de metas es un aspecto esencial de la estrategia y se manifiesta, en primer lugar, como un acto de elección, de voluntad, pues consiste en decidir cuáles son las aspiraciones deseables y  los objetivos perseguidos con independencia de la situación concreta de la que se parte, es, por lo tanto, el gran acto de la libertad y trata de la identificación de lo más esencial, aquello que perdura en el tiempo y que siempre pertenece al futuro porque, en definitiva, es un ideal, incumbe al ámbito de la cosmovisión básica que orienta la acción en todas las dimensiones, trasciende el tiempo biográfico e implica a la sucesión de las generaciones, es decir, se dirige enérgicamente al futuro. Estos son los rasgos esenciales que determinan la estrategia pues de las metas perseguidas dependen la forma y los métodos de alcanzarlas.
Para las elites que instituyeron el orden liberal ese fin último fue y es la extensión ilimitada del Estado, un aparato que no desea ya únicamente ser el centro de la sociedad sino sustituir a ésta y hacer desaparecer toda institución, estructura u organización de grupos humanos que no esté directamente contenida en él.  
Lo cierto es que donde, en 1812, había dos sociedades, dos comunidades humanas, el Estado y el pueblo,  que se relacionaban, se enfrentaban, cooperaban a veces y equilibraban y reequilibraban la correlación entre sus fuerzas, en nuestros días queda un único ente organizado, el Estado, y, fuera de él, una mixtura de grupos y clanes y, cada vez más, individuos solitarios, que se enfrentan o se ignoran, que viven de espaldas los unos a los otros, amarrados a las instituciones del poder de las que son deudores y a las que están obligados a cambio de una protección que no se sienten capaces de procurarse por sí mismos.
Ésta es la mayor victoria del Estado en los últimos doscientos años y el más grande problema estratégico al que tendrán que hacer frente quienes consideren la superación del actual orden de opresión social. Sin embargo, ante la superioridad del enemigo la mayoría de los movimientos del presente han elegido la peor de las opciones, por un lado negar la derrota estratégica de las fuerzas contrarias al poder elitista reconstituido en la revolución decimonónica, y, por otro, concentrar toda su energía en luchar por reformas o pequeñas “conquistas” dentro del sistema, presentando como grandes éxitos y trofeos lo que no son sino correcciones que mejoran y amplían el orden de dominación. Así han amado sus cadenas, viviendo en el autoengaño y actuando como agentes -con o sin conciencia de ello- del poder.
El reconocimiento de la derrota y destrucción del sujeto colectivo que se llamó pueblo (que reunió a todas las clases trabajadoras y no explotadoras que se sitúan al margen de las elites poderosas) es la primera condición para acometer una estrategia de regeneración y reconstrucción de un nuevo sujeto histórico enfrentado al poder omnímodo del Estado, a pesar de la delicada situación presente coincido con Federico Aznar Fernández-Montesinos[5] en que “conforme a la lógica paradójica de la guerra, la derrota enseña y la victoria confunde” y que la debilidad presente podría ser trocada en fuerza a partir de una reflexión potente y vigorosa en el terreno estratégico.

LA NEGACIÓN Y EL OLVIDO. EL PUEBLO BORRADO DE LA HISTORIA
Me limitaré a hacer una introducción a un análisis que se encuentra por encima de mis posibilidades presentes, representa una hipótesis relativamente fundamentada pero que precisará de sucesivos estudios concretos en cada uno de los apartados y temas que se incluyen, pretendo, ante todo, pergeñar un guión que permita que nuestro pensamiento se instale en la escala histórica, el largo plazo y la complejidad de lo real, elementos fundamentales para pensar estratégicamente.
El objetivo estratégico de toda guerra es aniquilar al enemigo; bien podría decirse que ha sido cumplido totalmente en este caso, el pueblo no solo ha sido derrotado sino que se ha perdido incluso la memoria de su existencia pasada, reescribiendo e interiorizando su  historia bajo la perspectiva del vencedor, negándose y falsificando su experiencia para integrarse en el orden del opresor. Como en las guerras más atroces, el solar del vencido quedó arrasado por completo.
Pero en 1812 al estatuir la ominosa Carta Magna el panorama no era tan optimista para el orden constitucional y representativo, la comunidad popular vivía un momento de gran potencia y fuerza, estaba armada y organizada y era, para las elites mandantes, un socio obligado contra Napoleón a la vez que su enemigo principal en el interior. En efecto, ya en 1809 eran las guerrillas las que hostigaban a las tropas francesas e impedían su implantación en el territorio, el ejército regular y el aliado inglés fueron desbordados sistemáticamente por las tropas napoleónicas en Castellón, Uclés, A Coruña, Ferrol, Ciudad Real, Valls, Tarragona y un largo etcétera, mientras las partidas ganaban fuerza y eficacia, actuando con plena independencia y enorme creatividad, movilizando ampliamente a la población[6] y con participación abundante de las mujeres[7]. Las partidas guerrilleras, como en la Edad Media las Milicias Concejiles, fueron ente autónomo y no derivado del Estado, estableciendo un poder real separado de la institución militar estatal. Por su eficiencia y vigor fueron una experiencia excepcional en el ámbito europeo, por eso Carl Schmitt, en su teoría del partisano, toma como referencia, precisamente, la guerra contra Napoleón en España donde 250 o 260 mil hombres eran mantenidos en jaque por unos 50 mil guerrilleros.
La fuerza de la guerrilla era la manifestación de la potencia de las instituciones y la organización social libre de las comunidades rurales, las formas comunales de propiedad eran las más usuales en el agro peninsular, comprendía la adjudicación en suertes de las tierras comunales, el cultivo colectivo de los bienes concejiles, el uso común de montes y pastos, las comunidades de regantes[8], la propiedad mancomunada de molinos, fraguas, hornos y bestias de labor, comunidades de pescadores, espigueo del arroz y otros[9].
La propiedad comunal y otras muchas prácticas como la derrota de mieses, el aprovechamiento de los pastos y los montes, etc. eran un choque fenomenal con el concepto de propiedad absoluta romanista, pero no ha comprenderse en clave económica la comunidad popular que se caracterizaba por ser una forma de organización social integral e integrada. El trabajo colectivo con la participación general de mujeres, hombres y niños, cada cual según sus capacidades y el reparto equitativo de los frutos es un elemento fundamental que da cohesión y fuerza convivencial a la aldea rural. Las formas de trabajo común fueron amplias, diversas regionalmente en las formas pero muy semejantes en su fondo. El trabajo se valoró más que la propiedad pues era considerado como el único valor insustituible, y así, quien no participara en el quehacer colectivo sin causa justificada era excluido del reparto del producto, lo que hacía muy difícil la monetización de la economía y su mercantilización. Además el autoabastecimiento de lo imprescindible para la vida fue la norma, pues se producía lo esencial en las mismas aldeas o pueblos en el entorno próximo y se practicaba el trueque antes que el intercambio por dinero, el capitalismo tenía, pues, un freno muy potente en las formas de vida rurales[10]
De esta manera se constituyó una forma de existencia basada en el apoyo mutuo y autogestionada, es decir, independiente de las estructuras del poder. La abundancia de instituciones de apoyo mutuo, hermandades, cofradías, sociedades de socorro mutuo para enfermedades, viudedad o daños de todo tipo, los seguros de ganados etc. hacían que el sujeto de la tradición fuera muy interdependendiente en la horizontalidad y muy despegado de las jerarquías poderosas.
Los muchos estudiosos que se acercaron a observar la comunidad popular a principios del siglo XX, como los citados anteriormente, quedaron muy impresionados por “la estrecha solidaridad en la que viven”[11] lo que lleva a este autor a aseverar el fracaso en estos lugares de las ideas individualistas de Jovellanos. La buena convivencia  y el amor en las relaciones sociales han sido un factor de enorme significación durante un largo periodo histórico para innumerables generaciones de mujeres y hombres,  la vida comunitaria se desarrollaba en todos los ámbitos, en la fiesta y en el trabajo, en los buenos momentos y en las dificultades, la gente se reunía para hilar, o para cantar y bailar, para enterrar a los muertos o guardar el ganado, la intimidad y familiaridad en las relaciones hacía que a menudo el clero condenara esas actividades por considerarlas fuentes de “corrupción moral”. Un retrato emocionado de la belleza de las instituciones convivenciales populares y del desastre de su liquidación durante el franquismo se encuentra en “Los desiertos de la cultura. Una crisis agraria” (ARAUZ DE ROBLES, 1979).
Estructurada de esta manera, la comunidad rural tradicional se constituyó como un auténtico contrapoder que tenía sus instituciones políticas, el concejo o asamblea vecinal, que era soberano en un ámbito limitado pero no insignificante ni trivial[12] Las autoridades estatales y consuetudinarias coexistieron sin mezclarse ocupando ámbitos distintos[13] pero siendo las centrales en la vida del sujeto las horizontales y elegidas anualmente. La organización política popular generó también un cuerpo legal propio, basado en los fueros y aplicado como derecho consuetudinario, oral, abierto e interpretado desde la experiencia y el debate de los iguales. La principal institución política de los vecinos, es decir, la asamblea, era la que regulaba y normativizaba la gestión de los asuntos de la comunidad según los acuerdos, los debates hermanados y la costumbre, ordenaba las relaciones y los conflictos, las obligaciones y los derechos. Lo consuetudinario se alzó frente al derecho romanista de las clases altas y fue especialmente beligerante en la negación del concepto de propiedad privada y en el derecho de familia. En este último asunto la experiencia ibérica fue especialmente única y divergente con las costumbres patriarcales dominantes en todo Occidente[14]. La libertad de la mujer en el ámbito popular fue uno de los factores que más vigor dio a las instituciones y la cultura del pueblo[15].
No es descabellado afirmar que la pujanza y dinamismo con que se implanta CNT desde su creación en 1910 que se convierte, por su influencia social, en un caso único en el continente tiene que ver con el enraizamiento de importantes sectores de la organización en las costumbres y la cultura del pueblo hasta el punto de que algún estudioso ha considerado que “la base de la utopía anarquista de Urales … era la masa de militantes de asentamiento o de procedencia rural y muy alta combatividad revolucionaria”[16]
Lo cierto es que la  mayor parte de la clase obrera en la época era de origen rural y pertenecía a la cultura democrática de las comunidades tradicionales, le era muy fácil, por ello, acercarse a una corriente política que proclamaba una sociedad de la solidaridad, el apoyo mutuo, la autogestión de la vida, la igualdad política estricta, la eliminación del Estado y que volcaba todo el poder decisorio en la asamblea de los iguales. El ideal libertario era tan cercano a la experiencia vital de quienes habían abandonado sus comunidades hacía muy poco que resultaba muy sencillo interiorizar sus propuestas. Así se expresaba en “Solidaridad Obrera” en 1932 argumentando que el campesino es revolucionario porque está acostumbrado al apoyo mutuo y la convivencia fraternal[17]
La idealización que hacen algunas corrientes anarquistas de la cultura moral tradicional y las formas de vida del pueblo ha sido muy estudiada[18], también la adhesión a las formas de vida sencillas y naturales con tintes anti-tecnológicos y anti-industriales. En 1927 A. Estevez en la “Revista Blanca” escribe que la agricultura es lo fundamental mientras que la industria se destina en su mayor parte a materiales para la guerra, más contundente, José España, hornero de profesión en “Solidaridad Obrera” (1932) dice “El campesino, lejos de toda complicación mecánica de la organización, de todo instinto burocrático sindical y de todo peligro autoritario en nuestra organización, tiene unos sentimientos nobles capaces de practicar la solidaridad  de una parte del continente al otro y morir luchando por su independencia factores esencialísimos en nuestra revolución”[19]
Así las principales corrientes libertarias, al igual que el sujeto de la tradición, idealizaron el trabajo como fundamento de la vida humana buena, de la autogestión y la libertad más esencial del individuo y rechazaron con contundencia el salariado como modelo de degradación y destrucción de la condición de persona así como la vida urbana, como hace Felipe Alaiz que describe Barcelona en 1935 en estos términos, “Barcelona gasta voluntariamente en alcohol y espectáculos un millón de pesetas … en libros no gasta en un año como en aquellos vicios en un día” y deplora el movimiento de población hacia las ciudades, “acudir a Barcelona significa desvalorizar el material humano haciendo que éste sea más barato que los ladrillos, dividir a los trabajadores en sus clases, favorece la rapiña de los caseros”[20].
Quiere decirse que la potencia, autonomía, combatividad e independencia de la clase popular trabajadora en el solar ibérico tuvo continuidad a lo largo de siglos, tomando formas históricamente singulares pero manteniendo un pulso permanente con el poder del Estado, fue elemento constitutivo de su idiosincrasia y su cultura, lo que hace más importante la reflexión y comprensión del proceso que ha conducido a la triste situación presente en el que la paz social es el factor dominante en medio de una gran catástrofe, no económica sino civilizatoria.



][1] El mejor estudio sobre la construcción histórica de Estado moderno en nuestro territorio es el de FÉLIX RODRIGO MORA (2011) “La democracia y el triunfo del Estado”, Madrid, Manuscritos.






[2] NORBERTO BOBBIO (2006) “Estado, gobierno y sociedad. Por una teoría general de la política”, Méjico, Fondo de Cultura Económica.


[3] Imprescindible “La casa de la guerra. El Pentágono es quien manda”, JAMES CARROLL, 2007, Barcelona, Crítica, un análisis riguroso y fundamentado de la realidad del Estado a través de sus instituciones señeras en las que se determina y se difunde la estrategia de la mayor potencia mundial. También “La democracia y el triunfo del Estado” ya citado.






[4] FÉLIX RODRIGO MORA, (2012) “La Constitución de 1812 en evidencia, guerras, aculturación, ecocidio, y deshumanización” . En https://www.dropbox.com/s/nkao222vjbvf9ws/RESCAT%20ADN-1.pdf






[5] FEDERICO ÁZNAR FERNANDEZ-MONTESINOS, “Entender la guerra en el siglo XXI”, 2011, Madrid, Editorial Complutense, Ministerio de Defensa.


[6] En este asunto aportan una gran cantidad de datos y referencias JOHN L. TONE, “La guerrilla española y la derrota de Napoleón”, 1999, Madrid, Alianza y E. RODRÍGUEZ SOLÍS, “Las guerrillas de 1808. Historia popular de la guerra de la Independencia”, 3 tomos, 1930, Madrid, en éste último resulta sorprendente para el lector no avisado la portada del segundo tomo que representa una mujer que levanta un sable con las dos manos a punto de descargar un golpe sobre el soldado francés derribado en el suelo.


[7] ELENA FERNÁNDEZ “Mujeres en la guerra de la Independencia”, (2009) Madrid, Silex.


[8] Los mejores trabajos sobre el derecho consuetudinario, el comunal y el trabajo colectivo se escribieron a principios del siglo XX cuando todavía muchas de estas prácticas e instituciones eran plenamente activas, aunque acosadas por el Estado, son, por ello, documentos históricos de enorme valor. Pueden citarse especialmente de E. LÓPEZ MORÁN “Derecho consuetudinario y economía popular en la provincia de León”, 1900, Madrid. S. MÉNDEZ PLAZA, “Costumbres comunales de Aliste”, 1900, Madrid. V. SANTAMARÍA Y TOUS, “Derecho consuetudinario y economía popular en las provincias de Tarragona y Barcelona”, 1901, Madrid.






[9] JOAQUÍN COSTA Y OTROS “Derecho consuetudinario y economía popular de España”, 2 tomos, 1902, Barcelona, Henrich y Cª.






[10] Ya citados, LOPEZ MORÁN, 1900, SANTAMARÍA Y TOUS, 1901, MENDEZ PLAZA, 1900, COSTA 1902.


[11] MENDEZ PLAZA, 1900.






[12] FÉLIX RODRIGO MORA, “Naturaleza, ruralidad y civilización”, 2008, Sevilla.






[13] Es muy significativa la observación de LÓPEZ MORÁN (obra citada) de que el pueblo y los funcionarios se distinguían perfectamente incluso en el vestido, usando atuendos tradicionales los primeros y modernos los segundos.


[14] CARMEN DEERE Y MAGDALENA LEÓN, “Género, propiedad y empoderamiento: tierra, Estado y mercado en América Latina”, 2002, Méjico, estudian el derecho consuetudinario de raíz hispana en la península y Latinoamérica comparándolo con el anglosajón y concluyendo que la condición femenina es de plena igualdad en el primero y patriarcal en grados diversos en el segundo.


[15] En “Feminicidio o auto-construcción de la mujer” PRADO ESTEBAN DIEZMA Y FÉLIX RODRIGO MORA, 2012, Barcelona, ofrecemos un estudio bastante amplio de esta cuestión.






[16] ANTONIO ELORZA “La utopía anarquista durante la II República española” Revista de Trabajo nº 32, 1970, Madrid.






[17] XAVIER PANIAGUA “La sociedad libertaria. Agrarismo e industrialización en el anarquismo español”, 1982, Barcelona, Crítica.






[18] JOSÉ ÁLVAREZ JUNCO “La ideología política del anarquismo español (1868-1910)”, 1976, Madrid, siglo XXI.






[19] PANIAGUA, 1982.






[20] Ibidem