NADA SERÁ COMO ANTES
Maternidad doble, Juan Haro
Ser
madres es realmente un punto de inflexión en la vida de las mujeres (otro día
hablaré de cómo se realiza también en la vida de los hombres), antes de ser
madres éramos ya personas, con intereses, necesidades, potenciales, habilidades,
vínculos, ideas y mucho más, y éramos ya mujeres con un cuerpo de mujeres y funciones
vitales femeninas, ovulaciones, menstruaciones y estados hormonales singulares,
con una percepción determinada de nuestra feminidad, impulsos y vida sexual,
deseo, lenguaje sexuado o desesexuado e identidad propia.
Pero la
maternidad aporta cosas que antes no teníamos, la realidad es que cuando somos
madres ya nada vuelve a ser como antes.
¿Por qué
la experiencia maternal es tan especial en la vida de las mujeres? Empezaré por
el principio. Se queja la sexóloga Esther Perel de que se conciba la maternidad
excluyendo de ella la cópula que es su origen, esa visión de la maternidad
gazmoña y cursi presenta a las madres como ¡virginales! como si todo embarazo normal
no tuviera su inicio en un acto sexual[1]. El acto de ser preñadas (y el de preñar para
los hombres) es, si no estamos ajenas a nuestra libido, el descubrimiento de
una nueva dimensión erótica, la conexión con la fertilidad y la vida que
llevamos dentro como posibilidad estemos o no gestantes. La cópula germinativa,
si se vive con la emoción que le debería ser propia, hace estallar en mil
pedazos la coraza del yo, rompe con todo lo trivial y lo mediocre y nos eleva
no al orgasmo (¡qué poca cosa parece entonces!) sino a un estado de éxtasis
físico que nos conecta con nuestro lado más espiritual. Por lo tanto nuestra
sexualidad se transforma profundamente, ya no volverá a ser la misma.
Ya nada será
como antes, nuestro cuerpo conoce experiencias absolutamente singulares y
excepcionales, que no solo incluyen estados de bienestar como bien sabemos
quienes hemos tenido varios meses de revolución estomacal, pero que son
novedosos e insólitos y que nos hacen tomar nueva conciencia de nuestra
dimensión física. Pero no es solamente una experiencia pasajera y puntual, no
solo cambia nuestro cuerpo perceptiblemente en su forma, sino que nuestra
propia naturaleza física se modifica sustantivamente. Hoy sabemos que el parto,
cuando sobreviene de forma natural, modifica de forma significativa y
permanente el cerebro de la madre y el de la criatura, un cambio del que no podemos
conocer sus consecuencias pero que transforma nuestro órgano más complejo. Y
hay más, durante el embarazo y sobre todo en el parto se produce un intercambio
de ADN entre los dos, madre y criatura, de manera que ni siquiera fisiológica y
genéticamente somos ya las mismas después de parir, no somos el uno idéntico a
sí mismo que éramos antes sino un nuevo ser genéticamente hablando.
El parto como experiencia física y psíquica, sexual, afectiva, emocional, social y cultural es tal vez el acto más integral y complejo de cuantos acomete el ser humano, la lactancia y la crianza son también prácticas tan multidimensionales y enriquecedoras, tan éticas, estéticas y eróticas que reúnen en sí lo que la sociedad actual fragmenta para destruir la energía de las mujeres.
El embarazo es,
además, un estado de desdoblamiento en que durante meses somos plenamente
sujetos de nosotras mismas y a la vez objeto o espacio para el otro, ese
sentimiento de la alteridad, de la dimensión de ser con albedrío y motivación
propia de la criatura que habita nuestro útero fue para mí uno de los
descubrimientos más sublimes de la gestación. Descubrir que somos dos fundidos
en un perfecto abrazo, la comunicación con ese otro ser que se expresa con
leves movimientos o con fuerza y energía, que responde a los estímulos exteriores
tanto como a los de mis emociones, que se funde conmigo o se separa… es tal vez
la experiencia más arrebatadora que se puede tener. Por eso, por determinantes
que puedan ser los cambios en nuestro cuerpo es nuestro espíritu el que se
ensancha y crece de una forma más excepcional. El amor de madre es el paradigma
de todo lo sublime y desinteresado que puede llegar a ser esa dimensión del
sentir y el obrar humano. Es por lo tanto un ascender a un plano de lo amoroso
superior a todo lo vivido antes.
Nuestro
entorno también se modifica, de repente todos los vínculos cobran nuevas
dimensiones y nosotras somos vistas también de forma completamente diferente,
damos y recibimos cosas que antes no habíamos previsto o que no nos parecían
necesarias. El nacimiento de cada nueva criatura modifica leve pero
perceptiblemente el espacio y el tiempo en el que se produce. Genera una
disposición hacia la convivencia y una fuerza de los vínculos que mejora
sustancialmente el hábitat humano.
Vividos
con plenitud y conciencia, la gestación, el parto y la crianza nos ponen en
contacto con una parte de nuestras capacidades que seguramente no usaríamos por
otros motivos. Es un desbordamiento, una exuberancia de nuestro potencial de
mujeres que nos lleva a menudo a situaciones límite, de agotamiento, miedo o
inquietud pero que nos espolea
fuertemente a superar todos los obstáculos y amplia nuestras facultades físicas
y emocionales hasta lo desconocido.
Pero
nada más lejos de mi experiencia que presentar una imagen idílica y celestial
de la maternidad que, como toda vivencia humana, es bipartida y conflictiva. Lo
es de forma intrínseca y substancial y también de manera histórica concreta.
Por su
propia naturaleza la condición humana es siempre bipartida y todo lo excelente tiene
una dosis de miseria, de dolor o de sordidez. No he sentido nunca que la
maternidad pueda definirse unilateralmente como una experiencia placentera, no
me parece que sea ese su mayor valor. La entiendo como una experiencia potente,
enérgica, intensamente humana y placentera muchas veces, pero no siempre.
Reniego
profundamente de la tendencia a negar ese otro lado que ocultamos
cuidadosamente tras las formas corteses y educadas, la afectación cursi y las
permanentes buenas maneras de la madre moderna. El otro polo, la otra dimensión,
que es el conflicto, el antagonismo incluso en algunas ocasiones, la negación y
el miedo que van unidos de forma inexorable a la experiencia y que la
constituyen con la misma autenticidad que las expuestas antes. Esa obsesión por
dar una imagen beatífica e inmaculada de la madre, esa forma de auto-engaño que
reprime la expresión del desencuentro y el choque con la criatura en tanto que
otro o esa necesidad malsana y narcisista que surge algunas veces de ser el todo
para nuestra prole y ocupar todo el espacio en su vida o el egoísmo que brota
en muchos momentos y tantas otras mezquindades o faltas, no pueden ser
ocultadas por más tiempo si no queremos convertir la maternidad en una técnica
de crianza o una ciencia aplicada.
Realmente el devenir madres nos debería sumir en un combate permanente entre los dos lados lo que vendría a ser tal vez el aspecto más importante y creativo de la experiencia, la lucha por auto-construirse y mejorarse y hacernos conscientes de nuestra condición verdadera en todos sus planos.
Realmente el devenir madres nos debería sumir en un combate permanente entre los dos lados lo que vendría a ser tal vez el aspecto más importante y creativo de la experiencia, la lucha por auto-construirse y mejorarse y hacernos conscientes de nuestra condición verdadera en todos sus planos.
Por otro
lado no somos madres en un limbo sino en un tiempo y espacio en el que la
maternidad es perseguida y acosada. La maternidad natural y soberana es un
asunto de minorías, la mayor parte de las madres lo somos en condiciones de
intensa precariedad, dolor, separación obligada de las criaturas, hostigamiento
laboral, incertidumbre económica, soledad…. y un largo etcétera. Es más, para
muchas mujeres la maternidad es un imposible,
una carencia, una privación que no será cubierta por las condiciones
reales o los miedos adquiridos. La maternidad como negación o imposibilidad
tiene que ser tenida en cuenta como otra dimensión del ser madre, en este caso no
serlo por obligación y no electivamente.
En tanto
que experiencia que trasciende lo individual, como experiencia social y colectiva,
la maternidad está hoy en un trance de muerte. Que en el Estado español el
número de hijos por mujer esté ya por debajo del 1,3 no es una estadística más
sino que constituye la esencia de la maternidad presente además de un drama
social que tendrán que afrontar las pocas criaturas que hoy damos al mundo. La
escasez numérica de la infancia hará que se conviertan en seres extraños al
mundo, incomprendidos y tratados como objetos de lujo y no sujetos de pleno de
derecho de una comunidad viva. Supondrá que se pierdan muchos de los
conocimientos prácticos adquiridos por las mujeres a lo largo de la historia
que ya no se transmiten horizontalmente y mutará trascendentalmente la sociedad
futura.
No son
buenos momentos para la maternidad-paternidad, pero mirar la realidad
valientemente y enfrentarla con fuerza y energía debería ser hoy una función
más de las madres que deseamos criar con conciencia y dignidad en un mundo en el
que lo humano decae y se agota.
Dedicado a las tres hijas que me acompañan y a mi
hijo y mi hija
que no conocieron la vida fuera del útero materno.
[1]
Desgraciadamente esto es cada vez
más una exageración porque más del 3% de los embarazos no tienen ese origen
sino que son fruto de reproducción asistida. Sin entrar en juicios fanáticos sobre
ello hay que tener en cuenta que muchos expertos, entre ellos Michel Odent, han
planteado que no es indiferente para el desarrollo del bebé la forma cómo fue
concebido.
Muy bonito canto en la primera parte a la experiencia de la maternidad. Y muy acertado que dediques también un párrafo al lado oscuro, la vida pasa y los hijos no son siempre bebés, es una experiencia que me afectó y que observo a mi alrededor. Un hijo no es un juguete ni algo que colme las carencias propias, es un ser humano y la madre debe tambén aprender a "soltar" y no querer controlar todo de su hijo. La dependencia estrecha y la infancia tienen un tiempo y cuando se acabó las madres deberían aprender que se acabó, que un hijo no es una prolongación de su cuerpo
ResponderEliminarPrecioso artículo Prado!No te puedo hablar de mi experiencia como madre ya que, por lo pronto, no ha tocado serlo, pero sí como pediatra que ve a muchas de ellas en consulta. Es impresionante, y lo veo día tras día, lo que la ideología dominante afecta, no sólo a la idea de maternidad y la forma de vivirla, sino a la crianza. Esto puede ser un dato anecdótico, puede no ser la generalidad, en los últimos tres meses, en mi cupo de 1000 niños, son ya 4 las madres que se han marchado de casa y han dejado a sus hijos a cargo de los padres "porque yo también tengo derecho a vivir mi propia vida". Cómo será la manipulación y la extorsión de la mente ejercidas que pueden, incluso, con el supuesto "instinto maternal".
ResponderEliminarSí,estoy completamente seguro de que eso es así,porque a mí también me pasó.Es esa sensanción de que tienes que hacer muchas cosas,sin saber muy bien qué.Ese sentimiento de no estar nunca a gusto con nada,de intentar encontrar el bien moviendote,desplazando tu cuerpo a diversos lugares.Cuando te das cuenta de que solo desplazas los problemas es cuando puedes empezar a atar cabos,a saber que el sistema manipula incluso la voluntad,aunque ,ciertamente,muy sutilmente,Digamos que la propia sociedad es el altavoz de las ideas del sistema y ya no se puede diferenciar quién es quién.
ResponderEliminarEste artículo es magnífico. Un excelente resumen. Gracias!
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