“El alma humana tiene necesidad de verdad y libertad de expresión” Simone Weil

"Ni cogeré las flores, ni temeré las fieras” Juan de Yepes

Imágenes de otro mundo

Imágenes de otro mundo






Imágenes del libro “El Sur, la mirada de los antiguos”, Vicky Delgado, 2004, que entrevista y fotografía a mujeres ancianas, y también a varones, que han vivido en el mundo rural popular tradicional del sur de la isla de Tenerife, en Canarias. Lo primero que destaca en este cautivador libro es el cariño y amor que se tenían entonces las mujeres y los varones, lo que es muy contrario a la situación actual, en que están forzados por el Estado y sus agentes a no entenderse, sentirse extraños y ajenos entre sí y, más aún, aborrecerse y odiarse, cuando no agredirse, herirse y matarse. Una de las imágenes nos ofrece a dos ancianos, Ibiza A. Hernández y José V. Gómez, los dos dedicados desde su adolescencia a las labores de panadería, unidos en un gesto de afecto mutuo, que sugiere una larga vida de cariño y servicio de él a ella y ella a él. Lo mismo hacen Ofelia Domínguez y Antonio González, salineros, cuya fotografía es un cántico al amor entre las mujeres y los varones,lo que también puede decirse de la representación gráfica de José Trujillo y Josefina Cabrera, ambos consagrados al ganado caprino, por lo que se hacen fotografiar con un chivito entre los brazos de ella. Ello, en una sociedad como la actual, en donde el amor está proscrito, adquiere un carácter decididamente subversivo.
Todos los rostros, los de ellas y los de ellos, manifiestan dignidad, serenidad, auto-respeto, energía interior, inteligencia analítica y resolutiva, fuerza de voluntad, afecto hacia sus semejantes, orgullo de ser, sabiduría madura y profundísima, sin servilismo, temor, estupidez, codicia, neo-ignorancia ni odio. Son rostros de seres humanos, y quizá el más impresionante sea el de Ángela F. Alayón, artesana y agricultora. Hoy ya apenas pueden encontrarse esas manifestaciones anímicas dado que, reducidos a meros subhumanos, las caras reflejan el vacío, la nada y el horror que quedan tras la extinción de lo humano.
Muchos de los testimonios del libro, tanto de mujeres como de varones, inciden en cuestiones medioambientales, señalando que antaño llovía más,  que la tierra estaba más verde, la alimentación era más saludable, el mar mucho más lleno de vida (“el pescado era más gustoso” antaño, apunta Rosario Domínguez, pescadora) y las gentes más sanas (“no había enfermedades, ¿qué enfermedades había? No había nada”, informa María J. Delgado, pescadora), lo que indica la pavorosa degradación que ha conocido Tenerife, y todo Canarias, en este aspecto, en sólo medio siglo. Manuel Fumero, cabrero, coincide con Ana y Emilia Vallejera Martín, a pesar de la distancia, en que la fiesta popular se ha desplomado, con lo muchísimo que ello lleva aparejado y significa. Apunta, respecto a las gentes de hoy  que “ya no saben bailar, y ya no saben cantar... hoy en los carnavales se gasta mucho dinero, y antes no”. El dinero, ese gran mal, nos está ahogando.
Más tajante es María Fumero, ventera y agricultora, que expone, “Antes la tierra sobraba, teníamos tierra que sembrar. Mucha gente tenía piedras de molino, mi madre tenía porque a veces teníamos que moler. Eran otros tiempos, comías comida natural y el mundo era natural. El ambiente del mundo era natural, era de otra manera. Ahora no hay sino enfermedad; a uno le duele la cabeza, a otros las canillas, todo el mundo está mareado”.
Se ha de observar que todas las mujeres entrevistadas (menos una que se declara ama de casa) aparecen como practicantes de un oficio (a veces de dos), igual que los varones, y ninguna habla de las tareas caseras y maternales, ni de los hijos y el marido. Se refieren a sus trabajos y experiencias de la vida, a observaciones sobre la destrucción de la naturaleza, desde la tierra hasta el mar, a la salud. Su mundo no está limitado por la ideología de la domesticidad, que entre ellas no existe. Por supuesto, no hay la más mínima referencia a que padecieran marginación o exclusión por ser mujeres, mucho menos violencia. Hablan de los varones como de sus queridos y respetados compañeros, con los que comparten lo bueno y lo malo de la vida en pie de igualdad pero sin ellas dejar de ser mujeres y ellos de ser hombres. Es a destacar que en su mundo ni siquiera la división del trabajo por géneros estaba demasiado marcada, pues muchos oficios eran intersexuales. Sólo pone una nota discordante, en un par de testimonios, el desarrollo del capitalismo en la isla, que hace que en algunos casos se hable de trabajos muy duros, inhumanos, y mal remunerados realizados en el pasado por hombres, pero eso anuncia la destrucción del mundo rural popular tradicional por fuerzas ajenas a él.

(Fragmento de "Feminicidio o auto-construcción de la mujer")

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