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A dar las pascuas
...A dar las
pascuas
Dicen
que este año ya no se han puesto villancicos en los centros comerciales, las
navidades consumistas y descreídas de los últimos decenios han dado paso, por
fin, a la extinción de la tradición ancestral del ciclo de invierno.
Un
anticlericalismo tan superficial como necio ha descalificado el ritual festivo
navideño sin comprender que hay en él tanto de profano como de religioso,aunque
a mi me parece que hay más de alegría convivencial que de devoción. Así han arrojado
la totalidad de las costumbres populares al basurero de la historia para dar
paso a un mundo sin canciones ni ceremonias convivenciales, descarnado,
depravado y podrido en el que ya no hay fiesta ni canto colectivo sino farra
deplorable y viciosa, alcohol y violencia, y todas las degradantes diversiones
que compra el dinero.
Prefiero
la antigua alegría popular de dar las pascuas, visitar a familiares y amigos,
cantar en común, pedir los aguinaldos, nada hay hoy tan expresivo ni tan intenso.
Los villancicos se aprendían desde niños, todo el mundo sabía cantar y tocar y
las rondas ensayaban desde meses antes para entonar con brío y con perfección
las canciones que pasaban de generación en generación.
Todavía
en las ciudades de los años cincuenta y sesenta se mantenían esas costumbres
convivenciales y civilizadas, me lo cuentan mis vecinas más mayores que en Nochebuena
los vecinos se juntaban en las casas y se iba de una a otra y se cantaba y se
comía y se bebía y se estaba juntos hasta altas horas de la noche, “éramos como
hermanos”, “éramos buenos vecinos”…
En
este mundo sin canciones y sin alegría deseo dejar un recuerdo emocionado para
aquellas costumbres del pueblo que hacían trascendente y buena la vida.
(3/3) Sobre el sujeto de la revolución. Reflexión sobre estrategia
SOBRE EL SUJETO DE LA REVOLUCIÓN
Reflexión sobre estrategia
Parte Tercera
"Pero tiempo
vendrá en que seamos si ahora no somos."
Miguel de
Cervantes
CONCLUSIONES Y REFLEXIONES FRAGMENTARIAS PARA
ACOMETER UN PROYECTO ESTRATÉGICO.
El
proceso histórico aquí expuesto, simplificado necesariamente por mor de la
amplitud de los temas tratados, ha sido cuidadosamente dirigido por las elites
del poder y se ha encaminado a ampliar su esfera de influencia y mando y a
destruir a su antagonista potencial usando una estrategia liquidacionista.
El
escenario actual se define por la victoria del proyecto de construcción del
Estado-todo y la ruina no solo del ideal de sociedad democrática y
auto-gestionada sino incluso del sujeto personal y colectivo capaz de pensar en
ella. El reconocimiento de esa realidad es la primera condición para acometer
una nueva etapa de conflicto con el sistema de dominación.
Este
nuevo momento de la contienda con el Estado precisa de una estrategia cuyos
fundamentos esenciales se deciden por:
1)
La capacidad para definir unas metas propias no derivadas de la reforma del
sistema, unos objetivos últimos o ideales que inspiren la acción y mantengan en
cada fase del proyecto esa energía proyectiva o futurible. La definición de la
posibilidad de vivir sin Estado debe trascender lo utópico o caprichoso, lo
fraseológico y lo teórico y ser fundamentado como realidad hacedera y
auténtica, limitada pero real y no ficticia, tal y como lo hicieran los
liberales con su propio proyecto a principios del siglo XIX.
2)
La aceptación de la situación actual tal cual es, sin adornarla ni
ensombrecerla, para lo que hay que conquistar anteriormente la capacidad para
penetrar en ella y comprender su orden y su realidad. Ello incluye el
conocimiento profundo de las causas de la superioridad histórica del Estado y
las elites del poder sobre el pueblo como proceso auto-evaluador y
auto-crítico. Todos los Estados del mundo, al igual que los ejércitos, dedican
lo mejor de su capacidad reflexiva e ideadora a estudiar sus derrotas,
comprender los errores y evaluar sus experiencias y sacar conclusiones
prácticas de ese análisis, ello permite corregir la propia acción y tornar cada
vez más eficaz su intervención sea ésta política o militar.
3)
La visión integral de la realidad, lo total como suma de las partes de cada
situación y como relación entre todas ellas y sus contextos. Es necesario
comprender al enemigo, su debilidad y su fuerza y la nuestra, entender que
nosotros mismos somos parte del problema y que, por lo tanto, no miramos desde
fuera sino desde dentro. Solo ello permite ir trazando la secuencia de acciones
hacia los fines últimos. En necesario que se aborde cada situación desde
distintos planos y perspectivas para tener una visión multidimensional de los
problemas. El análisis de lo concreto y singular es el alma de la propuesta
estratégica porque permite fijar los problemas esenciales y los secundarios,
las líneas de actuación y ordenar y jerarquizar los blancos por su importancia
relativa en cada momento, todo ello sin perder nunca el objetivo final y la
visión integral.
4)
es preciso mantener en todo momento una posición resueltamente temporal, no en
la escala biográfica sino en la escala histórica pues los grandes proyectos
estratégicos se sitúan en el largo plazo de modo que cada generación ha de
evaluar la acción de las precedentes y concebir la propia. Eso significa que
todo proyecto es un proceso, un camino, un itinerario abierto y prolongado que
no empieza en nuestra vida ni termina en ella, que, por lo tanto, nos
trasciende y nos supera.
En
lo esencial estos cuatro aspectos determinan el pensamiento estratégico que es
fácil de definir pero muy complicado de hacer y aún más difícil de aplicar y
materializar. Por ello solo una sociedad con un alto grado de creatividad puede
conseguir el margen de conciencia y libertad que proporciona el potencial de
planear el futuro y materializarlo a través de la acción consciente y
persistente.
En
la lucha entre las elites liberales y el pueblo que se había constituido en la sociedad
medieval y pre-liberal, los representantes del Estado tuvieron siempre la
iniciativa estratégica, es decir actuaron a la ofensiva siempre, incluso cuando
sufrieron derrotas y tuvieron que retirarse. El pueblo actuó siempre a la
defensiva, resistiendo las acometidas de las instituciones, defendiendo cada
parcela en la que fue agredido pero no el conjunto, al no haber tomado suficiente conciencia de sí y
de su proyecto histórico. Se luchó para mantener la situación precedente sin
comprender que tal empresa era imposible pues el Estado se estaba transformando
y no había vacíos de poder en los que vivir humanamente como habían hecho hasta
entonces.
Defender
el statu quo es, salvo en situaciones excepcionales, un error de bulto porque
nunca existe la vuelta al pasado, la estrategia siempre mira hacia el futuro,
en la historia no existe el retorno a una situación anterior. Todos los que se
afanan por volver a tiempos pretéritos están condenados a extinguirse para el
futuro, eso le pasó la sociedad rural tradicional y, como en una farsa trágica,
hoy millones de personas reclaman tornar a la sociedad de la prosperidad de
otros tiempos sin ser capaces de entender que tal mudanza ya no es posible.
El
pueblo erró al no ser capaz de definir su proyecto en las condiciones distintas
y categóricamente nuevas que se estaban creando, vivió en gran medida fuera de
la realidad disfrutando de lo que todavía quedaba de sus antiguas libertades
después de cada derrota, nunca tomó la iniciativa en el plano de la estrategia,
no se pensó a sí mismo ni a la situación global y proyectivamente.
Mientras
el sistema tuvo siempre clara la naturaleza integral del conflicto, y actuó en
todos los planos, el pueblo fragmentó su lucha y se concentró en lo parcial y
en lo inmediato perdiendo la perspectiva general y a largo plazo y acomodándose
a cada pérdida como un mal menor.
Su
desventaja respecto a las fuerzas del sistema devino principalmente de esos
factores y no de la inferioridad de sus medios materiales porque en la guerra
asimétrica la debilidad no es siempre un inconveniente sino que incluso puede
ser una ventaja, en el estudio de las guerras reales se descubre que “las grandes epopeyas las han escrito los
débiles”[1].
Entender
el pasado es una tarea fundamental del presente pero su función no ha de ser
recrearse en visiones victimistas o mitificadoras sino comprenderlo para
aprender y discurrir las posibilidades de intervenir sobre el futuro. No hay
verdades universales, por eso el estudio de lo acontecido tiene por objeto, no
el copiarlo, sino adiestrar el espíritu en comprender lo singular, entender las
decisiones y aprender a tomarlas en otras condiciones que serán, igualmente,
singulares. Por eso la estrategia es definida por Clawsevitz (el gran teórico
de la guerra moderna) como un arte más que como una ciencia.
El
pasado no es actualizable, las circunstancias presentes de expansión
inconmensurable del Estado son absolutamente nuevas y por lo tanto el sujeto
colectivo capaz de hacerles frente lo ha de ser también. Eso significa que lo
por venir será el resultado de decisiones histórico-colectivas que se sitúan
indefectiblemente en el ámbito de la incertidumbre, es decir de lo inexplorado
e indeterminado, de lo procesual e histórico.
Hoy
la regeneración de un nuevo sujeto, individuo y colectivo, capaz de pensar un
nuevo paradigma ajeno al vigente orden es la tarea número uno, el centro
estratégico de cualquier movimiento por la revolución integral. De lo que se
trata es de definir las condiciones y los instrumentos para ese renacimiento.
Lo
que concreta en primer lugar la calidad del sujeto es la grandeza de las metas
que se propone pues, como dice Cervantes, “de
altos espíritus es aspirar a cosas altas”. Nunca podrá ensancharse la valía
y la virtud de los individuos y las sociedades en las luchas mezquinas o
interesadas. A los sórdidos y egoístas fines de los movimientos modernos
corresponde, necesariamente, un sujeto encogido intelectual y espiritualmente,
sin energía interior, disminuido en sus
capacidades y habilidades y sin creatividad ni fuerza.
Ese
sujeto pobre y menguado no lo es por maldad o voluntad de serlo sino que, a
menudo, es la conciencia de sus limitaciones objetivas lo que le lleva a
desistir de emprender tareas que cree que le superan y, al limitar aquello que
se propone, va perdiendo facultades, habilidades y cualidades, va
empobreciéndose y mutilándose en una espiral que lleva hasta constituirse en el
ser-nada, ser desustanciado y vacío, sin ideales ni proyectos dignos de tal
nombre.
Pues
bien, si hemos de constituirnos como individuos con potencial revolucionario no
podemos hacerlo sino desde lo que somos
y desde la realidad en la que vivimos. Quiere decirse que tenemos que asumir la
tarea de rehabilitar nuestra conciencia de la realidad y la acción proyectiva
de futuro con el limitado potencial que poseemos hoy, es decir, en las
condiciones de ausencia de libertad de conciencia, desestructuración de las
capacidades intelectivas por el adoctrinamiento permanente, influencia de los
dogmas de las religiones políticas, declinación de la vida experiencial del
sujeto y sustitución de ésta por sistemas teóricos y doctrinarios, falta de
habilidades intelectivas, volitivas y convivenciales, dificultades para
escuchar y comunicar, aculturación, rotura de las raíces y el sentido de
pertenencia, desaparición de los saberes y la cultura del pueblo, fractura del
sujeto, desgarro entre el cuerpo, los sentimientos, los afectos y los
conocimientos y declive de las experiencias vitales auténticas, entre otros
muchos conflictos que nos aquejan como personas, y, con este bagaje,
hemos de construirnos como sujetos de virtud, sujetos aptos para forjar la
historia, teniendo en cuenta que la aportación a la revolución integral de cada
uno de nosotros y nosotras es absolutamente insustituible.
No
podemos esperar a estar preparados para asumir las tareas necesarias, para
pensar, estudiar y meditar la situación presente en su complejidad y su
conflicto, la situación hoy es desesperada porque nos encontramos al borde de
transformaciones tan radicales y tan primarias que darán paso a una forma de
existencia individual y social ya no-humana y sin posibilidad de retorno.
Estamos pues a las puertas de una batalla decisiva y debemos tomar decisiones
dramáticas y entregarnos a trabajos muy por encima de nuestras posibilidades
con espíritu emprendedor y creativo.
No
habrá progreso de la virtud si ésta no se trasmuta en obras, en actos; la preparación
o entrenamiento ha de realizarse en la propia lucha que será, a la vez combate
contra el enemigo exterior y, mucho más ahora, contra el enemigo interior,
contra nuestras limitaciones y pobreza de recursos y de ideales. La idea de
enemigo interior debe estar presente siempre, en primer lugar porque todos
somos seres bipartidos, pero sobre todo porque el triunfo del sistema hoy se
materializa en la ocupación y posesión del solar del vencido, quiere decirse
que somos rehenes del poder, que nuestra conciencia está colonizada y, por lo
tanto, la lucha contra lo exterior se produce a la vez como lucha hacia lo interior.
Estas son las condiciones en las que devenimos, o no, en sujetos de la
revolución integral. Por ello necesitamos una ascética, una disciplina de
aprendizaje que nos cree hábitos adecuados a las condiciones del combate
agónico que nos depara el futuro.
Entiendo
que la tarea más cardinal, aunque no única, del momento presente es la creación
de un germen de sujeto colectivo con conciencia y con proyecto estratégico que
se debería materializar en la forma de individuos con un programa de trabajo
personal que se agrupan y aportan su obra al debate colectivo. Esta
característica de autonomía individual y trabajo grupal es básica pues implica
un fuerte compromiso individual y capacidad de exponerse al máximo sin parapetarse
tras la comunidad. En una palabra, necesitamos dar la cara, arriesgarnos,
probarnos y hacernos en la arena de la lucha.
Para
avanzar en esa dirección es necesario perder el miedo a la duda, al error o a
la crítica, la auto-construcción como sujetos de valor excluye las certezas
absolutas y el escenario presente no admitirá la anuencia general. La necesidad
de seguridad total y reconocimiento exterior son dos venenos que impiden el
desarrollo de la auténtica virtud que no busca la gloria ni las recompensas
materiales sino que se materializa en el deseo del bien por sí mismo, por su
valor intrínseco. Lo que importa es aportar nuestra gota al caudal de la
revolución integral desdeñando notoriedad o laureles pero no escatimando salir
a la palestra con el argumento de la falsa modestia o lucha contra la vanidad.
Debemos hacer todo aquello que nos sea posible y hacernos responsables de ello
abiertamente.
De
la creación un nuevo paradigma de sociedad sin Estado capaz de hacer frente al
Leviatán moderno depende nuestro futuro.
LA CUESTIÓN FEMENINA
COMO MATERIA ESTRATÉGICA
De
entre las tareas fundamentales en el nuevo paradigma de la revolución deseo
señalar, por ser aquél en el que he trabajado más intensamente en los últimos
años, el llamado “problema de la mujer”. El gran escándalo social creado por el
sistema alrededor del victimismo femenino ha producido un movimiento pendular
en el lado de lo anti-sistémico que ignora la cuestión o simplemente la cataloga
de falso problema, de este modo se cumple más perfectamente el objetivo del
sistema de dominación al crear el conflicto, pues en una parte de la población
se rechaza el abordar un asunto de primer orden para la revolución mientras que
en la otra se afirma con los argumentos y programas del sexismo político. Ambas
corrientes son destructivas para la revolución integral.
A
través del sexismo político y el desquiciamiento del conflicto inter-sexual el
poder ha conseguido objetivos fundamentales para ampliar la dominación social,
objetivos que podrían resumirse en:
1) Dividir
y enfrentar al pueblo creando una corriente de victimismo femenino que alimenta
a su vez otra de resentimiento masculino lo que impide el actuar colectiva y
mancomunadamente en casi ninguna parcela de la vida. La máxima del gran imperio
del mal, Roma, el “divide et impera”, es
hoy la divisa de las elites dominantes que han conseguido un éxito notable en
sus proyectos.
2) Conseguir
la colaboración de amplios sectores del pueblo en su propio sometimiento
político, lo que se ha producido cuando una parte importante de las mujeres,
apartadas consustancialmente de los hombres que son sus iguales se ha
comprometido con el Estado y sus instituciones convencidas de que su
emancipación reside en esa alianza ignominiosa e indeseable. También una parte de
los hombres colabora con el proyecto del sexismo político persuadidos de hacer
el bien a sus iguales. Así el ascenso al poder de una casta de poderosas que se
presentan a sí mismas como oprimidas y que dicen personificar el triunfo de
todas las féminas tras siglos de opresión está significando una auténtica
refundación del sistema de dominación que maximiza la esclavitud del pueblo,
hombres y mujeres, con el pretexto de ampliar la libertad de las segundas.
3) La
manipulación y destrucción de las mujeres en tanto que tales, es decir, en
tanto que seres humanos completos y singulares y otro tanto de los hombres que
son también rehechos según el diseño de las instituciones del poder para
emerger como seres neutros, no sexuados, no autoconstruidos, dirigidos desde
fuera y mutilados en su auténtica naturaleza y devenidos en trabajadores puros,
“animal laborans” y súbditos perfectos, sin atributos espirituales ni sexuales
que distraigan de su condición de siervos del poder.
4) Convertir
la cuestión de la mujer en punta de lanza para complejas operaciones de
ingeniería social y psíquica que han permitido al poder penetrar en lo más
recóndito del sujeto, en sus impulsos primarios y más naturales que son hoy
manipulados por el oprobioso sistema de dominación. Se trituran los impulsos
sociales básicos, el interés por los otros (primero cuando son otros del otro
sexo, y luego también los del mismo sexo) se construye el ser solitario y
autista incapaz de relacionarse con los otros y con el mundo. Desaparece la
sexualidad natural, se reprimen los impulsos libidinales más auténticos y se
usa este nuevo poder sobre el interior del sujeto para manejar ilimitadamente su conducta y su
acción. Se trituran las instituciones naturales de convivencia como la familia
y, con ella, todas las demás formas de vida comunitaria que son acusadas de ser
el origen de toda opresión y sojuzgamiento del individuo.
5) Aculturar
y desenraizar de forma sustancial al
pueblo que es presentado como el hacedor de la mayor iniquidad y brutalidad
sobre las mujeres, el artífice del abuso y el avasallamiento machista, para
ello se falsifica la historia y se construye un relato falso convertido en
verdad a fuer de repetirse por múltiples canales y sistemas. La usurpación de
la historia produce un sujeto vaciado interiormente pues la tradición
constituye la identidad personal más trascendental.
En
este proceso las mujeres se transforman en instrumentos de destrucción a la vez
que se destruyen ellas mismas lo que conlleva un suicidio simbólico en forma de
muerte de lo femenino, es decir, feminicidio como muerte de la feminidad.
De
los muchos venenos introducidos por el sistema en la comunidad popular para
destruirla, egoísmo, interés particular, amor por la propiedad y el poder,
politicismo, hedonismo, irresponsabilidad, comodidad, dogmatismo, intolerancia,
etc. etc., el sexismo es tal vez el más rastrero y el que toca aspectos más
íntimos de las personas de modo que el poder se ha instalado cómodamente en el
interior del sujeto y desde allí dirige sus comportamientos.
El
pueblo solo puede existir como ser mixto, heterogéneo y complejo, como ser
colectivo que engloba a las mujeres y los hombres, por eso si las tareas
estratégicas se desarrollan sin la participación singular y manifiesta de las
mujeres será un proceso fallido. No basta con declararnos no sexistas y
abiertos a la participación femenina, si las mujeres no están, o están de forma
insignificante, en los movimientos por la revolución integral tenemos que
definir las formas de atraer su acción en ella lo que implica un plan o
proyecto estratégico para esa tarea.
No
se trata, por supuesto, de ir añadiendo mujeres por actos de proselitismo
personal a los grupos de trabajo o estudio sino de desarrollar planteamientos y proyectos para un nuevo
paradigma que sea auténticamente superador de los males introducidos por el
sexismo político y que sea capaz de aportar un paradigma realmente integrador.
No
dar a la cuestión femenina un lugar destacado en nuestro proyecto sería un
error de graves consecuencias por ello deseo abrir un proceso de trabajo e
investigación sobre la incorporación de la mujer a las labores de
la estrategia a la que invito a aquellos y aquellas que deseen acompañarme.
(2/3) Sobre el sujeto de la revolución. Reflexión sobre estrategia
SOBRE EL SUJETO DE LA REVOLUCIÓN
Reflexión sobre estrategia
Parte Segunda
EL
PLAN ESTRATÉGICO LIBERAL,
UNA GUERRA PROLONGADA.
UNA GUERRA PROLONGADA.
No
es posible en un texto de estas características profundizar en cada una de las
batallas que los liberales libraron contra la comunidad popular en “La
democracia y el triunfo del Estado”[1]
se hace un análisis de los momentos decisivos de ese ataque a las estructuras
populares que fue la revolución liberal que comienza con la destrucción del comunal a través de la profusa
legislación devenida de la Constitución de Cádiz. El más temprano fue el
decreto de 1813 por el que los terrenos y baldíos de propios se repartieron, después
se fueron implementando medidas parciales hasta las grandes leyes
desamortizadoras que se aplicarán durante un periodo muy dilatado.
El
objetivo era conseguir que todas las tierras y toda actividad económica
tributaran al Estado de modo que éste obtuviera los ingresos para sostener su
continuo crecimiento, poner las bases para el desarrollo de un capitalismo
incipiente dependiente en todo del apoyo de las estructuras de poder, pero
sobre todo, en el plano de lo estratégico se trataba de desalojar el
comunitarismo popular y hacer universal el principio de propiedad y con ello
eliminar el derecho anti-romanista que regía el uso de los medios para vida y la
gestión colectiva de la economía que eran las bases materiales de la comunidad
popular e imponer el egoísmo y el interés particular que son las señas de
identidad del sistema.
Se
dictaron igualmente normas contra todas las formas de unión y agrupación no
controladas por el poder, en 1820 se publicó un decreto de prohibición de
asociaciones y en 1822 el artículo 317 del código penal volvió a incidir en el
mismo sentido. La predisposición del sujeto tradicional a asociarse mancomunadamente
con sus iguales fue proscrita a la par que se impulsaban las agrupaciones
políticas y corporaciones de afinidad o partidos que, segregados por el aparato
de poder parodiaban un enfrentamiento, ficticio en las alturas, pero real entre
las clases subordinadas, en ellos se apoyaron para destruir la unidad de la comunidad.
Efectivamente,
por encima de toda división de opinión, pensamiento o creencias la comunidad
popular se había mantenido como una unidad en la diversidad; la tolerancia y la
indiferencia hacia todo lo considerado personal fue la norma, mientras que el
debate hermanado sobre los asuntos comunes se producía en un entorno afectivo e
integrador y eso hacía muy estable su estructura. La revolución liberal, al crear
el sistema de partidos y parlamento construye grandes sistemas doctrinarios que
se presentan como excluyentes, polémicos y antagónicos, cargados de ambiciones
y sinecuras y que captan seguidores inoculando el fanatismo dogmático allá
donde triunfan. En “El concepto de lo político” Carl Schmitt define el orden parlamentarista
con un centro que es definir al enemigo y mantener la hostilidad permanente
entre grupos.
En
un estudio sobre la protesta popular y la política en Bermeo a principios del
siglo XX[2]
se muestra con toda claridad como la Cofradía, que tenía un significado papel
en la vida social de la localidad es dinamitada por los intentos de copar la
dirección que hacen los partidos al inicio del siglo XX, dividiéndose en
facciones de orientación política contraria lo que produjo que, donde había una
asociación que aunaba a todo el pueblo y en la que había diversidad y
convivencia, surgieran varias agrupaciones que luchaban entre sí destruyendo la
armonía y belleza de las instituciones populares. Es lógico que en muchos casos
el pueblo no considerase un avance la concesión del voto a los hombres en 1890
pues su objetivo era justamente enfrentar a los que antes estaban unidos
(tampoco puede considerarse un ascenso de la libertad, lógicamente, el voto
femenino en 1931).
Se
mantuvo, sin embargo, la costumbre de hacer frente unidos a los avatares de la
vida y se siguieron constituyendo sociedades de socorros mutuos, cooperativas y
otras asociaciones que mantenían vivo el tejido social horizontal e impedían la
completa imposición del programa estratégico del Estado manteniendo la
autogestión en las cuestiones esenciales de la vida. Es muy representativo el
reglamento del Círculo obrero de Casas de Benitez, “La Fraternidad” publicado
en 1912, en este pequeño pueblo conquense, la asociación de agricultores
modestos, colonos y obreros rurales
establece como base fundacional de su asociación “quitarle todo carácter
de empresa de ganancia o lucro” y dedicarlo al único fin del “socorro mutuo”. La
naturaleza de estas agrupaciones no puede ser entendida en nuestros tiempos fácilmente
porque corresponde a formas sociales hoy desaparecidas, no se puede comparar con
una “empresa de servicios” como muchos tienden a pensar hoy, sino que era una
adecuación de las complejas formas de convivencia e interdependencia que la
comunidad popular había tenido desde siempre, algo que expresaba la capacidad
para vivir en común de esas gentes.
Los
intentos de crear movimientos corporativos de carácter político o económico
chocaron constantemente con una resistencia fuerte entre las gentes populares
que muchas veces fue violenta y siempre auto-organizada. También fue dura y
encarnizada la rebeldía contra el Código Civil que pretendía imponer el modelo
patriarcal del Código francés napoleónico de 1804 extremadamente limitativo y
dañino para la condición de la mujer, este modelo, que chocaba frontalmente con
las costumbres populares y el derecho consuetudinario, fue contestado con
fuerza, de manera que una y otra vez las elites mandantes tuvieron que
retroceder. Por ello no fue aplicado el Código aprobado en 1820, ni el que se
presentó en 1851, ni el de 1870 y hubieron de esperar a 1889 a tener la fuerza
suficiente para imponer una ley que subordinaba a las mujeres a los hombres por
orden del Estado.
El
derecho de familia fue estratégico para el poder constituido, a través de la
legislación patriarcal se deseaba abrir una brecha social de proporciones
colosales que enfrentara a mujeres y hombres y permitiera así dominar mejor a
ambos[3]
además de jerarquizar la sociedad y crear las que son las formas de dominio más
liberticidas, las llamadas biopolíticas, que se proponen dirigir todas las
dimensiones de la vida humana en función de la estrategia política de las
elites mandantes.
A
la vez que se atacaban las instituciones que habían ordenado la vida del pueblo
se crearon las que organizaran la vida según el nuevo catón de los poderosos,
de entre ellas una fundamental fue la escuela estatal que se convirtió en
instrumento privilegiado para destruir la cultura oral, adoctrinar a los niños
desde su más tierna infancia así como para robar las mejores mentes del pueblo
a las que se cooptaba para integrarlas en las elites de mando.
Todas
estas operaciones de ingeniería social no se desarrollaron únicamente por métodos
pacíficos, en realidad su limitada eficacia es más notable teniendo en cuenta
que todo el siglo XIX fue un auténtico baño de sangre pues además de los
levantamientos, los motines contra las
quintas y los conflictos por diversas
causas que jalonaron toda la centuria, se produjo una guerra civil, no por
olvidada menos sangrienta, entre 1821 y 1823[4]
y las guerras carlistas cuya interpretación no debe hacerse de forma
simplificadora[5].
El carácter hiper-militarista del nuevo régimen liberal fue estratégicamente
decisivo pues la cantidad de violencia que se vertió de forma sistemática y
duradera a lo largo de un tiempo muy dilatado fue esencial para conseguir
imponer algunos de sus proyectos.
Para
lo que en este caso nos importa, que es la comprensión de la estrategia, hay
que anotar que en sus inicios el orden liberal tenía fuertes elementos de
debilidad, su primera acción contundente y decisiva es la exposición precisa y
concreta de su proyecto, la Constitución de 1812 es justamente esa declaración
de intenciones y fines últimos. Éste fue un gran avance estratégico, el más
fundamental de todos, porque delimitó con claridad los objetivos finales y más
generales que nunca perdieron de vista a lo largo del proceso. Cada batalla que
dieron no era fin en sí mismo sino medio para acercarse a su ideal, así, las
retiradas tácticas o incluso las derrotas parciales no trituraron su
determinación de vencer. Durante decenios mantuvieron la firme decisión de ir
minando a su enemigo. Solo a finales del siglo XIX consiguen algunas victorias
fundamentales que generaron una situación ya irreversible, la imposición del
código civil, la desamortización del comunal, la abolición de los fueros, la
conscripción obligatoria, el voto masculino y la escuela estatal entre otros.
La
elite liberal atacó sistemáticamente el centro de gravedad de su enemigo que era la socializadora unidad, la
autosuficiencia, la vida horizontal como ley suprema del existir humanamente,
la propiedad colectiva, las instituciones políticas democráticas, el desapego a
las cosas superfluas y el cariño a la tierra y lo cercano entre otras muchas
que habían generado una cultura milenaria, con medidas que limitaban estas
cosas a la par que fortalecían la capacidad de mando y organización del Estado,
de forma que fue cambiando la correlación de fuerzas entre ellos. Usó la
violencia resueltamente sacrificando la comodidad del statu quo para
precipitarse en una tolvanera de crisis y conflictos largos y penosos. Las
elites poderosas tuvieron siempre la visión del largo plazo, no inmolaron sus
objetivos futuros a las necesidades inmediatas y rehicieron sus estrategias
concretas en función del análisis de los acontecimientos.
Quiere
decirse que el proceso de construcción del Estado actual ha sido un largo
conflicto dirigido según un plan estratégico muy meditado y perseverantemente ejecutado.
A
pesar de la dureza de las medidas llevadas a cabo durante todo el siglo
XIX durante el primer tercio del XX el
poder constituido a partir de Cádiz siguió siendo contestado y atacado
sistemáticamente, una parte del naciente y pujante movimiento obrero se
miró en las formas de la tradición
popular cuyas señas de identidad e instituciones tenían todavía una fuerte
pervivencia.
Los
detentadores del poder usaron los métodos más crueles pero también las
intervenciones políticas más creativas, la II República fue un golpe fenomenal
a la conciencia libre de las clases subordinadas, creó una ilusión, un
espejismo de cambio que, entre las organizaciones obreras fue solo denunciado
por CNT que, con cifras, revelaba el carácter represivo del nuevo régimen. Para
el análisis de ese periodo histórico que no podré abordar en este texto remito
al lector al capítulo que en “La democracia y el triunfo del Estado” le dedica
Félix Rodrigo Mora.
Solo
añadiré que para cualquiera que estudie en detalle los numerosos enfrentamientos
que se produjeron entre los trabajadores
de la ciudad y del campo y las fuerzas de orden público, se hace patente que el
recuerdo y la defensa de las antiguas libertades populares estaba presente en
una gran parte de ellos. En este sentido es especialmente significativo el
choque violento que se produjo en Yeste, en la provincia de Albacete, en mayo
de 1936 y que enfrentó a los vecinos de la localidad con la Guardia Civil con
el resultado de 17 personas muertas y casi un centenar de heridos. Este
incidente, reprimido con una contundencia tan feroz por una Guardia Civil a las
órdenes del gobierno del Frente Popular salido de las urnas en febrero de ese
mismo año, tuvo como origen el movimiento de los vecinos para recuperar las
tierras comunales que les habían sido arrebatadas por la ley de Desamortización
Civil de 1855[6]. Estas
mismas ideas colectivistas eran el origen de la denuncia en Solidaridad Obrera,
en enero de 1933, de la llamada “revolución agraria” de la que se dice que
pretende crear gentes insolidarias, egoístas e individualistas[7],
efectivamente, la llamada al reparto de
tierras y la propiedad privada sobre ellas no era considerada como un gran bien
por quienes todavía tenían el recuerdo vívido de una forma superior de vida basado
en compartirlo todo con los iguales.
La
Guerra Civil fue la desembocadura natural del enfrentamiento entre dos fuerzas
que se midieron durante más de un siglo, a falta de una reflexión profunda e
imparcial de este acontecimiento cuya importancia histórica y complejidad fáctica
no puede ser puesta en duda, se puede aseverar que la guerra de 1936 a 1939 es
el punto de inflexión que abre una etapa de triunfo del Estado en el que nos
encontramos en el presente.
La
Guerra Civil con su epílogo en la lucha agónica del maquis en las zonas rurales
culminó la primera parte de la revolución liberal, la feroz represión
franquista dio paso a una época de abatimiento del movimiento obrero desconocida
hasta entonces cuya principal causa, a mi entender, no fue la represión, no fue
el miedo ni la cobardía, sino la falta de discernimiento de los motivos de su
derrota. Las versiones triunfalistas y alucinadas de los partidos de izquierdas
vinieron a liquidar con más saña cualquier intento de reflexión serena, de
auto-evaluación o auto-crítica que hubiera permitido rehacer la moral de
combate en las fuerzas populares por el ascenso de la conciencia de su
capacidad de lucha.
Resulta
desolador que no tengamos hoy, de un acontecimiento tan cercano y con una
documentación tan abundante, más versiones que la que elaboró el franquismo y
la que cuajó la izquierda, ambas distorsionadoras y parciales, ninguna objetiva
y desprejuiciada, hacer ese balance sería sin duda un gran avance en la
posibilidad de una estrategia de recuperación del sujeto social del cambio
revolucionario.
El
franquismo no fue únicamente represivo, tras el severo castigo que infringió a
los vencidos acometió los proyectos más radicales para cambiar sustancialmente
al pueblo. La des-ruralización y urbanización del país fue el más notable pues
destruyó la base material de la convivencia y la solidaridad que era la
comunidad vecinal, arrancó a millones de personas del entorno integrado y
horizontal y las aculturó y desenraizó de forma sustancial. La ciudad es la
tumba de la vida horizontal y el altar en el que se alza el Estado, conseguir
una organización social perfectamente centralizada era un punto irrenunciable
del programa de Cádiz que ¡por fin! se hacía realidad.
La
urbanización llevaba implícito otra fundamental reforma y mutación que
cambiaría de manera cardinal la forma de ser y estar en el mundo de las clases
subordinadas, la universalización del salariado. Si en el pasado el amor al
trabajo fue un distintivo de la cultura del pueblo que manifestaba su rechazo
de la propiedad y el dinero y su adhesión a un igualitarismo objetivo basado en
aquello que la mayoría posee naturalmente, ahora tornábase la antigua
laboriosidad integrada y creativa en desquiciado ajetreo, actividad sin sentido
dirigida desde fuera, en donde las personas desempeñan el papel de las cosas,
una labor arrancada trascendentalmente de su vínculo con la vida.
Si
es cierto que la salarización general fue el mecanismo para dotar a la
institución estatal de los recursos económicos que permitieran poner a punto su
aparato de dominación mucho más lo es que fue un instrumento decisivo para
doblegar al suejto de la tradición, para triturar la independencia,
creatividad, igualitarismo y socialidad del pueblo. El mejor estudio sobre la
verdadera esencia del trabajo asalariado lo realizó Simone Weil en la Francia
de los años 30 sobre la base de su propia experiencia como obrera en la Renault
y concluye que no es la explotación económica la peor de las lacras de esa
actividad forzada como plantearan las corrientes marxistas, sino la enajenación
que hace de los elementos fundamentales de la condición humana, especialmente
el agotamiento interior, el vaciamiento de toda vida intelectual, afectiva,
social y personal durante un tiempo tan dilatado de la existencia individual
que transforma al sujeto en casi una no-persona. Que tal actividad se asuma de
forma voluntaria e incluso se ensalce, justificándose así el vivir como
esclavos a cambio de dinero, viene a profundizar esa brecha brutal que anula la
dignidad personal que había sido seña de identidad del indócil pueblo ibérico.
El
franquismo, en otro orden de cosas, consiguió hacer efectivo el Código Civil de
1889 y establecer, en la parte de la vida que pueden controlar las
instituciones -que se hacía cada vez mayor- la subordinación de la mujer que
pasa a ser tutelada por el varón como representante y ejecutor de la ley
estatal. Ésta era una maniobra fundamental para abrir una brecha de dimensiones
catastróficas en las clases subalternas pues enfrentaba a mujeres y hombres y
hacía que ambos se vieran entre sí con resentimiento y mirasen al Estado como
aliado. Se creó un modelo inicial, muy activo, de feminismo de Estado con la
Sección Femenina[8] que
adoctrinaba a las mujeres a la vez en su necesidad de tutela y en la oposición
y enfrentamiento con el varón. Estas maniobras de manipulación mental de las
mujeres, que se fortalecieron aún más con la aparición de la radio, fueron
concluyentes para hacer de ellas la vanguardia en dos de las operaciones de
ingeniería social más importantes del programa estatista-liberal franquista, el
abandono de las zonas rurales y la emigración masiva[9]
y en la actualización destructiva de la familia que pasó de ser un grupo
natural integrado en la comunidad a clan cerrado sobre sí mismo, agrupación de
consumo, competitividad y medro social[10]
Cada
una de estas realizaciones eran, por sí mismas, letales para el sujeto popular,
sin embargo el golpe final a la autonomía y la convivencia no vendría de un
acto de represión sino de la mano generosa del Estado que en 1963, con la ley
de Bases de la Seguridad Social, generó lo que sería la más dañina de las
instituciones, el Estado del bienestar. Al asumir la burocracia estatal las
funciones que habían correspondido tradicionalmente a la solidaridad entre
pares se asestó un golpe formidable a la calidad de la vida horizontal. La
población fue aleccionada para que confiara a los funcionarios del creciente
aparato estatal lo que antes formaba parte de los vínculos sociales y
afectivos. No hubo, como se quiere hacer creer hoy, una lucha de los
trabajadores para que fuera el estado quien proveyera de los cuidados y
asistencia básicos para la vida, por el contrario hubo cierta resistencia a
asumir tal situación por lo que incluso en los años 70 anota un historiador “es
curioso notar que, incluso, hoy en día, nuestros entrevistados discrepaban
acerca de si el sistema antiguo era
mejor que la Seguridad Social actual”[11].
No
hubo ningún avance significativo para los trabajadores que sufrieron una
creciente presión impositiva para pagar un sistema increíblemente ineficaz,
coercitivo y lesivo para su autonomía[12].
El sistema de servicios públicos no solo no proviene de una victoria de las luchas obreras, lo que es obvio si se observa
la situación del país a principios de los años 60 del siglo XX, sino que ha
sido un instrumento para domesticar al pueblo y destruir su independencia y
combatividad, convertir en mercancías las necesidades básicas de la vida,
dirigir despóticamente la existencia individual y colectiva, imponer el consumo
de aquellos bienes y servicios que interesan al poder y administrar la
biopolítica del Estado.
Todo
lo que ofrece el Estado del bienestar destruye la autonomía del sujeto, anula
su capacidad de autogestionar su vida y la de sus cercanos, tritura las
habilidades y conocimientos que proporcionan independencia, destruye la
creatividad que proviene de enfrentarse a las dificultades y conflictos por los
propios medios, desintegra la base material de los vínculos afectivos que son
los cuidados que se prodigan los familiares y los amigos. En definitiva
convierte al sujeto en trabajador o trabajadora puros, entregados al quehacer
laboral y al consumo y despreocupados de todo lo demás con lo que su vida les
es ajena.
De
entre los productos devenidos del Estado asistencial, por su importancia para
el tema que nos ocupa, la crisis del sujeto social de la revolución, merece
atención aparte el desarrollo y expansión del sistema educativo. Fue el
franquismo quien universalizó los estudios de secundaria e hizo realidad la
máxima de “el hijo del obrero a la universidad”. Bajo el régimen de Franco se
formaron las primeras generaciones de la “enseñanza pública para todos”, gentes
muy adoctrinadas, muy aculturadas, que imitaban en todo las formas de
pensamiento y de vida de las clases altas y cuya mayor aspiración era conseguir
un nivel de consumo mayor que el de sus padres.
Esas
primeras generaciones fueron las que obraron la transición al sistema
parlamentario, reconstruyeron el sistema de partidos según el modelo liberal,
falsificaron y reescribieron la historia de acuerdo a los intereses del poder,
popularizaron y difundieron las nuevas religiones políticas de la izquierda –en
esos años finales del franquismo la crítica del atraso y el carácter feudal,
anti-liberal y anti-moderno de la sociedad en el Estado español y la necesidad
de modernizarse- y desactivaron con sus dogmáticas teorías políticas el
movimiento anti-franquista en los años setenta del siglo pasado.
La
transición política desde el régimen franquista al partitocrático y
parlamentario ha sido un modelo estudiado e imitado en todo el planeta, fue una
intervención decisiva desde el punto de vista estratégico, un golpe maestro
sobre el centro de gravedad de las clases sometidas. En esencia consistió en una
acción por la que el Estado se alzó como ente total e integrador entregado a
fragmentar la sociedad hasta hacerla un confuso aglomerado de grupos
corporativos o sujetos solitarios.
El
actor o instrumento principal de la estrategia del sistema desde la transición
política ha sido la izquierda, generadora del mayor crecimiento del capitalismo
y del ente estatal de toda la historia. La izquierda ha sido el más perfecto
instrumento de la estrategia estatalista y, por ello, quien ha gobernado
durante más años. De su mano han salido las principales corrientes destructivas
que han arrasado tanto al pueblo como sujeto colectivo –que ya estaba muy
dañado antes- como a la estructura existencial de la persona.
La
aportación del izquierdismo a destrucción de lo que quedaba del potencial autor
de la revolución anti-estatalista ha sido decisiva. En primer lugar han sido
los ideólogos más fanáticos de la idea
liberal del sujeto de derechos. El sujeto de derechos es esencialmente el que
ha renunciado a su libertad y autonomía y espera recibir, como una gracia, las
atenciones y servicios a los que “tiene derecho” de las instancias superiores
que velan por su bienestar y tutelan su vida. Cuando tal ideología ha sido
asumida completamente, el individuo deja de percibirse como sujeto de su propia
existencia y comienza a ser objeto o cosa de su propia vida. Los derechos
siempre son otorgados o concedidos por alguien que tiene el poder de dar y
quitar, y siempre achican y degradan a la persona porque ésta hace dejación de
su potencial de acción y de auto-gestión, de su capacidad de decidir y elegir,
de su necesidad de esforzarse en la propia superación y por lo tanto ascender
en las cotas de la libertad personal, de su energía creativa que queda
desactivada al no tener objeto al que dirigirse, es, por lo tanto, un ser que
se afirma en la incompetencia, la ineptitud y la subordinación.
La libertad nunca puede ser
otorgada, no puede recibirse de otros y son los deberes, las obligaciones y los
compromisos los que proporcionan la base material de la libertad humana, idea
que expuso con mayor belleza que ningún otro filósofo Simone Weil, porque los
deberes son la parte activa de la existencia mientras que los derechos son
únicamente pasivos, las obligaciones implican acción, movimiento, intervención
y por lo tanto capacidad, competencia y crecimiento mientras que los privilegios y los derechos producen
inmovilidad, parálisis, flojedad, ineptitud e insuficiencia.
A
la doctrina de los derechos va asociada otra de las lacras de las sociedades de
la modernidad tardía, el “imperio de la ley”, el legicentrismo izquierdista que
todo lo fía a las leyes ha creado la sociedad más normativizada de la historia,
todo está regulado, lo grande y lo pequeño, lo social y lo privado e incluso lo
íntimo. Ni siquiera Orwell pudo soñar una sociedad más pautada. Por supuesto el
crecimiento de la ley se asocia al incremento del Estado, especialmente
judicatura y policía, de sus gastos y de sus prerrogativas que se amplían con
cada nueva legislación lo que viene a más real y más cierto el objetivo último
del proyecto liberal.
Ese
sujeto así aleccionado, ha sido fácilmente conducido a la idea de que su
destino es el trabajo y el consumo y que nada grande ni trascendente le
compete, la vida debe ser, pues, destinada a la producción, el gasto y las
diversiones. La sociedad post-franquista, como la Roma de la decadencia, generó
su plebe ansiosa de placeres groseros y zafiedad consumista, abandonada al
instante, volcada en las drogas, sin amor por la propia dignidad, sin respeto
por sí mismo ni conciencia de su vida y de su entorno.
Durante
decenios, además, la progresía del sistema se dedicó a insultar a nuestros
abuelos, aquellos que habían plantado cara a Napoleón, a la Pepa, a los
espadones decimonónicos, a Primo de Rivera, a la monarquía y a la república, a
Franco en la guerra y a la Guardia Civil en el maquis. Sobre ellos se escupió
todo el veneno de que eran portadores, se les asignó el sanbenito de
representar el atraso, la incultura, la brutalidad, la incivilidad, la
estulticia y la papanatería además del machismo y la brutalidad contra la mujer.
A la izquierda su dedicación a falsificar la historia y aculturar a la sociedad les ha valido ser los favoritos
del sistema y recibir de sus arcas una sugerente remuneración.
La
aculturación y des-historización del pueblo ha sido un elemento cardinal del
proceso de liquidación del antagonista del Estado[13].
Sin raíces y sin sustento en la propia historia, el sujeto queda fragmentado y
aislado de forma trascendental, con una identidad frágil, siempre al borde de
desvanecerse, incapacitado para el combate, acobardado y achicado
connaturalmente. Es consecuencia de un hecho fundamental que no es hoy
suficientemente comprendido, la historia, en la forma de conciencia colectiva
del pasado no el únicamente el contexto en el que se desarrolla la vida humana
sino que, como explica X. Zubiri constituye una dimensión esencial del ser
persona[14]
por lo que la disociación entre el sujeto y la historia auténtica es su
mutilación espiritual y personal.
Y
sin embargo no se consideró suficiente todo ello, según las normas de la
guerra, la aniquilación del enemigo exigía perseguirlo y exterminarlo por completo.
Se fabricó una disidencia artificial fundada en corrientes de opinión
fabricadas en las instituciones, es decir, en la universidad, los partidos
políticos y los sindicatos subvencionados, que movían a las masas con programas
reivindicativos y políticos que siempre
coincidían con los proyectos futuros del sistema, es decir, luchaban contra
aquello que estaba ya periclitado y a favor de lo que estaba por llegar. El
corporativismo y el movimentismo deshilvanaron las luchas y fragmentaron la acción
de las masas y la visión de conjunto. El pueblo quedó incapacitado para
entender lo global y el largo plazo, es decir, para pensar estratégicamente.
Añadido
a los movimientos gremialistas y parciales se constituyeron las políticas de los
victimismos y el enfrentamiento social, ora se culpó a los padres y madres de
ser destructivos y dañinos para los niños, ora a los jóvenes de vivir en la
miseria vital por la represión de la familia, allí se victimizó a un grupo
racial, acá a un sector social minoritario y, en todos los casos, se culpó a
los iguales de ser los autores de la represión y la xenofobia y se apeló a la
generosidad del Estado que ampara, protege e iguala, para subvertir el abuso y
la injusticia.
De
entre todas las corrientes y movimientos surgidos del matrimonio
izquierda/Estado tal vez la más dañina ha sido el sexismo político feminista
que ha conseguido dividir la sociedad por sexos llevando hasta el paroxismo el
enfrentamiento entre las mujeres y los hombres, a este proyecto el sistema le
ha dado valor estratégico creando incluso, durante varias legislaturas un
Ministerio, el de Igualdad, entregado a intervenir denodadamente en la
intimidad de las personas y a violar su libertad de conciencia. De la
importancia que se ha concedido a las políticas de género da una idea que el
feminismo sea hoy eje transversal y materia de estudio en toda la enseñanza
estatal y que sea asignatura obligatoria en la Academia General Militar de
Zaragoza o que las principales empresas del IBEX 35 como Inditex, El Corte Inglés,
Mango, Entrecanales etc. se hayan comprometido a impulsar y financiar las
campañas para la aplicación de la Ley de Violencia de Género y la labor de
“educación” social en ese tema[15]
El
sexismo político ha hecho realidad el maquiavélico “divide et impera” y ha
creado una fractura no solo entre las mujeres y los hombres sino entre las
mujeres y la revolución porque, una vez convencidas de que su enemigo está
entre sus iguales no hay ningún proyecto
común que pueda ser acometido, por el contrario al asumir que no solo la
libertad sino su supervivencia depende del Estado, la policía, la judicatura y
los profesionales y de su “independencia económica”, es decir, del salario, una
gran parte de las féminas se han entregado indefensas a la institución estatal
y a la empresa. Estratégicamente ha sido
una de las intervenciones más ambiciosas del sistema de dominación porque
dominar y dirigir a la mitad del pueblo contra la otra mitad es garantía de
supervivencia mientras esa situación e mantenga.
Todas
las corrientes ideológicas lanzadas desde el progresismo izquierdista han
tomado la forma de los fanatismos y las religiones y tienen tanta más capacidad
de penetración social cuanto más se incrementa el acceso popular al sistema
educativo auténtico baluarte del dogmatismo y el adoctrinamiento, de la
falsificación del mundo y del creer por fe o por autoridad. Han sido, por ello,
verdaderos venenos sobre la libertad de conciencia, la autonomía y la capacidad
de elección de las personas.
[1]
FÉLIX RODRIGO MORA, 2011
[1] ANDER DELGADO CENDAGORTAGALARZA, “Protesta popular y política (Bermeo, 1912-1932) Revista “Ayer” nº 40, 2000, Madrid, Marcial Pons, ediciones de historia.
[1] Asunto que es analizado en “Feminicidio o auto-construcción de la mujer. Vol. I. Recuperando la historia” PRADO ESTEBAN DIEZMA Y FÉLIX RODRIGO MORA. 2012.
[1] RAFAEL GAMBRA, “La primera guerra civil de España (1821-23): historia y meditación de una lucha olvidada”, 1950, Madrid, Escelicer.
[1] FÉLIX RODRIGO MORA, “Naturaleza, ruralidad y civilización”, 2008, Sevilla
[1] Un análisis de lo acontecido, minucioso y contrastable, riguroso y detallado es el de MANUEL REQUENA GALLEGO, “Los sucesos de Yeste: (mayo 1936)”, 1983, Albacete, Instituto de Estudios Albacetenses.
[1] XAVIER PANIAGUA “La sociedad libertaria. Agrarismo e industrialización en el anarquismo español”, 1982, Barcelona, Crítica.
[1] Prado Esteban Diezma y Félix Rodrigo Mora, “Feminicidio o auto-construcción de la mujer” Vol. I. Recuperando la historia” 2012, Barcelona.
[1] CRISTINA BORDERÍAS, “Emigración y trayectorias sociales femeninas”, “Historia Social” nº 17, 1993.
[1] PRADO ESTEBAN DIEZMA, (2012) “Una nueva reflexión sobre la familia”, http://prdlibre.blogspot.com.es/2012/06/una-nueva-reflexion-sobre-la-familia-en.html
[1] DAVID SVEN REHER, “Familia, población y sociedad en la provincia de Cuenca (1700-1970)”, Madrid, 1988, Centro de Investigaciones Sociológicas, pag.. 230
[1] FÉLIX RODRIGO MORA “El giro estatolátrico”, 2011, Maldecap.
[1] Un texto a señalar en esa dirección es el de PAUL EDWARD GOTTFRIED, “La extraña muerte del marxismo. La izquierda europea en el nuevo milenio”, 2007, Madrid, Ciudadela Libros.
[1] XAVIER ZUBIRI, “Tres dimensiones del ser humano, individual, social, histórica”, 2006, Madrid.
[1] PRADO ESTEBAN DIEZMA, “El capitalismo contra el machismo” y “La gran empresa ¿agente de la emancipación femenina?” , 2012, http://prdlibre.blogspot.com.es/2012/05/elcapitalismo-contra-el-machismo- y htmlhttp://prdlibre.blogspot.com.es/2012/06/la-gran-empresa-agente-de-la.html
FÉLIX RODRIGO MORA, 2011
[1] ANDER DELGADO CENDAGORTAGALARZA, “Protesta popular y política (Bermeo, 1912-1932) Revista “Ayer” nº 40, 2000, Madrid, Marcial Pons, ediciones de historia.
[1] Asunto que es analizado en “Feminicidio o auto-construcción de la mujer. Vol. I. Recuperando la historia” PRADO ESTEBAN DIEZMA Y FÉLIX RODRIGO MORA. 2012.
[1] RAFAEL GAMBRA, “La primera guerra civil de España (1821-23): historia y meditación de una lucha olvidada”, 1950, Madrid, Escelicer.
[1] FÉLIX RODRIGO MORA, “Naturaleza, ruralidad y civilización”, 2008, Sevilla
[1] Un análisis de lo acontecido, minucioso y contrastable, riguroso y detallado es el de MANUEL REQUENA GALLEGO, “Los sucesos de Yeste: (mayo 1936)”, 1983, Albacete, Instituto de Estudios Albacetenses.
[1] XAVIER PANIAGUA “La sociedad libertaria. Agrarismo e industrialización en el anarquismo español”, 1982, Barcelona, Crítica.
[1] Prado Esteban Diezma y Félix Rodrigo Mora, “Feminicidio o auto-construcción de la mujer” Vol. I. Recuperando la historia” 2012, Barcelona.
[1] CRISTINA BORDERÍAS, “Emigración y trayectorias sociales femeninas”, “Historia Social” nº 17, 1993.
[1] PRADO ESTEBAN DIEZMA, (2012) “Una nueva reflexión sobre la familia”, http://prdlibre.blogspot.com.es/2012/06/una-nueva-reflexion-sobre-la-familia-en.html
[1] DAVID SVEN REHER, “Familia, población y sociedad en la provincia de Cuenca (1700-1970)”, Madrid, 1988, Centro de Investigaciones Sociológicas, pag.. 230
[1] FÉLIX RODRIGO MORA “El giro estatolátrico”, 2011, Maldecap.
[1] Un texto a señalar en esa dirección es el de PAUL EDWARD GOTTFRIED, “La extraña muerte del marxismo. La izquierda europea en el nuevo milenio”, 2007, Madrid, Ciudadela Libros.
[1] XAVIER ZUBIRI, “Tres dimensiones del ser humano, individual, social, histórica”, 2006, Madrid.
[1] PRADO ESTEBAN DIEZMA, “El capitalismo contra el machismo” y “La gran empresa ¿agente de la emancipación femenina?” , 2012, http://prdlibre.blogspot.com.es/2012/05/elcapitalismo-contra-el-machismo- y htmlhttp://prdlibre.blogspot.com.es/2012/06/la-gran-empresa-agente-de-la.html
(1/3) Sobre el sujeto de la revolución. Reflexión sobre estrategia
SOBRE
EL SUJETO DE LA REVOLUCIÓN. Reflexión sobre estrategia
Parte
Primera
“La única esperanza para los vencidos
es no esperar ninguna salvación”
Publio Virgilio Marón
Acometo
este artículo con la certeza de que abriré más interrogantes que evidencias con
esta reflexión inicial sobre estrategia, sin embargo, nada grande ni
revolucionario puede hacerse sin un proyecto estratégico que guíe la acción.
Entiendo que la cavilación sobre estos asuntos, aunque su resolución práctica
nos supere por el momento, es ya un elemento fundamental de la construcción del
proyecto histórico para superar la sociedad con Estado y capitalismo.
Se
equivocan quienes piensan que la estrategia se aplica únicamente a la labor
militar y a la guerra, pensar estratégicamente es la prerrogativa hoy de las
clases que dirigen la sociedad cuyo proyecto de creación del Estado total o
“Estado todo”, como lo nombra Carl Schmitt en "El concepto de lo político", y capitalismo perfecto se ha
desarrollado de acuerdo a un plan de dimensión y escala histórica.
Las líneas
maestras, es decir estratégicas, de la sociedad en la que vivimos se diseñaron
a lo largo de los siglos XVIII y XIX y se enuncian de forma sistematizada en la
Constitución de 1812 cuyo bicentenario celebran los poderosos y poderosas en
este 2012. En esa Carta Magna o ley de leyes que es la madre de todas las demás
Constituciones promulgadas hasta nuestros días se bosquejan los fines últimos,
en sus trazos más generales, de la acción de las clases que acaparan el poder
político, militar, económico e ideológico
y gestionan la sociedad[1].
Quienes
han heredado de la tradición de los filósofos mecanicistas franceses y el
marxismo una concepción de la historia como proceso sin sujeto, movida por la
fatalidad de unas leyes inmutables, predestinada por el movimiento automático
de las estructuras sociales, ignoran que el poder constituido actúa según un
plan y que se ha de idear también el guión de su superación. No hay un camino
prefijado ni un sistema teleológico que conduzca el devenir histórico desde lo inferior
a lo superior, desde lo imperfecto a lo sublime. El catecismo progresista no es
más que eso, un culto religioso basado en el fideísmo antes que en la
observación imparcial de la realidad y la reflexión sobre la misma. Por el contrario, la historia es el resultado
de decisiones y elecciones humanas y son precisamente las fuerzas más
conscientes, las que poseen capacidad proyectiva y visión de futuro basadas en el
examen de las condiciones reales en las que actúan, las que obtienen mayor
influencia y predominio en la transformación de las sociedades y son por ello
portadoras de la libertad.
Hoy
la iniciativa en la actividad planeadora consciente la tiene el Estado como
sujeto colectivo complejo[2]
o estructura de confluencia de los poderes que articula los fines comunes de
las elites mandantes. Nada hay más errado que la declaración de que el ente
estatal está desapareciendo y que es el desenvolvimiento incontrolado e
irreflexivo de las grandes corporaciones capitalistas lo que define el mundo,
por el contrario el ingente aparato burocrático del sistema es un monstruo cada
vez más imponente que ordena, legisla y dirige toda la vida social con mano de
hierro.
Más
allá de las teorías sobre la conspiración que simplifican burdamente la
realidad es preciso advertir la existencia de una dirección estratégica que
organiza y gobierna según un plan. En la orientación y administración de la vida
social participan los cuerpos de altos funcionarios que son el alma del aparato
ministerial del Estado, los grupos de influencia y poder político, económico e
ideológico constituidos de forma diversa y relacionados entre sí por distintos
mecanismos y, sobre todo, el Alto Estado Mayor de la Defensa, es decir, el
poder militar, que no es mero servidor de intereses políticos o económicos ajenos
sino que concentra en su seno la mayor autoridad, la que le confiere el ser el
depositario y administrador de la violencia[3]
Las
directrices estratégicas pertenecen al ámbito de los secretos de Estado, no son
públicas y su difusión está penada por la ley aunque algunos de sus rasgos
esenciales se pueden conocer a posteriori por su aplicación y sus efectos y muy
a largo plazo cuando son desclasificadas y pasan a ser documentos históricos. En
ciertos casos se da publicidad a algunos elementos como es el caso de la “Estrategia Española de Seguridad”, que
se renueva cada pocos años y suele incluir reseñas en la prensa sobre algún
aspecto que tiene un carácter propagandístico. Otros documentos son directrices
concretas dirigidas a la escala media de cuerpos del Estado como por ejemplo la
“Estrategia Nacional de Ciencia y
Tecnología”, a los profesionales de distintos ramos y a la sociedad como
instrumentos pedagógicos y adoctrinadores como la “Estrategia Nacional de Salud Reproductiva”, éstos que son cientos,
atañen a todas las esferas y están destinados a ordenar o modificar toda la
vida social. Las grandes líneas maestras de la estrategia solo pueden
rastrearse a través del estudio minucioso de su aplicación, como cualquier
ejército enfrentado a un enemigo, el aparato de dominación política tiene planes
que se apoyan en informes muy precisos y fiables de todo aquello relevante que
acontece en cualquier dimensión de la vida social y en estudios multidisciplinares
muy rigurosos desarrollados y reflexionados colectivamente en su entramado,
pero, como cualquier ejército, los mantiene en secreto y procura engañar al
enemigo acerca de sus intenciones.
La
Constitución de 1812 fijó el ideal de un ente estatal que dirigiera
completamente la vida social[4],
un objetivo cuyo desenvolvimiento ha ocupado a las elites del poder los últimos
doscientos años y que sigue desarrollándose en nuestros días porque los grandes
proyectos estratégicos son procesos largos y sinuosos, extremadamente complejos
e intrincados, que necesitan de ser precisados y concretados periódicamente y
adaptarse creativamente a cada nuevo cambio y cada nueva situación. Requieren,
además, tener en cuenta todos los
aspectos y las relaciones entre ellos y, sobre todo, establecerse en la escala
temporal a largo plazo.
A
través de los avatares de cada momento histórico, con avances y retrocesos, con
fracasos y aciertos, en la ofensiva y en la defensiva, el Estado centralizado e
integrado surgido de la revolución liberal no perdió el norte de su estrategia,
conseguir convertirse en Estado total y superar la dualidad social del antiguo
régimen, perseveró y se empeñó sin abandonar nunca su vocación de victoria. Efectivamente,
el aparato administrativo del absolutismo, demasiado fragmentado y pobre en
recursos humanos, materiales y
financieros estaba incapacitado para hacer llegar sus tentáculos hasta el
último rincón de la sociedad por lo que debía convivir con las estructuras
populares de vida y organización política que operaban en los vacíos de poder, éstas
fueron el principal enemigo de la ilustración y el liberalismo para cuya
destrucción ha empleado un programa de alcance histórico con un éxito notable.
La
revolución liberal fue, antes que nada, un magno proceso de reflexión colectiva
estratégica en las elites de poder, una auto-transformación y reorganización
para idear un modelo de sociedad nuevo y establecer las condiciones de su
realización. Esta definición de metas es un aspecto esencial de la estrategia y
se manifiesta, en primer lugar, como un acto de elección, de voluntad, pues
consiste en decidir cuáles son las aspiraciones deseables y los objetivos perseguidos con independencia de
la situación concreta de la que se parte, es, por lo tanto, el gran acto de la
libertad y trata de la identificación de lo más esencial, aquello que perdura
en el tiempo y que siempre pertenece al futuro porque, en definitiva, es un
ideal, incumbe al ámbito de la cosmovisión básica que orienta la acción en
todas las dimensiones, trasciende el tiempo biográfico e implica a la sucesión
de las generaciones, es decir, se dirige enérgicamente al futuro. Estos son los
rasgos esenciales que determinan la estrategia pues de las metas perseguidas
dependen la forma y los métodos de alcanzarlas.
Para
las elites que instituyeron el orden liberal ese fin último fue y es la
extensión ilimitada del Estado, un aparato que no desea ya únicamente ser el
centro de la sociedad sino sustituir a ésta y hacer desaparecer toda
institución, estructura u organización de grupos humanos que no esté
directamente contenida en él.
Lo
cierto es que donde, en 1812, había dos sociedades, dos comunidades humanas, el
Estado y el pueblo, que se relacionaban,
se enfrentaban, cooperaban a veces y equilibraban y reequilibraban la
correlación entre sus fuerzas, en nuestros días queda un único ente organizado,
el Estado, y, fuera de él, una mixtura de grupos y clanes y, cada vez más,
individuos solitarios, que se enfrentan o se ignoran, que viven de espaldas los
unos a los otros, amarrados a las instituciones del poder de las que son
deudores y a las que están obligados a cambio de una protección que no se
sienten capaces de procurarse por sí mismos.
Ésta
es la mayor victoria del Estado en los últimos doscientos años y el más grande
problema estratégico al que tendrán que hacer frente quienes consideren la
superación del actual orden de opresión social. Sin embargo, ante la
superioridad del enemigo la mayoría de los movimientos del presente han elegido
la peor de las opciones, por un lado negar la derrota estratégica de las
fuerzas contrarias al poder elitista reconstituido en la revolución
decimonónica, y, por otro, concentrar toda su energía en luchar por reformas o
pequeñas “conquistas” dentro del sistema, presentando como grandes éxitos y
trofeos lo que no son sino correcciones que mejoran y amplían el orden de
dominación. Así han amado sus cadenas, viviendo en el autoengaño y actuando
como agentes -con o sin conciencia de ello- del poder.
El
reconocimiento de la derrota y destrucción del sujeto colectivo que se llamó
pueblo (que reunió a todas las clases trabajadoras y no explotadoras que se
sitúan al margen de las elites poderosas) es la primera condición para acometer
una estrategia de regeneración y reconstrucción de un nuevo sujeto histórico
enfrentado al poder omnímodo del Estado, a pesar de la delicada situación
presente coincido con Federico Aznar Fernández-Montesinos[5]
en que “conforme a la lógica paradójica de la guerra, la derrota enseña y la
victoria confunde” y que la debilidad presente podría ser trocada en fuerza a
partir de una reflexión potente y vigorosa en el terreno estratégico.
LA
NEGACIÓN Y EL OLVIDO. EL PUEBLO BORRADO DE LA HISTORIA
Me
limitaré a hacer una introducción a un análisis que se encuentra por encima de
mis posibilidades presentes, representa una hipótesis relativamente
fundamentada pero que precisará de sucesivos estudios concretos en cada uno de
los apartados y temas que se incluyen, pretendo, ante todo, pergeñar un guión
que permita que nuestro pensamiento se instale en la escala histórica, el largo
plazo y la complejidad de lo real, elementos fundamentales para pensar
estratégicamente.
El
objetivo estratégico de toda guerra es aniquilar al enemigo; bien podría
decirse que ha sido cumplido totalmente en este caso, el pueblo no solo ha sido
derrotado sino que se ha perdido incluso la memoria de su existencia pasada, reescribiendo
e interiorizando su historia bajo la
perspectiva del vencedor, negándose y falsificando su experiencia para integrarse
en el orden del opresor. Como en las guerras más atroces, el solar del vencido
quedó arrasado por completo.
Pero
en 1812 al estatuir la ominosa Carta Magna el panorama no era tan optimista
para el orden constitucional y representativo, la comunidad popular vivía un
momento de gran potencia y fuerza, estaba armada y organizada y era, para las
elites mandantes, un socio obligado contra Napoleón a la vez que su enemigo
principal en el interior. En efecto, ya en 1809 eran las guerrillas las que
hostigaban a las tropas francesas e impedían su implantación en el territorio,
el ejército regular y el aliado inglés fueron desbordados sistemáticamente por
las tropas napoleónicas en Castellón, Uclés, A Coruña, Ferrol, Ciudad Real,
Valls, Tarragona y un largo etcétera, mientras las partidas ganaban fuerza y
eficacia, actuando con plena independencia y enorme creatividad, movilizando
ampliamente a la población[6]
y con participación abundante de las mujeres[7].
Las partidas guerrilleras, como en la Edad Media las Milicias Concejiles, fueron
ente autónomo y no derivado del Estado, estableciendo un poder real separado de
la institución militar estatal. Por su eficiencia y vigor fueron una
experiencia excepcional en el ámbito europeo, por eso Carl Schmitt, en su
teoría del partisano, toma como referencia, precisamente, la guerra contra
Napoleón en España donde 250 o 260 mil hombres eran mantenidos en jaque por
unos 50 mil guerrilleros.
La
fuerza de la guerrilla era la manifestación de la potencia de las instituciones
y la organización social libre de las comunidades rurales, las formas comunales
de propiedad eran las más usuales en el agro peninsular, comprendía la adjudicación
en suertes de las tierras comunales, el cultivo colectivo de los bienes
concejiles, el uso común de montes y pastos, las comunidades de regantes[8],
la propiedad mancomunada de molinos, fraguas, hornos y bestias de labor,
comunidades de pescadores, espigueo del arroz y otros[9].
La propiedad comunal y otras muchas prácticas como la derrota
de mieses, el aprovechamiento de los pastos y los montes, etc. eran un choque
fenomenal con el concepto de propiedad absoluta romanista, pero no ha comprenderse en
clave económica la comunidad popular que se caracterizaba por ser una forma de
organización social integral e integrada. El trabajo colectivo con la participación
general de mujeres, hombres y niños, cada cual según sus capacidades y el
reparto equitativo de los frutos es un elemento fundamental que da cohesión y
fuerza convivencial a la aldea rural. Las formas de trabajo común fueron
amplias, diversas regionalmente en las formas pero muy semejantes en su fondo.
El trabajo se valoró más que la propiedad pues era considerado como el único
valor insustituible, y así, quien no participara en el quehacer colectivo sin
causa justificada era excluido del reparto del producto, lo que hacía muy
difícil la monetización de la economía y su mercantilización. Además el
autoabastecimiento de lo imprescindible para la vida fue la norma, pues se
producía lo esencial en las mismas aldeas o pueblos en el entorno próximo y se
practicaba el trueque antes que el intercambio por dinero, el capitalismo
tenía, pues, un freno muy potente en las formas de vida rurales[10]
De
esta manera se constituyó una forma de existencia basada en el apoyo mutuo y
autogestionada, es decir, independiente de las estructuras del poder. La
abundancia de instituciones de apoyo mutuo, hermandades, cofradías, sociedades
de socorro mutuo para enfermedades, viudedad o daños de todo tipo, los seguros
de ganados etc. hacían que el sujeto de la tradición fuera muy interdependendiente
en la horizontalidad y muy despegado de las jerarquías poderosas.
Los
muchos estudiosos que se acercaron a observar la comunidad popular a principios
del siglo XX, como los citados anteriormente, quedaron muy impresionados por “la
estrecha solidaridad en la que viven”[11]
lo que lleva a este autor a aseverar el fracaso en estos lugares de las ideas
individualistas de Jovellanos. La buena convivencia y el amor en las relaciones sociales han sido
un factor de enorme significación durante un largo periodo histórico para
innumerables generaciones de mujeres y hombres, la vida comunitaria se desarrollaba en todos
los ámbitos, en la fiesta y en el trabajo, en los buenos momentos y en las
dificultades, la gente se reunía para hilar, o para cantar y bailar, para
enterrar a los muertos o guardar el ganado, la intimidad y familiaridad en las
relaciones hacía que a menudo el clero condenara esas actividades por
considerarlas fuentes de “corrupción
moral”. Un retrato emocionado de la belleza de las instituciones
convivenciales populares y del desastre de su liquidación durante el franquismo
se encuentra en “Los desiertos de la cultura. Una crisis agraria” (ARAUZ DE
ROBLES, 1979).
Estructurada
de esta manera, la comunidad rural tradicional se constituyó como un auténtico
contrapoder que tenía sus instituciones políticas, el concejo o asamblea
vecinal, que era soberano en un ámbito limitado pero no insignificante ni
trivial[12]
Las autoridades estatales y consuetudinarias coexistieron sin mezclarse
ocupando ámbitos distintos[13]
pero siendo las centrales en la vida del sujeto las horizontales y elegidas
anualmente. La organización política popular generó también un cuerpo legal
propio, basado en los fueros y aplicado como derecho consuetudinario, oral,
abierto e interpretado desde la experiencia y el debate de los iguales. La
principal institución política de los vecinos, es decir, la asamblea, era la
que regulaba y normativizaba la gestión de los asuntos de la comunidad según
los acuerdos, los debates hermanados y la costumbre, ordenaba las relaciones y
los conflictos, las obligaciones y los derechos. Lo consuetudinario se alzó
frente al derecho romanista de las clases altas y fue especialmente beligerante
en la negación del concepto de propiedad privada y en el derecho de familia. En
este último asunto la experiencia ibérica fue especialmente única y divergente
con las costumbres patriarcales dominantes en todo Occidente[14].
La libertad de la mujer en el ámbito popular fue uno de los factores que más
vigor dio a las instituciones y la cultura del pueblo[15].
No
es descabellado afirmar que la pujanza y dinamismo con que se implanta CNT
desde su creación en 1910 que se convierte, por su influencia social, en un
caso único en el continente tiene que ver con el enraizamiento de importantes
sectores de la organización en las costumbres y la cultura del pueblo hasta el
punto de que algún estudioso ha considerado que “la base de la utopía
anarquista de Urales … era la masa de militantes de asentamiento o de
procedencia rural y muy alta combatividad revolucionaria”[16]
Lo
cierto es que la mayor parte de la clase
obrera en la época era de origen rural y pertenecía a la cultura democrática de
las comunidades tradicionales, le era muy fácil, por ello, acercarse a una
corriente política que proclamaba una sociedad de la solidaridad, el apoyo mutuo,
la autogestión de la vida, la igualdad política estricta, la eliminación del
Estado y que volcaba todo el poder decisorio en la asamblea de los iguales. El
ideal libertario era tan cercano a la experiencia vital de quienes habían
abandonado sus comunidades hacía muy poco que resultaba muy sencillo interiorizar
sus propuestas. Así se expresaba en “Solidaridad Obrera” en 1932 argumentando
que el campesino es revolucionario porque está acostumbrado al apoyo mutuo y la
convivencia fraternal[17]
La
idealización que hacen algunas corrientes anarquistas de la cultura moral
tradicional y las formas de vida del pueblo ha sido muy estudiada[18],
también la adhesión a las formas de vida sencillas y naturales con tintes
anti-tecnológicos y anti-industriales. En 1927 A. Estevez en la “Revista
Blanca” escribe que la agricultura es lo fundamental mientras que la industria
se destina en su mayor parte a materiales para la guerra, más contundente, José
España, hornero de profesión en “Solidaridad Obrera” (1932) dice “El campesino,
lejos de toda complicación mecánica de la organización, de todo instinto
burocrático sindical y de todo peligro autoritario en nuestra organización,
tiene unos sentimientos nobles capaces de practicar la solidaridad de una parte del continente al otro y morir
luchando por su independencia factores esencialísimos en nuestra revolución”[19]
Así
las principales corrientes libertarias, al igual que el sujeto de la tradición,
idealizaron el trabajo como fundamento de la vida humana buena, de la
autogestión y la libertad más esencial del individuo y rechazaron con
contundencia el salariado como modelo de degradación y destrucción de la
condición de persona así como la vida urbana, como hace Felipe Alaiz que
describe Barcelona en 1935 en estos términos, “Barcelona gasta voluntariamente
en alcohol y espectáculos un millón de pesetas … en libros no gasta en un año
como en aquellos vicios en un día” y deplora el movimiento de población hacia
las ciudades, “acudir a Barcelona significa desvalorizar el material humano
haciendo que éste sea más barato que los ladrillos, dividir a los trabajadores
en sus clases, favorece la rapiña de los caseros”[20].
Quiere
decirse que la potencia, autonomía, combatividad e independencia de la clase
popular trabajadora en el solar ibérico tuvo continuidad a lo largo de siglos,
tomando formas históricamente singulares pero manteniendo un pulso permanente
con el poder del Estado, fue elemento constitutivo de su idiosincrasia y su cultura,
lo que hace más importante la reflexión y comprensión del proceso que ha
conducido a la triste situación presente en el que la paz social es el factor
dominante en medio de una gran catástrofe, no económica sino civilizatoria.
][1] El mejor estudio sobre la construcción histórica de Estado moderno en nuestro territorio es el de FÉLIX RODRIGO MORA (2011) “La democracia y el triunfo del Estado”, Madrid, Manuscritos.
[2] NORBERTO BOBBIO (2006) “Estado, gobierno y sociedad. Por una teoría general de la política”, Méjico, Fondo de Cultura Económica.
[3] Imprescindible “La casa de la guerra. El Pentágono es quien manda”, JAMES CARROLL, 2007, Barcelona, Crítica, un análisis riguroso y fundamentado de la realidad del Estado a través de sus instituciones señeras en las que se determina y se difunde la estrategia de la mayor potencia mundial. También “La democracia y el triunfo del Estado” ya citado.
[4] FÉLIX RODRIGO MORA, (2012) “La Constitución de 1812 en evidencia, guerras, aculturación, ecocidio, y deshumanización” . En https://www.dropbox.com/s/nkao222vjbvf9ws/RESCAT%20ADN-1.pdf
[5] FEDERICO ÁZNAR FERNANDEZ-MONTESINOS, “Entender la guerra en el siglo XXI”, 2011, Madrid, Editorial Complutense, Ministerio de Defensa.
[6] En este asunto aportan una gran cantidad de datos y referencias JOHN L. TONE, “La guerrilla española y la derrota de Napoleón”, 1999, Madrid, Alianza y E. RODRÍGUEZ SOLÍS, “Las guerrillas de 1808. Historia popular de la guerra de la Independencia”, 3 tomos, 1930, Madrid, en éste último resulta sorprendente para el lector no avisado la portada del segundo tomo que representa una mujer que levanta un sable con las dos manos a punto de descargar un golpe sobre el soldado francés derribado en el suelo.
[7] ELENA FERNÁNDEZ “Mujeres en la guerra de la Independencia”, (2009) Madrid, Silex.
[8] Los mejores trabajos sobre el derecho consuetudinario, el comunal y el trabajo colectivo se escribieron a principios del siglo XX cuando todavía muchas de estas prácticas e instituciones eran plenamente activas, aunque acosadas por el Estado, son, por ello, documentos históricos de enorme valor. Pueden citarse especialmente de E. LÓPEZ MORÁN “Derecho consuetudinario y economía popular en la provincia de León”, 1900, Madrid. S. MÉNDEZ PLAZA, “Costumbres comunales de Aliste”, 1900, Madrid. V. SANTAMARÍA Y TOUS, “Derecho consuetudinario y economía popular en las provincias de Tarragona y Barcelona”, 1901, Madrid.
[9] JOAQUÍN COSTA Y OTROS “Derecho consuetudinario y economía popular de España”, 2 tomos, 1902, Barcelona, Henrich y Cª.
[10] Ya citados, LOPEZ MORÁN, 1900, SANTAMARÍA Y TOUS, 1901, MENDEZ PLAZA, 1900, COSTA 1902.
[11] MENDEZ PLAZA, 1900.
[12] FÉLIX RODRIGO MORA, “Naturaleza, ruralidad y civilización”, 2008, Sevilla.
[13] Es muy significativa la observación de LÓPEZ MORÁN (obra citada) de que el pueblo y los funcionarios se distinguían perfectamente incluso en el vestido, usando atuendos tradicionales los primeros y modernos los segundos.
[14] CARMEN DEERE Y MAGDALENA LEÓN, “Género, propiedad y empoderamiento: tierra, Estado y mercado en América Latina”, 2002, Méjico, estudian el derecho consuetudinario de raíz hispana en la península y Latinoamérica comparándolo con el anglosajón y concluyendo que la condición femenina es de plena igualdad en el primero y patriarcal en grados diversos en el segundo.
[15] En “Feminicidio o auto-construcción de la mujer” PRADO ESTEBAN DIEZMA Y FÉLIX RODRIGO MORA, 2012, Barcelona, ofrecemos un estudio bastante amplio de esta cuestión.
[16] ANTONIO ELORZA “La utopía anarquista durante la II República española” Revista de Trabajo nº 32, 1970, Madrid.
[17] XAVIER PANIAGUA “La sociedad libertaria. Agrarismo e industrialización en el anarquismo español”, 1982, Barcelona, Crítica.
[18] JOSÉ ÁLVAREZ JUNCO “La ideología política del anarquismo español (1868-1910)”, 1976, Madrid, siglo XXI.
[19] PANIAGUA, 1982.
[20] Ibidem