Integral e integradora
La revolución y la
vida (I)
Palabra
polisémica y ambigua, pero con un halo romántico y sublime, el término
revolución despierta siempre emociones intensas. No podemos olvidar que bajo la
retórica de la revolución se han cometido las mayores atrocidades en los
últimos doscientos años pero aún así no conocemos otro que exprese con tanta
claridad y contundencia la necesidad de una gran mutación social que derribe
los muros de la tiranía y de la barbarie bajo los que vivimos.
Como
término abierto necesita ser llenado de contenido pero no de un contenido
discursivo y retórico ni de programas por puntos cerrados y ajenos al
permanente devenir de la historia. La revolución capaz de crear un mundo sin
poderes ilegítimos carece, por definición, de un proyecto único, acabado o
excluyente, de un camino unívoco y uniforme. Necesita ser caudal al que afluyan
todas las obras bellas y buenas que sea capaz de crear una sociedad, ser polo
de atracción del bien y de la vida, camino abierto que dé cobijo a la
divergencia, la creatividad y la iniciativa. Tiene que aceptar también, por
necesidad, su cuota de mal, de fealdad y de error, acompañantes inevitables e
inexcusables de toda obra humana que
también tienen un valor positivo como
motor de cambio y provocadores del esfuerzo y combate permanente.
Nada
tiene que ver este proyecto con las revoluciones liberales y proletarias, las
grandes convulsiones negativas de los dos últimos siglos que se basaron en el
imperio absoluto de la política y la economía, los dos factores que han
prevalecido definitivamente sobre la vida en todas sus dimensiones. La gran
tragedia ha sido la creación de lo que han llamado el “homo economicus”, término inexacto pues
habría que nombrarlo “homo políticus”, pues lo que le caracteriza es el
servicio al Leviatán estatal, a las necesidades económicas, políticas y militares
de un Estado ensanchado hasta lo patológico. En cualquier caso esa nueva
criatura de la sociedad moderna es una recreación ampliada y mejorada del
esclavo pues, como en las más terribles distopías, carece de la conciencia de
serlo y por lo tanto de la capacidad para rebelarse.
La
política pura, emancipada de la servidumbre de las necesidades vitales de los
seres humanos es lo más cercano a lo monstruoso, al infierno en la tierra.
Cuando Carl Schmitt se pregunta en “El concepto de lo político” qué se debe
entender por política propone una definición atroz y bárbara; “definir al
enemigo”, es por tanto el odio, la guerra y la hostilidad hacia los otros la
esencia de la política como la entiende el mundo liberal. De ello lo tomaron
las corrientes proletaristas, más estatólatras si cabe que lo habían sido sus
mentores y, por ello, más violentas, crueles y brutales en su actuar.
Pero
además su vocación fundamental ha sido siempre domeñar la vida, gobernarla con
mano de hierro poniéndola al servicio de sus fines y arrancando toda la energía que la vida crea
para funciones económicas y militares. La biopolítica, es decir, la administración
de la vida, es el alma de la política
moderna.
Tenemos que entender hasta qué punto
los elementos pre-políticos de la vida son decisivos en la constitución de la
sociedad. Las utopías, desde la liberal hasta las llamadas socialistas y
comunistas terminan aniquilando todo rastro de libertad y creando la sociedad
cuartel, ensanchando el despotismo sobre el pueblo más que los sistemas que les
precedieron. Mientras permanezcamos en las ideologías derivadas de la
Ilustración la idea del ser humano que reaparece sempiternamente es la de un
ser para la producción y para la gran estrategia del Estado. Los actos vitales
son convertidos en funciones sociales de manera que la biopolítica es
inevitable.
Por
ello mismo emancipar todos los actos y necesidades vitales humanos de la
dirección y tutela del poder es un elemento cardinal de una revolución
positiva. Tal proceso tiene que ajustar lo político y lo económico a sus
límites naturales, que son muy reducidos, y liberar la vida, el orden natural de la existencia,
lo primario humano y sus exigencias, haciendo de ello la dimensión esencial de
la civilización.
Las
necesidades vitales son corporales, afectivas, espirituales y materiales y esos
elementos conforman un único plano de la existencia. Estas necesidades que implican la
supervivencia física, psíquica y civilizatoria de la especie, que integran en
el mismo espacio la conservación material de la vida. La vida solo es posible
cuando incluye la satisfacción de las exigencias de cuerpo y los afectos, la
necesidad de relación, de amor y de convivencia y la parte espiritual como
necesidad de búsqueda del bien, de la belleza y de la virtud en un todo único, son
la esencia del vivir plenamente humano.
La emancipación de la humanidad está
asociada a la emancipación de las necesidades auténticas del ser humano, para
ello ha de volver a estar unido lo que ahora está incomunicado. La
fragmentación de la vida y de los individuos es hoy la norma, la
especialización es la rotura del individuo y de la sociedad, la separación entre lo privado y lo “público”, entre el pensar y el hacer,
entre el trabajo y la vida, entre las mujeres y los hombres, entre los hijos y
sus madres, entre los hijos y sus madres y sus padres, entre los jóvenes y los
viejos, entre lo útil y lo bello, entre el decir y su realización, entre el
trabajo y el ocio, entre las necesidades del yo y las de los otros, entre el
eros y el amor, entre el amor y la necesidad, entre el cuerpo y el espíritu,
entre el trabajo y la fiesta, entre el trabajo y la vida, entre la familia y el
entorno, entre el sujeto y la familia, entre las necesidades de la sociedad y
las de la persona, entre las de la civilización y las de la naturaleza, el
despedazamiento de la existencia es la forma concreta que adopta la deshumanización
en el presente.
A estos seres rotos y desintegrados que
somos no nos es posible pensar ni vivir integralmente y no nos es accesible actuar frente al mal que
sí es global, heterogéneo y múltiple y que ha construido un gran sistema
perfecto en su diversa unidad y coherencia.
Necesitamos pues un pensar, actuar y
vivir integralmente, de forma holística y compleja tanto como una nueva
capacidad de integrar, reunir y atraer al caudal de la regeneración todos los
elementos de valor que cree la sociedad sin desvirtuarlos uniformándolos.
Una revolución positiva requiere pues
de una praxis enteramente nueva y creativa y de unos individuos que la
sostengan construyendo en sí mismos las virtudes y las capacidades necesarias
para concebirla. Puesto que despreciamos el mundo elitista que divide a los que
gobiernan y los que son gobernados, los que piensan y los que hacen, los que
hablan y los que callan, que especializa todas las actividades humanas robando
la unidad al existir humano, tenemos que pensar en una nueva forma de integrar
la lucha por la revolución y el flujo natural de la existencia.
A la revolución hemos de ir cargados de
todas las responsabilidades y necesidades vitales, no podremos dejar a un lado a
nuestros hijos y familias y las obligaciones que implican, no dejaremos tampoco
fuera la vida espiritual, la necesidad de raíces, de verdad, de virtud y
valores, de belleza y de vida colectiva, no abandonaremos la necesidad del
trabajo ni las obligaciones para la supervivencia (aunque estas a veces sean
indignas, como lo es el trabajo asalariado), no excluiremos la necesidad de
vida erótica, de amor, de contacto con la naturaleza, de cuidar y ser cuidados,
cuidar la vida y cuidar la muerte y todas las demás necesidades ajustadas a una
existencia humana digna. El acoplamiento de las exigencias de la vida y las de
la revolución es cuestión esencial para que esta sea posible porque es la única
fórmula para que todos podamos participar y por lo tanto no se cree una casta
de gobierno ajena a las responsabilidades de la supervivencia.
Pero esta situación nos enfrenta a un
problema muy complejo y difícil, ¿es posible conciliar los deberes para con la vida y poner en marcha
procesos tan difíciles y esfuerzos tan ímprobos como los que reclama la
regeneración de una sociedad enferma de muerte como la nuestra? Dejo en el aire
esta pregunta, este conflicto al que cada uno de nosotros debe buscar una salida.
(continuará)
La integridad de la vida empieza en lo personal, y ese es nuestro principal problema, es muy difícil romper los esquemas asentados de "microcorrupción" en los que nos movemos, sobre todo y precisamente en este nuestro país. Salido de una sociedad y cultura fascistas, (doble moral, doble vida, denuncia y vigilancia, compadreo, caciquismo institucionalizado, comportamientos incívicos, el medro como horizonte vital, el enchufe) con la que nunca se rompió decididamente. No debemos engañarnos al respecto, y ya no hablo de las élites españolas, que siguen siendo exactamente las mismas personas o sus hijos, sino de la sociedad y cultura españolas más a ras de tierra.
ResponderEliminarEl problema de la microcorrupción es, si cabe, tan espantoso cono el pernicioso micromachismo. Desenvolverse en el mundo microscópico requiere de instrumental adecuado y de especialistas universitarios con una gran formación académica.
EliminarHola amigas, os dejo el enlace a nuestra página mujeres sin fronteras y sin bozal
ResponderEliminarhttp://mujeressinfonterasysinbozal.blogspot.com.es
Espero que no te moleste que siendo hombre haga algunas apreciaciones sobre tu entrada y sobre el blog que citas. No lo digo con ironía sino porque se podría entender que estás citando sólo a las mujeres para ir al blog, sino es así me alegraría porque creo necesario el compartir entre seres humanos, que es lo primero y fundamental, sin otras consideraciones.
EliminarSoy hombre y quiero decirte que, sin prejuicios, leí varias cosas en el blog y me queda una sensación intensa de odio y rencor. Entiendo que va dirigido a una parte de los hombres y leyendo intento ver qué tipo de hombre y no me queda nada claro. Si me lo permites tengo que decirte que parece, en general, no todo, publicitario y parcial, no encuentro autocrítica ni reflexiones medianamente profundas que me ayuden a comprender de donde viene ese odio.
Yo si creo que la mujer tiene un papel desafortunado en esta sociedad pero en mi experiencia de vida he visto injusticias tanto hacia los hombres como hacia las mujeres. En mi caso hice la mili y casi pierdo la carrera por ello. Ahí me pregunté porqué yo hacía la mili y no la mujer. Por supuesto la mili es una atrocidad y me alegraba que, al menos, no la hicieran las mujeres. Efectivamente, nos educaron para no llorar y a las mujeres para ser sumisas, basicamente, eso es cierto. Para no extenderme te diré que con la tranquilidad que me dan los años de experiencia no veo que la balanza de las injusticias esté inclinada hacia un lado u otro. Creo en el ser humano y en la libertad de conciencia y en el amor y la verdad. Lo demás está subordinado y es secundario. Y en este punto es donde está más clara mi crítica a todo tipo de información que se queda en lo superficial y que no hace un ejercicio profundo de reflexión.
No es el caso de Prado, que puede o no estar en lo cierto, pero sí hay reflexión profunda y se nota los años de experiencia y reflexión que acompaña a sus escritos.
Si me lo permites te animaría a que hicieras el ejercicio de dejar los juicios a un lado y leyeras con neutralidad, sin lucha.
Aún así entiendo también que tienes razones para estar cabreada, espero que eso no te quite salud.
Libertad y salud.
juanra.