SOCIEDADES DE LA CONVIVENCIA Y LA LIBERTAD
LA HUELLA DEL PRIMER CRISTIANISMO EN LA CULTURA OCCIDENTAL
(Extractos de “Feminicidio o auto-construcción de la mujer”)
Para entender los cambios acaecidos en la condición política,
legal, social y de las mentalidades en lo referente a la mujer, en los siglos
VIII-XIII en el norte de la península Ibérica, hay que referirse necesariamente
al cristianismo revolucionario, que es la ideología guía de tales
transformaciones. Ello nos lleva a chocar con un producto ideológico elaborado
en las cloacas del poder (no olvidemos que A. Lerroux, el “comecuras” por
excelencia de la primera mitad del siglo XX, estaba financiado por los
servicios especiales policiales y, muy probablemente, por el ejército), el
anticlericalismo burgués, urdido en los siglos XVIII y XIX sobre todo, pero
vivo y activo hoy debido a que sigue siendo utilizado por la izquierda
institucional y cierta “radicalidad” residual para lograr sus fines políticos,
proteger al capitalismo y salvaguardar el poder del Estado. En consecuencia, es
inevitable comenzar por su refutación, con el fin de hacer posible una
interpretación objetiva y lo bastante verdadera del cristianismo como
movimiento revolucionario de las clases populares contrario al régimen
patriarcal, en particular al romano, pues el cristianismo auténtico fue siempre
anti romano.
En el cristianismo primigenio las mujeres desempeñaron una
función de primera importancia, luego ocultada, casi en su totalidad, por la
ulterior falsificación de las fuentes. Son los autores paganos los que más
inciden en ello, sorprendidos de esta movilización femenina, como consumados
patriarcalistas que eran.
El primigenio cristianismo fue golpeado pero no por completo
eliminado en Nicea (el credo niceno es una falsificación de la cosmovisión
cristiana que se hará religión oficial del Estado en el año 380, con el edicto de
Tesalónica, bajo Teodosio I). El
cristianismo verdadero, que resistió en Oriente, dotará a la historia de
Occidente, que es donde finalmente arraiga, de unas curiosas particularidades
(entre otras, la singular autonomía y libertad de las mujeres). Tales
costumbres, fastidiosas para las elites, es ahora cuando están siendo
liquidadas del todo.
En efecto, ahora las clases mandantes de Occidente están hostigando
todo lo positivo de la cultura occidental, lo que llama a defenderla y
desarrollarla a quienes deseamos que una revolución integral regenere Europa.
La cosmovisión del
amor, que es el fundamento del cristianismo de los tiempos heroicos, es hoy
negada desde todos los frentes. Un cooperante primordial es el sexismo
androfóbico que ha derramado por toda la sociedad la semilla del odio, odio al
varón sin poder, a los niños y niñas, a los ancianos y ancianas, a las mujeres
que no formen parte de la corporación de las y los poderosos, ha instaurado el
egoísmo como disvalor inexcusable de la vida social, ha denigrado la
interdependencia y el compromiso, asociándolos a la idea de una opresión
ancestral de las mujeres. Odiar y luchar por el propio interés son, según la
ortodoxia del poder, la guía de la vida
social e individual, lo que es la negación no solo doctrinal sino práctica del
cristianismo, tanto como de la cultura occidental que está enraizada en su axiología.
Es un lugar común denostar “la fe judeocristiana”, a la que
se identifica con la quintaesencia del patriarcado. Sin embargo el asunto es
bastante más complicado. En primer lugar, el cristianismo es la culminación de
un largo y complejo proceso de ruptura
con el judaísmo, que culmina en el siglo I de nuestra era, pero que venía de
bastante atrás, por ejemplo, del movimiento esenio, tan admirable por su
colectivismo, ímpetu anti-estatal, desdén por las riquezas materiales,
espiritualidad militante, adhesión a la noción de guerra justa, establecimiento
de sistemas complejos de ayuda mutua, universalización del trabajo productivo
mínimo y, probablemente (los textos conservados no son concluyentes en este
punto), oposición al orden patriarcal. El cristianismo, en tanto que concepción
innovadora y revolucionaria, es la negación
del judaísmo, no su continuidad.
Esto tuvo añadida una particularidad de primera
significación, que las transformaciones sociales y políticas, sobremanera
notables, de la Alta Edad Media hispana son consecuencia de la aplicación del
cristianismo revolucionario rescatado, tras el fatídico concilio de Nicea, por
el ala radical del monacato cristiano, tan robusto en Hispania desde finales del
siglo IV. El cristianismo sólo vuelve al redil del judaísmo, aunque de manera
parcial, una vez que ha sido manipulado, que se ha transformado en lo contrario
de lo que inicialmente fue. Ello muestra la inconsistencia de la teoría sobre
lo “judeocristiano”, una expresión de ignorancia e indigencia intelectual.
Quienes piensan la evolución temporal de las sociedades desde
la superficial epistemología del “orden geométrico”, preconizado por Spinoza,
se incapacitan para inteligir la historia real en general y, en particular, la
del cristianismo. No comprenden tampoco el enraizamiento de este ideario en las
sociedades occidentales, fundamento de un orden político y económico con muchos
elementos positivos (aunque no todos), finalmente destruidos por el retorno del
derecho romano, estatal, desde los siglos XIII-XIV. Éste fue, y sigue siendo,
el vehículo jurídico por excelencia de la hegemonía del Estado y de la
propiedad privada absoluta y, con ello, fomentador de la cosmovisión de la
animosidad de todos a todos (también, de todos a todas y de todas a todos) y,
por tanto, patriarcal. En la infinita complejidad de lo real concreto, en este
caso, hemos de rescatar lo más decisivo, esto es, que la fácil condena del
“judeo-cristianismo” es un error que impide comprender el pasado y el presente.
Es, también, la piedra angular del anticlericalismo burgués,
sostenedor de que el cristianismo ha sido siempre el mismo e igualmente
execrable, aserto que no sólo no es verdad, sino que aparece, en el ámbito de
lo político, como una formulación extraordinariamente reaccionaria. Lo cierto
es que hay un antes y un después de Nicea, así como un monacato revolucionario
(que es sólo una rama del monacato en general) que va a desempeñar funciones
determinantes en la constitución de una sociedad nueva con posterioridad al
siglo IV, entre otras razones porque se propuso ser y existir sin sexismo de
uno u otro tipo, sin patriarcado ni matriarcado.
La cosmovisión cristiana genuina es la negación del mundo romano en lo más sustancial. Si
interpretamos éste a través de su manifestación señera y más duradera, el
derecho romano, como magno cuerpo legal promulgado por el ente estatal de Roma,
encontramos su esencia concreta en unos pocos pero decisivos elementos:
propiedad privada absoluta, prevalencia ilimitada del ente estatal y de la razón
de Estado, militarización del cuerpo social, patriarcado, hedonismo para la
plebe con Estado de bienestar, imperialismo muy agresivo, egotismo y pérdida de
la sociabilidad, apartamiento de los individuos libres del trabajo manual
productivo y, como consecuencia del todo ello, cosmovisión del desamor, pérdida
completa de la libertad por las clases populares, caída en la barbarie (a
partir del siglo III eso es ya obvio) y destrucción de la condición humana. Con
el principado de Augusto el ejército se apoderó ya definitivamente de la
sociedad, situación que se mantendrá hasta el final de la formación social
romana, incrementándose cualitativamente día a día, del mismo modo que con la
II guerra mundial, 1939-1945, el ejército se hizo dueño y señor en EEUU, hasta
hoy, alcanzando cada vez más poder, situación de la que emerge el nuevo
machismo y nuevo patriarcado.
El cristianismo, en su oposición a Roma, difiere
cualitativamente del movimiento nacionalista judío de entonces, de los zelotes
por ejemplo, que es mero anti-imperialismo sin contenidos revolucionarios. Su
meta no fue sólo expulsar al invasor, sino negar su naturaleza y condición en
diversas cuestiones decisivas. En contra de la veneración por la propiedad
privada estatuye un colectivismo radical, en el que se comparten todos los
bienes y se vive en comunidad, las célebres fraternidades, en las que la
cosmovisión del amor niega las categorías de “mío” y “tuyo”, fomentadoras de
distanciamiento, división y hostilidad. Por oposición al sistema político romano,
encrespadamente estatal y, por tanto, jerárquico y sin libertad, el
cristianismo establece que la asamblea (el vocablo “iglesia” deriva de la
palabra griega que la nombra, “ekklesia”) de todas y todos los adultos ha de
ser el organismo rector de sus colectividades y fraternidades, en consecuencia,
de una futura sociedad.
Ello equivale a negar la pertinencia y existencia del ente
estatal, como así hicieron respecto al Estado romano, pues rehusaron colaborar
con él en todo, desde integrarse en el funcionariado civil y acudir a los
tribunales estatales, hasta su enrolamiento en el ejército, lo que desencadenó
en su contra las famosas persecuciones, temibles operaciones policiales y
militares que, periódicamente, dejaron miles y, en las más virulentas, cientos
de miles de encarcelados, torturados y muertos, muchos de ellos mujeres, que
soportaron con impávido heroísmo los embates del terror estatal de Roma.
El cristianismo situó la naturaleza última del orden romano
en el odio, a varios niveles. En las elites, en tanto que luchas sempiternas
por el poder entre facciones, lo que llevaba al crimen de Estado y a la guerra
civil. En el pueblo, como ideología impuesta desde arriba, a fin de dividirlo,
enfrentarlo internamente y atomizarlo, haciendo de él una masa inhábil para
toda transformación, para cualquier forma de vida civilizada. Respecto a los
extranjeros, o bárbaros, como agresividad militar permanente, que exigía la
expansión por medio de las guerras de conquista. De ello resultaba un sistema
relacional y anímico colectivo sustentado en el temor, la amenaza, el pánico,
la fuerza bruta, la ley como sempiterna intimidación, los castigos más
inhumanos (a las tropas, legiones y fuerzas auxiliares, incapaces de vencer se
las diezmaba, esto es, uno de cada diez soldados era muerto a golpes) y el
odio, sobre todo el odio, la ideología por excelencia de todas las formas de
tiranía. También la desconfianza, la astucia, la prosternación, el servilismo,
la soledad y el vaciamiento psíquico. La hipertrofia del ente estatal ocasionó,
asimismo, la desintegración vivencial y convivencial del sujeto, convertido en
ser nada, en mera cosa fabricada desde fuera
por la virulencia y potencia de los órganos de poder. Esto, además,
originó unos gastos de dominación crecientes que a partir de finales del siglo
II fueron colosales y aún así ascendentes, asolando la vida económica del
imperio.
El cristianismo concentró su propuesta en la categoría del amor, concebido como desasimiento y
desinterés, como repudio por convicción interior de la propiedad y del poder de
mandar, para constituir comunidades humanas que fueran en todo negación de la
sociedad romana, por su vida colectivista, asamblearismo, servicio de todos a
todos, libertad personal, universal abnegación y afectuosidad. Esto fue no sólo
una resocialización del individuo, sino un magno proyecto para transformar un
populacho que se extasiaba con las brutalidades de circos y anfiteatros, que
vivía envilecido por causa del hedonismo y epicureísmo impuesto por el Estado
de bienestar romano, convirtiéndolo en pueblo, esto es, en sujeto agente
colectivo capaz de realizar la libertad, tomar la historia en sus manos y
forjar una sociedad cualitativamente superior.
Magnífico texto que da en la llaga del verdadero y primigénio sentido del cristianismo en los primeros siglos.
ResponderEliminarMuchas gracias por este escrito.
ResponderEliminarQuisiera aclarar que el cristianismo no niega tanto el judaísmo como lo que se había hecho con él. Y que no es su continuación, pero sí su "aclaración". Esto en lo social y cultural. En el ámbito espiritual, no se puede entender el Nuevo Testamento sin los textos hebreos que componen el Antiguo Testamento, sino que las bases del cristianismo están en su conjunto. No es necesario ahora detenerse en esto, porque aquí se habla de lo social.
También cabe señalar lo eficaces que han sido las comunidades judías en su administración interna, y en la manera en que veían la riqueza (más allá de prejuicios pseudohistóricos). En concreto aquí en la península, no solo eran capaces de mantener la aljama o la judería, sino que además ayudaban a los más necesitados, prueba de que la caridad no tiene su origen en el cristianismo.
Esto último lo cuento porque llevo tiempo pensando en que hay algunas cosas en las que podemos tomar a las comunidades judías como ejemplo, y esta es una de ellas.
desde luego que con tu comentario me voy a tomar en serio investigar el judaismo y retomar el cristianismo, intentare no perderme en sus vericuetos filosofico-teologicos......
Eliminarpero.....
la caridad desde el punto de vista judeo-cristiano es el amor a Dios y por ende al projimo como amor a dios tambien... un pequeño galimatias circular segun mi punto de vista....
la caridad como servicio a los demas, un concepto mas moderno y menos religioso que el anterior, creo muy sinceramente y espero no ofenderte, que es el invento mas feo del capitalismo, no del cristianismo, ni del judaismo, es en esencia darlo que te sobra, que es en esncia lo que ocurre cuando primero lo robas, creas pobreza y despues te "untas" de supuesta bondad dando lo que te sobra.
quiero dejar bien claro que no soy racista de ninguna clase, asi que tampoco antisemita, pero ideologicamente si soy anti monoteista y anti proselitista, y consecuentemente muy critico con las concepciones piramidales de las relaciones y del mundo (tanto cristianismo como judaismo como mahometismo), desde ese punto de vista creo que aprender del judaismo ha sido un enorme error en el que no debemos volver a caer nadie nunca mas.
buen intento!!!!!
ResponderEliminargran texto que, como otro comentarista puntualiza, da en la llaga...
encantado me gustaria leer textos originales (traducidos por supuesto) de esos albores del cristianismo, en internet no los he encontrado nunca...
por otro lado creo que sigue siendo increiblemente dificil confiar en el cristianismo solo porque sus inicios fueran revolucionarios, y no solo porque el resto de casi 2000 años hayan sido desastrosos institucionalmente, hace aguas en su propio fundamento, en el aspecto mas intrinseco de su gestacion, en un aspecto que comparte inevitablemente con el judaismo y cualquier religion monoteista, el hecho mismo del monoteismo, pues es el vertice de una piramide y por tanto indica la vectorizacion de la sociedad de arriba a abajo inevitablemente.
el pero a mi pero esta en tu texto, supongo que hay que dar valor a la honestidad de quien lo intenta y lo intenta siendo libre entre libres, pero no puedo evitar saber pese a todo que el cristianismo es una religion proselitista que no acepta la existencia de otras creencias y las desprecia por principio, no es convivencial perse con otros, no acepta la alteridad, deglute de forma dura... o como tu nos recuerdas, de forma suave, pero digiere...
por otro lado me da por meditar, que pese a como fuera el cristianismo en Roma en esos inicios, en las otras partes del imperio romano, en su imbolucion inevitable, los restos de las culturas anteriores persistieron, y la unica manera que tubo de persistir el cuerpo putrefacto del imperio romano fueron las iglesias cristianas que mantuvieron su idioma oficial, el latin en la catolica y su idioma culto-filosofico el griego, en la ortodoxa, negando con ambos incluso la existencia y la persistencia del resto de culturas e idiomas y por supuesto creencias, y que a dia de hoy es mas que sospechoso que si tenian visos de respeto mayor por los individuos, la naturaleza y el colectivismo como sumatorio cualitativo de esas gentes, y querria tal vez soñar que las culturas autoctonas iberas eran asi, pero que el olor putrido del imperio romano moribundo mezclado con los perfumes de un cristianismo desaparecido en esencia no nos han permitido retomar y rememorar, ni tan siquiera nombrar en nuestros analisis de que debio pasar en aquellos tiempos.
lanzo una posibilidad: el cristianismo que se refundo en la baja edad media es el renacer de las culturas ancestrales todavia latentes, con tintes de cristianismo en aquellos aspectos bondadosos con el hecho de tener que convivir con las creencias y costumbres que si tuvieron la capacidad de aceptar coexistir con otras creencias (siempre en iberia hubieron asentamientos "extrangeros" sin que supusiera gran conflicto con los autoctonos hasta cartago y roma), algo que supuso una muerte lenta y agonica para esas culturas, pues integrar a sus deidades y creencias en el cristianismo es supeditarlas a una muerte segura bajo el hojo unico del monoteismo que en esencia no acepta la "idolatria" de los demas, y que en definitiva "dandole tiempo al tiempo" acabo fortaleciendo la confusion de terminos y realidades como "señor" y "dios", que acabaron por supurar imposicion inevitablemente estatal como no podia ser de otra manera.
creo que aun me escuece un poco, pero de verdad creo que has roto relitimamente una lanza en favor de quien lo intento..... ingenuamente
tponsr