EN EL 106
ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO DE SIMONE DE
BEAUVOIR
MISOGINIA Y MENTIRAS
PARA CONSTRUIR
LA MUJER NUEVA
Hoy,
al abrir la página de Google, la gran multinacional de la era de internet, se
celebra el 106 aniversario del nacimiento de Simone de Beauvoir, no es extraño
que las grandes corporaciones del capitalismo del siglo XXI celebren esa
efeméride, la figura de la francesa representa los valores de la sociedad
presente.
En
"Feminicidio o auto-construcción de la mujer" dedicamos un capítulo a
entender esta figura. Os dejo unos extractos de lo allí escrito.
Merece
especial atención la obra cumbre del feminismo, “El segundo sexo”, de Simone de
Beauvoir, publicada en 1949, fecha a retener para comprender su propósito y
significación. Lo primero que resalta en ella es su intención totalizante, al
ofrecer una interpretación completa y definitiva del asunto considerado, y su
pretensión de omnisciencia, principios comunes a todo el pensamiento religioso.
Examina la condición femenina desde la biología, el psicoanálisis, el
materialismo histórico, la historia, los mitos, la política, la economía y
algunas disciplinas, o pseudo-disciplinas, más. Es una lástima que ese
ejercicio se realice con materiales intelectuales de segunda y tercera
categoría, por lo general tomados de obras de divulgación, pues la autora lo
ignora casi todo de los asuntos que trata (esto es obvio especialmente en la
parte que dedica al análisis histórico, un rudimentario texto escolar elaborado
con lugares comunes), aferrándose además a modas intelectuales de su tiempo
ajenas al saber cierto, hoy justamente olvidadas, como son el freudismo y el
materialismo histórico. En realidad, lo que hace es literaturizar de forma
fácil, simple y ramplona los asuntos tratados, sin voluntad de verdad y, por
ello, sin alcanzar ninguna consecuencia apreciable que, en tanto que
certidumbre imparcial y objetiva, pueda ser considerada con respeto.
A
pesar de la simpleza argumentativa del texto, las instituciones académicas y
políticas lo han convertido en un dogma teórico, esto es, un sistema de
creencias obligatorias, una religión política en suma, que se impone por
aleccionamiento a la multitud (a los hombres tanto como a las mujeres) para que
en las mentes de las clases populares prevalezca lo que interesa al poder
constituido. La obra, amontonando anécdotas, datos y citas banales junto con
reflexiones elementales, parece querer intimidar al lector o lectora. Dado que
el método es el habitual en el campo de lo teorético, el axiomático-deductivo,
hay que indagar en los axiomas o primeras “verdades” fundantes de la autora. Se
observa que su ideología básica es el odio a lo femenino, y que desde ella
trata parcial y especulativamente el asunto de la mujer con el deseo de
alcanzar conclusiones de tipo feminista. Tal hace del texto la obra cumbre en
la combinación de misoginia y feminismo.
Lo
primero se manifiesta en el desprecio y rencor con que concibe el cuerpo femenino,
negativo en sí, por ejemplo, cuando dice que “todo el organismo de la hembra está adaptado a la servidumbre de la
maternidad”, pues ésta, por sí misma, entendida al margen de sus
determinantes o condicionantes políticos, económicos y culturales, no es tal,
sólo una experiencia humana magnífica, y envidiable, reservada a una parte de
la especie, la mujer. Desde luego, considerar la maternidad como una
“servidumbre” es situarse en el terreno del machismo más bronco y cuartelero
presentando las particularidades de la biología de la mujer como causa de
su supuesta inferioridad[1].
Esa literata y sus seguidoras consideran de hecho, con Averroes, que “la mujer es hombre imperfecto”, por lo
que ha de dedicar su existencia a hacerse un varón perfecto, negándose sin
tregua, imitando en todo a aquél.
Leyendo
con espíritu crítico se concluye que Simone de Beauvoir se avergüenza de ser
mujer, mientras admira y ambiciona entre líneas la biología del “macho”,
expresión que suele usar para referirse al varón, probablemente porque no
comprende qué es lo humano esencial y concreto, expresado en la feminidad tanto
como en la masculinidad, dado que su cosmovisión es el sexismo zoologista del
determinismo biológico, una perversa ideología ilustrada y burguesa urdida en los
siglos XVIII y XIX. Un interesante estudio crítico del patológico rechazo
fóbico de aquella autora al cuerpo femenino puede encontrarse en J.B. Elshtain,
quien recuerda que su compañero intelectual, el pseudo-filósofo J.P. Sartre,
haciendo gala de una misoginia aún más repulsiva que la de la autora examinada,
lo denomina “infortunada anatomía”: tales son los averiados fundamentos
doctrinales del Estado feminista, que tiene en De Beauvoir su santa patrona.
Lo
que más resalta, y repugna, en dicho texto, pero que muy pocas y pocos logran
aprehender, dada la promoción de la voluntad de creer que hace la modernidad en
el sujeto medio, es la descomunal carga de machismo que contiene, la manera tan
rencorosa como descalifica el cuerpo de la mujer, a la que con un lenguaje
relamido y tortuoso presenta como inferior biológicamente al ser víctima
desventurada de unas taras terribles que la naturaleza le ha impuesto al
hacerla mujer. Esa misoginia implacable se manifiesta incluso en el desprecio
con que describe a las hembras de los mamíferos, cuya actividad sexual presenta
de modo equivocado, conforme a prejuicios sin fundamento que muestran a los
machos como “superiores” y a las hembras como “inferiores”, falseando la
realidad de su vida reproductiva. Es éste uno de los textos más misóginos de la
historia de la humanidad, cuya admisión por las y los feministas manifiesta la
carga atroz de machismo que tienen interiorizada y que les lleva, como no podía
ser por menos, a implorar al Estado y a la clase propietaria que les tutele y
proteja, única forma, al parecer, de aliviar su inferioridad congénita. Dicha
aversión a la mujer es lo que tanto gustó a las militantes de la Falange y de
la Sección Femenina que ya desde los años 40 hicieron del libro comentado uno
de sus textos más apreciados, cuestión que más adelante se tratará.
La
autora se odia a sí misma en tanto que mujer y al varón con el impreciso e
inexacto argumento de que la fémina “ha
sido, si no la esclava del hombre, al menos su vasalla (sic)”, de manera
que en ella todo es biliosa animadversión, omnipresencia del odio y envidia
enfermiza de lo masculino. En realidad no es así, pues la rendida devoción de
S. de Beauvoir al orden constituido le lleva a ocultar la realidad, que es
bastante simple: la discriminación patriarcal
no es cosa biológica: está en las leyes positivas, estatales, y proviene
de ellas, encontrándose sus causa en el terreno de la política, la economía,
las exigencias militares, la biopolítica, la emigración, la religión y otras
formas de experiencia social. Pero, ¿quién hace esas leyes? ¿Todos los varones
en general? Es obvio que no.
Como
ciudadana gala, habría de conocer que no fue obra de todos los varones el
Código Civil francés de 1804, que imponía a las mujeres un patriarcado
perfeccionado y a los desventurados hombres de las clases populares terribles
prestaciones militares (cientos de miles de ellos, probablemente millones,
murieron en las guerras napoleónicas, y otros tantos resultaron heridos o
quedaron mutilados), laborales, fiscales y de otra naturaleza.
Tampoco
fueron los varones en general quienes edificaron el sistema legal patriarcal
del franquismo, sino los jerarcas del régimen, con la decisiva ayuda de la
Sección Femenina (donde estaban organizadas las mujeres del aparato estatal y
de la burguesía, con más de medio millón de afiliadas, defensoras acérrimas en
ese tiempo del patriarcado), tras vencer en una guerra y posguerra en la que
más del 90% de sus víctimas fueron hombres y menos de un 10% mujeres. Notable
desproporción que debe ser explicada, porque significa que el fascismo fue
resistido mucho más por los varones que por las féminas, a pesar su supuesta
sobre-opresión[2].
Todo esto es elemental, así pues, ¿por qué esta autora, y con ella tantos y
tantas, lo niegan y ocultan? De esa forma se culpa a la otra víctima, el varón,
y se exculpa al victimario de unos y otras, el aparato estatal. El hombre de
las clases populares queda como chivo expiatorio de lo que es obra de las
elites gobernantes y la burguesía.
Donde
el error se transforma en enormidad ideológica y doctrinal es en su crítica del
embarazo, cuando expone, por ejemplo, que “la
gestación es un trabajo fatigoso que no ofrece a la mujer ningún beneficio
individual y le exige, por el contrario, pesados sacrificios”. Es evidente
que para la autora el amor, sobre todo el amor heroico practicado por la gran
mayoría de las mujeres cuando son madres, en forma, al mismo tiempo, de
práctica, convicción, volición y emoción del desinterés, la generosidad, la
magnanimidad, el sacrificio y el esfuerzo longánimo, no sólo no cuenta, sino
que además es repudiable. Así, al tratar de la maternidad sólo logra articular
salmodias marcadas por un extremado egotismo y solipsismo, cien por cien
burgueses en su descarnada búsqueda del interés individual, o lo que el poder
constituido presenta como tal.
Destruir
el amor en la mujer (y en el hombre) es imperioso para que pueda ser reducida a
mano de obra, que es el único objetivo considerado en el texto, lo que es
señalado con acierto por Sylviane Agacinski. Es esclarecedor que la escritora
exponga tales atrocidades acerca de la gestación y guarde silencio sobre los
padecimientos, humillaciones y degradaciones casi infinitas que el trabajo
asalariado provoca a la mujer (y al varón) día tras día, incluidas las
violaciones de mujeres que tienen lugar en las empresas capitalistas, sobre las
que el feminismo guarda un silencio sepulcral, como expresión política que es
de los intereses fundamentales del gran capital. De ese modo estamos obligados
a creer que son las hijas e hijos los que dañan y expolian a las mujeres, no
sus verdaderos explotadores, la clase empresarial y el cada día más poderoso y
ávido aparato fiscal.
El
atroz desamor a los niños y niñas, por consiguiente, a la maternidad y
paternidad, preconizado por De Beauvoir, lo diremos una vez más, manifiesta su
respaldo a un programa para la completa deshumanización, para la conversión del
género humano en bestias y engendros; en él se revela con claridad el credo
feminista actual como lo que es: una expresión señera de lo monstruoso. El
desamor a la infancia es la total extirpación del amor en la persona, ya que
quien no ama a los niños es incapaz de amar a ningún otro individuo, animal o
cosa, siendo, por tanto, un ente aberrante e infrahumano. Ello encierra un
componente de machismo, pues la antipatía hacia la infancia es,
inevitablemente, animadversión a las niñas, mujeres en ciernes, lo que va unido
en el feminismo oficial a su conocida malquerencia por las ancianas, pues tal
ideología sólo considera a las féminas aptas para ser mano de obra y carne de
cañón en los aparatos militares. De esa manera divide a las mujeres,
enfrentándolas entre sí, poniendo en claro lo demagógico de la tantas veces
invocada “solidaridad femenina”, cuya concreción práctica es que las mujeres
trabajadoras han de venerar a las mujeres empresarias.
Las
causas materiales de tantos y tales desatinos, que nos rebajan desde la
condición de seres humanos a la de monstruos, son obvias. Tras la I Guerra
Mundial los millones de bajas masculinas que había padecido Francia fueron
cubiertas por la emigración de polacos, españoles, portugueses, armenios,
italianos y gentes de otros países, de modo que las francesas podían ser
“liberadas” parcialmente de sus funciones maternales futuras, lo que demandaba
que el viejo orden patriarcal jacobino impuesto a viva fuerza en la revolución
francesa, una explosión de misoginia como pocas veces se ha visto en la
historia de la humanidad, fuera sometido a una reinterpretación práctica y
doctrinal. Con ello se conseguían tres metas cardinales en lo económico: 1)
trasladar a los países más pobres, de donde procedía la emigración, los gastos
de crianza de los seres humanos, ahorrándoselos a Francia; 2) disponer de mano
de obra inmigrante a gran escala, más barata que la autóctona, y 3) destinar a
millones de mujeres a la producción, “emancipándolas” de la tutela marital sólo
para ponerlas bajo la despiadada tutela del patrón y del aparato estatal.
Todo
esto creó una fase de transición, de dudas, que se manifestó en la naturaleza
de las decisiones adoptadas acerca de las decisivas cuestiones de la
biopolítica por los poderhabientes franceses y que alcanzó hasta el final de la
II Guerra Mundial. Terminada ésta y recuperada la normalidad de la vida económica
hacia 1948, aquéllos escogieron marchar por una vía expeditiva, la del
desarrollismo económico más desenfrenado, con la mujer lo más apartada posible
(¿y qué distancia más que el odio?) de la maternidad y la familia, de su pareja
y del amor, volcada ciegamente en la producción, el salario, el dinero, el
medro profesional, la empresa y el logro de las grandes magnitudes
macroeconómicas que “la nación francesa” fijaba.
Un
vendaval de insanía economicista y desarrollista sacudió al país. Todos y
todas, con escasas excepciones, estaban a favor de librar “la batalla de la
producción”, desde la derecha del general De Gaulle hasta la izquierda que
seguía dócilmente al PCF (Partido Comunista Francés), que conminaba, con su
estilo zafio y despiadado, al proletariado a producir más y más, sin tregua ni
reposo. La consigna era “todo por la producción” y a ella debían subordinarse
las mujeres tanto como los hombres. Para hacer que las féminas fueran
permeables a dicho lema perverso, libros como “El segundo sexo” fueron
providenciales. De ahí salieron los “treinta gloriosos”, es decir, los tres
decenios en los que el capitalismo francés se desarrolló como nunca lo había
hecho antes.
Conviene
enfatizar que, según de Beauvoir, el varón, en tanto que pareja o hijo, es sólo
un “macho”, un ser diabólico a combatir, mientras que en tanto que capitalista
es el que provee a la mujer de los instrumentos (el trabajo asalariado) para su
emancipación por lo que es tratado con mesiánico fervor. Su ideario ha
convertido a millones de mujeres en las esclavas de los jefes, de la
producción, el beneficio y la ganancia empresarial; las mantiene en situación
de ser consideradas como un objeto, un cuerpo destinado a ser sacrificado a los
intereses políticos del Estado, antaño bajo las condiciones del patriarcado,
sometida por la ley, y hoy en las condiciones del neo-patriarcado, atadas
igualmente a las necesidades del sistema como fuerza de trabajo y convertidas
en seres nadificados en su existencia personal. En ambos casos les es negada la
vida como seres humanos integrales que se realizan a través del uso regular del
entendimiento, la voluntad, el sentimiento, la sociabilidad, la libertad y el amor, igual que los varones.
Cuando
se publicó “El Segundo Sexo”, en el año 1949, Simone de Beauvoir poseía una
biografía bien curiosa. Junto a J.P. Sartre, el guía por excelencia de la
conciencia francesa de posguerra, que se creía profunda y exquisita pero que
era sólo trivial y adocenada, se presentaba como miembro de la Resistencia
contra la ocupación nazi y el fascismo autóctono, condición necesaria para ser,
en ese tiempo, respetada y considerada, aunque los estudiosos de la Resistencia
no encontraron pruebas de ello y excluyeron a ambos de las listas de
resistentes y luchadores. Así lo hizo el historiador más prestigioso, Henri
Noguères, aunque posteriormente, dados los fundamentales servicios que la
pareja intelectual de moda estaba prestando a “la nación”, la cosa fue olvidada
permitiéndose que aparecieran públicamente con una distinción que no les
pertenecía por su actuación. En realidad, como expone ella misma en algunos
textos y cartas de tono autobiográfico, mientras otras y otros luchaban contra
los nazis y eran encarcelados, torturados y fusilados por eso, la futura autora
de “El segundo sexo” dedicaba su tiempo a viajar plácidamente, a disfrutar de
la vida, dar rienda suelta a su insaciable hedonismo y pensar en lo único que
le movió siempre, la propia carrera como intelectual muy bien remunerada y
sobremanera famosa, cosmovisión egotista que se expone sin sentimientos de
culpa ni pudor en su extensa obra escrita[3].
La meticulosa investigación que realiza Gilbert Joseph sobre la alegre y cómoda
vida de ambos ideócratas en los años de la ocupación nazi, expuesta en un libro
de sugerente título, “Une si douce Occupation... Simone de Beauvoir et
Jean-Paul Sartre, 1940-1944”, muestra que mintieron al presentarse como
miembros de la Resistencia.
Faltar
a la verdad en tan importante cuestión constituye una muy grave inmoralidad y
muestra su desdén por la verdad en general, ésto aflora en la obra que
examinamos, que es un fallo intelectual. Ambos tipos de verdad, tanto la moral
como el rigor y la exactitud en el acercamiento a lo real, son negados de
manera vehemente. El sexismo político, en tanto que cosmovisión de la
modernidad, es mero pragmatismo, vulgar amoralismo y maquiavelismo, una
aplicación práctica del adagio de que el fin justifica los medios. Tal es la
concepción de la existencia que esta autora transmite a las mujeres, y a los
varones.
Su
libro no sólo ha servido para promover la creación de mano de obra asalariada
femenina, sino que la culminación y materialización de su discurso va bastante
más allá. S. de Beauvoir fue lectora entregada de Nietzsche, el ideólogo por
excelencia del fascismo en lo ideológico, junto con Mussolini, lo que la estimuló a aplicar a la teoría feminista la
noción del “superhombre”, sin importar que en ella se asentara la concepción
del militante fascista, matón, desalmado y machote, que desprecia a las mujeres
y vive para aborrecer, matar y destruir. De ahí nació la ideología de la
“supermujer” que ha de ser una patética imitación del hombre fascista, tan
agresiva e insolente, tan ajena a toda noción de afecto y convivencialidad, tan
cruel, sexista e inhumana como él. La masculinidad es, en su imaginario, una noción depravada que no se corresponde
con la existencia de la gran mayoría de los hombres, sino que expresa la
recreación de la nietzscheana moral de los señores materializada en los
fascismos del siglo XX, y que la autora enuncia sin rubor en “El segundo sexo”
así: "En cada esquina puede empezar una pelea (…)
para el hombre es suficiente sentir en sus puños la voluntad de afirmación de
sí para que se sienta confirmado en su soberanía... la violencia es la prueba
auténtica de la adhesión de cada cual a sí mismo, a sus pasiones, a su propia
voluntad". Se duele asimismo de que a las niñas “las peleas, las riñas les están prohibidas”.
Hay que
entender esta devoción hacia la violencia camorrista y pendenciera de cuarteles
y tabernas, poniéndola al lado de la actitud que la autora tuvo cuando se
presentó la ocasión de luchar, de emplear la violencia y de arriesgar la vida
por una causa justa, entonces se evadió de tal carga en la que, por contra, sí
participaron muchas mujeres que tal vez no eran aficionadas a las riñas y la
conductas dañinas gratuitas, pero estaban dispuestas a luchar y dar la vida en
muchos casos por una causa justa.
La
meta práctica de tal construcción teórica era crear mujeres capaces de ascender
en el bárbaro mundo de la política a las altas esferas del Estado y empresarias
agresivas y amorales dispuestas a todo con tal de medrar y enriquecerse, lo que
debía reforzar el poder del estado francés y su empresariado como clase en el
mercado mundial, acelerando la acumulación y concentración del capital. Por lo
demás, hay que tener en cuenta que Nietzsche forma parte del elenco de los
grandes misóginos del pensamiento, o pseudo-pensamiento, occidental, junto a
San Agustín, Rousseau, Kant, Hegel, Bentham, Schopenhauer y otros, para los que
la mujer no es un ser humano. A dicha lista se debe añadir, con justicia,
Simone de Beauvoir, la ideóloga por excelencia del feminismo productivista,
tecnoentusiasta y desarrollista, responsable de cooperar en la creación del
mundo actual, en que el capitalismo privado y estatal han encaminado al planeta
a un futuro aciago de devastación medioambiental, cambio climático,
contaminación general y colapso de la biodiversidad, lo que hace más insensato
que cierto híbrido denominado ecofeminismo siga dando irracional apoyo a “El
segundo sexo”.
[1] La anti-feminidad y
virulenta misoginia de Simone de Beauvoir es denostada por Sylviane Agacinski
en “Política de sexos”. Esta autora reivindica la excelencia de ser mujer en su
totalidad y en tanto que ser humano-mujer, no como copia o imitación del varón,
no como criatura subhumana tutelada por el Estado y protegida por el nuevo
“pater familias”, el feminismo. Por ende enaltece la maternidad, rompiendo con
la vergüenza y desprecio de lo femenino propia de la autora gala y de todo el
feminismo, cuya esencia, como expone Sylviane, es una forma específica de
machismo apta para ser “consumida” por las mujeres. Por tanto, podría decirse
que lo peculiar de la ideología feminista es el aborrecimiento a todo lo
humano, a los varones por medio de la androfobia y a las féminas a través del
neo-machismo feminista. En eso demuestra ser una ideología de la modernidad,
marcada como todas ellas por la destructividad, el odio a todo y a todos, la
apología de la barbarie, el nihilismo y la aniquilación de lo humano, que en
este caso adopta la forma de feminicidio.
[2] Según datos tomados del
libro de Ángeles Egido León, “El perdón de Franco. La represión de las mujeres
en el Madrid de la posguerra”, de las 2.663 personas fusiladas en el cementerio
del Este de la capital, en 1939-1944, sólo 87 fueron mujeres, aproximadamente
el 3,3%. El porcentaje de féminas ejecutadas fue superior en Aragón, casi el
9%, probablemente por la mayor combatividad y conciencia de la mujer rural,
menos influenciada por el ideario feminista. Al examinar las cifras de personas
condenadas a muerte por el franquismo, pero finalmente no ejecutadas, a las que
se conmutó esa pena por la inmediatamente inferior, únicamente el 5% eran
féminas. Estos datos necesitan ser evaluados con objetividad, no es posible
pasar sobre ellos sin más, y en particular las mujeres deben utilizarlos para
un sano y necesario ejercicio de auto-crítica. En efecto, no es el
paternalismo, que trata a las féminas como menores de edad, con una
condescendencia que todo lo “comprende” y todo lo “disculpa”, el enfoque que
necesita la causa de la emancipación de la mujer, sino el rigor, la
auto-severidad y la auto-exigencia. Un texto que en nada ayuda a tener una
imagen verdadera de lo que fue el franquismo como patriarcado es “La
enseñanza de la sumisión. La escuela de niñas en el primer franquismo”, Mª
Jesús Matilla y Esperanza Frax, en “El origen histórico de la violencia contra
las mujeres”, Varios Autores, obra institucional de diverso tipo, al ser
promovida por el Instituto Universitario de Estudios de la Mujer y haber sido “subvencionada por el Instituto de la Mujer,
Ministerio de Igualdad”, según se lee en la solapa de la obra. El
contrarracional sexismo del texto se manifiesta en su mensaje implícito, a
saber: las mujeres eran educadas en la sumisión por el régimen de Franco, pero
¿los varones no? En la escuela a los niños se les enseñaba igualmente a ser
dóciles, aunque de otra forma y con otros contenidos. A la vez, la educación en
el sometimiento se impartía en cuartelillos y comisarías, donde eran llamados
los varones mucho más que las féminas para recibir amenazas y palizas, que en
algunos casos ocasionaban la muerte, sin ignorar las cárceles y campos de
trabajo, en los que había más de nueve hombres por cada mujer internada. Un
tercer lugar de educación para la sumisión masculina era el servicio militar,
del que las mujeres estaban absolutamente excluidas, por suerte para ellas, en
el cual se combinaba el adoctrinamiento con el amaestramiento y el uso de la
fuerza por la oficialidad y sus cabos de varas. Finalmente, en la fábrica, más
visitada por los varones que por las mujeres, todos, sin distinción de sexos,
estaban obligados a entregarse a una de las peores formas de habituación a la
subordinación, la disciplina fabril. En el hogar el hombre era obligado a hacer
de “pater familias” por ley, y la mujer a someterse a él, por la misma ley.
Tales textos no sólo enfrentan a los varones con las féminas sino que, sobre
todo, faltan a la verdad.
[3] Desde luego, esta
autora, dominada por un egocentrismo, hedonismo y arribismo ilimitados, no hizo
lo que otras tantas mujeres anónimas de su época, que lucharon contra el
nazi-fascismo y padecieron cárcel, tortura y muerte por ello. La epopeya de
tales féminas se encuentra narrada en “Partisanas: la mujer en la resistencia
armada contra el fascismo y la ocupación alemana (1936-1945)”, de Ingrid
Strobl. Algunos textos, sobremanera emotivos, de fusiladas se encuentran en
“Cartas de condenados a muerte víctimas del nazismo”, con prólogo de T. Mann.
Que Simone de Beauvoir no estuviera en la Resistencia la descalifica, más en lo
moral que en lo político, a lo que se añade que luego mintió, fabricándose una
falsa biografía, cuando la realidad es que dedicó los años de la guerra al goce
personal, como la totalidad de su existencia, dado que era una intelectual del
sistema que siempre llevó y defendió una vida decadente y depravada.
Impresionante. Genial. Brillante. La Belleza es el resplandor de la Verdad. Gracias por tu esfuerzo, entrega, bondad, ... Maravilloso leerte.
ResponderEliminarMuchas gracias, a sido un análisis bastante bueno, estoy pensando que es lógico que google apoye a S d B por que ambos son anti populares y elitistas
ResponderEliminarhombre que sigue su propio camino
Creo que expresa de forma explícita lo que muchos hemos estado rumiando mucho tiempo. Una comisaria política como Simone de Beavoir, enemiga de la vida, no puede aceptar al ser humano real: necesita esa construcción abstracta del 'hombre nuevo' que a tantos millones ha llevado al Gulag. Para "reencontrar" la dignidad de la mujer necesita hacer de ella un sucedáneo de hombre (del genero masculino) y negar su feminidad propia. El ser humano en masculino o femenino no tiene por el contrario que "castrar" ninguna de las inmensas fuerzas de la vida, puede ser plenamente mujer u hombre, dos caras diversas de lo humano. Y en el rechazo de la maternidad, por ser "incómoda" y "dolorosa" se ve a la deshumanización de la sociedad que niega el dolor como algo vergonzoso.
ResponderEliminarGracias por tu esfuerzo y tu reivindicación de la vida.
que extraño resulta ser un placer leer sobre las atrocidades que todavia hoy mueven las aguas en que nadamos, y que necesario.
ResponderEliminargracias!!!
Para explicar porque surge el “Mito de Simone de Beauvoir” hay que explicar un par de cosas”.
ResponderEliminarPero unas pistas:
En el siglo XX el sociólogo y demógrafo texano Kingsley Davis al que consultaban todas la grandes fortunas de la época, aseguró que la familia tradicional tenia los días contados ya que era totalmente incompatible con el mercado y el modelo de industrialización que se estaba gestando entonces en los Estados Unidos de la época. Esa incompatibilidad era mayor al acabar la Segunda Guerra Mundial, ya que la sociedad moderna (la de 1945 en adelante) exigía una altísima movilidad en grandes espacios en un país, del tamaño de un continente, de una extensión similar al de toda la Unión Europea de Estados, así como un traslado de altos segmentos de población de zonas rurales a las ciudades, racionalización de los recursos humanos –léase trabajadores y trabajadoras– y una división del trabajo impersonal.
Tras una etapa histórica que él llamaba Familismo, se imponía una más acorde con los nuevos tiempos.
El volumen de producción para satisfacer las demandas de la Europa de Posguerra y de Asia, con fuertes inversiones de capital de las grandes fortunas norteamericanas en Japón, China, Corea etc era bestial– era imprescindible la incorporación masiva al mercado de trabajo de grandes masas de inmigrantes, fundamentalmente mexicanos y latinoamericanos, mujeres, y trabajadores de otros estados que debían estar libres de ataduras personales y familiares, así como de tierras o casas en propiedad, dispuestos a cambiar de residencia en función de las necesidades cambiantes de las empresas, del mismo modo que anteriormente los esclavos negros podían ser vendidos por sus amos sin importar la procedencia ni su voluntad, midiéndose únicamente su rentabilidad.
Pero sobre todo se trataba de que el ganado no se revelara. De golpear duramente a todo el sindicalismo europeo y norteamericano introduciendo trabajadores y trabajadoras dispuestos a trabajar mas por menos sin que nadie les tildara de esquiroles.
Y eso era lo que en plena Guerra Fria un mundo totalmente derruido necesitaba tras los estragos de la Segunda Guerra Mundial. Que alguien o algún país no derruido construyeran y produjera por él, y eso garantizaba a los USA de entonces una tremenda cartera de pedidos. Una demanda insaciable de todo el mundo de productos y manufacturas norteamericanas. Y los USA, además de poner el capital y la financiación para que ellos se reconstruyeran y se levantaran, serían a un interés que hoy se sigue pagando, los prestamistas y los productores de todo el mundo. Del mundo libre, por supuesto. Del mundo no comunista. Y para todo ello cambiar el modelo de familia era …..fundamental. Y para ello nada mejor que apropiarse del discurso, de las formas, del vocabulario, de la ideología y del aspecto de la izquierda, sobre todo en Europa, mientras que en Argentina, Uruguay, Bolivia, Chile etc no era necesario ningún disfraz..
Y por todo ello el Capitalismo moderno Norteamericano viajó a Paris y allí se volvió de repente revolucionario y progre. Fue así como la sociedad puritana se desdobló leyó y releyó, y reinventó a ….Marx y para ello necesitaban una mujer europea que guiara a la mujer norteamericana hasta la fabrica del mismo modo que anteriormente Marlen Dietrich las indujo a llevar pantalones y a fumar.
Necesitaban a una mujer europea para que pusiera la jeta a un panfleto. Y para ello nadie mejor que una “colaboracionista” de Radio de Vichy para que colaborara sin…. Protestar.
Nos olvidaremos de tu pasado, de que eres pedófila, pero tú, tienes que….ayudar. Mas o menos es lo que le dijeron.
Y para todo eso se fabricó el mito de Simone de Beauvoir y de Sartre. A ambos se les fabricaría un pasado mas acorde con los tiempos. Su padre por ejemplo, nadie tendría que saber que era un antisemita contumaz. ¿Y ella? ¿Por qué la habían elegido en Radio Vichy? ¿Por comunista?