“El alma humana tiene necesidad de verdad y libertad de expresión” Simone Weil

"Ni cogeré las flores, ni temeré las fieras” Juan de Yepes

La república feminicida

La república feminicida


Hay quien todavía sostiene que la II República, heredera y continuadora de la más temible de las misoginias, la republicana, jacobina e izquierdista, mejoró sustancialmente la condición de la mujer; se sugiere, incluso, que se llegó a iniciar el desguace del patriarcado, no culminado por la irrupción de la guerra civil. El método de insinuar o deslizar subrepticiamente en los textos ideas-fuerza que no se demuestran, es lo corriente en el aparato académico  y permite que ciertas creencias circulen socialmente y se hagan “verdades” comunes, sin argumentar ni demostrar lo que se dice, sin asumir la responsabilidad sobre tales enormidades. A menudo esos conceptos se esconden tras el sofisticado neo-lenguaje de la secta universitaria, procedimiento éste habitualmente utilizado por el sexismo hiper-subvencionado para manipular mentalmente a las mujeres.
Entre los muchos libros concentrados en faltar a la verdad en lo referente al análisis del periodo republicano, acaso uno de los que realiza esa actividad de forma más inescrupulosa sea “Modernas y vanguardistas: mujer y democracia en la II República”, de Mercedes Gómez Blesa, obra subvencionada por la Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas del Ministerio de Cultura en 2009. Su autora es doctora en filosofía, esto es, una destacada integrante del estamento de las y los profesores-funcionarios del Estado. Para comenzar, la portada representa a una mujer sofisticada, vestida a la moda de los años 30, en todo y por todo ajena a las mujeres de las clases populares en ese tiempo, lo que ya anuncia el contenido de la obra, un canto a las señoras y señoritas ricas y aculturadas, cien por cien burguesas, que dieron soporte a esa dictadura del Estado y del capital que fue la II República Española. Como es de sentido común, Mercedes Gómez yerra al calificar de “democrático” el régimen republicano, pues ningún sistema parlamentarista y partitocrático lo es ni puede serlo, menos aún el instaurado por decisión de las elites económicas, militares y políticas españolas en 1931, que fue extraordinariamente represivo y policial. Tampoco puede ser “democrático” un régimen que coexiste con el capitalismo, pues la libertad civil, por no hablar de la libertad de conciencia y de la libertad política, no es con él cohonestable. En la cuestión de la mujer la autora se atreve a susurrar que la concesión del derecho de sufragio a las mujeres eliminó el patriarcado, aunque luego ha de dar marcha atrás, al examinar la extensa legislación republicana específicamente misógina. El voto, cuando el poder real, económico, político y militar está en manos de las minorías que controlan el aparato del Estado y las grandes empresas y corporaciones económicas, no es libre para la mujer ni para el varón, reduciéndose su esencia a un procedimiento para integrar a las clases populares en las instituciones y así oprimirlas más y mejor.
Al loar las maravillas supuestamente otorgadas por la II República a las féminas, se olvidan de acontecimientos como los de Arnedo (La Rioja) en enero de 1932, donde la Guardia Civil reprimió una manifestación de trabajadoras y trabajadores del calzado, matando a cuatro mujeres, un niño y un varón en el acto, y dejando cincuenta y un heridos más, de los que seis fallecieron posteriormente (uno de ellos mujer) y otras muchas y muchos quedaron mutilados o lisiados (consultar “La República en la plaza: los sucesos de Arnedo de 1932”, Carlos Gil Andrés). De la peculiar naturaleza de aquel régimen lo dice casi todo que el único imputado, el teniente al mando de la fuerza, resultase absuelto. Esa carnicería contra mujeres no fue la única que realizó el inmisericorde aparato represivo republicano. En todas ellas: Castilblanco, Casas Viejas, Yeste, Puebla de don Fadrique, sin olvidar Asturias en 1934, las mujeres fueron ametralladas, o detenidas y torturadas. Con todo, el libro que mejor descubre las trapacerías de estas corrientes ideológicas es “La Guardia Civil durante la República y el 18 de julio”, de Juan Blázquez Miguel, una descripción minuciosa pero incompleta, provincia a provincia, de las actividades violentas del Institutito Armado, lo que permite conocer las muchas féminas que fueron víctima del terror republicano, y frentepopulista, en 1931-1936. Recordemos algunos casos. En Ávila capital, en junio de 1934, una manifestación de mujeres se enfrenta con valentía a la Guardia Civil, que responde matando a una e hiriendo a otra en una descarga. En junio de 1932, estando en el gobierno republicanos y socialistas, la Guardia Civil dispara contra una manifestación de féminas en Lavern (Barcelona), dejando heridas a 16. En Arroyomolinos de León (Huelva) el pueblo, dirigido por una mujer, se amotina en octubre de 1932, atacando el cuartelillo y quedando bastantes heridos. El caso más tremendo quizá tuvo lugar en Bustillo del Monte (Cantabria), en julio de 1932, donde el recaudador de contribuciones, escoltado por cuatro guardias civiles, fue atacado por una manifestación formada sobre todo por mujeres. De la refriega resultaron dos féminas muertas a tiros y cinco más heridas. En Veguilla, también en Cantabria, cuatro mujeres fueron alcanzadas por los disparos de la Guardia Civil en un acto represivo acaecido en 1934.
No puede olvidarse tampoco que, tras el inicio de la guerra civil el aparato estatal republicano que había sobrevivido en la zona antifranquista fue desmontando una a una todas las conquistas revolucionarias, entre ellas el hecho de que las mujeres hubieran ido al combate armado como milicianas. En efecto, fue el gobierno de la República el que, en 1936-1937, desmanteló uno de los mayores logros populares, que las mujeres tomaran las armas junto con los varones en lo que era una guerra justa y popular en ese momento. Quienes peroran en abstracto, demagógicamente, contra la ideología de la domesticidad y del confinamiento de las mujeres ¿por qué no la critican en concreto referida a ese acto incalificable de machismo, el desarme de las mujeres para devolverlas al confinamiento doméstico y a la esclavitud del patriarcado? ¿Por qué no ahondan en el hecho decisivo de que la II República Española mantuvo el Código de 1889, es más, que incrementó la legislación misógina a la vez que tomaba algunas medidas aparentemente “emancipadoras”? En lo que la II República aflojó la presión anti-femenina no fue por bondad desinteresada sino siguiendo las conclusiones extraídas de la I Guerra Mundial en toda Europa, que apuntaban a sustituir el patriarcado por el neo-patriarcado. De hecho, aquélla se limitó a continuar la política realizada por el Directorio Militar de Primo de Rivera en los años 20. Una vez más constatamos que el progresismo, el feminismo y el militarismo están íntimamente conectados.
Negar  que la II República es formal y realmente patriarcal y negar que el patriarcado se mantuvo en buena medida por la acción militante de las mujeres es ocultar lo más obvio, pues la guerra civil de 1936-1939 fue ganada por el franquismo (forma perfecta de patriarcado conforme al modelo clásico en la primera etapa del régimen y desarrollo del modo neo-patriarcal en la segunda) gracias, entre otros factores, al apoyo enfervorizado e indesmayable que le otorgaron más de un millón de mujeres organizadas en la Sección Femenina, “Las Margaritas” de la Comunión Tradicionalista, Auxilio Blanco, Auxilio Azul, Acción Católica de Mujeres y otras organizaciones femeninas. Sin duda, hubo más mujeres encuadradas en pro del patriarcado, a favor del franquismo -las cuales fueron además bastante más militantes, de media, que las féminas del otro lado- que en contra, en el bando republicano, verdad que ya se atreven a señalar algunos textos historiográficos. Por ejemplo, en “El pueblo contra la clase: populismo legitimador, revoluciones y sustituciones políticas en Cataluña (1936-1939)”, Enric Ucelay-Da Cal, en “Ayer. Revista de historia contemporánea” nº 50, 2003, se lee “la verdad, por muy antipática que pueda resultarle a los historiadores sociales después de los años setenta, es que fue la derecha la que con tesón y éxito montó una poderosa organización de género en la España de los años treinta: si Mujeres Libres aseguraban tener 20.000 afiliadas, la Sección Femenina del partido único franquista decía tener más de 500.000”. La realidad histórica fue así, nos agrade o no y que se ignore nos obliga a vivir en la mentira, la ignorancia y el error. En “Armas femeninas para la contrarrevolución: la Sección Femenina en Aragón (1936-1950)”, Inmaculada Blasco Herranz, aporta datos probatorios de que la movilización de las mujeres por el franquismo fue más amplia y profunda, y afectó a más mujeres, que la llevada a efecto por el bando republicano. Éste, trabado por su visceral e irremediable patriarcalismo, que forma parte de sus señas de identidad, no podía movilizar a las mujeres adecuadamente en pro de sus metas políticas. Cita la autora, por ejemplo, que ya antes de la guerra civil, las mujeres de Falange eran “portadoras de armas” a los actos públicos falangistas, lo que indica que no estaban precisamente confinadas en casa rezando el rosario, y que la Sección Femenina las exhortaba a “sufrir y a morir” por su ideal, haciendo de ellas “figuras femeninas heroicas”. Las formaciones republicanas y de izquierda (con la excepción de CNT, que, en puridad no ha de ser calificada de izquierdas) exigían a las mujeres que dejaran de ser mujeres, que se auto-negaran como tales, para incorporarse a la acción política, mientras que la derecha y el fascismo se valían de ellas en tanto que mujeres, sin forzarlas a realizar un atroz acto de auto-aniquilación. Según explica Inmaculada Blasco el falangismo hizo que “algunas mujeres abrazaran dicha retórica e imagen fascista de la virilidad, sin sacrificar sus cualidades femeninas tal como parecía (sic) proponer el modelo liberal”. Ahí está la diferencia, entre un patriarcado no-feminicida, menos agresivo, y otro feminicida.
Una observación pertinente es que el tono de desprecio y repulsa a la mujer, que aparece en el discurso de científicos e intelectuales adscritos al credo liberal, progresista, y aún izquierdista, no se encuentra en libros y publicaciones de tipo católico y eclesiástico, que conservaron su matiz tradicional asociado a un patriarcalismo moderado que se limitaba a mantener la subordinación de la mujer al esposo en el hogar, pero sin acudir a teorizaciones esperpénticas sobre su inferioridad intelectual, incapacidad innata y perversidad moral. Ciertamente, en la misoginia hay grados, y esto es un asunto a no olvidar si se desea comprender lo que aconteció en la guerra civil con esta cuestión.
La posición de la Iglesia católica y de las organizaciones dependientes de ella, aunque situándose en el terreno del patriarcado, introducía numerosas matizaciones que aliviaban la presión sobre las féminas en comparación con los horripilantes productos mentales facturados por la revolución francesa y sus fanatizados seguidores peninsulares. Según el dogma católico, la mujer salva o condena su alma conforme a sus méritos y deméritos, igual que el varón y debiéndose atener a los mismos mandamientos divinos que éste. En efecto, no hay pecados exclusivamente femeninos, aunque sí hay deberes específicos que la mujer ha de cumplir, y de los que el varón queda exento, pero no alcanzan la categoría de orden tajante, de pecado. Dentro del catolicismo no hay lugar para la ideología de la inferioridad intelectual de la fémina, que era la preconizada por la gran mayoría de los varones (y una buena parte de las féminas) cultos y modernos de los siglos XIX y XX en Occidente, dado que el alma de la mujer es igual a la del hombre en todo, como emanación de la esencia divina, puramente espiritual. Ciertamente la esposa ha de obedecer al esposo, como manda la epístola espuria atribuida a San Pablo, pero en la vida matrimonial campea la advertencia evangélica, “compañera te doy y no sierva”.
Lo que se deduce de aquí es que la mujer, en el mundo del clero y de las fuerzas tradicionalistas y de derecha, tenía mayor grado de autonomía que en las de la izquierda, con la notable excepción del movimiento anarcosindicalista, donde sí se hizo un gran esfuerzo por considerarla sin prejuicios sexistas de un tipo o de otro, combatiendo con energía el feminismo, al que razonablemente se tenía por burgués y reaccionario, para elaborar una vía propia y específica hacia su emancipación. Podríamos sostener que en la derecha más o menos clerical la mujer vivía subordinada pero con un cierto grado de autodominio de sus condiciones de existencia, mientras que en el anticlericalismo, republicanismo e izquierdismo faltaba un lugar para ella, pues era declarada como no humana, mera nada, en definitiva, no persona.
Lo femenino se extirpa del imaginario social tanto en los varones como en las mujeres (sobre todo en las clases altas, pues fuera de ellas tales ideas no consiguieron triunfar), para que quedase como sólo una sombra situada el fondo y fuera, entre el desprecio más refinado y la no-existencia. La misoginia del progresismo repudiaba a la mujer de la manera más atroz, precisamente porque no la apreciaba en absoluto. El mundo de la modernidad y el progreso carecía de lugar para ella y se esperaba que admitiese e interiorizase ese juicio haciéndose invisible, esfumándose y auto-nulificándose. De hecho, la misoginia que construye la revolución francesa y sus réplicas en los diversos países es, tal vez, la peor que ha conocido la historia de Occidente, precisamente por su refinada perversidad.
Quienes creen que la derecha y el clero se limitaban a confinar a la mujer en el hogar se equivocan lastimosamente; primero, porque eso no sucedió, como hemos probado, pero también por no comprender la complejidad de la posición de aquéllos en este asunto. Tomemos un libro que expone la verdad sin comprenderla, “Dios, Patria y Hogar. La construcción social de la mujer española por el catolicismo y las derechas en el primer tercio del siglo XX”, de Rebeca Arce. La autora reproduce los tópicos anticlericales e izquierdistas neo-machistas de siempre sin darse cuenta que incluso el título, que toma de diversos escritos derechistas de aquel tiempo, niega lo que pretende probar. En efecto, si antes que el hogar están Dios y la patria, eso significa que la mujer tradicionalista ha de estar atenta a esos valores tenidos por superiores, que debe anteponer a sus deberes como madre, particularmente en épocas difíciles para el uno y la otra. Luego, se ha de movilizar dejando de lado las tareas caseras y la ideología de la domesticidad, en cuanto la causa de Dios y de la patria estén en peligro. Por lo demás, el carácter multi-subsidiado y pro-gubernamental de ese libro contribuye a explicar su ínfima calidad.
Tal enfoque de la cuestión permite interpretar la colosal movilización de las mujeres que el franquismo logra en la guerra civil, hecho que ha sido ocultado con la exhibición de las imágenes de presencia femenina en las milicias en el primer año de la guerra, magníficas sin duda, pero que sólo fueron unas escasas miles, mientras que en el otro bando hubo una adhesión mucho mayor de féminas a tareas a veces tan arriesgadas y heroicas, sino más, que las de las milicianas.
Gracias al habilidoso y corajudo actuar (hay que reconocerlo así) de las mujeres fascistas de Auxilio Azul, por las noches salían francotiradores a hostigar desde las terrazas, los famosos “pacos”, a las y los combatientes antifranquistas, pero lo más efectivo de su obrar estuvo relacionado con el espionaje, la propaganda, la organización del caos, el saqueo a gran escala y la desmoralización de la retaguardia, en los que ese colectivo de mujeres alcanzó una enorme maestría. Sus normas de actuación eran formidables, por ejemplo, el Punto para la Acción número IV, que decía, “cuando dudes de tu conducta a seguir, elige la que mayor sacrificio te suponga”, lema que manifiesta la disposición de sus afiliadas para el esfuerzo y el heroísmo, aunque por desgracia al servicio de una causa hórrida. La existencia de ese ingente colectivo femenino (lo repetimos: no hubo varones en él), por sí misma, desautoriza las teorías ahora oficiales, pues estas miles de mujeres arriesgaron sus vidas a favor del patriarcado, manifestando que, lejos de ser sólo víctimas, fueron también victimarias de sí mismas, agentes (negativos) de la historia y fuerza remarcable de la reacción, de manera similar a los varones que se decantaron por las mismas opciones políticas que ellas.
Pero el caso del madrileño Socorro Azul, lejos de ser la excepción, fue la norma. Para una provincia de menor significación como Almería, un estudio esclarecedor es “Quintacolumnistas. Las mujeres del 36 en la clandestinidad almeriense”, de Sofía Rodríguez López. Analiza la gran masa de mujeres de esa provincia que durante la guerra civil hicieron de “agentes de la Falange clandestina” y actuaron como “proveedoras e informantes” de la quinta columna. El libro diferencia entre mujeres desafectas, derrotistas, espías y quintacolumnistas, según el grado de compromiso y el nivel de riesgo aceptado. Su acción fue tan efectiva que en mayo de 1938, cuando aún quedaba casi un año de guerra civil, hubo movilizaciones de féminas fascistas en la calle contra el régimen republicano. El “Apéndice 2” del texto ofrece una relación de 315 mujeres “procesadas por el Tribunal Popular y Jurado de Urgencia de Almería por desafección, desacato, espionaje y alta traición a la República (1936-1939)”. Considerando que los servicios policiales republicanos probablemente sólo lograron detener al 10-15% de las fascistas que operaban en la clandestinidad, es legítimo concluir que éstas fueron no una minoría, sino un bloque de varias miles, en unas condiciones en las que tal proceder era sumamente peligroso e incluso temerario para la integridad personal, como lo manifiesta el elevado número de detenciones. Es a destacar que en esa provincia, y en todo el territorio leal, durante los años de la guerra estuvo activo en la clandestinidad el llamado Socorro Blanco, otra organización pro-franquista formada sobre todo por féminas.
El estudio de los casos más conocidos que aparecen en el libro de Sofía Rodríguez muestra que la extracción social por un lado y el compromiso político, ideológico y religioso, es decir la conciencia, por otro, fueron los factores causales decisivos, mientras que el sexo-género tuvo una importancia mínima. En efecto, las mujeres de las clases altas y medias, junto con las de las clases populares adheridas a opciones reaccionarias, se movilizaron de manera casi unánime a favor del bando franquista (que era el más explícitamente patriarcal), al mismo tiempo que censuraban y amenazaban con furor a las féminas que estaban en las filas del antifascismo. Esto muestra que muy por encima del conflicto entre los sexos están los factores clasistas y las cuestiones relacionadas con el poder, por lo que la denominada “solidaridad femenina” es una entelequia cuando lo que está en juego son las cuestiones decisivas del poder, la propiedad, la hegemonía ideológica y el gobierno.
Añade la autora que tras la guerra fueron a menudo mujeres las que exigieron a las autoridades franquistas que castigasen con el mayor rigor a los presos antifascistas, lo que llevó a una parte de éstos a la sala de torturas y al paredón. Concluye con una frase bien cierta: “hechos como estos demuestran que, en adelante, las mujeres de los años treinta dejarían de ser calificadas de forma unánime como seres inocentes y devotas vestales del hogar”, valoración de lo más misógina además de rotundamente falsa, dicho sea de paso. Como se ha dicho antes, lo que esta autora expone sobre Almería es aplicable a todas y cada una de las provincias que estuvieron bajo el poder de la II República en un momento u otro de la contienda   Firme en su saludable función destructora de las fabulaciones historiográficas de la ortodoxia sexista, la autora se refiere a la nutrida y beligerante militancia de mujeres en organizaciones derechistas, clericales y reaccionarias, vale decir, patriarcales de un modo rotundo, antes de la guerra civil, en Almería y en todo el país, ofreciendo una interesante bibliografía. Cita, asimismo, una obra sobre la acción clandestina favorable al franquismo que realizaron mujeres en Valencia en 1936-1939, en “Sombras en la retaguardia. Testimonios sobre la 5ª Columna en Valencia”, J. Paniagua y B. Lajo, que ofrece también datos sobre féminas trabajando en la clandestinidad para el franquismo en Barcelona, por ejemplo, Carmen Tronchoni, detenida por el SIM republicano y fusilada en 1938. Cada día son más los estudios que señalan la decisiva actuación de las mujeres, de ciertas mujeres, en la guerra civil al lado del franquismo, de manera que este orden político ha de ser tenido por obra de aquéllas tanto como de los varones, de ciertos varones. Uno de tales trabajos de investigación es “Tomelloso en la frontera del miedo”, Dionisio Cañas, Emilia Bolos y Magdalena Aliaga. En donde se describe la movilización callejera organizada por mujeres de las elites de esa población manchega (ofrece el nombre de una de ellas, Conchita Guerra), por tanto presumiblemente franquistas, en febrero de 1937, tan preocupante que llevó al Ejército Popular a instalar ametralladoras para sofocarla, dado que se juntó “una cantidad inmensa”, sobre todo féminas y criaturas. Este caso concreto muestra la colosal aportación que hicieron las mujeres fascistas a la victoria final de Franco, pues las ametralladoras que hubo que emplazar en Tomelloso para frenar al populacho movilizado (hecho que probablemente se produjo en muchas otras poblaciones) faltaban en los frentes, asunto que contribuye a explicar de manera bastante sustantiva la pretendida inferioridad en armamento del bando antifascista en la guerra civil.
Hay otro asunto por dilucidar, las diferencias de calidad entre las mujeres que se unen al franquismo y las que se adhieren a la república, a favor de las primeras por lo general (con la excepción de las que militaron en el movimiento libertario ajeno a Mujeres Libres). En efecto, en ninguna ciudad ocupada por Franco se organizó nada que se pareciera, por su calidad conspirativa, entrega heroica y excelente hacer, al Auxilio Azul, organización femenina falangista que operó en la clandestinidad en Madrid hasta el final de la guerra, a pesar de las detenciones y los fusilamientos que este colectivo de mujeres padeció. Semejante hecho debe ser explicado, y no sólo narrado, y a nuestro juicio sólo existe un modo de hacerlo. Las mujeres de las derechas eran más capaces y autónomas porque gozaban de un grado mayor de soberanía y libertad y por lo tanto poseían personalidades más activas y creativas que las de los ambientes obreristas, vinculados a los partidos de izquierda y republicanos.
Efectivamente, ¿cuál era la idea que dominaba en la formación más importante de la izquierda, a la sazón, el PSOE? De la lectura de sus documentos se extrae una conclusión prístina. Ese partido compartía la anteriormente descrita masa de ideas ultra-misóginas segregadas por los intelectuales positivistas, los verbosos darwinistas y los pedantócratas progresistas, aunque de vez en cuando tuviera que hacer alguna afirmación más o menos favorable a las féminas, realizada siempre por motivos oportunistas, tales como atraer mujeres a UGT, lograr que influyeran favorablemente en los varones en época de elecciones para aumentar la clientela del partido en las urnas y, sobre todo, impedir que las féminas se pasaran en masa a las filas clericales, asunto que aterraba a republicanos e izquierdistas y que es la verdadera y única causa de su interés por lo femenino. En el partido de Pablo Iglesias la mujer era meramente una trabajadora. No era un ser humano, sólo una trabajadora, pero no era tampoco una mujer, sólo una trabajadora. En tanto que tenía apariencia externa de mujer era, para más escarnio, una criatura trabajadora de muy inferior categoría, de manera que estaba en la parte más baja de la escala, allí donde ya no quedaba nada de lo humano, tal vez por ello nunca se acercaron al PSOE, que fue hasta 1931 un partido de machos, la formación más misógina, probablemente, de la época, junto con el republicanismo, en particular el partido de Manuel Azaña.
Por eso, despreciada absolutamente, reducida a un estatuto que lindaba con la pura animalidad, privada de autonomía, condenada al par producción-consumo como el todo de la existencia, tenía que sentirse muy incómoda y a disgusto en la organización política y sindical del socialismo; la prueba es que su presencia allí siempre fue entre nula e insignificante. Es esclarecedor que, si bien las mujeres estuvieron en la primera fila de numerosas manifestaciones, luchas y huelgas desde la segunda mitad del siglo XIX  En su conocido libro “Historia de las agitaciones campesinas andaluzas”, J. Díaz del Moral, tras señalar la función de vanguardia desempeñada por las mujeres en las luchas políticas y sociales, hace una decisiva y preciosa observación: “las izquierdas españolas y todos nuestros partidos anti-conservadores anti-reaccionarios descuidan esta cuestión de la colaboración femenina”. No obstante este autor no entra sus causas. Quienes aseveran sin pruebas que el patriarcado es consustancial al mundo tradicional, agrario, deberían leer a Díaz del Moral para comprender que no es así, pues aparece como un producto de la modernidad, urbano por tanto, que tarda bastante en aclimatarse a los ambientes rurales. Las revoluciones liberales que crean e imponen a punta de bayoneta la misoginia moderna son fenómenos ciudadanos, no rurales.
Sólo ante la inminencia del voto femenino, reclamado desde hacía mucho por la derecha, se decidió a destacar a algunas mujeres, sobre todo a Margarita Nelken, con fines principalmente electorales y de oportunidad. Ello no podía remediar una realidad inveterada: que los jerarcas del partido leían a Moebius[i], o a cualquier otro u otros de la inmensa relación de autores patriarcales de la época (pensemos, por ejemplo, en Unamuno), casi todos intelectuales modernos, laicos, progresistas y de izquierda, y se tomaban en serio sus bufonadas, Largo Caballero sobre todo, al parecer.
En ningún ambiente ha sido, y sigue siendo, la mujer una no persona y un ser nada más desdeñado y excluido que en el de la izquierda institucional, antaño por causa del machismo explícito del patriarcado y hoy por el neo-machismo implícito del neo-patriarcado. Por decirlo de una manera sintética, mientras para la derecha las mujeres eran seres humanos que, eso sí, debían subordinarse a los hombres, para la izquierda aquéllas carecen de los rasgos específicos de lo humano, así como de los atributos propios de la feminidad. Son mera mano de obra, patéticos entes subhumanos que se desea sean funcionales y que no se ocupen de otra tarea más que de producir y consumir.
El error de la izquierda en esto no es adjetivo, sino sustantivo, ya que se desprende de su tenebrosa cosmovisión fundante, la interpretación económica de la historia y la humanidad, según la cual todo es prescindible o super-estructural, o  económico o determinado por la economía. Esta mutilación de la realidad, de la historia y de la condición humana, además de ser un error descomunal y una atrocidad sin nombre, es altamente negativa para quienes lo promueven, porque, al negar la sustantividad, complejidad y multilateralidad de lo humano, se hacen incapaces de movilizar esa riqueza de expresiones a su favor, de modo que siempre quedan vencidos por sus opuestos, mucho menos dados a la metafísica economicista y productivista. Desde otro punto de vista, la izquierda, cuando se obstina en reducir lo humano a lo económico, actúa a las órdenes del capital para el cual el trabajador es meramente mano de obra en el mercado, regida por leyes económicas, no un ser humano integral. Su servilismo hacia la concepción burguesa del mundo es  asimismo la causa principal de su derrota.
Se impone ahora una reflexión. Sería incurrir en una nueva forma de victimismo culpar exclusivamente al espeluznante machismo del progresismo, el republicanismo y la izquierda para explicar por qué las mujeres, de forma mayoritaria, se adhirieron al franquismo en la guerra civil de 1936-1939. No hay duda de que aquél es un factor causal de primera importancia, pero hay asimismo una responsabilidad colectiva en ello por parte de una gran porción de mujeres tanto como de hombres. En efecto, siempre podría haber sucedido que entre la mega-misoginia izquierdista y la misoginia derechista hubiese emergido un núcleo femenino y masculino que rechazase ambas y formulase una nueva orientación, línea y programa de emancipación. Esto no sucedió, las mujeres del  pueblo que habían luchado en sus pueblos y barrios contra la guardia civil y la guardia de asalto con espíritu épico y valiente no estuvieron a la altura de las circunstancias, no tuvieron capacidad para constituirse como tercera fuerza frente a las fuerzas de la reacción representadas por republicanos y franquistas.
Las mujeres hemos de considerar la historia con mentalidad crítica y autocrítica, y no con espíritu victimista. Nuestra madurez como seres humanos demanda que consideremos el pasado como una estructura compleja e interrelacionada de aciertos y desaciertos de los hombres y de las mujeres, de manera que cada sexo ha de admitir sus responsabilidades en los acontecimientos. Lo otro, es decir, culpar a los varones de todos los males, es tan infantil, tan indigno de personas dotadas de inteligencia, dignidad y auto-respeto, que no puede considerarse más que una argucia del Estado y del capitalismo para destruirnos.

Fragmentos de “Feminicidio o auto-construcción de la mujer”



8 comentarios:

  1. Magnífica y valiente consideración de un pasado no tan lejano, que tiene un lastre ideológico considerable. Habilmente mitificado por los prebostes izquierdistas sin otro fin que camuflar las verdaderas políticas implementadas una vez en el poder, así como distraer la atención de unas masas a las que cínicamente dicen representar, cuando en el fondo no son más que fieles y dóciles lacayos de la plutocracia. No hay mas que analizar episodios recientes como el servilismo archielocuente (para el que lo quiera ver) de un PSOE, a los intereses hegemónicos anglo-sionistas. Nos metieron en la OTAN, en esta estructura depredadora como la UE, avalaron guerras criminales como la de Yugoslavia (ahí está pavoneándose el odioso elitista de Javier Solana por foros y mass media intoxicadores como PRISA), como la destrucción de Iraq (Felipe González no olvidemos apoyó los planes de su amigo Bush padre), la destrucción de Libia y el acoso mercenario a Siria. Realizó la gran ignominia de reconocer a un estado terrorista e ilegal como Israel (mucho debía y debe a poderosos lobbies sionistas, al igual que su admirado Hollande). Al final tantas y tantas políticas de corte neo liberal, hay que maquillarlas con retórica feminichista para hipnotizar a legiones de mal informados y mal documentados, que desgraciadamente se mueven a impulsos instintivos simplistas.
    Practicando la estrategia orwelliana de controlar el presente, manipular el pasado, logran la confirmación de Santayana.
    Admirable labor Prado, aliento para continuar.
    Jose, el repensador (rethinker)

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    1. Quando leo la palabra 'sionistas' siempre sé que el escritor es idiota, malvado y sin duda un burócrata que lee 'El País'

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    2. ¿Los 'sionistas' otra vez ? Es siempre fácil echar la culpa en el Otro. El problema de España y Europa es su propia burocracia. Los 'anglo sionistas' no inventaron Napoleón, ni Stalin, ni Hitler, ni Franco, ni la Inquisición. Este racismo no es admisible.

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    3. David Mallinson, los sionistas son una raza?? A ver si el racista va a ser usted...

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  2. Y dale con la matraca antisemita. Israel tiene sus defectos, pero yo he visitado ese país y alguno musulmán y, con todo, me quedo con Israel, donde las mujeres viven, trabajan y circulan libremente, sin "machos" acosándolas.
    Me salgo del tema pero desde aquí mi total rechazo a los antisemitas disfrazados de antisionistas.

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    1. Bueno, al menos en los paises musulmanes no tienen que soportar esa lacra hembrista que es el feminazismo, con hembras continuamente acosando e insultando a los hombres. Me salgo del tema pero, desde este lugar, mi total rechazo al feminazismo disfrazado de igualitarismo

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    2. Pretender que el sexismo político occidental justifique la brutal y feroz misoginia islámica es un deplorable modo de entender las cosas. Así vivimos en el péndulo del mal y la barbarie, volviendo de un horror a otro más fuerte. No, no estoy de acuerdo.

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    3. felicidades a tan lucidas palabras Prado.
      puestos a opinar sobre opiniones.., el sionista es evidente que lo es, sino no confundiria español con nacional (como en tiempos de Franco), en cuanto a comparar Israel con cualquier pais, islamico o no, es pueril, quien va alli lo hace como un turista, no se entera de la misa la mitad, y en cuialquier caso su fundacion lo desautoriza como ejemplo de nada bueno. en cuanto a los estados islamicos... son estados, ni mas ni menos, no respetan a nadie, pero...¿y las personas?, yo solo conozco personalmente marroquies (intimamente) y no son machistas como se denuncia a los machistas-islamistas estandarizados, las mujeres tienen un peso especifico familiar que demuestra que es una manipulacion el extremo misógino con el que se nos presenta el islam, de igual modo que no es igualdad encontrar feminas saudies de alta cuna sin velo vestidas de chanel en nueva york, hay personas y personas.
      y hay culturas y culturas, y en esa tesitura, la internacionalizacion de las ideas es uno de los arietes del poder que mas rentabilidad le trae, internacionales socialistas, internacionales actos de solidaridad, internacionales feministas, internacionales.... intromisiones de la cultura mas agresiva inventada en occidente, la de los poderosos darwinistas que consideran a todo el mundo rebaño, de cualquier sexo, cultura, credo o pais, y como rebaño acabamos queriendo que todos se nos parezcan, uniformizar los modos de vida, y no aceptar la alteridad. criticar alegremente a otras culturas, incluida la islamica ( que ni profeso ni me gusta) es otra de las trampas de contraposicion en que nos hace caer la casta aborregante para aborregarnos, y las opiniones politicamente correctas (aun con la mejor de las intenciones de evitar confusiones interesadas en confundir) no deja de ser una demostracion de conductividad el poder, al menos si no se puntualizan o delimitan, y dejo claro que creo que ninguna atrocidad justifica otra atrocidad, excepto la atrocidad de la supervivencia.
      en cualquier caso, esta vez si voy a dedicar parte del dinero de la chatarra que recojo por las calles para sobrevivir a comprar tu libro, es ciertamente orgasmico leer algo tan bien escrito.

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