Educar para la
supervivencia
La
prensa se hace eco esta semana de un informe sobre competencias estudiantiles y
concluye que, en el Estado español, los chicos y chicas de 15 años[1] son
incompetentes en las habilidades funcionales para la vida, carecen de destrezas
para resolver problemas cotidianos, son dependientes e incapaces de organizar y
dirigir la propia existencia en su aspecto material y práctico.
Respecto
a sus contemporáneos de otros países europeos nuestros jóvenes son sustancialmente menos autónomos y
competentes para la propia supervivencia en la sociedad presente. Su debilidad
y falta de aptitudes empieza a ser preocupante para algunos sectores de las
elites pensantes.
En
"El País" asevera que "el conjunto del país podría carecer en el
futuro de elite intelectual" y plantea que el sistema educativo español es
poco proclive al estímulo de la excelencia. No se impulsa la creatividad, hay un exceso de ejercicios guiados y muy
pocas ocasiones de enfrentarse a problemas desde el auto-aprendizaje y la
intuición. No hay perseverancia ni capacidad para lo complejo. En las familias
tampoco se les enseña a ser
independientes, son demasiado protegidos y se hacen inmaduros.
Se agradece esta crítica la educación actual,
aún siendo superficial y ligera porque en los últimos años la marea
izquierdista a favor de lo "público" ha supuesto la mayor exaltación
del sistema educativo estatal jamás vista, ha desaparecido todo análisis
crítico, todo esfuerzo por elaborar
propuestas novedosas o creativas en la educación. Se trata únicamente de
defender lo existente, amar el sistema piramidal y jerárquico que impone el
currículo desde la cúspide del poder y se derrama en la forma de
adoctrinamiento masivo sin consideración por la verdad.
Pero
es un error ver este asunto como un puro dato para ejercitar el sempiterno
pensamiento crítico, comprenderlo en toda su extensión es un aspecto
estratégico de primer orden. Esta generación de adolescentes será la que tenga
que enfrentarse a los mayores retos de la crisis civilizatoria en curso, la que
estará en la edad adulta en los peores momentos de decadencia y barbarie de las
sociedades que antaño fueron el centro del mundo, las occidentales, y el
ascenso de otras sociedades y culturas cuya capacidad para la opresión seguramente
duplicará lo que hasta ahora hemos conocido.
Por lo tanto procede preguntarse cómo hemos educado a nuestra juventud y por qué hemos hecho de ellos y ellas -el estudio concluye que no hay sesgo de género en este asunto- unos ineptos para la supervivencia.
Es obvio que el sistema educativo español es especialmente destructivo de la creatividad y la autonomía, está volcado en el adoctrinamiento, la repetición, el activismo descerebrado, los conocimientos abstractos, la actuación por protocolos y otras muchas nocividades que impiden el aprendizaje verdadero. Los libros de texto son auténticos catecismos ajenos a toda decisión de verdad, de calidad, e incluso de voluntad de ser inteligibles. La sobrecarga de contenidos del currículo es la causa de la incapacidad para adquirir algún conocimiento funcional, la mente se caotiza y se abruma y apenas nada queda de lo expuesto con capacidad para ser usado en la vida.
El índice de estudiantes universitarios aquí es muy superior al del resto de países occidentales, especialmente el de mujeres. La gente entrega una enorme parte de su vida al sistema educativo y la pasa entre libros y apuntes o mucho peor, acumulando jornadas abúlicas, juegos de naipes y borracheras con lo que inicia muy tarde su entrada en la vida real. Muy poca gente defiende las enseñanzas de oficios, mucho más aptas para desarrollar la creatividad y la iniciativa y se prefiere la dogmática universitaria que expide títulos en masa a legiones de iletrados.
Pero las aulas no son la fuente única de los desastres de las generaciones jóvenes, la familia que fue la célula privilegiada en el que se adquirían los conocimientos para la vida hoy es una unidad de consumo de servicios cuyos miembros hacen vidas completamente separadas en todos los órdenes. En verdad no puede decirse que la familia exista si todas sus funciones se han externalizado, es decir, carece de cometidos.
Las mayoría de las madres de hoy (y lo padres también) consideran, con independencia del modelo de crianza al que se adscriban, que su función es principalmente atender las demandas de sus hijos, bien personalmente o por medio de los múltiples productos que se encuentran en el mercado. A los hijos se les educa como consumidores puros, seres deseantes cuya única función es pedir. En general se considera que ese paradigma es el modelo ideal de vida, el que ofrece el Estado del bienestar que despliega su capa protectora sobre sus súbditos. No hay pues exigencia, responsabilidad ni reciprocidad en las relaciones entre los padres y los hijos. No hay crítica ni severidad y, por lo tanto, no hay crecimiento, desarrollo de la personalidad o energía para conseguir las cosas o para oponerse a una autoridad que ya no existe.
Los niños y niñas llevan una existencia blanda, desproblematizada, de abundancia material y escasez en todo lo demás. Durante la larga infancia y juventud (cada vez más larga) no harán nada verdaderamente útil, auténticamente beneficioso para su entorno y las personas que lo componen, no tendrán por lo tanto la satisfacción de saberse necesarios y valiosos, ni adquirirán los conocimientos para desarrollar tareas verdaderamente productivas.
El sujeto presente tendrá una vida permanentemente dirigida, de la cuna a la tumba, siempre estará tutelado, primero por una madre y un padre solícitos que le impiden enfrentarse a los conflictos de la vida, después por un sistema educativo que le guiará en todo momento sin permitir el auto-aprendizaje y la búsqueda personal, más tarde por la empresa y el Estado, los expertos y los profesionales de todo tipo. ¿Quién se extraña de que hayamos perdido los instrumentos para resolver las necesidades más elementales de la vida?
[1]
Si se hiciera la misma
encuesta a los jóvenes de 18, de 20 o de 25 años se encontraría una situación
muy similar.
Hola Prado, creo que habría que matizar bastante esta frase "primero por una madre y un padre solícitos que le impiden enfrentarse a los conflictos de la vida". Creo que generalizas mucho al hablar de los hijos. Un bebé de un mes no tiene nada que ver con un bebé de un año ni con un niño de 5 ni con uno de 15. Yo sí creo que hay que satisfacer las necesidades básicas de los bebés, incluso ponerlas por delante de las de los padres (no hablo de caprichos ni caramelos, hablo de necesidades reales de consuelo, alimento, amor, compañía...). Después, progresivamente, caminar hacia el desarrollo de la reciprocidad, la autonomía, los deberes, establecer ciertos límites y, como consecuencia, enfrentarse a los duelos de la vida a los que nos enfrentamos todos. Pero sí creo en que una buena base segura (la familia) te hace enfrentar la vida de otra forma. No creo que los padres de hoy en día busquen solamente satisfacer demandas. Creo que la mayor parte de los padres hacen un poco lo que pueden con sus circunstancias y si consumen o compran productos a sus hijos no es porque quieran satisfacer sus peticiones sino porque no saben relacionarse de otra forma con ellos, así les tienen distraidos y pueden descansar después de un trabajo largo y alienante. Creo que en tu texto se mezclan necesidades básicas, materiales o emocionales, con caprichos consumistas todo en un mismo saco. Y dentro de las necesidades básicas también se mezclan las de las diferentes edades. No se puede comparar las "demandas" de los niños o las "ofertas" de los padres que se compran con dinero con lo que no se compra con dinero. A lo mejor un padre valora que su bebé se duerma en sus brazos con una nana y otro le da igual dejarle en la cuna y largarse pero a la vez prefiere gastarse un dineral en cosas materiales. En cualquier caso estoy de acuerdo contigo en que tarde o temprano los niños tienen que integrarse en la vida tal cual es, con su autonomía y su responsabilidad en la medida de sus posibilidades y no ser meros "deseantes" "yo quiero esto y yo quiero lo otro". Paradójicamente, también pienso que todos los revolucionarios han deseado y querido cambiarse y cambiar el mundo, así que las demandas tampoco son siempre y en todo caso nocivas.
ResponderEliminarYo entiendo que se refiere a que las madres y los padres tendemos a hiperproteger, a todas las edades, a preocuparnos demasiado por cosas superfluas. Por ejemplo a mi me parece muy significativo que a los bebés les damos en la boca sus primeros alimentos sólidos. No permitimos, no esperamos, nuestro miedo nos impide contemplar cómo el bebé lleva por sí solo la comida a la boca. Y podemos estar así, cebándolo, hasta los 6 años. De esta forma privamos al niñ@ de la experiencia inicial de alimentarse y decicir lo que come y lo que no. Lo que esa persona aprende si se la ceba o si permiten que coma sola, no es lo mismo.
ResponderEliminarOtro ejemplo claro es cuando impedimos que gateen y nos pasamos varios meses caminando doblados llevando al bebé cogido de la mano para que dé sus primeros pasos sin caerse.
Y como estos yo encuentro muchos ejemplos a todas las edades. Decidimos por ellos. Nos anticipamos y no les dejamos espacio para actuar. Además los bebés y más adelante los niños captan esta actitud nuestra y así se van adaptando a la pasividad.
Entiendo la satisfacción de los deseos de nuestros hijos, pero a la vez hemos de cuidarnos para no pasar a actuar por ellos. Un buen consejo sería esperar a que pidan algo; si son lo bastante jóvenes, seguro que primero intentan ellos resolver solos.