Imagen Nicoletta Tomás
UNA PEDAGOGÍA PARA TIEMPOS
DE CRISIS Y DESOLACIÓN
“Un saco
de trigo siempre se puede sustituir por otro. El alimento que una colectividad
suministra al alma de sus miembros no tiene equivalente en todo el universo.
Además, por su duración, la colectividad penetra en el futuro. Es alimento no
solo para las almas de los vivos sino también para las de los aún no nacidos,
que llegarán al mundo en los siglos venideros”
Simone Weil
La mayor parte de la sociedad vive ajena a la infancia a la que
no escucha ni comprende porque no tiene experiencias de convivencia cercana y
densa con niños y niñas hasta que no tienen hijos. Pero, puesto que el número
de los que eligen no tener descendencia es cada vez mayor, la infancia será, en
pocos años una región inexplorada de la sociedad y de la biografía de las
personas. A pesar de ello, o tal vez por ello, la educación y la crianza se han
convertido en temas de gran preocupación.
Por mi oficio de educadora he conocido y me he vinculado de forma
singular y afectiva, aún con la limitación temporal de estas relaciones, a
cientos de criaturas en sus primeros años y a sus madres y padres. Incluso en
las condiciones llenas de inconvenientes que impone la estructura educativa
institucional, mi trabajo me ha permitido acumular unas vivencias de enorme
significación como material reflexivo, mi experiencia como madre de tres hijas
me ha ayudado a matizar estereotipos y dogmatismos y a ser indulgente con los padres y madres al
ver su práctica a través del prisma de la mía y tomar conciencia de mis propias
limitaciones. Además he dedicado bastante tiempo a observar, recoger y meditar
sobre acontecimientos y conflictos en los que me he visto implicada o que se
han producido en mi presencia y sobre mi propia actividad y a buscar en las
reflexiones de otros, en la historia y en la filosofía, apoyo a mi propio
pensamiento. Este recorrido es el que me gustaría ir volcando en textos que,
para ser útiles, no deberían ser tomados como manuales de instrucciones sino
como acervo compartido para elaborar cada quien su camino en la intrincada
realidad presente. En los próximos meses me propongo abordar en un conjunto de
artículos distintos aspectos de la educación y la crianza.
VIVIR, AMAR Y CRIAR EN
LA REALIDAD DEL MUNDO
Una pedagogía para tiempos de
crisis y desolación
“Ni cogeré las flores
ni temeré las fieras”
Juan
de Yepes
Cada criatura que llega al mundo comparte con las generaciones
anteriores la carga de los problemas de su sociedad, nacemos en un momento de
la historia, en un espacio concreto y eso condicionará nuestra existencia, no
se nace en el vacío ni en la nada sino en el
mundo como ha sido construido por las generaciones anteriores. Ésta es
una de las complejidades de nuestra condición, pues no hay libertad ni elección
en esos hechos que definirán, más que ningún otro, nuestra existencia
individual. Explica Xavier Zubiri en “Tres dimensiones del ser humano,
individual, social, histórica” que la herencia que recibe cada individuo no es
únicamente psico-genética, cada nacido humano, para instalarse en la vida
necesita situarse en una realidad. Ese nicho de cultura e historia es el medio
en el que la criatura deviene persona. En ese recorrido recoge una tradición,
se impregna del tiempo como tiempo realizado en la continuidad biológica e
histórica que ella misma habrá de alimentar con su acción. En el texto que
cito, Zubiri da una gran importancia a la maternidad como elemento que conecta la realidad bio-psico-social-histórica
de lo humano, esa indivisible entidad que une la vida orgánica y espiritual.
Nada puede ser más desolador y angustioso que reconocer en las
circunstancias de este tiempo el hábitat de nuestra prole. La crisis, que
algunos se empeñan en definir como crisis de lo dinerario y consumista
únicamente, oculta una realidad sangrante y terrible, la de una ruina de los
fundamentos más esenciales de la vida social e individual e incluso, más allá,
de nuestra civilización como construcción singular de nuestros ancestros. El
desmoronamiento de la vida social, de las estructuras de vida horizontal
elegidas y dirigidas por el propio sujeto es una de las lacras más terribles de
este momento pero no la única, la pérdida de la libertad, de la tradición como
conjunto de conocimientos y acontecimientos que son bagaje experiencial para la
existencia humana, de la autonomía personal y social, de los conocimientos y
habilidades para la vida, del lenguaje, de la inteligencia práctica, del
sentido de la realidad, de la capacidad para la supervivencia, del sentido
común, de los valores éticos y convivenciales y de la capacidad proyectiva para
bosquejar un futuro son las huellas de
una mutación que no es coyuntural ni somera sino que afecta a los elementos
cardinales de la condición humana y de las instituciones naturales de
convivencia y corre pareja al ascenso del Estado y la institucionalización de
la vida que están devastando al sujeto
medio y que, de seguir su curso, transformarán de forma ingénita la sociedad
como la hemos conocido.
A estas tribulaciones hay que sumar el ecocidio en proceso, la
desertificación, la contaminación de las tierras y las aguas, la caída de la
fertilidad de la tierra, la acumulación de tóxicos en el ambiente, la pérdida
de biodiversidad y el crecimiento de las mega-urbes entre otros y, además, el
desastre demográfico acelerado que se expresa
aquí en la terrorífica cifra de 1,3 hijos por mujer que continúa
descendiendo, testimonio de la falta de vitalidad y anhelo de muerte del cuerpo
social, esta última cuestión será tal vez una de las más atroces calamidades
que hemos de legar a nuestros hijos porque deberán cargar sobre sí tareas tan
descomunales para la propia supervivencia, la protección de la vida y de la
condición humana[1]
que sobrepasarán, con mucho, las fuerzas materiales y espirituales de estas
menguadas generaciones.
Quienes elegimos tener hijos (cada vez somos menos, no lo
olvidemos) deberíamos ser los primeros en la brega por el futuro de la
sociedad, al que nos sentimos atados, no de forma abstracta e inconcreta sino
de manera íntima y personal pues el mañana es el destino de nuestra prole. No
es así, tal vez porque la corriente social dominante sigue siendo “mirar para
otro lado” o buscar fórmulas escapistas
para evadirse de la realidad. Los refugios para huir del rostro
descarnado del mundo son muchos, lo son el trabajo, el consumo, la diversión,
las drogas, los viajes, las relaciones superficiales, los paraísos virtuales o
el cine y la novela, hay cientos si no miles de agujeros en los que vegetar una
vida tranquila a la espera del desastre. Curiosamente para un sector social la
maternidad/paternidad se ha convertido también en un recurso escapista, devenir
padres es la ocasión para abandonar todo compromiso social, político o
cultural. Muchos se adhieren así a dos de los principios más venenosos de
nuestra sociedad, la búsqueda de salidas individuales con olvido del resto de
la comunidad y la mutación de los
procesos que antes se realizaban en la horizontalidad en mercancías. Esta nueva
maternidad ecológica se materializa en un renovado consumismo e intercambio de
servicios monetizados que, por supuesto, no están al alcance de la mayoría de
las madres, aquellas que pertenecen a las clases bajas, ocupan los trabajos más
precarios y acceden a la maternidad a pesar de la presión de las empresas en
condiciones de grandes conflictos y carencias[2]. Esto explica que la natalidad entre las
mujeres de las clases más menesterosas caiga mucho más significativamente,
estas mujeres están siendo convertidas en ganado de labor, seres estériles en
todo lo que no sea producir en el mercado capitalista y consumir para que
crezca ese mercado.
En esta situación la maternidad ha defenderse como libertad
básica y un bien en sí mismo incluso cuando las condiciones de crianza no sean
las que dictan los manuales. En el pasado se pensaba que se necesitaban pocas
cosas para criar a los hijos y el principal motivo para acometer la
maternidad/paternidad era el deseo con independencia de otras consideraciones.
Hoy, en cambio, la extraordinaria complejidad de los requisitos que se
consideran imprescindibles para la crianza hacen que muchas personas renuncien
a tener hijos. Por el contrario mi idea es que la maternidad/paternidad es un
gran bien aunque se acometan en la forma de grandes sacrificios por parte de
los padres y las criaturas y en un entorno hostil como el mundo actual porque
forman parte de la construcción de un futuro humano.
Imbuir a nuestros hijos la idea de que han de huir de los
problemas del mundo en lugar de enfrentarse a ellos no solo no es una crianza
buena sino que, en las actuales condiciones, es suicida. Los años de bonanza
económica y auge del Estado del bienestar han tenido como consecuencia que un
gran número de personas adecuaran su cosmovisión al ideal de recibir servicios
y cuidados por parte de las instituciones y trasladaran ese patrón, considerado
el modelo de la excelencia, a la educación y la crianza de su prole.
Lo que se ha llamado crianza natural responde más a una visión
ideologizada del mundo que a una naturaleza original de la especie. En primer
lugar lo natural en el ser humano es ser un complejo de funciones y situaciones
orgánicas, psíquicas, relacionales, sociales, culturales e históricas
inseparables e indivisibles. Lo natural, como explica Zubiri, es que cada nueva
criatura inscriba su vida en el nicho de su cultura, su tradición y su linaje
que son las raíces que le permiten crecer y constituirse como ser singular y
creativo, esas raíces han de ser las auténticas del entorno en el que nace y no
un mundo artificial creado para ella pues es en la realidad donde tendrá que
desplegar su acción, es decir, materializar su libertad.
Al ejercer la maternidad/paternidad estamos obligados a entregar
a nuestros hijos la realidad del mundo, a reconstruir con ellos el sentido de
lo humano y su proyección hacia el futuro, difícilmente puede acometerse tal
tarea en el tiempo presente si no es en conflicto con el poder establecido, un
combate que exigirá personalidades vigorosas y esforzadas. Si declinamos
nuestra responsabilidad como padres y
buscamos soluciones personales para esquivar los problemas en lugar de
enfrentarnos a ellos estaremos equivocando el camino.
En el mundo moderno cada vez más niños y niñas viven fuera de la
realidad, se les ofrecen otros entornos que se consideran menos ásperos, más
agradables que el mundo real, así viven de sucedáneos de ínfima calidad a
través de la televisión y el cine, en lo que llaman el mundo de la fantasía
infantil[3] o en entornos seguros y
protegidos, adecuados a cubrir todas sus
necesidades al instante y sin espera, en los que no les toque el mal del mundo
e incluso se superen las limitaciones inherentes a la condición humana. En
todos los casos se les obliga a vivir en la mentira, en el mundo como no es.
He conocido muchas criaturas que se desarrollan en ese ambiente
de irrealidad y ficción, suelen ser personas aparentemente felices aunque, si
son sacadas de ese contexto “seguro” y utópico, se paralizan y se agarrotan, no
son capaces de adecuarse a circunstancias nuevas, sufren y se angustian o se
evaden y se inhiben pero no intervienen
con ímpetu transformador. Su capacidad de comunicación está muy limitada
por la falta de autenticidad de sus experiencias vitales, sus sistemas de
relación con los otros son disfuncionales porque carecen de conocimiento de la
alteridad y por miedo al conflicto o al
abandono emocional.
La crianza sin conflicto y sin prohibiciones basada en la
satisfacción de los deseos de las criaturas es menos nueva de lo que se dice.
Una experiencia histórica ilustrativa es la que se recoge en el informe de
William E. Mayer, director de psiquiatría del ejército de Estados Unidos
encargado de investigar el altísimo número de bajas que los soldados
norteamericanos tuvieron en los campos de prisioneros en la guerra de Corea
(1950) cuya cifra, en comparación con la tenida por los prisioneros turcos en
esos mismos campos fue desorbitada. El examen de los hechos le llevó a concluir
que esos muchachos eran el producto de una crianza sin contrariedades, de una
infancia en la que nunca tuvieron que enfrentarse a obstáculos ni situaciones
complicadas por sí mismos, de una figura maternal siempre presente y siempre
protectora que, en realidad absorbía emocionalmente a sus hijos[4].
Lo más importante es la descripción que hace de las situaciones
que vivieron estos prisioneros. Enfatiza que no hubo intentos de fuga aunque en
los campos no había alambradas ni guardas armados. A diferencia de otros
prisioneros como los turcos que permanecieron unidos y organizados, los
norteamericanos carecían de disciplina, se enfrentaban entre ellos y
establecían a menudo relaciones de cooperación con su captores.
Muy pocos forjaron relaciones de amistad en los campos o
mantuvieron el recuerdo de sus seres queridos como aliciente moral y emocional
(cuando a los supervivientes que fueron liberados se les ofreció llamar a sus
familias muy pocos lo hicieron), vivieron encerrados en una celda de
aislamiento mental. Cada vez menos de ellos estaban dispuestos a hacer el
esfuerzo de voluntad, inteligencia, creatividad y socialidad que la
supervivencia necesitaba y comenzó a ser común que un soldado se sentara en una
esquina y tapándose se cabeza con una manta y se dejara morir (los soldados
denominaron a ese acto “abandonitis”). En otros casos, cuando algún hombre estaba enfermo, sus propios compañeros
eran los que le sacaban de los barracones y le abandonaban a la intemperie
donde perecía. No hubo resistencia y combate contra la guerra como guerra
injusta ni contra el enemigo, prácticamente ningún hecho que pueda describirse
como acto de conciencia y dignidad, la indiferencia y el abandono fueron el
estado dominante.
Se mostraron como seres ineptos para cuidar de sí mismos ni de
otros, capaces de la mayor crueldad con sus semejantes y del mayor desapego a
la propia vida, es decir, construidos como seres deshumanizados de forma
extrema.
Los valores básicos para la supervivencia en un campo de
prisioneros no son demasiado diferentes que los que se necesitan para
sobrevivir en cualquier circunstancia de la vida real cuando esta es vida plena
y no sucedáneo como acontece en las sociedades de Estado del bienestar en las
que el sujeto no es ya sujeto de su
propia biografía sino objeto de la protección de las instituciones, usuario de
bienes y servicios y dócil animal doméstico que trabaja para su amo. La forma
como un individuo deviene persona y se enfrenta al mundo es una cuestión que
trasciende con mucho la psicología pues afecta más a los valores y el sentido
que se otorga a la vida, al concepto del bien y del mal[5] y la idea del futuro.
Eliminar los grandes problemas de la existencia humana y del momento histórico
concreto para alejar el dolor y el
esfuerzo no solo no es posible sino que crea
un vacío existencial que hoy es demasiado común en las generaciones más
jóvenes y que se realiza a través de
conductas suicidas (alcohol, drogas, trastornos alimenticios, prácticas
aventureras dislocadas, violencia entre iguales y otros) y un derrumbamiento de
la personalidad que los hace inmaduros, incapaces para el acto de pensar, sin
voluntad para actuar, sin capacidad de esfuerzo, pobres e indiferentes
afectivamente, insociables y herméticos para los otros.
La deriva de la situación actual es que todos los problemas
enunciados se agravarán en el futuro, si somos coherentes y lúcidos tendremos
que comprometernos en el combate por el mañana, si creemos en la crianza en el
amor deberemos llevar a nuestras criaturas con nosotros en esos trances. El
mundo no necesitará de héroes individuales sino de una comunidad heroica capaz de arrostrar las
calamidades del presente y construir un porvenir humano lo que nos compromete a
todos.
La maternidad/paternidad ha de ser rescatada no como una flor de
invernadero, un acto ornamental y decorativo sino como impulso vital, como acto
supremo del amor por la especie y por el futuro contenida de forma concreta y
singular en cada una de nuestras criaturas.
No deberíamos aceptar que la humanización de la crianza pueda ser
reducida al consumo de algunos servicios especializados de mayor calidad que
los que ofrece el sistema y a la dedicación en exclusiva del padre y madre a las criaturas durante toda su
infancia, por el contrario, es necesario que el impulso genésico vuelva a ser
natural y ajeno a los condicionantes económicos y políticos, es decir, íntimo y
genuino.
Se precisa hoy de una maternidad de batalla cuyas señas de
identidad sean la fortaleza y la solidez. Podemos parir en casa o en los
hospitales, pero el acto de parir ha de ser dignificado por nosotras mismas
incluso en las condiciones más desfavorables, porque solo así será posible
frenar el impulso a la deshumanización y rotura del acto genésico, debemos amamantar en todas partes, hacer
habitables todos los ambientes para la infancia, compartir con las criaturas
todos los momentos e integrar la crianza en todas las dimensiones de la vida.
La crianza no puede ser argumento para mutilar en las mujeres (y
a menudo también en los hombres) los otros planos de la vida, no puede
alejarnos de la realidad del mundo porque eso cercena nuestras capacidades y
posibilidades y ¿cómo se ha de ofrecer un camino al crecimiento a otros cuando
se limita en uno mismo? Hemos de vivir entre las ruinas de la civilización del
bienestar, podemos hacerlo dejándonos morir en un rincón como aquellos soldados
de Corea o entregándonos a la construcción del futuro que depende, antes que
nada, de nuestra propia acción. En última instancia el acto de la crianza ha de
ser un gran acto de creación y compromiso que sirva como ejemplo a las generaciones
venideras.
[1]
La tasa de dependencia, es decir la que relaciona la población activa y el
grupo de los menores de 16 y los mayores de 64 no ha dejado de crecer y se
espera que para 2021 se sitúe en el 57,3%,
es decir casi 6 personas inactivas por cada 10 activas, una cifra
difícil de sostener para unas generaciones que para invertir la catastrófica
situación presente tendrían que hacerse cargo de un grupo tan numeroso de
ancianos y tener muchos más hijos que sus padres. Se dice que el exceso de
población es el causante de los grandes problemas ecológicos del planeta, eso
no solo no es verdad pues no es la población sino el desquiciado sistema
capitalista y su ansia depredadora de
recursos el causante de tales males, por el contrario, poner coto a la
gran devastación medioambiental solo será posible bajo una demografía pujante
porque los grandes problemas como la reforestación ¿pueden acometerse si no es
por una ingente y enérgica población juvenil?
[2]
La injerencia de las empresas y el funcionariado en la vida privada y la libertad básica de las personas en estos
asuntos abre una etapa de gran incertidumbre y alarma. La acción biopolítica,
es decir, la imposición de prácticas y costumbres basadas en las necesidades
políticas y económicas de los Estados que conculcan la autonomía más esencial
de las personas es creciente en todo el planeta. La foto de Feng Jianmei
yaciendo en la cama de un hospital junto a su hijo, no abortado sino asesinado
a los siete meses de gestación por orden de los funcionarios del Partido
Comunista Chino que cumplieron así la ley que obliga a abortar a aquellas
familias que no tienen dinero para pagar la multa por tener un segundo hijo, es
un indicador de lo que podría ser el futuro en otras partes del planeta. Hay
que tener en cuenta la preeminencia de China en lo económico y político y su
ascenso militar que con mucha probabilidad cambiará el equilibrio de las
potencias mundiales en los próximos tiempos y el hecho, inquietante, de que la
ONU haya presentado la política de “planificación familiar” del gobierno chino
como modélica.
[3]
Un mundo infantil creado por adultos y lanzado por los gigantescos emporios de
la industria del espectáculo y el adoctrinamiento. El modelo de sociedad de la
diversión y sus consecuencias nefastas es una importación de Norteamérica que
tiene efectos devastadores para el sujeto y el cuerpo social, un análisis de su
formación y sus efectos se hace en “Divertirse hasta morir” Neil Postman.
[4]
Este suceso es citado por Betty Friedan en “La mística de la feminidad”.
[5]
El pensamiento sobre cuestiones ha caído en desuso en nuestra época a la vez
que lo ha hecho la lectura y reflexión de la filosofía clásica, pienso por
ejemplo en el texto de Cicerón “Del supremo bien y del supremo mal”, que da
cabida a un debate que ha sido durante milenios objeto de controversia y
cavilación en Occidente. La desaparición de estos temas del pensamiento
ahogados por la frivolidad y el vacío del imaginario de la modernidad tardía es
un desastre de proporciones colosales.
Un bello texto que apoyo plenamente. Acabo de volver de Angola tras un mes de dar clases a niños como voluntario, y el trato con los chicos ha sido una experiencia tan gratificante como dificil. Por otro lado yo soy uno de esos jóvenes(ya no tanto, 36 años), criado en plena sociedad del bienestar, con ideales, sí, pero siempre temeroso del mundo exterior y sus problemas. Habitante de una burbuja y excesivamente protegido. Creo como dices que es negativo, y recomiendo, a la gente de mi generación o algo más joven experiecias difíciles. Fortalecer el ánimo, sacrificarse y enfrentarse a problemas diarios es salvador.
ResponderEliminarGracias por compartirnos esta necesaria e imprescindible reflexión sobre la crianza y educación de la infancia.
ResponderEliminarNo nacemos en vacío, como bien dices.
Nacemos con una carga que condiciona la espiritualidad, encargada de acotar las creencias básicas de nuestra existencia, tanto en los niveles conscientes como en los inconscientes.
Revoluciones científicas, industriales y tecnológicas, han moldeado la herencia de nuestro pensamiento y nuestra forma de vida actual. Predicción y control, máquinas y automatismos que van relegando la esencia de nuestra naturaleza a modelos de inteligencia artificial.
Y múltiples revoluciones imperialistas y sociales que nos han desviado de la vivencia de la Historia de la Humanidad y nos han embarcado en el deambular por la escritura de la Historia de las Guerras que también ha sido sutilmente manipulada para entorpecer su comprensión.
Todo ello genera una urdimbre de valores, actitudes y comportamientos en una estructura social férreamente jerarquizada que establece los límites en el acceso al conocimiento de un@ mism@ y del entorno, donde pululan intencionadamente medias verdades envueltas en grandes mentiras.
Observar, explorar, reflexionar y meditar sobre nuestra propia responsabilidad en la crianza y educación de las nuevas generaciones es un imperativo ya no sólo moral o ético (por ser conceptos tan manidos, subjetivos e histórica y culturalmente cambiantes) sino VITAL.
Por ello, se hace necesario e imprescindible, también, sanar las heridas que traemos de nuestra propia infancia para poder acceder más profundamente a la comprensión de esa etapa de la vida de cada persona.
Es nuestra crisis y nuestra desolación.
La infancia explora, aprende y se desarrolla jugando.
Ríe y llora con naturalidad, expresa sonrisas maestras cuando logra completar el juego y sabe levantarse cada vez que cae para volver a intentarlo.
Tenemos mucho que aprender de la infancia.
Aprender a jugar nuestras bazas para comprender cómo podemos ayudarles en su crianza y educación.
Muy interesante la manera de "encarnar" la crianza en la sociedad actual.
ResponderEliminarMe quedo reflexionando sobre esta maternidad de batalla de la que hablas.
Abrazos vitales