“El alma humana tiene necesidad de verdad y libertad de expresión” Simone Weil

"Ni cogeré las flores, ni temeré las fieras” Juan de Yepes

Las mujeres y la revolución. Reflexiones en el 8 de marzo


La realidad hoy es que un número creciente de mujeres poseen un formidable poder, un ejemplo es Angela Merkel que, como primera mandataria de Alemania es quien, de forma fáctica, ostenta la autoridad máxima en Europa. En todo el mundo las mujeres conquistan puestos señeros en la jerarquía política y económica, son hechos que no se pueden obviar al hablar de la condición femenina actual. Hoy el feminismo de Estado es quien dicta, de forma imperativa, la ortodoxia sobre la emancipación de la mujer, se ha dicho que éste desnaturalizó el verdadero feminismo pero lo cierto es que las principales corrientes de aquél movimiento fueron afines en lo esencial a los principios cardinales del poder estatal-burgués, pues todas las tendencias que no se adscribían, de una forma u otra, a sus intereses han sido condenadas al ostracismo y la marginación.

Atropellando la libertad de conciencia de las mujeres y los hombres las instituciones han impuesto un complejo de ideas que son obligatorias. Se resumen en lo siguiente. El trabajo asalariado, la profesión y el dinero son los principales instrumentos de realización personal e independencia femenina. Al grito de “Todo por la empresa” y “Todo por el dinero” varias generaciones de féminas han arruinado sus vidas en las mazmorras de fábricas y oficinas, como recompensa un porcentaje creciente de ellas ha conseguido ascender en la escala de mando de las corporaciones laborales convirtiéndose, algunas, en verdugos de los hombres y mujeres a los que dirigen.

Otra máxima del feminismo institucional es que las mujeres han de ocuparse únicamente de sus problemas, así viven según los cánones de un neo-machismo confinadas en las “cosas de mujeres”. Un nuevo narcisismo de género alimenta la idea de que podemos y debemos perseguir el poder y el dominio en las relaciones sociales, incorporándose a nuestro vocabulario el anglicismo “empoderamiento” para designarlo. Además es preceptivo “salvarse” del amor. El odio, fundado en un sexismo esencialista, ha de ser la emoción predominante en todas las féminas emancipadas y las que no quieran ser acusadas de sumisas, machos etc., la agresividad y la violencia deben formar parte de sus habilidades sociales básicas y el egoísmo de género debe prevalecer en su ideología y su práctica. El rencor y la hostilidad hacia los varones, convertida en cosmovisión esencial en un núcleo creciente de mujeres, ha impulsado la afluencia femenina en el ejército y las diversas policías. En un futuro próximo habrá muchas féminas, no solo entre las tropas y los efectivos policiales sino también en los mandos de todos los cuerpos militares y represivos. Cada vez con más frecuencia aparecen mujeres involucradas en actos de torturas y brutalidad policial o militar.

Presentándonos como sempiternas víctimas de los varones el Estado se exime a sí mismo de ser la principal fuente de opresión sobre nosotras, el creador del patriarcado y el beneficiario primordial de la forma concreta de marginación y sumisión histórica de las féminas, a la vez que define un nuevo modelo de sujeto femenino más conveniente para sus proyectos presentes. Por ello todas las supuestas ideas y prácticas “emancipadoras” constituyen la forma moderna en que las mujeres se integrarán en los fines estratégicos del poder establecido y la manera como serán dominadas. Su afluencia en masa al mercado laboral ha sido dirigido desde arriba –se inició durante el franquismo y ha continuado con el parlamentarismo-, el objetivo no es la libertad de la mujer sino el crecimiento del Estado español como potencia imperialista, por un lado, y la legitimación del capitalismo que aparece como liberador al menos para la mitad de la población. Así hemos sido atadas a un laborar embrutecedor por repetitivo, mecanizado, especializado, jerarquizado y dirigido que conlleva la progresiva quiebra de nuestras facultades intelectuales, de la sensibilidad, la voluntad y la sociabilidad. Las empresas dirigen hoy de una forma inadmisible la existencia de sus empleadas que están obligadas a subordinar su vida personal y familiar a los intereses de las corporaciones para las que trabajan.

Al demoler el antiguo patriarcado, que formaba parte del militarismo del pasado y que se basaba en dedicar a las mujeres a cubrir las necesidades demográficas de los Estados en pugna y a los hombres a combatir por los intereses de su nación, la máquina estatal-capitalista podrá movilizar a la población femenina (no solo a las soldados sino a todas las mujeres por conscripción) en caso de una guerra a gran escala. . A cambio de las migajas que el poder otorga, en lo venidero las mujeres serán tocadas por el horror, la muerte y la destrucción de una posible y previsible contienda mundial, al mismo nivel que los hombres.

Para que tal situación se realice, la libertad de conciencia de las féminas es violada repetida y fatalmente por las instituciones del poder, nuestras libertades más primarias son atropelladas. La maternidad está prohibida, de hecho, por múltiples mecanismos, pues no conviene a los intereses de los poderosos ya que distrae de los principales cometidos femeninos, trabajar sin descanso y servir al Estado. Así, la “libertad reproductiva” se concreta en el derecho al aborto, pero no en la potestad de ser madres. Esta “liberación” que nos convierte en monjas laicas al servicio del capital, del Estado y sus instrumentos, se produce, además, a costa de la explotación de millones de mujeres, que, en los países del Tercer Mundo, están obligadas a parir hijos e hijas para cubrir nuestro permanente déficit demográfico.
Al enfrentar de modo radical a los dos sexos impide que los de abajo seamos capaces de unirnos para hacer frente al aparato de dominación que ve reduplicado su poder. Con leyes como la de Violencia de Género, ha convencido a muchas de que toda relación entre los sexos está plagada de agresión y violencia machista. Así, lo que es producto de la acción de una ínfima minoría de los varones se achaca al género creando un mar de incomprensión, desencuentro y animadversión entre hombres y mujeres muy beneficioso para sus intereses. Condenados tanto nosotras como ellos a la soledad y la incomunicación, nuestras vidas se han convertido en un compendio de horrores de tal naturaleza que arruina en nuestro interior las virtudes humanas y nos convierte en sujetos solo aptos para las ergástulas del mundo laboral y militar, a la vez que impedidos para la vida moral, la libertad y la fraternidad con nuestros iguales.

Las mujeres que deseamos una sociedad sin Estado, basada en las relaciones horizontales y en la libertad equitativa para todos, varones y féminas, debemos comprometernos en la resistencia al feminismo estatalista, al chovinismo femenino (tan nocivo como el masculino) y a todas las formas de sexismo. Tenemos igualmente que definir los instrumentos para construirnos como sujetos competentes en la lucha por la revolucionarización de la caduca sociedad presente. Tal proyecto nos impone el desprendernos de todas las formas del victimismo que nos degrada y envilece, y entregarnos a la comprensión reflexiva de la realidad presente y de los grandes problemas políticos, filosóficos, convivenciales, morales y vitales, realizada para establecer la verdad y para construir la cosmovisión que oriente nuestra acción. En tal tarea debemos aspirar a recuperar en nosotras las cualidades, que se llamaron femeninas, del desinterés, entrega, fortaleza, energía y cultivo del amor compartiendo la lucha y el esfuerzo en afectuosa unión con nuestros compañeros.

Publicado en CNT marzo 2010

Prado Esteban Diezma
pradoesteban@hotmail.com

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