“El alma humana tiene necesidad de verdad y libertad de expresión” Simone Weil

"Ni cogeré las flores, ni temeré las fieras” Juan de Yepes

La exaltación de lo femenino en la tradición

LA EXALTACIÓN DE
LO FEMENINO EN LA
TRADICIÓN

En “As Crabetas. Libro-museo sobre la infancia tradicional del Pirineo” Enrique Satué Oliván  recoge y reproduce en unos esmerados dibujos la representación simbólica que se hace de la mujer en una “rueca de capacico” para hilar el cáñamo, tarea tradicionalmente femenina.

Lo primero que llama la atención es la belleza del utensilio de trabajo, un dato que nos informa de la dignidad que tenían en esa sociedad las labores humanas asociadas a la satisfacción de las necesidades de la vida.

El trabajo fue en la comunidad tradicional  un elemento que integraba en sí valores de muy diversa índole; en primer lugar estaba destinado a atender las necesidades materiales del colectivo y por ello era una actividad útil  y valiosa que proporcionaba un enorme contento y afirmación personal al individuo, porque el ser útil a otros es, para la persona social, una necesidad primaria y sustantiva.

Además el trabajo era espacio de encuentro y convivencia, en este caso territorio femenino, ámbito especial de comunicación entre mujeres en el que se compartían intimidades y reflexiones, saberes, acervo de cultura y tradiciones; una esfera de construcción horizontal de la feminidad a través de compartir la vivencia singular de ese elemento multidimensional y complejo que es ser sujeto único y sexuado a la par que una más del común. Este carácter social y socializador de las tareas productivas daba a las faenas tradicionales un potencial enormemente  civilizador e integrador.

La alta valoración del trabajo, en este caso del trabajo de las mujeres, fue la base material de la estimación social de las personas que eran respetadas por su aportación singular al común, es decir, por sus méritos y obras propios y no por cortesía, por compasión o benevolencia.

Es evidente, cuando se observa la iconografía de las tallas de la rueca, que estas tareas femeninas estaban asociadas a la construcción colectiva y horizontal de la feminidad, no como esencia abstracta o platónica sino como vivencia compartida del valor que proveen las mujeres a la comunidad. Aparece en ella la mujer sexuada en la que destacan los pechos y el pez que emerge entre sus piernas. El pez, que fue símbolo del primer cristianismo, es también en algunas culturas paganas la representación de la erótica y la fertilidad femenina, así como una metáfora de la vulva. Es, en definitiva, la afirmación enérgica de sus atributos físicos y de su sexualidad, del contento de ser mujer.

Pero junto a ella aparece la imagen de Santa Orosia que representa, según Enrique Satué, a la mujer espiritual perpetuadora de la tradición, explicación que comparto pero a la que hay que añadir, yendo más allá, que no solo es depositaria de las tradiciones sino que la figura de la santa encarna a la mujer combatiente, valerosa y heroica que porta la espada y la palma del martirio. Es la mujer preparada para los desafíos más difíciles, para las batallas más penosas, mujer bizarra y esforzada.

He aquí la evidencia de que la cultura del pueblo no consideraba a la mujer como un ser plano destinado a agotarse en sus funciones sexuales sino como ser complejo, multidimensional, integral y no fragmentado. La potencia que alcanzó la feminidad  (y en correspondencia la virilidad) en esta cultura expresa mejor que nada la capacidad que esa sociedad tuvo para elevar y dotar de excelencia a los individuos que la habitaban.

El que existieran algunos espacios de lo femenino no significaba segregación ni encierro de la mujer pues se limitaban a ciertos momentos y ayudaban a dotar de fuerza y mismidad a las féminas que participaban igualmente en todas las demás tareas colectivas de forma activa y resuelta. Fueron un territorio de vínculos y relaciones en una civilización que proporcionaba una abundancia y complejidad de  ámbitos de socialización que permitían la creación de personalidades vigorosas  y cargadas de virtud.

La fuerza de lo colectivo, en esta sociedad, no fue el producto de la homogeneidad y la uniformidad sino de la concurrencia de las singularidades, de la celebración de la diferencia, de la expansión de la idiosincrasia de los sujetos.

Todo esto nos proporciona la oportunidad de reflexionar sobre la triste condición femenina del presente. La mujer de esta sociedad vive despojada de la vivencia de su naturaleza sexual[1], convertida en sujeto neutro, indefinido y ambiguo, así deviene en no-persona sino trabajadora pura, mano de obra en un mercado de esclavitud disfrazada, tropa para los ejércitos del sistema, obediente y cumplidora súbdita.

Los actuales espacios de mujeres se convierten fácilmente en ámbitos para la victimización, el resentimiento y la androfobia, lugares en los que la magnanimidad, el respeto de sí mismas y de la feminidad que exigen la consideración de la virilidad natural como un bien, tan excelente como nuestra propia condición sexuada, están excluidos. Son por ello espacios para la desfeminización, para el desarraigo de nuestra idiosincrasia auténtica, para la liquidación de nuestra originalidad y la exaltación de la condición de oprimidas, subordinadas y no-sujetos.

La necesidad de regenerar lo femenino, y por ende lo viril o masculino, en nuestra época es tarea que debemos asumir cada sexo de forma propia, pero no enfrentada, sino unidos en la tarea de encontrar caminos a la recuperación del tejido social de la convivencia, al respeto y dignificación de nuestras diferencias como un bien inapreciable para el desarrollo y creatividad de la comunidad.

Lo femenino de nuestra época habrá de construirse haciendo frente a los conflictos que este tiempo y esta sociedad nos han legado, es decir, desde el compromiso con el mundo, con el aquí y ahora de la humanidad, a ello debemos entregarnos con determinación  y bravura de mujeres y hombres de virtud.





[1] Entiendo que la mujer comparte con el varón la mayor parte de los problemas que se derivan de un sistema perverso y desquiciado pero que cada sexo tiene, como añadidos, aquellos que provienen de la manipulación de la idiosincrasia  sexuada y de la intimidad. De ello es de lo que hablo en este caso, sin pretender que aquellos otros problemas no tengan entidad e importancia, pero, cuando la nadificación del sujeto es hoy el principal escollo a la regeneración de la sociedad horizontal la cuestión sexual se ha convertido en un asunto de la mayor trascendencia porque permite operaciones de gran envergadura en el interior del individuo.

Presentación de "Feminicidio o auto-construcción de la mujer" en Miranda de Ebro

Presentación de

“Feminicidio o auto-construcción de la mujer”

26 de abril, Miranda de Ebro, Casa de la Cultura, sala de vídeo, a las 19,30.
Presentación del libro y mesa abierta de debate.

Piedra sola (Atahualpa Yupanqui)

PIEDRA SOLA

Atahualpa Yupanqui
Un canto a la fuerza y la determinación de ser.

"En la montaña toda fuerza definida se convierte en ejemplo. A la vera del camino hay una piedra enorme, mostrando a los vientos la grandeza de su soledad.
Quién sabe qué tempestades desataron los genios de la montaña para arrancar ese pedazo de cumbre y hacerlo rodar hasta el valle. Y esa piedra conserva en el llano la misma solemnidad de cuando era cumbre, de cuando ofrecía su atalaya de granito a los cóndores.
Piedra sola supo de cielos claros, de soles ardientes y de lunas vagabundas, de nieves implacables, de vientos libres, de alas potentes y de vertientes misteriosas.
Piedra sola no cayó para ser olvidada. Tal vez comenzara ahí, en el valle, su verdadera misión, su verdadero destino, a la par de los cardones, protegiendo a los arrieros con su sombra. Para el viajero que pase y la mire con ojos de turista, Piedra sola es un peñasco enorme, parado junto al camino, y que no tiene ninguna significación.
No servirán los ojos para mirar hacia arriba y descubrir el hueco dejado en la cumbre desde donde rodara la noche del huracán. No alcanzarán los ojos a ver las cenizas junto a la piedra, donde tantos viajeros de la vida levantaron sus fuegos para protegerse del frío. No alcanzarán los ojos a penetrar la grandeza del peñasco, que en el valle no es una piedra más, sino la Piedra sola, que es fuerza, definición, ejemplo y símbolo.
Más que una derrota, su posición es un triunfo. Hay que creer en la Verdad de todas las cosas de la naturaleza. Las piedras cuando son de un solo bloque tienen un alma grande. En esa alma, la montaña guarda todo su secreto, todo su silencio, toda su fuerza...
Piedra sola es el símbolo de una vida. Es la fuerza de un espíritu que se ha mantenido firme a través de todas las angustias.
Hay seres contra quienes la vida desata de pronto un vendaval de sombras y abismo, y los derrumba sin cauce ni ritmo, dejándolos ahí, junto a un camino cualquiera, como una Piedra sola... Pero no son cosa muerta en el paisaje. El dolor, cuando se lo sabe sufrir con dignidad, crea fuerzas que agigantan el espíritu y aclaran el horizonte. Hay seres que pueden mostrar su entereza y dar, en la cumbre o en el llano, el ejemplo de un valor puro, de una emoción pura.
Muchos destinos que parecen llamados a darse a la vida en un gran continente, terminan realizándose de verdad en un terreno humilde y claro, en un espacio pequeño, pero lo suficientemente apto para que se cumpla la misión de vivir con el pensamiento y con el corazón. Es la Verdad que se va realizando en el silencio de una pena bien guardada. Es el símbolo de un espíritu que ha llegado a la serenidad por los caminos del dolor. Eso es Piedra sola."

                      PIEDRA SOLA
                  Parada junto al camino

                  Piedra sola,
                  ¿qué vientos te derribaron
                  de la cumbre?

                  ¡Cómo vives tu destino!

                  Piedra sola,
                  grandeza que no ha
                  quebrado tu derrumbe...

                  Hondas penas me trajeron

                  Piedra sola,
                  largos caminos andando,
                  donde ti.

                  ¡Qué bien cumples tu destino!

                  Piedra sola,
                  ¡cómo quisiera tu fuerza para mí...!




El arte es útil

El arte existe hoy como mercancía de lujo, un valor seguro en el que se refugian las grandes fortunas, también existe como propaganda de aquellas ideas que forman parte de las entrañas del sistema, como espacio del narcisismo y la egolatría de un puñado de sujetos vendidos al poder y como instrumento para alentar la papanatería de algunas minorías que desean pasar por “cultas”, pero el arte, como experiencia estética y espiritual trascendente y necesaria está en vías de desaparecer en nuestra sociedad.

Hoy, por eso, es más necesario que nunca el combate por regenerar la práctica artística como experiencia no dirigida, no mercantilizada, no mediada por la academia, no sometida a la tiranía de alguna minoría ilustrada y exquisita.
Por eso es tan importante hoy la reflexión sobre la utilidad del arte como hace Irene en el texto que enlazo.



EL ARTE ES ÚTIL

Irene García-Inés

Si tuviera que definir el tiempo que nos ha tocado vivir sin duda hablaría de la guerra, ese tipo de gestión que Todo subyaga, que todo lo subsidia. Pero existe algo que incluso resulta más significativo y brutal que la misma guerra y es el hecho de que, al menos los españoles, No somos conscientes de que estamos en guerra. O No queremos ser conscientes de que sostenemos la guerra (seguir leyendo...)




Agradecimiento al Instituto Simone Weil



Tengo que agradecer a las queridas amigas que gestionan la página del Instituto Simone Weil que hayan considerado de utilidad y valor mi artículo “La función de la belleza en la vida” y lo hayan enlazado.

Me emociona encontrar mis reflexiones en ese espacio asociado a una figura de gigante en su humanidad como fue Weil.

Canción para un duelo

Canción para un duelo


Lloro lágrimas de hielo
por la luna que cae
sobre los desolados cuernos de la noche.
Lloro por la distancia de los cuerpos,
por el eco de las palabras olvidadas,
por las deshabitadas constelaciones.
Lloro por la canción que permanece
Abandonada en un rincón
De la casa común que es la memoria humana.
Lloro por las risas que, sin dueño,
nunca fueron la carne de mi carne.
Pero la vida empuja
el universo nunca se detiene;
el camino es, al fin,
el único propósito  conforme
a la naturaleza de quien busca
una ruta a la propia coherencia.

                    Prado Esteban Diezma

Las mujeres del pueblo no celebramos nada el 14 de abril

Las mujeres del pueblo no
celebramos nada el 14 de abril



Es un buen momento para dejar de estar en silencio. De nuevo el 14 de abril nos volverán a bombardear con el sermón sobre las conquistas femeninas durante la II República, que vienen a sumarse a los enormes logros de las mujeres bajo el sistema actual de crecimiento monstruoso del Estado y del capitalismo. Las mujeres del pueblo no celebramos la tiranía política ni el crecimiento de las grandes empresas burguesas, no celebramos nada, solo lo sufrimos, y ahora, como entonces, deberíamos prepararnos para enfrentarnos a ese monstruo sin miedo a la derrota o a la muerte. ¡Ya está bien de vivir anestesiadas! ¡Ya basta de hacer de dóciles colaboradoras de nuestras amas y amos!
Para muestra de lo que fue la II República con las mujeres os dejo un extracto de “Feminicidio o auto-construcción de la mujer”.


En julio de 1932 las clases modestas de Villa de Don Fadrique (Toledo), de unos 5.000 habitantes en esas fechas, pueblo de próspera agricultura, se alzan en armas contra el régimen estatal-capitalista republicano, el cual manda a la Guardia Civil,  que toma por asalto la población matando e hiriendo a muchos de sus vecinos y vecinas. Veamos qué provocó todo esto. 




Fotografía de MARINA (Archivo Manacor)

Para ello nos guiaremos de un folleto redactado por un periodista madrileño, Francisco Mateos, sin militancia política ni particulares conocimientos sobre el mundo rural, que visitó de manera profesional la población unos días después y dejó su testimonio en “La tragedia de Villa de Don Fradique”, escrito en buena parte mientras recogía los alegatos orales de las (se refiere una y otra vez a mujeres) y los supervivientes.
La cosa fue de la manera que sigue. El campesinado de esa población toledana decide ponerse en huelga ante la inminencia de las tareas de la siega porque, atención a esto, se había dictado una orden que prohibía participar en dicho trabajo a las mujeres y a los menores de 18 años. Como explican al reportero testigos del suceso, “en Madrid se había dictado una ley para que no sieguen las mujeres ni los zagalones que no han cumplido los diez y ocho años... ellos (las vecinas y vecinos de Villa) creían que todos, mujeres, zagalones y los que pudieran segar ahora por primera vez, tenían derecho... a segar, a trabajar”. Comenzada la huelga, el día 6 se dan los primeros choques y la madrugada del 8 de julio una manifestación de trabajadoras y trabajadores, pero integrada en su gran mayoría por mujeres, se concentra en las afueras del pueblo para evitar la acción de los esquiroles.
La Guardia Civil carga con extraordinaria dureza contra las mujeres y, al ver el maltrato que éstas recibían por las fuerzas represivas de la II República, el pueblo todo, hirviente de legítimo furor y heroísmo, se alza en revolución, se arma, expulsa a tiros a la Guardia Civil, levanta los raíles del ferrocarril y cava zanjas en las carreteras para evitar la llegada de refuerzos, corta la línea telefónica y telegráfica, pasando además a la ofensiva, lo que ocasiona al menos un muerto (a menudo el aparato represivo oculta sus bajas, para dar impresión de invulnerabilidad, como señala algún estudioso de hechos de esta naturaleza) y numerosos heridos a las Guardia Civil. Ésta, como era de esperar, se rehace, recibe refuerzos, tomando al asalto Villa de Don Fadrique. El resultado oficial es cuatro vecinas y vecinos asesinados, muchos más heridos y muchísimos más detenidos. Mateos ofrece el número de víctimas, “setenta, entre muertos y heridos”, una carnicería.
Puntualiza el periodista que la chispa que desencadenó la batalla fue “el ataque a las mujeres (que) llenó de indignación a muchos, que quisieron abalanzarse, en actitud suicida, contra los que disparaban (la Guardia Civil y los ricos del pueblo)”. Uno de los guardias cuenta a Mateos que los vecinos “a pesar de estar desarmados, querían acercarse a nosotros para luchar cuerpo a cuerpo, con una valentía suicida”. Por el contrario, la Guardia Civil en el asalto, se valió de escudos humanos, obligando a avanzar delante de ellos a mujeres y hombres de la población, para no ser tiroteada, acción sobremanera cobarde y vil.
La represión posterior fue tremenda. Mateos habla del edificio del Ayuntamiento convertido en prisión, donde “iban llegando los detenidos, hombres jóvenes y mujeres jóvenes... las mujeres en el piso alto y los hombres en el patio”. Y da nombres de alguna de las féminas baleadas, Felipa Manzanedo. La enloquecida búsqueda por el pueblo de víctimas a las que torturar y matar una vez tomado al asalto llevó a la Guardia Civil a disparar contra Josefa Marín, que se había escondido, a la que atravesó los dos pechos de un disparo, en lo que probablemente fue un acto sádico y machista de denigración hacia las mujeres en respuesta a su coraje y combatividad, atacándolas en sus atributos externos más visibles.
Reflexionemos sobre los hechos. Prácticamente la totalidad de los manuales feministas dicen que la II República fue un momento de excepcional mejora de la condición femenina, se habla incluso de auténtica emancipación, pero lo cierto es que dictó leyes expulsándolas del trabajo productivo en masa en la siega, la labor campesina más importante, junto con la labranza, realizada desde tiempos inmemoriales por las mujeres en compañía de los varones. Eso con el agravante añadido de que aquéllas son equiparadas a los menores de edad en el texto legal prohibitivo: imposible encontrar una exposición de patriarcalismo más perfecta. Eso lo hizo no el clero ni la derecha sino el gobierno de Madrid, en 1932, formado por una coalición de partidos republicanos y el PSOE.
Fueron la izquierda y los republicanos, progresistas, modernos y anticlericales, los que se propusieron confinar a las féminas en el hogar y quienes, cuando éstas se manifestaron, dieron órdenes a la Guardia Civil de tirotearlas. Eso por un lado. Por otro sabemos que los varones del pueblo no se opusieron a que las mujeres trabajasen, sino todo lo contrario; Mateos indica que exigían un salario igual para unas y otros en la siega. Ni los hombres ni las mujeres consideraban el trabajo a salario como emancipatorio, sino como una necesidad que compartían, tal y como compartían todas las cosas de la vida. Es esa asociación vital y afectiva la que produce que los varones cuando conocen la agresión, enloquezcan y literalmente se lancen contra los fusiles de la Guardia Civil a pecho descubierto, sublime expresión del amor que tenían hacia las féminas, que era tan inmenso, intenso y sincero que no podían soportar verlas maltratadas. Ello es la manifestación material de la concepción propia de Occidente sobre la relación entre mujeres y hombres, ahora en fase de liquidación por la ultra-modernidad multicultural en curso, una vía más hacia un neo-machismo de proporciones pavorosas.
Dos reproches de gran calibre. ¿Qué decir de la Guardia Civil, capaz de disparar contra mujeres desarmadas, usar rehenes para resguardarse tras ellos al realizar el asalto y atravesar los pechos de un tiro a una muchacha que se estaba entregando como detenida? Una vez que las clases altas y sus sayones han abandonado lo más valioso e innovador de la cultura occidental, corresponde al pueblo revivirla y practicarla. Y ¿qué decir de libros como el más adelante analizado, de Mercedes Gómez Blesa, “Modernas y vanguardistas: Mujer y democracia en la II República”? Con su muy vistosa y sofisticada damisela burguesa en la portada, su defensa sobreexcitada de la II República, su completo olvido de las mujeres de las clases populares, es decir, de la mayoría de las mujeres, y su ciega pasión por las señoras y señoritas más adineradas, ese libro es una muestra, particularmente desvergonzada e incluso obscena, de lo que es y representa el feminismo, la apoteosis triunfal de la minoría de mujeres ricas y poderosas que tienen al Estado y al capital como cosa propia y al resto de las mujeres como neo-siervas.
 Finalmente: fue el Estado, no los varones, quien dictó las leyes de exclusión de la mujer del trabajo productivo y, por tanto, de recogimiento forzado en el hogar, y fueron los varones, no el Estado, quienes se opusieron a ello con la máxima energía, además de las mujeres, claro está.
El feminismo, al estudiar la II República, pone en primer plano a un grupo, siempre el mismo, de mujeres muy importantes y cargadas de poder, señoras de la burguesía, intelectuales con muchísima influencia, altas funcionarias del Estado, aristócratas metidas a redentoras de la plebe, políticas profesionales, intelectuales y similares, nunca a las féminas modestas y anónimas de las clases trabajadoras. Cita obsesivamente a María de Maeztu, María Teresa León, Elena Fortún, María Lejarreta, Constancia de la Mora, Victoria Kent, Maruja Mallo, Zenobia Camprubí, Margarita Nelken y a unas pocas más, y las presenta como modelos a seguir.
Para el feminismo las mujeres del pueblo no existen, salvo como masa anónima y gris a la que hay que manejar con una mezcla de represión policial y demagogia feminista. Para esas señoras mega-poderosas de la II República todo fueron premios y beneficios, para las anónimas mujeres de Arnedo, de Villa de Don Fradique, de Casas Viejas y tantas y tantas poblaciones quedaban las balas de la Guardia Civil, las torturas en los cuartelillos, las cárceles. Se observa el extraordinario clasismo del feminismo, su mundo es el de las mujeres acaudaladas y poderosas y en su análisis de la II República lo expone sin rubor. Aquí hemos querido citar a esas mujeres anónimas (cuando hemos podido con nombres y apellidos) que fueron las víctimas verdaderas del patriarcado, pues la patulea de señoronas susodichas eran sus usufructuarias y beneficiarias.
La norma legal citada prohibiendo a las mujeres el trabajo de la siega, que debería ser objeto de un estudio monográfico, muestra cómo el Estado hizo penetrar la misoginia en las clases populares.  Es verdad que en un cierto número de poblaciones aquélla fue resistida y combatida pero no en todas, de modo que paso a paso la idea de que las mujeres están para las tareas caseras y nada más fue calando en una porción de las conciencias. Hoy, cuando aparecen, aquí y allá, expresiones de marginación de las mujeres entre las clases populares, el feminismo se precipita a atribuirlo a “la tradición” y a prescribir su remedio sempiterno, más y más Estado feminista. Pero fue el mismo Estado el que en un pasado no muy remoto hizo machista a un sector del pueblo, a las mujeres tanto como a los varones, igual que hoy le hace neo-machista, a ellas y a ellos. El Estado es la causa del mal, no la solución.
Los sucesos analizados muestran, de nuevo, que la izquierda y el progresismo no son mejores que la derecha y el clero: los dos bloques son, en esencia, la misma realidad social contra el pueblo. En el asunto de la mujer la izquierda y el republicanismo han sido peores, sin duda, desde su emergencia en la revolución francesa.
Hay que decir, acabando ya, que lejos de ser unos hechos aislados, sucesos similares a los de Villa de Don Fadrique se dieron en esos años (los del gobierno republicano-socialista y la bandera tricolor al viento) en otras poblaciones toledanas, Corral de Almaguer, San Pablo de los Montes, Fuensalida, Villaseca de la Sagra y Santa Olalla, entre otras, aunque de ellos no poseemos un testimonio tan completo como sobre Villa, porque no acudió ningún audaz periodista como Francisco Mateos. Se ha de añadir que la despiadada represión la dirigió el gobernador civil republicano de Toledo, al que obedeció puntualmente la Guardia Civil, autoridad que estaba en contacto con el gobierno republicano-socialista de Madrid. En todos y cada uno de esos pueblos corrió la sangre de sus vecinas y vecinos. Esto da la razón a “CNT”, cuando en su edición de 4-7-1933 hace el siguiente balance de la II República, “trescientos muertos. Infinidad de penas de muerte. Más de cien mil obreros encarcelados desde el 14 de abril. Deportaciones. Apaleamientos y torturas”. Exacto. Esa fue la modernidad tricolor en acción, un remedo ensangrentado de la revolución francesa, en la misoginia, en el furor represivo y, cómo no, en la demagogia.
Tras traer a estas páginas tantos casos particulares, podemos preguntarnos finalmente, ¿dejarán alguna vez las y los agentes de la modernidad estatal y capitalista de mentir sobre el mundo rural popular, en particular sobre la situación de sus mujeres? Se nos presenta aquél agobiado por las enfermedades y devastado por la miseria, pero ya vemos que es una falsedad. Se nos dice que era rotundamente masculino, con la mujer confinada en el hogar, ahora hemos visto que eso es otro de los muchos embustes de la modernidad estatal-capitalista. Se habla de una enorme mortalidad de las mujeres en los partos y eso es muy pero muy inexacto, por decir lo menos. Se arguye que las mujeres y los varones llevaban vidas separadas, siempre enfrentados entre sí, y hemos logrado averiguar que tales asertos son paparruchas. Se pretende que las mujeres no hacían actividades productivas fuera del hogar, cuando lo cierto es que se ocupaban de docenas y docenas de ellas. Se vocifera que las gentes, en particular el elemento femenino, eran marionetas manejadas por la Iglesia, aunque la realidad era muy diferente y mucho más compleja. La mentira es hoy el fundamento del sistema de poder imperante, como instrumento para la destrucción de la vida social y del propio sujeto.” (“Feminicidio o auto-construcción de la mujer. Vol I. Recuperando la historia”)

Ésta fue únicamente una de los cientos de enfrentamientos que el pueblo tuvo con el régimen liberticida de la II República, en todos ellos las mujeres,  nuestras ancestras, estuvieron las primeras. Quienes quieren hacernos escupir sobre su memoria  tachándolas de bobas y sumisas son los nuevos defensores del capitalismo y el Estado los mismos que nos invitan a ser mansas en la empresa, con los superiores, y fieras en el hogar, con los pares.