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Comentario a "Las crueles fantasías de Angie"


No puedo evitar un comentario al artículo aparecido ayer en el diario “El País”, “Las crueles fantasías de Angie”. La historia de María Ángeles Molina que asesinó a sangre fría a su marido primero y a una subordinada suya años después, con el único móvil del dinero, es un horripilante relato de la crueldad extrema a la que puede llegar el ser humano.

Cuando veo historias como la de Molina no puedo dejar de preguntarme en qué se funda ese argumento alucinado sobre la imposibilidad de que las mujeres pongan denuncias falsas aprovechando la Ley de Violencia de Género. Tan mujer es Ángeles Molina como lo era Ana Páez que murió a sus manos. Y a su marido, Juan Antonio Alvarez de poco le sirvió ser hombre y, por lo tanto, estructuralmente determinado a dominar, pues también acabó muerto.

Si existen mujeres que matan es de sentido común que también existan quienes ponen denuncias falsas (lo que no significa que todas lo sean). Impresiona que ese argumentario trastornado sea tan difícil de desalojar de algunas mentes, lo que demuestra que el fanatismo y el fideísmo religioso más extremo gana adeptos en esta sociedad.

Neo-matxismoei buruz (Sobre neo-machismos)


Creo que este texto de Asel Luzarraga es una reflexión profundamente personal y auténtica, lúcida y cargada de sentido común que arraiga en la experiencia antes que principios doctrinarios. Inserto el enlace en euskera porque es una lengua que tiene para mi un profundo carácter afectivo aunque no la hablo, pero podeis leerlo también en castellano.
Azken egunotan eta matxismoei buruz ditudan ideien gainean hausnarrarazi didaten zenbait testu irakurri ditut.

Patriarcado criminal


Patriarcado criminal


“Dejadme llorar
Orillas del mar”
Luis de Góngora

El suicidio de Amina Filali nos enfrenta, de nuevo, al rostro más feroz del patriarcado en sociedades donde la mujer no es solamente subyugada, sino expulsada de la humanidad, convertida en cosa, relegada a ser objeto o animal humano. La ferocidad con que algunas sociedades (no solo las islámicas) tratan a la mujer es algo que debemos deplorar. Pero no es coherente que nos quedemos en la condena o reprobación, la reflexión sobre este hecho es imperioso para quienes aspiramos a una sociedad libre de sexismo, de guerra de los sexos y de la opresión derivada de ello.
En “El libro negro de la condición de la mujer” dirigido por Christine Ockrent varias mujeres provenientes de países islámicos denuncian la espeluznante situación femenina en esas culturas. Es un relato que recomiendo leer si se desea una visión de primera mano sobre la auténtica condición de la mujer en ellos.
Para que esta forma de patriarcado impere previamente ha debido desaparecer completamente el amor entre los hombres y las mujeres, deshumanizándolos a ambos y liquidando los lazos afectivos en toda la sociedad. No podemos olvidar que las mujeres, en estos países no son únicamente víctimas del patriarcado sino también copartícipes y verdugos de otras féminas; a Amina no la defendieron su madre y su familia y la maltrataron tanto su violador-esposo como su suegro y su suegra. Las ridículas y simplistas versiones sobre la supremacía cultural de todo lo “anti-occidental” (suponiendo que fuera cierto que el Islam político es hoy contrario a Occidente y no su cooperador) quedan así al descubierto.
Resulta cuando menos sorprendente que el partido que abandera el feminismo en nuestro entorno, el PSOE, sea, a su vez, el principal valedor de las virtudes del mundo musulmán, el inventor de la “Alianza de las Civilizaciones” y el que usa el calificativo de “islamófobo” para todo el que se atreva a condenar la horripilante tiranía política que domina en los países donde el Islam político es, no religión, sino religión de Estado. Su defensa de los “derechos de la mujer” no interfiere con las magníficas relaciones que les unen con los déspotas de esos países que son, en realidad, el espejo en que se miran, su auténtica vocación política.
Quienes insisten en desacreditar todo lo occidental, alentando procesos de aculturación y culpabilización para liquidar nuestro arraigo cultural, lo consuman para negar, precisamente, sus aspectos positivos. El patriarcado occidental tuvo unas peculiaridades que lo hacen relativamente raro en el contexto de la historia universal conocida. Incluso en el Código Civil de 1804 que estatuye el patriarcado más riguroso de la edad moderna, el art. 146 dice, “no existe el matrimonio sin el consentimiento”, consentimiento que implica por igual a la mujer y al hombre. Esta norma y otras muchas corroboran la distancia de lo occidental respecto a otras culturas que han tratado a la mujer como ganado y donde, por lo tanto, son compradas, vendidas, casadas a la fuerza, violadas rutinariamente, forzadas y asesinadas de forma habitual. No debemos olvidar que, según el derecho islámico, la mujer vale la mitad del hombre y puede ser golpeada y violentada sin castigo para el varón. Los países donde se aplica la Sharia, además, continúan aplicando castigos feroces e inhumanos como la lapidación, persiguiendo la sexualidad libre y condenando a muerte a los homosexuales.
El caso de Amina nos recuerda también el obsesivo uso sexual de las niñas que se hace en estos países, tomando ejemplo de la vida del profeta que desposó a una chiquilla de 6 años. En realidad la forma natural de sexo, en la tiranía política extrema, cuando ha desaparecido, o no ha existido, el ideario del amor, cuando las relaciones horizontales se han desvanecido definitivamente y el pueblo es populacho, es la violación y la esclavitud de la mujer.
Como expresa Denis de Rougemont en “El Amor y Occidente”, la cosmovisión del amor cortés es la expresión de un itinerario, el de la cultura occidental, plenamente singular y de gran valor. Este ideario, al fundirse con las formas de existencia horizontal y asamblearia del pueblo en la península ibérica produjo una auténtica revolución en la condición femenina que puede rastrearse en numerosos hechos, documentos y obras de arte como el románico erótico que expresa la magnífica posición social que ocupa la mujer en esas sociedades.
En las antípodas de la triste y desventurada existencia de Amina Falali se encuentran las figuras femeninas del Quijote, por ejemplo, podemos escuchar a Dorotea expresar el sentimiento de amor recíproco que la unía a sus padres y cómo siempre supo “que ellos me casarían con quien yo más gustase”, o Marcela quien hace un discurso sobre la libertad y el amor de contenido y envergadura filosófica: “el verdadero amor no se divide y ha de ser voluntario y no forzoso (…) tengo libre condición y no gusto de sujetarme a nadie”.
Si la presente guerra de los sexos se consuma, si el amor entre las mujeres y los hombres es arrojado, como desean las y los poderosos, al basurero de la historia ¿Qué podrá salvarnos del horror?

Charla: "La constitución de 1812 y la abolición de la mujer. Guerra de sexos y contrarevolución"

Charla en La Casika,
“La constitución de 1812 y la abolición de la mujer. Guerra de sexos y contrarevolución”
“La Casika”, Calle Montero 15, Móstoles
10 de marzo, 16h

Humanización y revolución


Siempre me he sentido enormemente fascinada por esta imagen que representa un mundo del que tenemos mucho que aprender si deseamos reconquistar nuestra condición humana. La imagen de la pareja que baila y el contexto en que se presenta encarna la fusión de estados emocionales de gran valía e intensidad y valores y prácticas convivenciales de enorme significación. La pasión y arrebato erótico que muestra la pareja que nos mira y que intuimos en la que vemos de espaldas, La fuerza de comunicación corporal que expresan, de fusión con la música que casi aparece en la imagen, la potencia de la integración de la vida comunitaria, en la que mayores y pequeños, mujeres y hombres están unidos porque pertenecen al mismo mundo.

La foto está tomada en Albacete en 1900 y podría decirse que el autor captó el alma de la fiesta popular como experiencia excepcionalmente humanizadora.

COMPROMETERSE Y LUCHAR
PARA REHUMANIZARSE:
LAS MUJERES Y LA REVOLUCIÓN

“Solo en la adversidad se hallan las
grandes lecciones del heroísmo”
Lucio Anneo Séneca

Como cada 8 de marzo el bombardeo mediático-institucional entona, monótona y maquinal, la obsesiva letanía sobre la única y verdadera religión de las mujeres. Nadie cree ya en ella, pero nadie alza la voz contra la doctrina devenida en Confesión de Estado. Todas y todos cumplimos, ritual y mecánicamente, con la observancia de la liturgia sexista impuesta por las instituciones. Como el catolicismo durante el régimen de Franco, el sexismo político feminista se ha convertido en una pústula que emponzoña, por un lado, la vida social que se derrumba en la hipocresía y el guardar las apariencias y por otro, a cada uno de nosotros convertidos seres encogidos, pusilánimes y serviles.
Pero no se trata de reprobar la miseria moral y existencial de estos tiempos, escupir reproches y sarcasmos o exhibir una refinada misantropía, no hay nada de revolucionario en ese espíritu “crítico” y catastrofista, al contrario, como suele suceder con lo excesivo, el hipercriticismo es uno de los cimientos que sustentan el propio sistema. Si aspiramos a una acción transformadora, a la existencia de la revolución, al menos como proyecto, hay que aplicar la recomendación de Spinoza: “ante las cosas humanas, ni llorar, ni reír, ni indignarse, comprender”.
Es ese entender y penetrar lo real el meollo auténtico de la acción revolucionaria en el presente. Pues bien, los hechos son que las relaciones entre las mujeres y los hombres están gravemente dañadas por la política de género del Estado y que, con ello, toda la estructura de las relaciones sociales horizontales se está desmoronando. En ese contexto el sujeto medio, igual si es mujer o varón, se torna extremadamente débil e inseguro pues carece de redes y apoyos no sólo para relacionarse y socorrerse sino también para recibir los conocimientos socialmente construidos y aprehender lo real pues, dado lo limitado de la naturaleza humana, solo es posible acercarse a la multiplicidad y complejidad del mundo por la aportación de muchos.
Las mujeres, además, recibimos una cuota extra de ideas, conductas y formas de existencia dañinas a través del sexismo político, con ello se pretende que aprendamos a amar las cadenas y detestar la emancipación lo que explica que estemos desapareciendo de la brega por regenerar la sociedad y componer la oportunidad de una transformación revolucionaria.
Hemos perdido en primer lugar la más sagrada de las libertades, la de conciencia porque el permanente bombardeo de consignas está destruyendo en nosotras el pensamiento reflexivo. La imagen mental del mundo y el juicio sobre éste es sustituida por informaciones procesadas por la otra parte[1], vivimos así en la irrealidad y completamente manipulables.
Una de las más torcidas maniobras de desustanciación de la mujer es la reescritura de la historia que ha realizado el feminismo haciendo buena la profecía de Orwell, pues muy cierto que “quien controla el pasado controla el futuro, y quien controla el presente controla el pasado”. Legiones de reclutas teóricos han construido un mito sobre el patriarcado que ignora la realidad fáctica, concreta, temporal e histórica de éste, da origen a una fabulación sobre nuestro pasado que se presenta como una suma de horrores y sevicias, de ferocidad y encarnizamiento hacia la mujer llevada a cabo por los varones, ello tiene dos resultados de enorme destructividad, por un lado impone a las mujeres creer por fe una narración nunca demostrada, hecha de afirmaciones no verificables, datos descontextualizados o falsificados y consignas y órdenes, un relato que, en muchos casos, niega incluso su propia experiencia y exige a la mujer reinterpretar su biografía según el canon de la ortodoxia institucional. La obligación política de vivir en la mentira intoxica la psique, reprime de forma brutal e inmisericorde el juicio autónomo, nos aleja del mundo real y nos confina en un universo de ficciones y novelerías.
Por otro lado, puesto que todo lo que queda atrás es el mal, estamos forzadas a adherirnos al sistema presente que, al ser su negación, se justifica como el bien. Con ello se realiza un proceso de aculturación de masas al obligarnos a negar en bloque la tradición, es decir, la historia y la cultura de las clases preteridas, y acusar al pueblo de ser el reservorio del machismo y la violencia contra la mujer. Esto nos convierte en personas desarraigadas, compelidas a romper el vínculo con las generaciones pasadas, escupiendo sobre nuestros ancestros y vaciadas del sustrato cultural heredado, haciéndonos seres aislados de forma trascendental, sin raíces, desestructurados, sin sentido de pertenencia, avergonzados, débiles, desamparados y con una identidad tan frágil que es completamente maleable.
De este modo queda la mujer sumida en la confusión, la inseguridad y la parálisis; vaciada y preparada para ser reconstruida según los designios del poder. Se nos hace mucho más permeables a todas las formas de adoctrinamiento y manipulación mental que hoy son múltiples y de una eficacia aterradora, algunas diseñadas específicamente para nosotras[2].
Más este proceso no se impone únicamente a través de las armas metafísicas de las ideas, la modernidad ha hecho toda nuestra existencia regulada y dirigida desde fuera. La mujer vive entregada al trabajo asalariado con el sentimiento de que es el único camino a su liberación. Así, una actividad que Aristóteles consideró una forma peculiar de esclavitud, y de la que Simone Weil dice que es tan demoledora para la psique humana que solo se puede soportar si se renuncia al pensamiento, se legitima y se expande.
El trabajo a salario, prácticamente en su totalidad, es destructivo y cosificante, la mujer no solo no puede emanciparse por él, sino que es anulada y triturada en lo más esencial. La rutina laboral es una pedagogía para interiorizar el hábito de ser gobernadas desde fuera, dar carta de naturaleza a la jerarquía como forma más acabada del orden social, poner el dinero y lo monetario en el centro de la vida y renunciar a toda iniciativa personal en cualquier ámbito de la existencia. Frente a este sujeto encogido y dócil, la empresa cobra un poder inmoderado, las trabajadoras quedan en manos de sus jefes y jefas hasta en las cuestiones más íntimas y privadas.
Para encadenar a la mujer de forma más completa y permanente a ese nuevo estatuto de esclava feliz se promociona su estancia, lo más larga posible, en el sistema educativo, donde se la adoctrina y disciplina en lo intelectivo, matando la creatividad, la actividad reflexiva e incluso la curiosidad por el mundo real.
Todo aquello que conforma lo substancialmente humano es hoy tachado de opresivo. El amor ha sido demonizado tildándolo de “opio de la mujer”. Para las que no estén dispuestas a ignorar por completo la aspiración a un vínculo personal se ha elaborado un subproducto de consumo de masas al que llaman amor, que no pasa de ser una superficial adhesión al otro como objeto de consumo emocional o, algunas veces, un puro impulso narcisista que busca al otro como espejo de sí mismo. Además, la victimización femenina instigada por el poder envenena el diálogo amoroso; así, la fragilidad de las relaciones humanas en ese ámbito se convierte en otro desgarro en la ya debilitada red de la convivencia social.
La forma como se produce la existencia del sujeto medio de las sociedades de la modernidad tardía es también, propiamente, contraria al amor. El sustrato material de los afectos que son los cuidados, la interdependencia y la entrega desinteresada para cubrir las necesidades del otro ha sido arrasado por el crecimiento monstruoso del Estado del bienestar, la abundancia de derechos de los ciudadanos y ciudadanas y las llamadas conquistas obreras, son, en puridad, el camino a la degradación y deshumanización más completa. Las necesidades vitales, no pueden ser cubiertas por los servicios del Estado asistencial, es decir, convertidos en mercancías, sin generar un grado de frustración y vaciamiento afectivo severo, porque las necesidades físicas básicas están, en el sujeto humano, indisolublemente enraizadas en la vida afectiva. No es casual que en los países donde la asistencia institucionalizada es más eficaz, la violencia social se incremente, incluida la violencia contra la mujer.
El amor no puede existir si no es como obra, como hacer amoroso y no puede sustanciarse sino en las instituciones libres de la convivencia humana. El modelo de vida que ofrece el moderno Estado de Occidente es la negación más completa de ese principio, que fue el eje vertebrador de la cultura occidental en el pasado, de ahí que la aculturación, como liquidación de esa tradición, sea central para el poder en el presente. La desaparición de la familia corre pareja a la liquidación de la trama de la comunidad horizontal, la sustitución de los lazos comunitarios por la oferta de servicios profesionales dirigidos a las necesidades vitales es una abominación, porque vacía de contenido humano ese acto. Con todo ello el ideal de estar vitalmente con el otro, del compromiso sublime con nuestros semejantes de forma personal y singular en el amor sexuado, y de modo convivencial y comunitario en el amor social, experiencias que son intrínsecamente civilizadas, están desapareciendo ante nuestros ojos.
El vaciamiento interior de mujeres y hombres tiene otro hito fundamental en la intervención estatal sobre la vida sexual. El sexo, especialmente el heterosexual es hoy perseguido con saña por las instituciones, el uso del término heteropatriarcal es un ejemplo de la acometida contra la pulsión venérea que se dirige al sexo contrario. El constreñimiento y represión del ímpetu libidinoso en lo que tiene de espontáneo, natural y autoconstruido es la esencia del nuevo orden erótico que aspira a deshacer completamente el sujeto hasta sus raíces rompiendo las últimas fronteras del alma humana para colonizar absolutamente a unos seres que no podrán volver a ser llamados, cabalmente, personas.
El sexo es el paradigma de la unidad esencial que en el ser humano tienen el sustrato biológico y el psíquico y espiritual. En esa experiencia confluyen, cuando no está desustanciada, la brama del cuerpo, el apetito genésico, la socialidad básica, la pasión y, en su forma más soberbia, los afectos y los sentimientos más puros de amor; una integralidad en la que las necesidades más físicas se arraigan orgánicamente en las más espirituales. Hoy la ubicuidad del poder ha llegado a todos los rincones del alma y a los impulsos más radicales de las personas, con ello se produce una rotura fundamental en el sujeto, que queda desgarrado y dividido, es decir, deshumanizado.
El feminismo ha sido el vehículo privilegiado para imponer el nuevo orden sexual, fiscalizando de forma permanente la vida erótica de las mujeres y, a través de ello, la de los hombres, impidiendo la libertad sexual básica que implica que tal quehacer humano permanezca en el espacio de la vida no regulado, salvo por los principios más elementales de la voluntariedad, es decir la ausencia de coacción y de mercantilización. Así, el sexo libre está en trance de desaparecer, lo hará para reaparecer en forma de mercancía, es decir, vinculado a la prostitución y el mercadeo de objetos y utensilios para el placer solitario.
La unión carnal entre mujeres y hombres es aún más atropellada cuando se dirige a la reproducción. La libertad reproductiva de la mujer (y del hombre, por lógica) no existe en el presente. La maternidad ha sido, de facto, prohibida y sólo en condiciones precarias y conflictivas accede la mujer a este proyecto vital. De todos los lazos interhumanos el vínculo más complejo, profundo, humanizador, sublime y trascendente es el genésico, hay pocos actos más integrales y que anuden con más potencia la plenitud de lo humano.
La limitación a la reproducción se impone hoy como ideología dominante, vertida desde todos los medios ilegítimos destinados a la ingeniería psíquica. El bombardeo mediático liquida, en un número creciente de mujeres, la libertad para decidir en esta cuestión decisiva. Más allá de las ideas, actúa la represión directa de la que se encargan principalmente las empresas y los funcionarios del Estado del bienestar, que controlan y vigilan la observancia de la norma. A esa destrucción colaboran, de manera decisiva, la pobreza afectiva de la sociedad actual, el desencuentro entre las mujeres y los hombres, que se temen o se ignoran, la represión estatal de las relaciones amorosas intersexuales (por la ley positiva en el caso de la LOVG), la ausencia de la infancia que ha sido recluida en espacios ajenos a lo común y por lo tanto apartada del entorno integrado de la comunidad, la presión económica sobre los sujetos (una vez que el dinero ha tomado una posición central en la vida es usado para dirigir a la sociedad en función de los proyectos de quienes lo controlan) y la coacción de los grupos organizados de influencia, como el feminismo.
La génesis, la gestación y la crianza representan la fusión más perfecta de todas las dimensiones humanas. El carácter personal de esta función es incuestionable, en primer lugar por su singularidad biológica, al ser exaltadamente corpórea a la par que espiritual e incluso mística, pues funde, de forma real y material, dos seres humanos distintos en otro nuevo plenamente único y original, acto que, vivido con conciencia, es absolutamente humanizador y creativo. Además, en la labor educadora, el sujeto se autoconstruye y mejora sustancialmente, de modo que el crecimiento de la personalidad y la arquitectura de la propia identidad avanzan. Ayudar a crecer y auto-crearse a una persona es una labor que nos pone en contacto con nuestro ser más profundo y nos invita al auto-conocimiento.
En la dimensión social aporta el vínculo más sublime que puede vivirse, la fusión personal físico-psíquica más perfecta, es el paradigma en el que se inscriben todas las demás relaciones sociales, por eso la idea de fraternidad, de origen común, volcado hacia la vida social es el ideal más anhelado por el ser humano.
El ser histórico de la persona está también presente en esta experiencia que estructura el tiempo, lo hace presente como continuidad esencial entre generaciones, como proceso que enlaza el pasado, el presente y el futuro y como arraigo en la tradición viva de la comunidad, la historia tiene entonces, en palabras de Zubiri la labor de la “transmisión de sentido”, es decir, da significado a la vida, aúna la multiplicidad de la acción humana en el mundo.
La deconstrucción de la mujer integra su desmantelamiento como ser humano y la alienación de su singularidad sexuada, es decir, de su feminidad. Lo femenino es reescrito hoy como patética sombra de lo que fue, dándole la forma y substancia que al poder interesa.
Pero no es la mujer la única víctima de estas operaciones de demolición planificada del sujeto, paralelamente el varón es sometido a procesos muy similares en el resultado, aunque de diferente manera. En primer lugar se le somete a una maniobra de culpabilización, haciéndole responsable del desmoronamiento de la mujer[3], no de forma personal sino colectiva y, por lo tanto, estructuralmente determinada. El sentimiento de vergüenza por la masculinidad se hace patente en un número cada vez mayor de hombres, mientras en otros el conflicto interior degenera en un rebrote del machismo, la violencia, la degradación personal y la misoginia. El machismo, como detritus del patriarcado coexiste hoy con el sexismo feminista con el que compite y a la vez coopera en la destrucción de lo femenino y lo masculino auto-creado libremente.
El proceso iniciado llevará, si no se revierte, a que la masculinidad sólo exista en sus formas patológicas, como humillación de lo varonil y auto-negación o como machismo obsesivo, ambos modos son muy aprovechables para el sistema de dominación, pues degradan y destruyen al hombre como ser humano y como varón.
Lo que subyace en esto es la realidad de una catástrofe histórica. La deshumanización en curso, cuyo proceso tiene dimensiones más amplias y complejas que las aquí expuestas, que tan solo se refieren a las operaciones vinculadas a la política de sexos, está modificando radicalmente la sociedad como la hemos conocido en Occidente, una sociedad que estuvo históricamente bipartida entre el Estado como órgano del poder político de las elites y el pueblo que mantuvo siempre algún nivel de autonomía (mayor o menor según épocas), pero que limitó la capacidad de expansión del despotismo de las clases altas.
En la fenomenología de la deshumanización, la intervención sobre el mundo femenino es un factor fundamental, de ahí la rabiosa acción del poder para imponer el credo feminista, o al menos su programa, a toda la sociedad. El sometimiento, aún cuando es no activo, a la ortodoxia institucional es otro de los agentes de envilecimiento y degradación personal del sujeto. La resignación y la sumisión con que hoy se aceptan las formas más perversas de despotismo y dominación es parte sustancial de nuestra destrucción como seres humanos.
Sin la mujer ningún cambio revolucionario es pensable. Si la mujer desaparece de la brega por la regeneración de la sociedad, de la lucha contra la iniquidad y el despotismo este pervivirá durante milenios. Nuestra responsabilidad es grande y no debemos ignorarla.
Tomar conciencia de la trágica realidad en que vivimos ya es, por sí, un elemento de regeneración, porque el entendimiento y el juicio son formas señeras del quehacer humano, y su uso es factor esencial de la libertad más primaria. Comprender la realidad y comprendernos en el mismo proceso, es la tarea más apremiante para las mujeres, la más urgente e inexcusable, pues sin recuperar la conciencia como imagen auto-construida del mundo no podremos recuperar nuestra dignidad como personas.
El restablecimiento de la amalgama indivisible del ser personal en todas sus dimensiones, física, intelectiva, moral, convivencial, afectiva, volitiva, social e histórica, es el fundamento de cualquier revolución, un basamento que es anterior a la acción política, pero primario e indispensable porque constituye al sujeto capaz de engendrar en sí mismo ese proceso. Para la mujer significa auto-regenerarnos como seres humanos sin ninguna tara por razón de sexo, restituirnos como seres completos en nuestra singularidad sexuada, rehacernos sin la carga del complejo femenino, inculcado antaño por el machismo, y hoy por el feminismo dominante, es decir, plenas y soberanas.
Pensar que tal tarea puede hacerse despreocupada y cómodamente es un disparate, lo más básico, lo más primordial y elemental es lo más difícil de recuperar, la reconquista de nuestra humanidad como camino auténtico a la liberación, que no podrá ser liberación de la mujer sino de toda la sociedad, pues es ilusoria una emancipación que no contenga la totalidad de sujeto que se emancipa, que no se refiera a seres humanos completos e integrales también en su singularidad.
Tan importante como construir es olvidar, en cuanto a ello hemos de disponernos a abandonar la letanía de los derechos de la mujer (siempre otorgados por el poder); de la deuda histórica que la sociedad tiene con nosotras y que impone la discriminación positiva, es decir, el privilegio; renunciar a cuotas, ventajas, gracias y dispensas porque todo ello nos roba la soberanía sobre nosotras mismas, es decir, nos esclaviza y nos somete y, además, anula nuestra capacidad para ocupar un lugar en el mundo por nuestros propios méritos. Para crecer tenemos que aferrarnos a los deberes, elegir las tareas más difíciles, las más comprometidas, las más desinteresadas, como esforzado camino de regreso a la humanidad.
Tenemos, igualmente, que aceptar el sufrimiento y la angustia de transitar un itinerario lleno de conflictos, de incertidumbres y dificultades. Admitir el desasosiego que implica poner en cuestión las “verdades” fáciles por conocidas y otorgadas, para internarse en las ignaras regiones del conocimiento de realidades complejas, veladas por el poder y disminuidas por los saberes académicos y tolerar la desazón de situar nuestra propia persona como objeto de crítica y auto-transformación.
En esas tareas habremos de encontrar las grandes lecciones del heroísmo de las que habla Séneca, pues sin virtudes heroicas no podrá la mujer recuperar la excelencia de la propia humanidad. El heroísmo es hoy muy necesario, porque si la mujer no participa íntegramente en el combate por la emancipación la revolución será imposible.



[1] Estos procedimientos son parte del bagaje de la estrategia militar que hoy apunta a ampliar el escenario de la guerra a todos los ámbitos de la vida social, especialmente a la modificación de la conciencia del enemigo. Puede consultarse, para este tema, “Entender la guerra en el siglo XXI”, escrito por el oficial de la Armada Federico Aznar Fernández-Montesinos y prologado por Carme Chacón (Editorial Complutense 2011), efectivamente, comprender la guerra ayuda a comprender nuestra situación y nuestra vida que en realidad se desarrolla en un contexto de guerra abierta, asimétrica, del Estado contra un enemigo difuso y ya prácticamente vencido, el pueblo.

[2] Lo fue, en tiempos no tan lejanos, la radio, cuya programación se dirigía sobre todo a un público femenino y que tuvo una importancia decisiva en la destrucción el mundo rural en los años cincuenta y sesenta del siglo XX. Esto es una constatación de que la influencia de la mujer en las decisiones familiares fue considerable en el mundo tradicional, hecho conocido por las elites, que utilizaron la autoridad de las féminas en provecho propio. Así lo reconoce Cristina Borderías en “Historia Social” nº 17 aseverando que “muchas mujeres rurales eran las que iniciaban, diseñaban y apoyaban las estrategias migratorias propias y de otros miembros de la familia”. Hoy, son medios volcados en la feminidad, casi toda la novela y gran parte del cine. Pero el principal instrumento para la creación y difusión de la mentira política y la modificación ilegítima de la conciencia es, sin duda, la universidad en la que la presencia de la mujer ya es mayoritaria.

[3] Estas operaciones de ingeniería social no son nuevas. Al final de la II Guerra Mundial se ensayó con gran éxito contra el pueblo alemán. Con el apoyo de intelectuales pagados por las grandes grupos empresariales americanos como T. Adorno, se intervino masivamente sobre la conciencia de las clases preteridas alemanas culpándolas del nazismo, acusando a la tradición y a toda la cultura popular de ser nazi y culpable del genocidio, los procesos de vergüenza colectiva prepararon el terreno para la transformación más radical de la sociedad que, vaciada de su propia tradición no sólo fue ocupada militarmente sino aniquilada en su identidad e historicidad.

Feminismo de porra y pistola


Feminismo de porra
y pistola



Me pasa una amiga el último periódico del 15m, lo leo con cariño porque es un proyecto autogestionado en el que hay depositado mucho esfuerzo e ilusión, pero el 15m no parece ser lo que fue, muchas cosas han cambiado en estos meses y, desgraciadamente, la cruda realidad se hace patente en la página 4.

Leo que la Asamblea de género de Alcalá comenzó la campaña “No ignores el problema” contra la violencia de género para “animar a las mujeres maltratadas a denunciar”, es decir, a resolver sus problemas poniéndose en manos de la policía. No se si se refieren a la misma policía que acomete contra las manifestaciones de estudiantes en Valencia (acontecimiento que, por cierto, aparece en la página 11 de la misma publicación), la que aparece todos los años en el Informe de Amnistía Internacional como institución para la tortura y el maltrato de numerosos detenidos, la que usa la violencia (no de género, porque se dirige por igual a hombres y a mujeres) en las manifestaciones populares, la que reprime al pueblo y defiende los intereses del Estado, la gran empresa y la Banca. Ese cuerpo de funcionarios para el atropello de las libertades y la coerción de los débiles ¿Es a la que deben entregarse las mujeres?

Es un asunto de enorme significación la emergencia de un feminismo de porra y pistola del que son expresión señera algunas mujeres como las delegadas del gobierno en Madrid y Valencia, Cristina Cifuentes y Paula Sánchez de León, que exhiben una chulería desvergonzada que hubiera encandilado a Simone de Beauvoir, también lo representan todos y todas los defensores de la LOVG y la solución represiva y policial a la violencia, como los integrantes de la asamblea de género de Alcalá.

En un momento de grave crisis social y política, la ampliación y fortalecimiento de los cuerpos represivos y de sus apoyos en la sociedad civil es cuestión cardinal para el sistema de dominación. No será la primera vez en la historia que un núcleo de mujeres actúe decididamente a favor de las fuerzas de la reacción. En el Madrid asediado por las tropas franquistas, en la guerra civil, la organización femenina clandestina Auxilio Azul, con más de 6000 integrantes, desplegó una actividad ingente e imprescindible para extender la acción de la Quinta Columna. No fueron las únicas, aunque sí unas de las más eficientes. Como ellas, la Sección Femenina de la Falange, las Margaritas y Auxilio Blanco bregaron con entusiasmo por la victoria de Franco.

Prácticas como las que promueve la asamblea de género de Alcalá son, objetivamente y con independencia de la intención de quienes las sostienen, un instrumento para la aparición de un somatén femenino de colaboradoras con la policía en la represión popular cuando sea necesario que emulará las gestas de aquellas que se afanaron a favor del franquismo.

No se limita la campaña de los feministas de Alcalá a fortalecer las relaciones de las mujeres con la policía sino que se complementa con la empresa, siempre rentable desde el punto de vista de las subvenciones, de culpar al pueblo de ser el origen de la violencia machista, con el argumento de que “parte de la sociedad opina que "lo de casa se queda en casa" y no considera legítimo intervenir en la vida privada de las personas”, argumento abominable que convierte en verdad algo nunca demostrado –que el pueblo sea tolerante con esos actos- para inmediatamente abogar por la creación de un ejército de funcionarios (en ello se concreta el “no a los recortes”) que intervenga en cada casa y cada dormitorio. Para los que sueñan con un régimen que supere al franquismo en dureza y crueldad, con un nuevo falangismo que pueda atropellar a placer a la sociedad civil, supongo que con ellos y ellas en la vanguardia, nunca hay suficiente mano dura, suficientes prohibiciones, juzgados y cárceles, siempre se desea ir un poco más allá.

Desgraciadamente el pueblo calla, calla porque tiene miedo (como lo tuvo de las hordas nazis y de los grupos de matones falangistas) pero también calla porque no tiene qué decir. El hecho real es que cada año hay más mujeres muertas, situación que se inscribe en el aumento de todas las violencias entre iguales y en la degradación de la vida social en general, una realidad que no hemos estudiado, no hemos comprendido y para la que no tenemos solución desde la estructura de vida horizontal. Así ellos ganan, solo queda la policía y el Estado como garantes de la vida de las mujeres.

Ellos, el Estado y el capitalismo, son los primeros beneficiarios de la guerra civil entre mujeres y hombres, de las víctimas sacan grandes rendimientos políticos, de modo que no interesa que mengüen. A más crimen más policía, más funcionariado, más intervención, más represión, más leyes de excepción… más poder.

Si queremos hacer frente a esta lacra social tenemos que abordar a la vez el problema real de la violencia y el de las soluciones policiacas a la violencia, tenemos que comprender las causas y dibujar soluciones desde el pueblo, desde la instituciones horizontales de vida.

Las mujeres no podemos permitir que nos sigan usando como peleles, no podemos someternos a la ortodoxia machista del feminismo que nos fija a un sentimiento de debilidad transcendental, nos hace flojas y necesitadas de permanente protección, situación que, por cierto, promueve las relaciones de maltrato, pues la mujer que se siente frágil e insegura, necesitada de amparo en todos los ámbitos de la vida, tiende a tolerar relaciones perversas.

No podemos permitir, como mujeres comprometidas con la emancipación, ser moneda de cambio para el sostenimiento del inicuo sistema de dominación de militares, jerarcas del Estado, banqueros, capitalistas y policías. ¡No debemos ser sus rehenes!

8 de marzo, ritos para las nuevas religiones











8 DE MARZO, RITOS
PARA LAS NUEVAS RELIGIONES

“Es bello morir luchando”
Virgilio

Hay quien pretende presentar el 8 de marzo como una jornada de lucha de las mujeres. Lo cierto es que las manifestaciones que celebran esta fecha nunca han sido, en nuestro entorno, actos significativos por la participación popular pero, especialmente en los últimos años, se han convertido en patéticas procesiones que apenas congregan a unos pocos miles de personas en todo el territorio de lo que se llama España. Es curiosa esta ínfima representatividad callejera del movimiento que se autotitula como la mayor revolución de la historia.
Más nutridos son los numerosos actos institucionales que se ofician por doquier, en Universidades, Ministerios, Ayuntamientos etc., lo que es lógico porque el crecimiento del número de funcionarios, paniaguados y subvencionados en lo que cabría denominar la industria del género, es exponencial. Pero el episodio más simbólico a mi entender, es la ceremonia que se lleva a cabo cada año en un acuartelamiento del ejército español (en las últimas ocasiones se ha elegido alguna de las unidades desplegadas en misiones de agresión en el exterior) pues pone negro sobre blanco una verdad indiscutible, que el ejército es fundamento cardinal del Estado feminista .
La autenticidad de esta conmemoración queda muy en entredicho si tenemos en cuenta que fue la ONU la que, en 1977, declaró el día 8 de marzo como día internacional de las mujeres. Para dotar ese evento de identidad, se buscó una efeméride (el incendio de una fábrica en EEUU, del que se da una fecha errónea) y se fabricó una narración de las luchas femeninas desde principios del siglo XX, incorporando a esa falsa genealogía, hechos de escasa entidad como las acciones de las sufragistas o los proyectos de los partidos socialistas, en el primer cuarto del siglo XX, de dedicar un día a la mujer trabajadora (acción que, en la mayoría de los casos, pretendía ocultar su ideología misógina que actuaba los restantes 364 días del año y remarcar que la mujer solo contó, para estas formaciones, en cuanto trabajadora), a la vez que se apropian de numerosas luchas obreras y populares, con participación de mujeres, que nada tuvieron que ver con reivindicaciones feministas. Por supuesto todas estas efemérides pertenecen al mundo anglosajón, lo que es lógico, porque el feminismo se ha gestado en el mismo vientre del imperialismo mundial.
Lo anterior viene a corroborar algo que ya sabíamos. En primer lugar que casi todas las llamadas luchas feministas, y “conquistas” de la mujer, descontando las limitadas acciones del sufragismo, son construcciones a posteriori cuyo origen no es la actividad combativa de las féminas, verdaderamente existente en la historia y hoy olvidada, sino los designios de las elites mandantes, impuestos desde arriba a través de los organismos que representan a las principales potencias del planeta, como la ONU, y las fundaciones señeras del capitalismo mundial, siendo replicadas luego en cada Estado según sus intereses y necesidades, porque incorporar a un núcleo de mujeres a las elites políticas, económicas, militares, policiales, mediáticas, académicas o judiciales , es decir, a las más altas jerarquías del poder estatal, es un elemento irrenunciable del orden político presente. En segundo lugar, que la mentira es el cimiento en el que se asienta esta ideología que es hoy religión política de Estado, cuyos fundamentos doctrinales estamos obligados a obedecer.
Puestos a proponer celebraciones, sería más coherente y lúcido acercarnos a nuestra propia historia y conmemorar, por ejemplo, la magnífica gesta popular, con amplia participación femenina, en el motín contra Esquilache, iniciado en Madrid a finales de marzo de 1766. Aquellos grupos de aguerridas mujeres armadas que humillaron al embajador de Francia, al virrey de México y al nuncio papal, a las que un anónimo llamó “amazonas arrabaleras”, no dedicaban sus energías a la queja ni al enfrentamiento con los hombres sino que desafiaron a los poderosos con dignidad arrogante. Los hombres del pueblo no solo no dificultaron su presencia en la lucha sino que, cuando marchaba un escuadrón de féminas por las calles de Madrid, armadas, formadas en orden marcial, exclamaban embelesados, según cuentan las crónicas, que “daba gusto ver desfilar a aquellas mujeres”.
Podríamos tomar también cualquiera de los motines contra las Quintas que acometieron mujeres y hombres en común desde la instauración de la conscripción masculina, o los hitos de la presencia femenina en la lucha contra Napoleón, o, más cerca de nosotros, la valiente presencia de las milicianas en la Guerra Civil, que tuvo episodios de gran heroísmo hasta que la acción conjunta de republicanos, socialistas y proto-feministas consiguió expulsarlas del frente.
Puestos a celebrar, deberíamos festejar no el voto, que no ha significado nada ni para las mujeres ni para los hombres, no el trabajo a salario que ha sido carga y penalidad compartida con los varones, pero jamás instrumento de libertad, no la soledad obligada y la esterilidad forzosa sino nuestra capacidad de lucha, la fuerza y energía que tuvieron nuestras instituciones de convivencia horizontal, la orgullosa dignidad de nuestras ancestras, como legado inmaterial de enorme significación y el arraigo en lo bueno y noble que nos ha donado nuestra historia (no la de las élites ni la reescrita y deformada por el aparato académico).
Pero más que de exaltar el pasado de lo que se trata es de construir el presente y proyectar el futuro, la mujer ha de volverse a ver a sí misma no como objeto, sino como sujeto de la historia y de su propia vida, y, como tal, recuperar la determinación a contribuir en la tarea de la emancipación social, la de todos. Debemos considerar que la aportación de cada una de nosotras es insustituible y vital pues una sociedad sin Estado no se puede fundar sino en ese compromiso personal de todo el colectivo por el bien común.
Propongo que, en lugar del acostumbrado paseíllo entonando consignas del tipo “fuera vuestros rosarios de nuestros ovarios”, convoquemos una jornada para exaltar el heroísmo, la grandeza y la dignidad que han sido patrimonio de muchas generaciones de mujeres del pueblo y que hoy estamos en trance de perder, ahogadas por el alud de mediocridad, domesticidad, egoísmo y servilismo que impone la ortodoxia feminista, que nos condena a obedecer sin entender, no pensar, envilecernos por el privilegio otorgado por el poder y dedicar nuestra vida a lo pequeño (y a las cosas de mujeres) y lo degradante, el trabajo asalariado envilecedor en lo intelectivo tanto como en lo moral, el enfrentamiento con los hombres, la vida en soledad y la renuncia a la maternidad. Ello significa desprendernos de nuestra parte más humana para devenir en hembras, animales humanos, criaturas destinadas a la esclavitud.
Si verdaderamente amamos la libertad tendremos que asumir las responsabilidades que ello implica. Si tomamos en nuestras manos lo más difícil, lo más arriesgado, lo más comprometido ¿Quién podrá someternos?

Un poema (Canción para un duelo)



Agradezco a los amigos que me publican este modesto poema, no es gran cosa, pero pienso como Simone Weil, que “el pueblo tiene tanta necesidad de poesía como de pan”