SOBRE EL SUJETO DE LA REVOLUCIÓN
Reflexión sobre estrategia
Parte Segunda
EL
PLAN ESTRATÉGICO LIBERAL,
UNA GUERRA PROLONGADA.
UNA GUERRA PROLONGADA.
No
es posible en un texto de estas características profundizar en cada una de las
batallas que los liberales libraron contra la comunidad popular en “La
democracia y el triunfo del Estado”[1]
se hace un análisis de los momentos decisivos de ese ataque a las estructuras
populares que fue la revolución liberal que comienza con la destrucción del comunal a través de la profusa
legislación devenida de la Constitución de Cádiz. El más temprano fue el
decreto de 1813 por el que los terrenos y baldíos de propios se repartieron, después
se fueron implementando medidas parciales hasta las grandes leyes
desamortizadoras que se aplicarán durante un periodo muy dilatado.
El
objetivo era conseguir que todas las tierras y toda actividad económica
tributaran al Estado de modo que éste obtuviera los ingresos para sostener su
continuo crecimiento, poner las bases para el desarrollo de un capitalismo
incipiente dependiente en todo del apoyo de las estructuras de poder, pero
sobre todo, en el plano de lo estratégico se trataba de desalojar el
comunitarismo popular y hacer universal el principio de propiedad y con ello
eliminar el derecho anti-romanista que regía el uso de los medios para vida y la
gestión colectiva de la economía que eran las bases materiales de la comunidad
popular e imponer el egoísmo y el interés particular que son las señas de
identidad del sistema.
Se
dictaron igualmente normas contra todas las formas de unión y agrupación no
controladas por el poder, en 1820 se publicó un decreto de prohibición de
asociaciones y en 1822 el artículo 317 del código penal volvió a incidir en el
mismo sentido. La predisposición del sujeto tradicional a asociarse mancomunadamente
con sus iguales fue proscrita a la par que se impulsaban las agrupaciones
políticas y corporaciones de afinidad o partidos que, segregados por el aparato
de poder parodiaban un enfrentamiento, ficticio en las alturas, pero real entre
las clases subordinadas, en ellos se apoyaron para destruir la unidad de la comunidad.
Efectivamente,
por encima de toda división de opinión, pensamiento o creencias la comunidad
popular se había mantenido como una unidad en la diversidad; la tolerancia y la
indiferencia hacia todo lo considerado personal fue la norma, mientras que el
debate hermanado sobre los asuntos comunes se producía en un entorno afectivo e
integrador y eso hacía muy estable su estructura. La revolución liberal, al crear
el sistema de partidos y parlamento construye grandes sistemas doctrinarios que
se presentan como excluyentes, polémicos y antagónicos, cargados de ambiciones
y sinecuras y que captan seguidores inoculando el fanatismo dogmático allá
donde triunfan. En “El concepto de lo político” Carl Schmitt define el orden parlamentarista
con un centro que es definir al enemigo y mantener la hostilidad permanente
entre grupos.
En
un estudio sobre la protesta popular y la política en Bermeo a principios del
siglo XX[2]
se muestra con toda claridad como la Cofradía, que tenía un significado papel
en la vida social de la localidad es dinamitada por los intentos de copar la
dirección que hacen los partidos al inicio del siglo XX, dividiéndose en
facciones de orientación política contraria lo que produjo que, donde había una
asociación que aunaba a todo el pueblo y en la que había diversidad y
convivencia, surgieran varias agrupaciones que luchaban entre sí destruyendo la
armonía y belleza de las instituciones populares. Es lógico que en muchos casos
el pueblo no considerase un avance la concesión del voto a los hombres en 1890
pues su objetivo era justamente enfrentar a los que antes estaban unidos
(tampoco puede considerarse un ascenso de la libertad, lógicamente, el voto
femenino en 1931).
Se
mantuvo, sin embargo, la costumbre de hacer frente unidos a los avatares de la
vida y se siguieron constituyendo sociedades de socorros mutuos, cooperativas y
otras asociaciones que mantenían vivo el tejido social horizontal e impedían la
completa imposición del programa estratégico del Estado manteniendo la
autogestión en las cuestiones esenciales de la vida. Es muy representativo el
reglamento del Círculo obrero de Casas de Benitez, “La Fraternidad” publicado
en 1912, en este pequeño pueblo conquense, la asociación de agricultores
modestos, colonos y obreros rurales
establece como base fundacional de su asociación “quitarle todo carácter
de empresa de ganancia o lucro” y dedicarlo al único fin del “socorro mutuo”. La
naturaleza de estas agrupaciones no puede ser entendida en nuestros tiempos fácilmente
porque corresponde a formas sociales hoy desaparecidas, no se puede comparar con
una “empresa de servicios” como muchos tienden a pensar hoy, sino que era una
adecuación de las complejas formas de convivencia e interdependencia que la
comunidad popular había tenido desde siempre, algo que expresaba la capacidad
para vivir en común de esas gentes.
Los
intentos de crear movimientos corporativos de carácter político o económico
chocaron constantemente con una resistencia fuerte entre las gentes populares
que muchas veces fue violenta y siempre auto-organizada. También fue dura y
encarnizada la rebeldía contra el Código Civil que pretendía imponer el modelo
patriarcal del Código francés napoleónico de 1804 extremadamente limitativo y
dañino para la condición de la mujer, este modelo, que chocaba frontalmente con
las costumbres populares y el derecho consuetudinario, fue contestado con
fuerza, de manera que una y otra vez las elites mandantes tuvieron que
retroceder. Por ello no fue aplicado el Código aprobado en 1820, ni el que se
presentó en 1851, ni el de 1870 y hubieron de esperar a 1889 a tener la fuerza
suficiente para imponer una ley que subordinaba a las mujeres a los hombres por
orden del Estado.
El
derecho de familia fue estratégico para el poder constituido, a través de la
legislación patriarcal se deseaba abrir una brecha social de proporciones
colosales que enfrentara a mujeres y hombres y permitiera así dominar mejor a
ambos[3]
además de jerarquizar la sociedad y crear las que son las formas de dominio más
liberticidas, las llamadas biopolíticas, que se proponen dirigir todas las
dimensiones de la vida humana en función de la estrategia política de las
elites mandantes.
A
la vez que se atacaban las instituciones que habían ordenado la vida del pueblo
se crearon las que organizaran la vida según el nuevo catón de los poderosos,
de entre ellas una fundamental fue la escuela estatal que se convirtió en
instrumento privilegiado para destruir la cultura oral, adoctrinar a los niños
desde su más tierna infancia así como para robar las mejores mentes del pueblo
a las que se cooptaba para integrarlas en las elites de mando.
Todas
estas operaciones de ingeniería social no se desarrollaron únicamente por métodos
pacíficos, en realidad su limitada eficacia es más notable teniendo en cuenta
que todo el siglo XIX fue un auténtico baño de sangre pues además de los
levantamientos, los motines contra las
quintas y los conflictos por diversas
causas que jalonaron toda la centuria, se produjo una guerra civil, no por
olvidada menos sangrienta, entre 1821 y 1823[4]
y las guerras carlistas cuya interpretación no debe hacerse de forma
simplificadora[5].
El carácter hiper-militarista del nuevo régimen liberal fue estratégicamente
decisivo pues la cantidad de violencia que se vertió de forma sistemática y
duradera a lo largo de un tiempo muy dilatado fue esencial para conseguir
imponer algunos de sus proyectos.
Para
lo que en este caso nos importa, que es la comprensión de la estrategia, hay
que anotar que en sus inicios el orden liberal tenía fuertes elementos de
debilidad, su primera acción contundente y decisiva es la exposición precisa y
concreta de su proyecto, la Constitución de 1812 es justamente esa declaración
de intenciones y fines últimos. Éste fue un gran avance estratégico, el más
fundamental de todos, porque delimitó con claridad los objetivos finales y más
generales que nunca perdieron de vista a lo largo del proceso. Cada batalla que
dieron no era fin en sí mismo sino medio para acercarse a su ideal, así, las
retiradas tácticas o incluso las derrotas parciales no trituraron su
determinación de vencer. Durante decenios mantuvieron la firme decisión de ir
minando a su enemigo. Solo a finales del siglo XIX consiguen algunas victorias
fundamentales que generaron una situación ya irreversible, la imposición del
código civil, la desamortización del comunal, la abolición de los fueros, la
conscripción obligatoria, el voto masculino y la escuela estatal entre otros.
La
elite liberal atacó sistemáticamente el centro de gravedad de su enemigo que era la socializadora unidad, la
autosuficiencia, la vida horizontal como ley suprema del existir humanamente,
la propiedad colectiva, las instituciones políticas democráticas, el desapego a
las cosas superfluas y el cariño a la tierra y lo cercano entre otras muchas
que habían generado una cultura milenaria, con medidas que limitaban estas
cosas a la par que fortalecían la capacidad de mando y organización del Estado,
de forma que fue cambiando la correlación de fuerzas entre ellos. Usó la
violencia resueltamente sacrificando la comodidad del statu quo para
precipitarse en una tolvanera de crisis y conflictos largos y penosos. Las
elites poderosas tuvieron siempre la visión del largo plazo, no inmolaron sus
objetivos futuros a las necesidades inmediatas y rehicieron sus estrategias
concretas en función del análisis de los acontecimientos.
Quiere
decirse que el proceso de construcción del Estado actual ha sido un largo
conflicto dirigido según un plan estratégico muy meditado y perseverantemente ejecutado.
A
pesar de la dureza de las medidas llevadas a cabo durante todo el siglo
XIX durante el primer tercio del XX el
poder constituido a partir de Cádiz siguió siendo contestado y atacado
sistemáticamente, una parte del naciente y pujante movimiento obrero se
miró en las formas de la tradición
popular cuyas señas de identidad e instituciones tenían todavía una fuerte
pervivencia.
Los
detentadores del poder usaron los métodos más crueles pero también las
intervenciones políticas más creativas, la II República fue un golpe fenomenal
a la conciencia libre de las clases subordinadas, creó una ilusión, un
espejismo de cambio que, entre las organizaciones obreras fue solo denunciado
por CNT que, con cifras, revelaba el carácter represivo del nuevo régimen. Para
el análisis de ese periodo histórico que no podré abordar en este texto remito
al lector al capítulo que en “La democracia y el triunfo del Estado” le dedica
Félix Rodrigo Mora.
Solo
añadiré que para cualquiera que estudie en detalle los numerosos enfrentamientos
que se produjeron entre los trabajadores
de la ciudad y del campo y las fuerzas de orden público, se hace patente que el
recuerdo y la defensa de las antiguas libertades populares estaba presente en
una gran parte de ellos. En este sentido es especialmente significativo el
choque violento que se produjo en Yeste, en la provincia de Albacete, en mayo
de 1936 y que enfrentó a los vecinos de la localidad con la Guardia Civil con
el resultado de 17 personas muertas y casi un centenar de heridos. Este
incidente, reprimido con una contundencia tan feroz por una Guardia Civil a las
órdenes del gobierno del Frente Popular salido de las urnas en febrero de ese
mismo año, tuvo como origen el movimiento de los vecinos para recuperar las
tierras comunales que les habían sido arrebatadas por la ley de Desamortización
Civil de 1855[6]. Estas
mismas ideas colectivistas eran el origen de la denuncia en Solidaridad Obrera,
en enero de 1933, de la llamada “revolución agraria” de la que se dice que
pretende crear gentes insolidarias, egoístas e individualistas[7],
efectivamente, la llamada al reparto de
tierras y la propiedad privada sobre ellas no era considerada como un gran bien
por quienes todavía tenían el recuerdo vívido de una forma superior de vida basado
en compartirlo todo con los iguales.
La
Guerra Civil fue la desembocadura natural del enfrentamiento entre dos fuerzas
que se midieron durante más de un siglo, a falta de una reflexión profunda e
imparcial de este acontecimiento cuya importancia histórica y complejidad fáctica
no puede ser puesta en duda, se puede aseverar que la guerra de 1936 a 1939 es
el punto de inflexión que abre una etapa de triunfo del Estado en el que nos
encontramos en el presente.
La
Guerra Civil con su epílogo en la lucha agónica del maquis en las zonas rurales
culminó la primera parte de la revolución liberal, la feroz represión
franquista dio paso a una época de abatimiento del movimiento obrero desconocida
hasta entonces cuya principal causa, a mi entender, no fue la represión, no fue
el miedo ni la cobardía, sino la falta de discernimiento de los motivos de su
derrota. Las versiones triunfalistas y alucinadas de los partidos de izquierdas
vinieron a liquidar con más saña cualquier intento de reflexión serena, de
auto-evaluación o auto-crítica que hubiera permitido rehacer la moral de
combate en las fuerzas populares por el ascenso de la conciencia de su
capacidad de lucha.
Resulta
desolador que no tengamos hoy, de un acontecimiento tan cercano y con una
documentación tan abundante, más versiones que la que elaboró el franquismo y
la que cuajó la izquierda, ambas distorsionadoras y parciales, ninguna objetiva
y desprejuiciada, hacer ese balance sería sin duda un gran avance en la
posibilidad de una estrategia de recuperación del sujeto social del cambio
revolucionario.
El
franquismo no fue únicamente represivo, tras el severo castigo que infringió a
los vencidos acometió los proyectos más radicales para cambiar sustancialmente
al pueblo. La des-ruralización y urbanización del país fue el más notable pues
destruyó la base material de la convivencia y la solidaridad que era la
comunidad vecinal, arrancó a millones de personas del entorno integrado y
horizontal y las aculturó y desenraizó de forma sustancial. La ciudad es la
tumba de la vida horizontal y el altar en el que se alza el Estado, conseguir
una organización social perfectamente centralizada era un punto irrenunciable
del programa de Cádiz que ¡por fin! se hacía realidad.
La
urbanización llevaba implícito otra fundamental reforma y mutación que
cambiaría de manera cardinal la forma de ser y estar en el mundo de las clases
subordinadas, la universalización del salariado. Si en el pasado el amor al
trabajo fue un distintivo de la cultura del pueblo que manifestaba su rechazo
de la propiedad y el dinero y su adhesión a un igualitarismo objetivo basado en
aquello que la mayoría posee naturalmente, ahora tornábase la antigua
laboriosidad integrada y creativa en desquiciado ajetreo, actividad sin sentido
dirigida desde fuera, en donde las personas desempeñan el papel de las cosas,
una labor arrancada trascendentalmente de su vínculo con la vida.
Si
es cierto que la salarización general fue el mecanismo para dotar a la
institución estatal de los recursos económicos que permitieran poner a punto su
aparato de dominación mucho más lo es que fue un instrumento decisivo para
doblegar al suejto de la tradición, para triturar la independencia,
creatividad, igualitarismo y socialidad del pueblo. El mejor estudio sobre la
verdadera esencia del trabajo asalariado lo realizó Simone Weil en la Francia
de los años 30 sobre la base de su propia experiencia como obrera en la Renault
y concluye que no es la explotación económica la peor de las lacras de esa
actividad forzada como plantearan las corrientes marxistas, sino la enajenación
que hace de los elementos fundamentales de la condición humana, especialmente
el agotamiento interior, el vaciamiento de toda vida intelectual, afectiva,
social y personal durante un tiempo tan dilatado de la existencia individual
que transforma al sujeto en casi una no-persona. Que tal actividad se asuma de
forma voluntaria e incluso se ensalce, justificándose así el vivir como
esclavos a cambio de dinero, viene a profundizar esa brecha brutal que anula la
dignidad personal que había sido seña de identidad del indócil pueblo ibérico.
El
franquismo, en otro orden de cosas, consiguió hacer efectivo el Código Civil de
1889 y establecer, en la parte de la vida que pueden controlar las
instituciones -que se hacía cada vez mayor- la subordinación de la mujer que
pasa a ser tutelada por el varón como representante y ejecutor de la ley
estatal. Ésta era una maniobra fundamental para abrir una brecha de dimensiones
catastróficas en las clases subalternas pues enfrentaba a mujeres y hombres y
hacía que ambos se vieran entre sí con resentimiento y mirasen al Estado como
aliado. Se creó un modelo inicial, muy activo, de feminismo de Estado con la
Sección Femenina[8] que
adoctrinaba a las mujeres a la vez en su necesidad de tutela y en la oposición
y enfrentamiento con el varón. Estas maniobras de manipulación mental de las
mujeres, que se fortalecieron aún más con la aparición de la radio, fueron
concluyentes para hacer de ellas la vanguardia en dos de las operaciones de
ingeniería social más importantes del programa estatista-liberal franquista, el
abandono de las zonas rurales y la emigración masiva[9]
y en la actualización destructiva de la familia que pasó de ser un grupo
natural integrado en la comunidad a clan cerrado sobre sí mismo, agrupación de
consumo, competitividad y medro social[10]
Cada
una de estas realizaciones eran, por sí mismas, letales para el sujeto popular,
sin embargo el golpe final a la autonomía y la convivencia no vendría de un
acto de represión sino de la mano generosa del Estado que en 1963, con la ley
de Bases de la Seguridad Social, generó lo que sería la más dañina de las
instituciones, el Estado del bienestar. Al asumir la burocracia estatal las
funciones que habían correspondido tradicionalmente a la solidaridad entre
pares se asestó un golpe formidable a la calidad de la vida horizontal. La
población fue aleccionada para que confiara a los funcionarios del creciente
aparato estatal lo que antes formaba parte de los vínculos sociales y
afectivos. No hubo, como se quiere hacer creer hoy, una lucha de los
trabajadores para que fuera el estado quien proveyera de los cuidados y
asistencia básicos para la vida, por el contrario hubo cierta resistencia a
asumir tal situación por lo que incluso en los años 70 anota un historiador “es
curioso notar que, incluso, hoy en día, nuestros entrevistados discrepaban
acerca de si el sistema antiguo era
mejor que la Seguridad Social actual”[11].
No
hubo ningún avance significativo para los trabajadores que sufrieron una
creciente presión impositiva para pagar un sistema increíblemente ineficaz,
coercitivo y lesivo para su autonomía[12].
El sistema de servicios públicos no solo no proviene de una victoria de las luchas obreras, lo que es obvio si se observa
la situación del país a principios de los años 60 del siglo XX, sino que ha
sido un instrumento para domesticar al pueblo y destruir su independencia y
combatividad, convertir en mercancías las necesidades básicas de la vida,
dirigir despóticamente la existencia individual y colectiva, imponer el consumo
de aquellos bienes y servicios que interesan al poder y administrar la
biopolítica del Estado.
Todo
lo que ofrece el Estado del bienestar destruye la autonomía del sujeto, anula
su capacidad de autogestionar su vida y la de sus cercanos, tritura las
habilidades y conocimientos que proporcionan independencia, destruye la
creatividad que proviene de enfrentarse a las dificultades y conflictos por los
propios medios, desintegra la base material de los vínculos afectivos que son
los cuidados que se prodigan los familiares y los amigos. En definitiva
convierte al sujeto en trabajador o trabajadora puros, entregados al quehacer
laboral y al consumo y despreocupados de todo lo demás con lo que su vida les
es ajena.
De
entre los productos devenidos del Estado asistencial, por su importancia para
el tema que nos ocupa, la crisis del sujeto social de la revolución, merece
atención aparte el desarrollo y expansión del sistema educativo. Fue el
franquismo quien universalizó los estudios de secundaria e hizo realidad la
máxima de “el hijo del obrero a la universidad”. Bajo el régimen de Franco se
formaron las primeras generaciones de la “enseñanza pública para todos”, gentes
muy adoctrinadas, muy aculturadas, que imitaban en todo las formas de
pensamiento y de vida de las clases altas y cuya mayor aspiración era conseguir
un nivel de consumo mayor que el de sus padres.
Esas
primeras generaciones fueron las que obraron la transición al sistema
parlamentario, reconstruyeron el sistema de partidos según el modelo liberal,
falsificaron y reescribieron la historia de acuerdo a los intereses del poder,
popularizaron y difundieron las nuevas religiones políticas de la izquierda –en
esos años finales del franquismo la crítica del atraso y el carácter feudal,
anti-liberal y anti-moderno de la sociedad en el Estado español y la necesidad
de modernizarse- y desactivaron con sus dogmáticas teorías políticas el
movimiento anti-franquista en los años setenta del siglo pasado.
La
transición política desde el régimen franquista al partitocrático y
parlamentario ha sido un modelo estudiado e imitado en todo el planeta, fue una
intervención decisiva desde el punto de vista estratégico, un golpe maestro
sobre el centro de gravedad de las clases sometidas. En esencia consistió en una
acción por la que el Estado se alzó como ente total e integrador entregado a
fragmentar la sociedad hasta hacerla un confuso aglomerado de grupos
corporativos o sujetos solitarios.
El
actor o instrumento principal de la estrategia del sistema desde la transición
política ha sido la izquierda, generadora del mayor crecimiento del capitalismo
y del ente estatal de toda la historia. La izquierda ha sido el más perfecto
instrumento de la estrategia estatalista y, por ello, quien ha gobernado
durante más años. De su mano han salido las principales corrientes destructivas
que han arrasado tanto al pueblo como sujeto colectivo –que ya estaba muy
dañado antes- como a la estructura existencial de la persona.
La
aportación del izquierdismo a destrucción de lo que quedaba del potencial autor
de la revolución anti-estatalista ha sido decisiva. En primer lugar han sido
los ideólogos más fanáticos de la idea
liberal del sujeto de derechos. El sujeto de derechos es esencialmente el que
ha renunciado a su libertad y autonomía y espera recibir, como una gracia, las
atenciones y servicios a los que “tiene derecho” de las instancias superiores
que velan por su bienestar y tutelan su vida. Cuando tal ideología ha sido
asumida completamente, el individuo deja de percibirse como sujeto de su propia
existencia y comienza a ser objeto o cosa de su propia vida. Los derechos
siempre son otorgados o concedidos por alguien que tiene el poder de dar y
quitar, y siempre achican y degradan a la persona porque ésta hace dejación de
su potencial de acción y de auto-gestión, de su capacidad de decidir y elegir,
de su necesidad de esforzarse en la propia superación y por lo tanto ascender
en las cotas de la libertad personal, de su energía creativa que queda
desactivada al no tener objeto al que dirigirse, es, por lo tanto, un ser que
se afirma en la incompetencia, la ineptitud y la subordinación.
La libertad nunca puede ser
otorgada, no puede recibirse de otros y son los deberes, las obligaciones y los
compromisos los que proporcionan la base material de la libertad humana, idea
que expuso con mayor belleza que ningún otro filósofo Simone Weil, porque los
deberes son la parte activa de la existencia mientras que los derechos son
únicamente pasivos, las obligaciones implican acción, movimiento, intervención
y por lo tanto capacidad, competencia y crecimiento mientras que los privilegios y los derechos producen
inmovilidad, parálisis, flojedad, ineptitud e insuficiencia.
A
la doctrina de los derechos va asociada otra de las lacras de las sociedades de
la modernidad tardía, el “imperio de la ley”, el legicentrismo izquierdista que
todo lo fía a las leyes ha creado la sociedad más normativizada de la historia,
todo está regulado, lo grande y lo pequeño, lo social y lo privado e incluso lo
íntimo. Ni siquiera Orwell pudo soñar una sociedad más pautada. Por supuesto el
crecimiento de la ley se asocia al incremento del Estado, especialmente
judicatura y policía, de sus gastos y de sus prerrogativas que se amplían con
cada nueva legislación lo que viene a más real y más cierto el objetivo último
del proyecto liberal.
Ese
sujeto así aleccionado, ha sido fácilmente conducido a la idea de que su
destino es el trabajo y el consumo y que nada grande ni trascendente le
compete, la vida debe ser, pues, destinada a la producción, el gasto y las
diversiones. La sociedad post-franquista, como la Roma de la decadencia, generó
su plebe ansiosa de placeres groseros y zafiedad consumista, abandonada al
instante, volcada en las drogas, sin amor por la propia dignidad, sin respeto
por sí mismo ni conciencia de su vida y de su entorno.
Durante
decenios, además, la progresía del sistema se dedicó a insultar a nuestros
abuelos, aquellos que habían plantado cara a Napoleón, a la Pepa, a los
espadones decimonónicos, a Primo de Rivera, a la monarquía y a la república, a
Franco en la guerra y a la Guardia Civil en el maquis. Sobre ellos se escupió
todo el veneno de que eran portadores, se les asignó el sanbenito de
representar el atraso, la incultura, la brutalidad, la incivilidad, la
estulticia y la papanatería además del machismo y la brutalidad contra la mujer.
A la izquierda su dedicación a falsificar la historia y aculturar a la sociedad les ha valido ser los favoritos
del sistema y recibir de sus arcas una sugerente remuneración.
La
aculturación y des-historización del pueblo ha sido un elemento cardinal del
proceso de liquidación del antagonista del Estado[13].
Sin raíces y sin sustento en la propia historia, el sujeto queda fragmentado y
aislado de forma trascendental, con una identidad frágil, siempre al borde de
desvanecerse, incapacitado para el combate, acobardado y achicado
connaturalmente. Es consecuencia de un hecho fundamental que no es hoy
suficientemente comprendido, la historia, en la forma de conciencia colectiva
del pasado no el únicamente el contexto en el que se desarrolla la vida humana
sino que, como explica X. Zubiri constituye una dimensión esencial del ser
persona[14]
por lo que la disociación entre el sujeto y la historia auténtica es su
mutilación espiritual y personal.
Y
sin embargo no se consideró suficiente todo ello, según las normas de la
guerra, la aniquilación del enemigo exigía perseguirlo y exterminarlo por completo.
Se fabricó una disidencia artificial fundada en corrientes de opinión
fabricadas en las instituciones, es decir, en la universidad, los partidos
políticos y los sindicatos subvencionados, que movían a las masas con programas
reivindicativos y políticos que siempre
coincidían con los proyectos futuros del sistema, es decir, luchaban contra
aquello que estaba ya periclitado y a favor de lo que estaba por llegar. El
corporativismo y el movimentismo deshilvanaron las luchas y fragmentaron la acción
de las masas y la visión de conjunto. El pueblo quedó incapacitado para
entender lo global y el largo plazo, es decir, para pensar estratégicamente.
Añadido
a los movimientos gremialistas y parciales se constituyeron las políticas de los
victimismos y el enfrentamiento social, ora se culpó a los padres y madres de
ser destructivos y dañinos para los niños, ora a los jóvenes de vivir en la
miseria vital por la represión de la familia, allí se victimizó a un grupo
racial, acá a un sector social minoritario y, en todos los casos, se culpó a
los iguales de ser los autores de la represión y la xenofobia y se apeló a la
generosidad del Estado que ampara, protege e iguala, para subvertir el abuso y
la injusticia.
De
entre todas las corrientes y movimientos surgidos del matrimonio
izquierda/Estado tal vez la más dañina ha sido el sexismo político feminista
que ha conseguido dividir la sociedad por sexos llevando hasta el paroxismo el
enfrentamiento entre las mujeres y los hombres, a este proyecto el sistema le
ha dado valor estratégico creando incluso, durante varias legislaturas un
Ministerio, el de Igualdad, entregado a intervenir denodadamente en la
intimidad de las personas y a violar su libertad de conciencia. De la
importancia que se ha concedido a las políticas de género da una idea que el
feminismo sea hoy eje transversal y materia de estudio en toda la enseñanza
estatal y que sea asignatura obligatoria en la Academia General Militar de
Zaragoza o que las principales empresas del IBEX 35 como Inditex, El Corte Inglés,
Mango, Entrecanales etc. se hayan comprometido a impulsar y financiar las
campañas para la aplicación de la Ley de Violencia de Género y la labor de
“educación” social en ese tema[15]
El
sexismo político ha hecho realidad el maquiavélico “divide et impera” y ha
creado una fractura no solo entre las mujeres y los hombres sino entre las
mujeres y la revolución porque, una vez convencidas de que su enemigo está
entre sus iguales no hay ningún proyecto
común que pueda ser acometido, por el contrario al asumir que no solo la
libertad sino su supervivencia depende del Estado, la policía, la judicatura y
los profesionales y de su “independencia económica”, es decir, del salario, una
gran parte de las féminas se han entregado indefensas a la institución estatal
y a la empresa. Estratégicamente ha sido
una de las intervenciones más ambiciosas del sistema de dominación porque
dominar y dirigir a la mitad del pueblo contra la otra mitad es garantía de
supervivencia mientras esa situación e mantenga.
Todas
las corrientes ideológicas lanzadas desde el progresismo izquierdista han
tomado la forma de los fanatismos y las religiones y tienen tanta más capacidad
de penetración social cuanto más se incrementa el acceso popular al sistema
educativo auténtico baluarte del dogmatismo y el adoctrinamiento, de la
falsificación del mundo y del creer por fe o por autoridad. Han sido, por ello,
verdaderos venenos sobre la libertad de conciencia, la autonomía y la capacidad
de elección de las personas.
[1]
FÉLIX RODRIGO MORA, 2011
[1] ANDER DELGADO CENDAGORTAGALARZA, “Protesta popular y política (Bermeo, 1912-1932) Revista “Ayer” nº 40, 2000, Madrid, Marcial Pons, ediciones de historia.
[1] Asunto que es analizado en “Feminicidio o auto-construcción de la mujer. Vol. I. Recuperando la historia” PRADO ESTEBAN DIEZMA Y FÉLIX RODRIGO MORA. 2012.
[1] RAFAEL GAMBRA, “La primera guerra civil de España (1821-23): historia y meditación de una lucha olvidada”, 1950, Madrid, Escelicer.
[1] FÉLIX RODRIGO MORA, “Naturaleza, ruralidad y civilización”, 2008, Sevilla
[1] Un análisis de lo acontecido, minucioso y contrastable, riguroso y detallado es el de MANUEL REQUENA GALLEGO, “Los sucesos de Yeste: (mayo 1936)”, 1983, Albacete, Instituto de Estudios Albacetenses.
[1] XAVIER PANIAGUA “La sociedad libertaria. Agrarismo e industrialización en el anarquismo español”, 1982, Barcelona, Crítica.
[1] Prado Esteban Diezma y Félix Rodrigo Mora, “Feminicidio o auto-construcción de la mujer” Vol. I. Recuperando la historia” 2012, Barcelona.
[1] CRISTINA BORDERÍAS, “Emigración y trayectorias sociales femeninas”, “Historia Social” nº 17, 1993.
[1] PRADO ESTEBAN DIEZMA, (2012) “Una nueva reflexión sobre la familia”, http://prdlibre.blogspot.com.es/2012/06/una-nueva-reflexion-sobre-la-familia-en.html
[1] DAVID SVEN REHER, “Familia, población y sociedad en la provincia de Cuenca (1700-1970)”, Madrid, 1988, Centro de Investigaciones Sociológicas, pag.. 230
[1] FÉLIX RODRIGO MORA “El giro estatolátrico”, 2011, Maldecap.
[1] Un texto a señalar en esa dirección es el de PAUL EDWARD GOTTFRIED, “La extraña muerte del marxismo. La izquierda europea en el nuevo milenio”, 2007, Madrid, Ciudadela Libros.
[1] XAVIER ZUBIRI, “Tres dimensiones del ser humano, individual, social, histórica”, 2006, Madrid.
[1] PRADO ESTEBAN DIEZMA, “El capitalismo contra el machismo” y “La gran empresa ¿agente de la emancipación femenina?” , 2012, http://prdlibre.blogspot.com.es/2012/05/elcapitalismo-contra-el-machismo- y htmlhttp://prdlibre.blogspot.com.es/2012/06/la-gran-empresa-agente-de-la.html
FÉLIX RODRIGO MORA, 2011
[1] ANDER DELGADO CENDAGORTAGALARZA, “Protesta popular y política (Bermeo, 1912-1932) Revista “Ayer” nº 40, 2000, Madrid, Marcial Pons, ediciones de historia.
[1] Asunto que es analizado en “Feminicidio o auto-construcción de la mujer. Vol. I. Recuperando la historia” PRADO ESTEBAN DIEZMA Y FÉLIX RODRIGO MORA. 2012.
[1] RAFAEL GAMBRA, “La primera guerra civil de España (1821-23): historia y meditación de una lucha olvidada”, 1950, Madrid, Escelicer.
[1] FÉLIX RODRIGO MORA, “Naturaleza, ruralidad y civilización”, 2008, Sevilla
[1] Un análisis de lo acontecido, minucioso y contrastable, riguroso y detallado es el de MANUEL REQUENA GALLEGO, “Los sucesos de Yeste: (mayo 1936)”, 1983, Albacete, Instituto de Estudios Albacetenses.
[1] XAVIER PANIAGUA “La sociedad libertaria. Agrarismo e industrialización en el anarquismo español”, 1982, Barcelona, Crítica.
[1] Prado Esteban Diezma y Félix Rodrigo Mora, “Feminicidio o auto-construcción de la mujer” Vol. I. Recuperando la historia” 2012, Barcelona.
[1] CRISTINA BORDERÍAS, “Emigración y trayectorias sociales femeninas”, “Historia Social” nº 17, 1993.
[1] PRADO ESTEBAN DIEZMA, (2012) “Una nueva reflexión sobre la familia”, http://prdlibre.blogspot.com.es/2012/06/una-nueva-reflexion-sobre-la-familia-en.html
[1] DAVID SVEN REHER, “Familia, población y sociedad en la provincia de Cuenca (1700-1970)”, Madrid, 1988, Centro de Investigaciones Sociológicas, pag.. 230
[1] FÉLIX RODRIGO MORA “El giro estatolátrico”, 2011, Maldecap.
[1] Un texto a señalar en esa dirección es el de PAUL EDWARD GOTTFRIED, “La extraña muerte del marxismo. La izquierda europea en el nuevo milenio”, 2007, Madrid, Ciudadela Libros.
[1] XAVIER ZUBIRI, “Tres dimensiones del ser humano, individual, social, histórica”, 2006, Madrid.
[1] PRADO ESTEBAN DIEZMA, “El capitalismo contra el machismo” y “La gran empresa ¿agente de la emancipación femenina?” , 2012, http://prdlibre.blogspot.com.es/2012/05/elcapitalismo-contra-el-machismo- y htmlhttp://prdlibre.blogspot.com.es/2012/06/la-gran-empresa-agente-de-la.html
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