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Semblanzas de una mujer auténtica


Un amigo me envía esta historia de vida, un emocionado y entrañable retrato de su madre fallecida recientemente. Sin duda la vida enseña más que los discursos.


SEMBLANZAS DE UNA MUJER AUTÉNTICA.
O,  la mujer “oprimida” de Ayer y la mujer “liberada” de Hoy.


Cuando dijo sus últimas palabras “que sea lo que tenga que ser”, con absoluta serenidad y resignación, comprendí esa diferencia cualitativa que existe entre esa forma de ser de nuestras madres y abuelas, de lo que hoy conocemos como la “mujer reivindicativa” “liberada”, “independiente”, mujer igual “en todo” que el hombre, mujer “trabajadora” con aspiraciones y derecho a alcanzar los éxitos del hombre. Comprendí realmente su aspecto más nefasto, su obsesión en querer ser una foto idéntica al hombre patriarcal, pero en su propia versión, como el negativo de la misma foto.
Según el mensaje neo-patriarcal del feminismo de Estado y del siniestro y orweliano “Ministerio de Igualdad”, la mujer de hoy debe superar en todo a la sumisa, esclava y maltratada mujer de ayer, encarcelada en su casa ejerciendo de “criada” del dueño y marido. Pero…¿si eso era realmente así, sin fisuras?, ¿por qué ellas no lo sabían?, ¿Cuál es la razón de que ellas no lo sintieran así? Será porque es una simplificación tan falsa como manipuladora explicación del modo de vida de la familia de origen tradicional y popular.

Con 93 años se fue de esta vida con idéntica actitud a como la enfrentó durante tantos y tantos años, con serenidad, templanza, nobleza, aceptación de lo inevitable, con una verdadera posición estoica, sin lloriqueos, ni quejas, sin remordimientos, ni rencores respecto de su vida pasada. Jamás consideró a su marido un “opresor”, ni un “maltratador”, a pesar de la mala vida que le tocó vivir, según el catecismo neomachista del feminismo. Fue (tuvo que ser) “terrible”: parió 13 hijos, su vida transcurrió básicamente criando niños…para luego atender también a los más de 17 nietos…y todavía más, para después, atender también incluso a bisnietos…todo un “horror” y un “calvario”, y cómo no, a su marido cuando fue mayor. No conoció el “derecho a ser feliz”, de los “viajes”, el “consumo”, las “fiestas”, las “salidas nocturnas”, “saunas y masajes”, “títulos universitarios”, “carrera profesional exitosa”, y tantos y tantos hitos de la “mujer nueva” del feminismo neopatriarcal. Pues bien, según este criterio, debido a tanto maltrato físico y psicológico debió estar siempre –lógicamente- en manos de médicos y psiquiatras y empastillada hasta las cejas de ansiolíticos y antidepresivos…Pero, sin embargo, esto no fue así, jamás, ni por asomo. Bueno…claro, a lo mejor es que “ella no sabía que era una mujer oprimida”. Lo cierto es que quien ha necesitado de la visita constante de los nuevos curas de la modernidad, de psiquiatras y psicólogos, han sido precisamente, estas mujeres liberadas por el sistema, obsesionadas neuróticamente con alcanzar los hitos de la felicidad y liberación femenina.
La realidad es que, esta mujer auténtica y ejemplar que se nos fue no necesitó estudiar filosofía, ni arte, ni historia, poseía aquellos saberes que necesitaba. En su mundo, donde nace y vive hasta la juventud, pequeño pueblo de la isla de La Gomera, con un ámbito familiar donde dominaba una cosmovisión tradicional y popular, el sentido de la existencia y de las cosas, le fue transmitida de forma natural. Y ella la asumió rotundamente, a pesar de no tener un entorno familiar completo, pues pierde a su madre a los 7 años, cuidando de ella una hermana mayor y su abuela. En particular, asume una moral, de base cristiana, pero nada retórica ni formalista. Basada en hacer el bien, amar a los suyos (lo de “y al prójimo como a ti mismo…” ya no estaba tan claro, porque decía con picardía, “con los míos ya tengo, y de sobra”). Y el enjuiciar las cosas desde cierta distancia, en todo, desde la posición ante el hecho religioso, como el político, los problemas familiares, personales, siempre opinaba cabalmente, partiendo de lo más racional del “sentido común”, sin afinidades ni fanatismos ideológicos, con cierto escepticismo y distancia, como todo en su vida. Más como una actitud moral, que como conocimientos abstractos o librescos. De hecho, los hijos (todo con estudios, como se dice popularmente), en los vaivenes y conflictos en que les situaba la vida, sobre todo –y es lo curioso- de mayores, recurrían a la “madre superiora”, nunca al padre, al que consideraban por encima de las cosas mundanas. Era a ella a quien contaban las penas y de ella recibían ese consejo escueto, recto, estoico, sencillo y lógico, desde una autoridad no cuestionada, con simples proverbios de siempre, que vienen de la experiencia acumulada, de la sabiduría popular, y que ella culminaba con el principio del deber: cada cual ha de resolver sus propios problemas, por sí mismo (y la ropa sucia la lava cada cual en su casa, decía).
Me consta que no había estudiado a Epicteto, Cicerón, Séneca o Marco Aurelio, pero tenía una actitud estoica genuina, como grabada en sus genes, porque le salía de forma natural, sin pensarlo ni esforzarse lo más mínimo, esa actitud serena, de aceptación de los rigores del esfuerzo de una vida dura, ciertamente, pero ella no lo sentía como un sufrimiento impuesto, sino necesario. De hecho, no recuerdo verla quejarse nunca, o enferma, solo sé que durante un tiempo, sin yo enterarme de nada, como milagrosamente, aparecían nuevos hermanitos en casa. Jamás tomó medicación alguna, salvo ya de muy mayor, en que la nefasta y horripilante “sanidad del “bienestar” la impidió tener una muerte digna, entre los suyos, en paz, y no entre pasillos de hospitales, sufriendo todo tipo de tropelías y torturas en forma de “protocolos médicos”, manejada como ganado por un personal tan torpe como inhumano. Puedo dar fe de que tuvo que luchar toda su vida, y sufrir bastante, también, y jamás se quejó, sin embargo, esos dos meses de hospitalización tenebrosa acabaron por doblegar su paciencia, y en los momentos lúcidos, repetía algo que le parecía increíble desde su visión del mundo, claro: decía, “me tuvieron tirada en un pasillo (se refería al paso por urgencias) durante horas, cuando pasaban por mi lado (médicos y enfermeras) les decía que por favor me dijeran que estaba pasando, porqué estaba allí, y ellos –con un desprecio absoluto- ni me miraban”. Realmente, no era del dolor físico de lo que se quejaba, sino de la falta de humanidad de los mercenarios de la sanidad “pública”.
La cuestión reside en determinar si era ésta una mujer excepcional, o si más bien, dentro de una personalidad ejemplar, ello constituía la actitud ante la vida “normal” de toda una gente del mundo tradicional, personalmente creo que es más lo segundo. ¿Y su marido?, ¡bueno, bueno!...si lo pilla una agente feminista del Estado de bienestar, defensora de “sus derechos”, lo hubiera triturado, poco más o menos que lo hubiera tildado de machista, maltratador o quizás hasta violador. Ella no lo veía igual. Dos botones de muestra: el primero, ella lo veía como un amante esposo, y que se quisieron, y mucho, es evidente, como también lo era su faz siempre serena y contenta. El otro, es el respeto y admiración que sentía por su marido. Siempre se esforzaba más por reconocer los méritos de él, lo mucho que trabajaba para mantener dignamente a su extensa familia, su gran sentido de la responsabilidad, su frugalidad, su seriedad y rectitud  aplicada en la educación de su numerosa prole, que de sus propios y más que merecidos méritos. Pero es que, además, lo veía como “lo normal”, tanto su comportamiento como el de su marido, era simplemente lo que tenía que ser, y punto.
También él era de un pequeño pueblo de Tenerife, el quinto de siete hermanos, que tuvieron que buscarse el sustento rápidamente porque la “suertita” (pequeña finca familiar) en la que se plantaban sus verduras y unas pocas de viñas no daba para mucho. De muy joven ya trabajaba en una imprenta, y por las noches, bajo la tenue luz de una vela estudiaba para maestro y leía, y mucho. Familia ésta de convicciones religiosas católicas muy profundas, él sí que había leído a Séneca, a la escuela ascética española y la mística castellana, Santa Teresa, San juan de la Cruz, Fray Luis de León, etc. También él era un hombre de convicciones ideológicas muy fuertes y profundas; serio y honrado hasta el extremo, pero era un idealista. Apasionado y con un gran sentido del deber “social”, no podía sino ser anarquista o falangista. Lógicamente optó sin duda por lo segundo, por dos razones fundamentales, porque era profundamente cristiano y porque creía defender la “historia”, las raíces, la memoria de sus antepasados, en una palabra, la tradición. El rabioso anticlericalismo de la izquierda en la historia del movimiento obrero en el estado español, en los primeros decenios del siglo XX, remataron las decisiones a tomar por un chico de menos de 20 años. Sé que no participó militarmente en la  Guerra Civil del 36-39, pero nunca dijo nada de aquel periodo y siguientes, aunque es cierto que tuvo algunos cargos burocráticos y hasta fue concejal con el franquismo. Pero era un “enamorado de la revolución” que compartía con el anarquismo ese espejismo utópico de la sociedad “perfecta” con fundamento en una especie de “justicia social”. La ideas más demagógicas joseantonianas motivaron su militancia, una “idea” de revolución basada en la crítica de la “politiquería” del parlamentarismo, en una sociedad horizontal, “sin ricos ni pobres”, basada en las instituciones “naturales” (familia, municipio y sindicato), la eliminación del latifundismo con una “reforma agraria” o el “capital al servicio del pueblo”, con esa idea estatista máxima de la nacionalización de la banca. Hay que situase antes de la II GM para entender lo atractivas que podían ser estas propuestas para una mente joven y apasionada, antes de observar la práctica del fascismo. Son los momentos históricos los que van decidiendo las opciones de la gente, según las “intuiciones” básicas de su ideología. El quedó profundamente decepcionado con el franquismo, porque –al igual que el ala izquierda del falangismo- entendían que su ideología auténtica había sido traicionada. Algo parecido pasó a muchos en la Transición española, bajo cierto reformismo radical se pensaba que el nacionalismo independentista o el marxismo leninismo iban a ser capaces de transformar el moribundo Estado franquista, pero a los pocos años (entre el 77-79) ya se vio claramente que aquí no había más que un gran pacto entre el posfranquismo y la izquierda para repartirse el gran “melón” del poder del Estado. Quizás suene esto un tanto a justificación, y lo es. En lo poco que puedo estar de acuerdo con Ortega, está la famosa frase de “Yo soy yo y mi circunstancia”, que completa, dice: “ …. y si no la salvo a ella no me salvo yo”, que aparece en Meditaciones del Quijote, pues lleva razón en destacar la transcendencia de todo lo que está en torno al hombre, todo lo que le rodea, no sólo lo inmediato, sino lo remoto; no sólo lo físico, sino lo histórico, lo espiritual.
Pero no perdamos el hilo. Con ese contexto, las descalificaciones de este hombre, católico, falangista, padre en 13 ocasiones…, tendrían que ser apabullantes por parte de cualquier defensora y auténtica policía del pensamiento en que se ha convertido el feminismo contemporáneo. Exclamarían “¿Qué diría esa pobre mujer, con una vida secuestrada, pariendo todo el rato, sin vida ni futuro propios, sin nada propio…?”. Pues si se lo hubieran preguntado, como hice yo, la respuesta, sin fisura alguna, sería: fue una vida de amor, respeto y admiración. Partían (ambos) de una consideración perfectamente legítima, en su lógica: “si Dios, la naturaleza, el destino, el libre albedrío, o lo quiera que sea, determinó que fuera así, por algo será, quién soy yo para cambiar esto, quién soy yo para impedir que esa voluntad que está por encima de mí, se manifieste”, pero bueno, decía yo, ¿y la responsabilidad de mantener a tantos hijos?, y decía (el padre) “Dios proveerá”, y (la madre): “bueno, siempre teníamos, tu padre y yo, un montón de hermanos, que nos ayudaban y a los que les podíamos dejar a algunos chicos, algunos días”. Ahora comprendo ciertas vacaciones en casa de algunos tíos, mías y de varios de mis  hermanos, también.
Nadie duda que sea necesaria una “Nueva Mujer”, como un “Nuevo Hombre”, pero lo que sí es seguro es que deberán tener más de ese espíritu, de ese valor, humanidad, fortaleza, templanza y amor al prójimo de la mujer y del hombre de la sociedad rural y popular, de nuestros padres y abuelos que de la ególatra, individualista, hedonista, antagonista ideología de “guerra de sexos” que propugna la posmodernidad presente, bajo la bandera del feminismo neopatriarcal.
Anónimo.


1 comentario:

  1. Esto está escrito con mucha claridad... y la cita de Ortega me vino al dedo porque ayer justmente trataba de recordar de cuál de sus escritos era... Los rostros sanos y amorosos de quienes disfrutan de su pobreza plena, es decir, rica y de ninguna forma miserable como la que han causado los intentos desarrollistas de varias generaciones --qué mejor testimonio de lo que vale y lo que no...

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