Más sobre género y raza
Como decíamos hace poco es muy rentable
para el sistema movilizar a los oprimidos. Como bien explica Carlos J. Álvarez,
en la entrada que tenéis inmediatamente debajo de esta, el victimismo, aún
cuando parte de una injusticia auténtica, se convierte en verdadero motor de mayores
iniquidades que las que lo iniciaron cuando la víctima se deja enamorar por la
seducción del Estado y sus instrumentos.
Las fotos que me ha mandado Alex son claras
para quien no desee permanecer ciego. Deberíamos observarlas, penetrar en los
detalles, intentar descifrar el fondo común de los rostros que se dirigen hacia
el jefe negro con admiración e incluso fervor; es una adhesión a quien
representa la exaltación de la raza, el pago de una deuda milenaria, la
ascensión al paraíso. La inclinación de género y raza en el ejército imperial
norteamericano lo hace mucho más potente, legitima su existencia y su práctica,
forma parte, por ello, de su fondo esencial.
Vivimos en una sociedad profundamente
racista y esencialista, fanática y prejuiciosa que cree que el color de la piel
y el sexo marcan las líneas entre el bien y el mal, ese simplismo mental permite
que la ignominia prospere envuelta en ese inane redentorismo biologicista.
Para quienes deploramos el racismo y el
sexismo de viejo o nuevo cuño resulta a veces complicado desmontar argumentos
tan necios como los que maneja esta nueva religión política; los dogmas
resisten toda argumentación porque parten del paradigma de la fe y no de la
sensatez. En cualquier caso conviene recordar, como ya explicábamos en “La rentabilidad política de movilizar a los oprimidos” que el uso de la cuestión racial en
Norteamérica es antiguo.
En 1958 un jovencísimo muchacho negro, Colin Powell, era ya oficial del ejército, en 1962, con 25 años, fue uno de dieciséis mil asesores que Kennedy envió a Vietnam, en los años siguientes se le asignó la investigación de los sucesos de My Lai (la gran matanza de marzo de 1968) no encontrando motivos para acusar a nadie. De Powell se ha dicho que es el afroamericano más poderoso de la historia, su trayectoria explica la habilísima intervención estratégica que dirigió Stanley Resor al hacer del ejército la vanguardia para derribar el supremacismo blanco en la sociedad yanqui (no debemos olvidar que fue el ejército el primer lugar donde desaparecieron los urinarios sólo para blancos).
En 1958 un jovencísimo muchacho negro, Colin Powell, era ya oficial del ejército, en 1962, con 25 años, fue uno de dieciséis mil asesores que Kennedy envió a Vietnam, en los años siguientes se le asignó la investigación de los sucesos de My Lai (la gran matanza de marzo de 1968) no encontrando motivos para acusar a nadie. De Powell se ha dicho que es el afroamericano más poderoso de la historia, su trayectoria explica la habilísima intervención estratégica que dirigió Stanley Resor al hacer del ejército la vanguardia para derribar el supremacismo blanco en la sociedad yanqui (no debemos olvidar que fue el ejército el primer lugar donde desaparecieron los urinarios sólo para blancos).
Militarismo y
antimilitarismo en el siglo XXI
“Quienes deseen entender la guerra tienen que dirigir
su
mirada atenta a los rasgos de la época en que viven”
Carl von Clausewitz
La visión
economicista del mundo que predomina hoy en las llamadas fuerzas anti-sistema
ha propiciado que, entregados a las luchas contra los “recortes” y obsesionados
por las reformas que están modificando la sociedad de consumo de masas, haya
pasado desapercibido que en octubre de 2011, un mes antes de las elecciones
generales se desplegó en Rota un escudo antimisiles que forma parte de un nuevo
sistema de defensa occidental frente a los misiles balísticos.
Comprobamos en este
hecho, de nuevo, como la lucha antimilitarista, que tuvo una tradición
magnífica en nuestra historia, ha quedado marginada y olvidada por esa vocación
de mezquindad política, poquedad intelectual y confinamiento en lo doméstico
que caracteriza las revueltas de nuestra época, que en su mayoría proceden,
tanto las que se reclaman de ella como las que no, de la concepción del mundo
de la izquierda, la misma, por cierto, que gobernaba en 2011 y negoció en
secreto con EEUU el despliegue militar de Rota y que volvió a incrementar el
gasto militar en 2011 en un 2,5%.
El estrechamiento
de la mirada que se pone sobre la realidad impide, no sólo que se comprendan
los grandes problemas de nuestro tiempo sino incluso los pequeños. No se
advierte una verdad elemental, que los cambios sociales, económicos, políticos
y de valores que se están produciendo forman parte del paquete de medidas
estratégicas para recomponer el maltrecho imperio de Occidente frente al
ascenso de China y los emergentes.
Descontextualizar
las actuales medidas económicas y políticas de su origen nos condena a no
entender nada y, por lo tanto, nos incapacita para la acción política. En
primer lugar hay que reconocer que el ejército es el auténtico corazón del
Estado. El crecimiento del aparato político de las elites desde la revolución
liberal tiene, como demuestra Félix Rodrigo Mora en “La democracia y el triunfo
del Estado”, su origen y su destinatario en la fuerza militar, cuestión
elemental que se ha olvidado en aras de la visión deformada y alucinada que
construyó el movimiento anti-globalización.
En “La casa de la
guerra. El Pentágono es quien manda” (2006) James Carroll analiza la función
central del ejército norteamericano, su verdadera condición de órgano rector de
la política del imperio. Su influencia no es únicamente política pues el
aparato militar de los Estados Unidos es la primera empresa por cantidad de
empleados a escala planetaria. Efectivamente con sus 3,2 millones de empleados
entre personal civil y militar no tiene parangón con ninguna otra
multinacional.
Estos datos, con
todo, no descifran la magnitud de los ejércitos en las sociedades actuales. El
gasto militar no puede reflejar la auténtica dimensión de esa institución que,
en realidad, es el núcleo sobre el que gira la actividad económica y política
del país. Una gran parte del consumo social está supeditado a las necesidades
militares. La industria agroquímica, la farmacéutica, la informática o internet
son sectores que han impuesto el consumo de sus productos a las masas para
mantener pujante un tejido industrial que es estratégico para el poder militar.
Incluso la industria del entretenimiento como expone David L. Robb en
“Operación Hollywood. La censura del Pentágono” (2006) tiene un compromiso real
y material con las necesidades militares.
Lo mismo sucede con
la universidad que, lejos de ser un centro del saber es, además de instrumento
de anulación del pensamiento libre y de trituración de la juventud, un
departamento más del aparato militar. Los centros universitarios de la Defensa
están adscritos a las universidades públicas. Los programas de investigación
vinculados a proyectos militares son crecientes, muchos directamente promovidos
por el ministerio de Defensa (art. 55.1 Ley de Carrera Militar) y otros
indirectamente. En muchos casos son secretos porque así lo permiten los
estatutos de la mayor parte de los centros universitarios.
Presentar al
ejército como una masa de descerebrados como hace cierto antimilitarismo
indocumentado es impedir comprender esa institución y, por ello, liquidar la
lucha contra ella. Es precisamente en los centros donde se elabora la
estrategia y las líneas maestras de los proyectos del Estado donde existe el
verdadero conocimiento de la realidad que nos es negada al pueblo. Por ejemplo,
en la Academia General Militar de Zaragoza se enseña con una metodología
rotundamente superior a la que padecen los millones de estudiantes
universitarios obligados a la repetición de verdades dogmáticas, tópicos y
lugares comunes. Un caso significativo es el del general Petraeus que dirigió
las fuerzas norteamericanas en Afganistán, un hombre que tiene publicados numerosos
ensayos pero que, ante todo, tiene experiencia directa y que, por ello, ha
pasado a engrosar las filas de otro órgano fundamental en la dirección de los
planes estratégicos de los Estados Unidos, la CIA.
Entender la
verdadera naturaleza del ejército es uno de los pilares de cualquier acción
antimilitarista, el otro es comprender la substancia del conflicto entre las
potencias a escala planetaria. La crisis actual no es una crisis cíclica o
coyuntural. Occidente, que ha sido el poder rector del mundo en los últimos
quinientos años lo está dejando de ser en estos momentos. El ascenso de China
que representa la irrupción de un despotismo estatal de nuevo cuño que
promociona un capitalismo hiper-depredador, neo-esclavista y muy agresivo y la
aparición en la escena mundial de las potencias emergentes ha generado un
desequilibrio trascendental que se está desenvolviendo en estos momentos.
China ha pasado a
ser el mayor inversor de capitales por encima del Banco Mundial, ha
incrementado su gasto militar casi un 200% en los últimos diez años y superará
por gasto militar a EEUU en 2025. Con ello se ha abierto una nueva etapa que se
materializa en una escalada armaméntistica
sin precedentes desde la caída del muro de Berlín. Australia ha
aumentado su gasto militar en un 50%, lo mismo que India y Vietnam, EEUU ha
definido la cuenca del Pacífico como zona geoestratégica decisiva. Si la guerra
ha sido siempre un hecho integral y político, hoy lo es más que nunca.
Digamos que el
momento presente se caracteriza por una suma de conflictos o una sucesión de
encrucijadas que tendrán que ser resueltas por el sistema a través de la
definición de una estrategia, es decir, a través del pensamiento analítico de gran alcance y proyección y la sucesión de
decisiones en múltiples dimensiones: militar, económico, político, ideológico,
social, axiológico etc. Entre los factores o fuerzas actuantes, en los planos
del conflicto, las fuerzas populares contra el sistema deberíamos ser uno más
pero, la lucha contra la guerra requiere un proyecto estratégico pues lo
estratégico es decisivo en cualquier operación que implique acción con
proyección de futuro, elemento que es obvio que hoy no existe.
Lo cierto es que construir un pensamiento y
proyecto estratégico contra el sistema es una tarea que hoy nos supera, sin
embargo las grandes epopeyas se han expresado como puro amor a la acción
necesaria y desinteresada pues como
dijera Thomas Carlyle "Puede ser un héroe el que triunfa o el que sucumbe, pero jamás el que abandona el combate".
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