VIVIR, AMAR Y CRIAR EN
LA REALIDAD DEL MUNDO
“No hay posadas de felicidad
ni de descanso.
Se va siempre por un camino heroico
hacia la dignidad y la superación de la vida”
León Felipe
Cada criatura que llega al mundo comparte con las generaciones
anteriores la carga de los problemas de su sociedad, nacemos en un momento de
la historia, en un espacio concreto y eso condicionará nuestra existencia, no
se nace en el vacío ni en la nada sino en el
mundo como ha sido construido por las generaciones anteriores. Ésta es
una de las complejidades de nuestra condición, pues no hay libertad ni elección
en esos hechos que definirán, más que ningún otro, nuestra existencia
individual. Explica Xavier Zubiri en “Tres dimensiones del ser humano,
individual, social, histórica” que la herencia que recibe cada individuo no es
únicamente psico-genética, cada nacido humano, para instalarse en la vida
necesita situarse en una realidad. Ese nicho de cultura e historia es el medio
en el que la criatura deviene persona. En ese recorrido recoge una tradición,
se impregna del tiempo como tiempo realizado en la continuidad biológica e
histórica que ella misma habrá de alimentar con su acción. En el texto que
cito, Zubiri da una gran importancia a la maternidad como elemento que conecta la realidad
bio-psico-social-histórica de lo humano, esa indivisible entidad que une la
vida orgánica y espiritual.
Nada puede ser más desolador y angustioso que reconocer en las
circunstancias de este tiempo el hábitat de nuestra prole. La crisis, que
algunos se empeñan en definir como crisis de lo dinerario y consumista
únicamente, oculta una realidad sangrante y terrible, la de una ruina de los
fundamentos más esenciales de la vida social e individual e incluso, más allá,
de nuestra civilización como construcción singular de nuestros ancestros. El
desmoronamiento de la vida social, de las estructuras de vida horizontal
elegidas y dirigidas por el propio sujeto es una de las lacras más terribles de
este momento pero no la única, la pérdida de la libertad, de la tradición como
conjunto de conocimientos y acontecimientos que son bagaje experiencial para la
existencia humana, de la autonomía personal y social, de los conocimientos y
habilidades para la vida, del lenguaje, de la inteligencia práctica, del
sentido de la realidad, de la capacidad para la supervivencia, del sentido
común, de los valores éticos y convivenciales y de la capacidad proyectiva para
bosquejar un futuro son las huellas de
una mutación que no es coyuntural ni somera sino que afecta a los elementos
cardinales de la condición humana y de las instituciones naturales de
convivencia y corre pareja al ascenso del Estado y la institucionalización de
la vida que están devastando al sujeto
medio y que, de seguir su curso, transformarán de forma ingénita la sociedad
como la hemos conocido.
A estas tribulaciones hay que sumar el ecocidio en proceso, la
desertificación, la contaminación de las tierras y las aguas, la caída de la fertilidad
de la tierra, la acumulación de tóxicos en el ambiente, la pérdida de
biodiversidad y el crecimiento de las mega-urbes entre otros y, además, el
desastre demográfico acelerado que se expresa
aquí en la terrorífica cifra de 1,3 hijos por mujer que continúa
descendiendo, testimonio de la falta de vitalidad y anhelo de muerte del cuerpo
social, esta última cuestión será tal vez una de las más atroces calamidades
que hemos de legar a nuestros hijos porque deberán cargar sobre sí tareas tan
descomunales para la propia supervivencia, la protección de la vida y de la
condición humana[1]
que sobrepasarán, con mucho, las fuerzas materiales y espirituales de estas
menguadas generaciones.
Quienes elegimos tener hijos (cada vez somos menos, no lo
olvidemos) deberíamos ser los primeros en la brega por el futuro de la
sociedad, al que nos sentimos atados, no de forma abstracta e inconcreta sino
de manera íntima y personal pues el mañana es el destino de nuestra prole. No
es así, tal vez porque la corriente social dominante sigue siendo “mirar para
otro lado” o buscar fórmulas escapistas
para evadirse de la realidad. Los refugios para huir del rostro
descarnado del mundo son muchos, lo son el trabajo, el consumo, la diversión,
las drogas, los viajes, las relaciones superficiales, los paraísos virtuales o
el cine y la novela, hay cientos si no miles de agujeros en los que vegetar una
vida tranquila a la espera del desastre. Curiosamente para un sector social la
maternidad/paternidad se ha convertido también en un recurso escapista, devenir
padres es la ocasión para abandonar todo compromiso social, político o
cultural. Muchos se adhieren así a dos de los principios más venenosos de
nuestra sociedad, la búsqueda de salidas individuales con olvido del resto de
la comunidad y la mutación de los
procesos que antes se realizaban en la horizontalidad en mercancías. Esta nueva
maternidad ecológica se materializa en un renovado consumismo e intercambio de
servicios monetizados que, por supuesto, no están al alcance de la mayoría de
las madres, aquellas que pertenecen a las clases bajas, ocupan los trabajos más
precarios y acceden a la maternidad a pesar de la presión de las empresas en
condiciones de grandes conflictos y carencias[2]. Esto explica que la natalidad entre las mujeres
de las clases más menesterosas caiga mucho más significativamente, estas
mujeres están siendo convertidas en ganado de labor, seres estériles en todo lo
que no sea producir en el mercado capitalista y consumir para que crezca ese
mercado.
En esta situación la maternidad ha defenderse como libertad
básica y un bien en sí mismo incluso cuando las condiciones de crianza no sean
las que dictan los manuales. En el pasado se pensaba que se necesitaban pocas
cosas para criar a los hijos y el principal motivo para acometer la
maternidad/paternidad era el deseo con independencia de otras consideraciones.
Hoy, en cambio, la extraordinaria complejidad de los requisitos que se
consideran imprescindibles para la crianza hacen que muchas personas renuncien
a tener hijos. Por el contrario mi idea es que la maternidad/paternidad es un
gran bien aunque se acometan en la forma de grandes sacrificios por parte de
los padres y las criaturas y en un entorno hostil como el mundo actual porque
forman parte de la construcción de un futuro humano.
Imbuir a nuestros hijos la idea de que han de huir de los
problemas del mundo en lugar de enfrentarse a ellos no solo no es una crianza
buena sino que, en las actuales condiciones, es suicida. Los años de bonanza
económica y auge del Estado del bienestar han tenido como consecuencia que un
gran número de personas adecuaran su cosmovisión al ideal de recibir servicios
y cuidados por parte de las instituciones y trasladaran ese patrón, considerado
el modelo de la excelencia, a la educación y la crianza de su prole.
Lo que se ha llamado crianza natural responde más a una visión
ideologizada del mundo que a una naturaleza original de la especie. En primer
lugar lo natural en el ser humano es ser un complejo de funciones y situaciones
orgánicas, psíquicas, relacionales, sociales, culturales e históricas
inseparables e indivisibles. Lo natural, como explica Zubiri, es que cada nueva
criatura inscriba su vida en el nicho de su cultura, su tradición y su linaje
que son las raíces que le permiten crecer y constituirse como ser singular y
creativo, esas raíces han de ser las auténticas del entorno en el que nace y no
un mundo artificial creado para ella pues es en la realidad donde tendrá que
desplegar su acción, es decir, materializar su libertad.
Al ejercer la maternidad/paternidad estamos obligados a entregar
a nuestros hijos la realidad del mundo, a reconstruir con ellos el sentido de
lo humano y su proyección hacia el futuro, difícilmente puede acometerse tal
tarea en el tiempo presente si no es en conflicto con el poder establecido, un
combate que exigirá personalidades vigorosas y esforzadas. Si declinamos
nuestra responsabilidad como padres y
buscamos soluciones personales para esquivar los problemas en lugar de
enfrentarnos a ellos estaremos equivocando el camino.
En el mundo moderno cada vez más niños y niñas viven fuera de la
realidad, se les ofrecen otros entornos que se consideran menos ásperos, más
agradables que el mundo real, así viven de sucedáneos de ínfima calidad a
través de la televisión y el cine, en lo que llaman el mundo de la fantasía
infantil[3] o en entornos seguros y
protegidos, adecuados a cubrir todas sus
necesidades al instante y sin espera, en los que no les toque el mal del mundo
e incluso se superen las limitaciones inherentes a la condición humana. En
todos los casos se les obliga a vivir en la mentira, en el mundo como no es.
He conocido muchas criaturas que se desarrollan en ese ambiente
de irrealidad y ficción, suelen ser personas aparentemente felices aunque, si
son sacadas de ese contexto “seguro” y utópico, se paralizan y se agarrotan, no
son capaces de adecuarse a circunstancias nuevas, sufren y se angustian o se
evaden y se inhiben pero no intervienen
con ímpetu transformador. Su capacidad de comunicación está muy limitada
por la falta de autenticidad de sus experiencias vitales, sus sistemas de
relación con los otros son disfuncionales porque carecen de conocimiento de la
alteridad y por miedo al conflicto o al
abandono emocional.
La crianza sin conflicto y sin prohibiciones basada en la
satisfacción de los deseos de las criaturas es menos nueva de lo que se dice.
Una experiencia histórica ilustrativa es la que se recoge en el informe de
William E. Mayer, director de psiquiatría del ejército de Estados Unidos encargado
de investigar el altísimo número de bajas que los soldados norteamericanos
tuvieron en los campos de prisioneros en la guerra de Corea (1950) cuya cifra,
en comparación con la tenida por los prisioneros turcos en esos mismos campos
fue desorbitada. El examen de los hechos le llevó a concluir que esos muchachos
eran el producto de una crianza sin contrariedades, de una infancia en la que
nunca tuvieron que enfrentarse a obstáculos ni situaciones complicadas por sí
mismos, de una figura maternal siempre presente y siempre protectora que, en
realidad absorbía emocionalmente a sus hijos[4].
Lo más importante es la descripción que hace de las situaciones
que vivieron estos prisioneros. Enfatiza que no hubo intentos de fuga aunque en
los campos no había alambradas ni guardas armados. A diferencia de otros
prisioneros como los turcos que permanecieron unidos y organizados, los
norteamericanos carecían de disciplina, se enfrentaban entre ellos y
establecían a menudo relaciones de cooperación con su captores.
Muy pocos forjaron relaciones de amistad en los campos o
mantuvieron el recuerdo de sus seres queridos como aliciente moral y emocional
(cuando a los supervivientes que fueron liberados se les ofreció llamar a sus
familias muy pocos lo hicieron), vivieron encerrados en una celda de
aislamiento mental. Cada vez menos de ellos estaban dispuestos a hacer el
esfuerzo de voluntad, inteligencia, creatividad y socialidad que la
supervivencia necesitaba y comenzó a ser común que un soldado se sentara en una
esquina y tapándose se cabeza con una manta y se dejara morir (los soldados
denominaron a ese acto “abandonitis”). En otros casos, cuando algún hombre estaba enfermo, sus propios compañeros
eran los que le sacaban de los barracones y le abandonaban a la intemperie
donde perecía. No hubo resistencia y combate contra la guerra como guerra
injusta ni contra el enemigo, prácticamente ningún hecho que pueda describirse
como acto de conciencia y dignidad, la indiferencia y el abandono fueron el
estado dominante.
Se mostraron como seres ineptos para cuidar de sí mismos ni de
otros, capaces de la mayor crueldad con sus semejantes y del mayor desapego a
la propia vida, es decir, construidos como seres deshumanizados de forma
extrema.
Los valores básicos para la supervivencia en un campo de
prisioneros no son demasiado diferentes que los que se necesitan para
sobrevivir en cualquier circunstancia de la vida real cuando esta es vida plena
y no sucedáneo como acontece en las sociedades de Estado del bienestar en las
que el sujeto no es ya sujeto de su
propia biografía sino objeto de la protección de las instituciones, usuario de
bienes y servicios y dócil animal doméstico que trabaja para su amo. La forma
como un individuo deviene persona y se enfrenta al mundo es una cuestión que
trasciende con mucho la psicología pues afecta más a los valores y el sentido
que se otorga a la vida, al concepto del bien y del mal[5] y la idea del futuro.
Eliminar los grandes problemas de la existencia humana y del momento histórico
concreto para alejar el dolor y el
esfuerzo no solo no es posible sino que crea
un vacío existencial que hoy es demasiado común en las generaciones más
jóvenes y que se realiza a través de
conductas suicidas (alcohol, drogas, trastornos alimenticios, prácticas
aventureras dislocadas, violencia entre iguales y otros) y un derrumbamiento de
la personalidad que los hace inmaduros, incapaces para el acto de pensar, sin
voluntad para actuar, sin capacidad de esfuerzo, pobres e indiferentes
afectivamente, insociables y herméticos para los otros.
La deriva de la situación actual es que todos los problemas
enunciados se agravarán en el futuro, si somos coherentes y lúcidos tendremos
que comprometernos en el combate por el mañana, si creemos en la crianza en el
amor deberemos llevar a nuestras criaturas con nosotros en esos trances. El
mundo no necesitará de héroes individuales sino de una comunidad heroica capaz de arrostrar las
calamidades del presente y construir un porvenir humano lo que nos compromete a
todos.
La maternidad/paternidad ha de ser rescatada no como una flor de
invernadero, un acto ornamental y decorativo sino como impulso vital, como acto
supremo del amor por la especie y por el futuro contenida de forma concreta y
singular en cada una de nuestras criaturas.
No deberíamos aceptar que la humanización de la crianza pueda ser
reducida al consumo de algunos servicios especializados de mayor calidad que
los que ofrece el sistema y a la dedicación en exclusiva del padre y madre a las criaturas durante toda su
infancia, por el contrario, es necesario que el impulso genésico vuelva a ser
natural y ajeno a los condicionantes económicos y políticos, es decir, íntimo y
genuino.
Se precisa hoy de una maternidad de batalla cuyas señas de
identidad sean la fortaleza y la solidez. Podemos parir en casa o en los
hospitales, pero el acto de parir ha de ser dignificado por nosotras mismas
incluso en las condiciones más desfavorables, porque solo así será posible
frenar el impulso a la deshumanización y rotura del acto genésico, debemos amamantar en todas partes, hacer
habitables todos los ambientes para la infancia, compartir con las criaturas
todos los momentos e integrar la crianza en todas las dimensiones de la vida.
Pero ante todo la crianza no puede ser argumento para mutilar en
las mujeres (y a menudo también en los hombres) los otros planos de la vida, no
puede alejarnos de la realidad del mundo porque eso cercena nuestras capacidades
y posibilidades, no puede retirarnos del compromiso y el combate por el bien,
la verdad, la libertad, la convivencia y la vida horizontal, la propia
auto-construcción, la recuperación de las raíces y la construcción de una
sociedad de ascenso de la excelencia. Si se abandona toda acción sobre el mundo
y los grandes problemas de una época ¿cómo se ha de educar? ¿cómo se ha de ofrecer un camino al
crecimiento a otros cuando se limita en una misma?
Hemos de vivir entre las ruinas de la civilización del bienestar,
podemos hacerlo dejándonos morir en un rincón como aquellos soldados de Corea o
entregándonos a la construcción del futuro que depende, antes que nada, de
nuestra propia acción. En última instancia el acto de la crianza ha de ser un
gran acto de creación y compromiso que sirva como ejemplo a las generaciones
venideras.
[1] La tasa de dependencia, es decir la
que relaciona la población activa y el grupo de los menores de 16 y los mayores
de 64 no ha dejado de crecer y se espera que para 2021 se sitúe en el
57,3%, es decir casi 6 personas
inactivas por cada 10 activas, una cifra difícil de sostener para unas
generaciones que para invertir la catastrófica situación presente tendrían que
hacerse cargo de un grupo tan numeroso de ancianos y tener muchos más hijos que
sus padres. Se dice que el exceso de población es el causante de los grandes
problemas ecológicos del planeta, eso no solo no es verdad pues no es la
población sino el desquiciado sistema capitalista y su ansia depredadora
de recursos el causante de tales males,
por el contrario, poner coto a la gran devastación medioambiental solo será
posible bajo una demografía pujante porque los grandes problemas como la
reforestación ¿pueden acometerse si no es por una ingente y enérgica población
juvenil?
[2] La injerencia de las empresas y el
funcionariado en la vida privada y la
libertad básica de las personas en estos asuntos abre una etapa de gran
incertidumbre y alarma. La acción biopolítica, es decir, la imposición de
prácticas y costumbres basadas en las necesidades políticas y económicas de los
Estados que conculcan la autonomía más esencial de las personas es creciente en
todo el planeta. La foto de Feng Jianmei yaciendo en la cama de un hospital
junto a su hijo, no abortado sino asesinado a los siete meses de gestación por
orden de los funcionarios del Partido Comunista Chino que cumplieron así la ley
que obliga a abortar a aquellas familias que no tienen dinero para pagar la
multa por tener un segundo hijo, es un indicador de lo que podría ser el futuro
en otras partes del planeta. Hay que tener en cuenta la preeminencia de China
en lo económico y político y su ascenso militar que con mucha probabilidad
cambiará el equilibrio de las potencias mundiales en los próximos tiempos y el
hecho, inquietante, de que la ONU haya presentado la política de “planificación
familiar” del gobierno chino como modélica.
[3] Un mundo infantil creado por
adultos y lanzado por los gigantescos emporios de la industria del espectáculo
y el adoctrinamiento. El modelo de sociedad de la diversión y sus consecuencias
nefastas es una importación de Norteamérica que tiene efectos devastadores para
el sujeto y el cuerpo social, un análisis de su formación y sus efectos se hace
en “Divertirse hasta morir” Neil Postman
[4] Este suceso es citado por Betty
Friedan en “La mística de la feminidad”.
[5] El pensamiento sobre cuestiones ha
caído en desuso en nuestra época a la vez que lo ha hecho la lectura y
reflexión de la filosofía clásica, pienso por ejemplo en el texto de Cicerón
“Del supremo bien y del supremo mal”, que da cabida a un debate que ha sido
durante milenios objeto de controversia y cavilación en Occidente. La
desaparición de estos temas del pensamiento ahogados por la frivolidad y el
vacío del imaginario de la modernidad tardía es un desastre de proporciones
colosales.
Hola, Prado!
ResponderEliminarComo siempre un placer leerte, qué ganas de charlar sobre estos temas, qué apasionante.
Estoy en el fondo de acuerdo contigo. De hecho no creo que la solución -como solución social, como opción individual todas me parecen válidas- pero como solución social, como modelo social, no creo que el hecho de parir en casa, criar en casa, educar en casa y quedarnos cada una haciendo todo en su casa para hacerlo "mejor" y "más libre" sea lo más idóneo... En general, estoy de acuerdo en que es más valiente a nivel individual, y más idóneo a nivel social, luchar por parir bien en los hospitales, por transformar la educación pública, por lograr la conciliación laboral, etc...
Pero entiendo que la vida es una sola y que cada uno la vive como mejor puede, y que la solución que tú llamas "escapista" o individual es muy tentadora -para quienes pueden- y legítima como cualquier otra. No creo que pueda prescribirse que "la maternidad haya que vivirla" de determinada manera... Creo que en realidad cada una la vive como mejor sabe y puede, y que no sirve de nada "exigir" conductas... ni de crianza natural, ni de crianza valiente, ni de nada...
Por otro lado, es cierto que puede haber niños "producto" de la crianza natural así como dices, pero también puede haber niños libres y valientes, de un lado y de otro. Ningún "modelo" es garantía de salud mental de los padres ni de conseguir seres humanos perfectos... aunque prácticas como la lactancia, el colecho o el porteo, me atrevería a decir que son beneficiosas en todos los casos, y que si los niños salen débiles, sobreprotegidos o agresivos o lo que sea... es a pesar de ello, y no por causa de ello.
La comparación con los soldados norteamericanos sí me ha sorprendido. No creo que esos pobres chicos hayan sido siquiera sobreprotegidos por sus madres, y no creo ni de lejos, que su crianza haya sido en nada parecida a la llamada crianza natural. Me parece un poco desafortunado mezclar ambas cosas.
Por lo demás, estoy de acuerdo contigo, a nivel individual cada una es madre o padre como puede. Pero sí a niveles políticos, educativos y administrativos deberíamos tener claro qué apoyar, porque el modelo social debe apoyar unas formas y no otras.
Un abrazo!
Creo que estamos de acuerdo en casi todo Ileana, de lo que se trata es de crear ambientes artificiales en la crianza, el amor es el único fundamento insustituible, a todas las demás cuestiones debemos hacerles frente con los recursos que tengamos y los que podamos conseguir en nuestro entorno natural y, por supuesto, el desarrollo de las criaturas no depende de nosotros totalmente, ni de nuestros proyecto, depende de ellos mismos, es un recorrido en el que son sujetos de su vida y no objetos de la educación.
ResponderEliminarRespecto a lo de los soldados de Corea no se si lo expliqué mal, no creo que fueran el producto de una educación natural precisamente, más bien al contrario fueron el resultado de unas madres que habían delegado su facultad de pensar en los expertos por lo que seguían las instrucciones de algunos manuales que tuvieron un gran éxito en la época como el del doctor Spock. No solo prescindieron de su inteligencia estas madres sino que como un añadido desapareció en ellas la capacidad de ofrecer un vínculo afectivo auténtico. todos los manuales sobre crianza terminan creando un amor fingido, es una simulación del auténtico afecto que se manifiesta como una sobreprotección que oculte esa carencia. Lo que quería decir es que crecieron sobreprotegidos pero no amados y sus personalidades quedaron dañadas trascendentalmente.
Hola Prado:
ResponderEliminarHe leído con atención tu artículo y me quedo con algunas cuestiones que me gustaría compartir contigo. La primera es que el hecho de parir, criar y educar en casa no tienen por qué ir necesariamente de la mano con una posición de aislamiento o rechazo social. De hecho, muchas de las personas que más están trabajando por cambiar la realidad de los paritorios, son personas vinculadas con el parto en casa. Y lo mismo ocurre con la crianza y la educación. Una decisión tomada desde la conciencia, la crítica y la coherencia interior pueden ser motor de cambio social, aunque en principio pueda parecer un alejamiento. Somos muchas las personas involucradas y que trabajamos para crear un mundo mejor para los niños y los adultos que optamos por modelos de vida diferentes. No como un alejamiento de esa otra realidad, sino como una postura tan revolucionaria y colectiva como pueda ser otra. Los millones de personas que usan los paritorios, guarderías y escuelas puede que no estén en el momento de acceder a un cambio social. De hecho no lo están, sino el cambio ya se habría producido. ¿Qué hacemos los que no queremos seguir transitando un camino trillado que no tiene valor para nosotros? Muchos optamos por salirnos del juego y echar un cable para que todo aquel que lo desee tome perspectiva. No creo que sea más insolidario hacer eso, que quedarnos con el rebaño pastando sin levantar la voz.
Otro aspecto a considerar es que la sobreprotección no es un elemento exclusivo de la crianza natural o respetuosa. Las educaciones autoritarias nos han mostrado que pueden (las mujeres damos buena cuenta de ello) ser estrictamente limitadoras y sobreprotectoras. La sobreprotección puede depender más de los miedos de fondo de los padres que de las formas que se utilicen.
Y, por último, creo entender a qué te refieres con este escrito, y no dudo de que existen situaciones como la que describes; pero me cuesta entender cuál es la realidad, así en general, de la que hablas. La realidad que vivo es tan compartida y social (aún siendo minoritaria) como la que viven otras personas. Al final, los adultos construimos una realidad inmediata y cercana que es eso, la realidad en la que nos desenvolvemos nosotros y nuestros hijos. Nada tiene que ver la vida de un niño de ciudad con la de uno de pueblo de 1.000 habitantes. ¿Cuál es la realidad, así, que podríamos apresar para todos y cada uno de nosotros?
Aprovecho para agradecerte las reflexiones que tu artículo me han suscitado y enviarte un hondo abrazo.
Ya sabes que te admiro.
Hola Mónica, me alegra escucharte. Tengo que aclarar que el artículo llevaba casi un año escrito, lo publiqué en un folleto y se me olvidó colgarlo en el blog. Lo he hecho ahora sin corregir, consciente de que ciertos matices se pierden en este texto.
ResponderEliminarEntre la gente que opta por la desescolarización hay mucha variedad, igual que entre los que escolarizamos, ahí es donde mi texto puede tener un fallo de matización porque se puede interpretar como menoscabo de la opción de permanecer fuera del sistema educativo.
Debe comprenderse que lo que marca la diferencia es la posición ante las criaturas y ante el mundo, la disposición de los padres y los cercanos a hacerse agentes decisivos de la educación de la prole con independencia de que estén o no escolarizados, la decisión de, se elija la opción que se elija, preparar a nuestros hijos e hijas para vivir en el mundo real, hacerse responsables de sí mismos y de los problemas de su tiempo, actuar con inteligencia, moralidad y convivencialidad en todos los planos de la vida. Eso es lo fundamental.
Ahora bien, no podemos dejar de ver que la opción de no escolarización existe de forma minoritaria y no puede existir, en esta sociedad, de otra manera, en primer lugar porque las estructuras sociales –vida en las ciudades, trabajo a salario, destrucción de la familia extensa y las relaciones horizontales etc.- lo impiden y, en segundo lugar porque si hubiera una situación e ascenso de esa opción el sistema haría una intervención mucho más dura que la que hace hoy que consiste en hostigar pero sin llegar muy lejos.
De cualquier manera, todos, los escolarizados y los no escolarizados viven en la realidad y no hay ninguna opción educativa que obre el milagro de resolver ese conflicto entre lo deseable y lo que impone el sistema.
Abogo, por eso por una educación que interiorice y acepte el conflicto como elemento constitutivo esencial.
A todos los que criáis en casa os felicito y os envidio, creo que aportáis esa energía positiva de acoger los deberes y la responsabilidad como centro de la vida, vuestros problemas y los nuestros (los de los que les hemos llevado a la escuela) son más semejantes de lo que parece. A ellos nos debemos…
Por cierto, yo también te admiro, he aprendido mucho de ti y contigo.
Un abrazo